Estimados seguidores del Club del Lenguaje no Verbal, el artículo fruto de Amy M. Peterson, Christine M. Keller, Michael C. Naughton, Tanina S. Foster (Instituto del Cáncer Barbara Ann Karmanos, Detroit, EE.UU.); Rebecca J. W. Cline, Louis A. Penner, Terrance L. Albrecht (Instituto del Cáncer Barbara Ann Karmanos y Departamento de Medicina Familiar y Ciencias de la Salud Pública, de la Universidad Estatal de Wayne, Detroit, EE.UU.); Roxanne L. Parrott (Departamento de Artes de Comunicación y Ciencias de la Universidad Estatal de Pennsylvania, EE.UU.); Jeffrey W. Taub (División de Hematología / Oncología Pediátrica del Hospital de Niños de Michigan y Departamento de Pediatría de la Universidad Estatal de Wayne, Detroit, EE.UU.) y John C. Ruckdeschel(Instituto del Cáncer Barbara Ann Karmanos y División de Medicina Interna de la Universidad Estatal de Wayne, Detroit, EE.UU.), que hoy presentamos aborda un tema que no nos deja impasibles, ya que alude al doloroso y difícil camino que tienen que recorrer los niños que sufren cáncer.
Reconforta y es de agradecer el hecho de que el presente artículo se centre en el estudio e investigación de vías de apoyo (verbal y no verbal) especialmente de los padres a sus hijos que permitan paliar la angustia de estos pequeños y hacerles, en la medida de lo posible, más fácil de llevar la pesada mochila que esta enfermedad les ha endosado.
Aproximadamente 12.400 menores de 20 años, en Estados Unidos, son diagnosticados de cáncer cada año, y 3 de cada 4 sobreviven, al menos 5 años. Con todo, a pesar de esta mejora en la tasa de supervivencia, el 25-30% de los sobrevivientes tienen problemas psicosociales significativos (Patenaude y Kupst, 2005). Los niños enfermos de cáncer muchas veces consideran que el tratamiento es más doloroso que el cáncer en sí mismo. Así, el comportamiento de los padres antes y durante el tratamiento médico influye considerablemente en la capacidad de los niños para afrontarlo. Poco se sabe en relación al comportamiento no verbal de padres y cuidadores y a su influencia como apoyo directo a los menores enfermos de cáncer.
En este artículo se analiza la distancia interpersonal de los cuidadores con los niños así como la importancia del contacto físico con estos durante los procedimientos de oncología pediátrica especialmente dolorosos. Se analiza, también, la relación entre las conductas de los cuidadores y el dolor y angustia experimentado por los niños.
Cline y colaboradores (2006) en una reciente investigación, concluyó que el estilo de comunicación, con apoyo verbal y no verbal de al menos uno de los padres, minimizaba el dolor del niño enfermo. A pesar de esto, la literatura actual nos lleva a dos hipótesis opuestas:
La primera posición es que el apoyo social del cuidador aumenta la angustia del niño. Al centrar el apoyo y la atención por parte de los adultos en los momentos de mayor dolor, aumenta la angustia del niño, que siente a su vez la angustia de los adultos.
La segunda posición asegura que el apoyo social reduce la angustia del niño, comprendiendo su dolor y asociándote con el menor para abordar el procedimiento, juntos.
Estas contradicciones, según los autores de esta investigación, se deben a una falta de marco conceptual claro (en las definiciones de empatía o confianza, por ejemplo) y a un enfoque poco teórico, de los análisis realizados. Así, el apoyo social incluye tanto los mensajes verbales como los no verbales, que en todo caso ayudan a los demás a manejar la incertidumbre, a aumentar la percepción de control y, por lo tanto, reducir el estrés. Estos mensajes pueden expresar cariño, preocupación o manifestarse a través de la propia presencia (estar a su lado), a través de un abrazo, etcétera. La comunicación de cercanía física o psicológica y la disponibilidad inmediata entre las personas, también en el ámbito no verbal, es uno de los mensajes de apoyo emocional más importantes. Esta inmediatez se puede expresar, en el contexto de la comunicación no verbal, a través de una postura de compromiso, con una inclinación hacia delante, hacia nuestro interlocutor, disminuyendo la distancia interpersonal al mínimo, usando el tacto y la mirada, para transmitir interés, implicación y calor (Andersen, 1985; Andersen y Andersen, 2005).
Por el contrario, la falta de contacto físico y la calidad del mismo, se ha asociado en la literatura, con problemas de salud mental de los niños. Con todo, la presencia de los padres en el momento de realizar los procedimientos más invasivos, es una de las herramientas más útiles para disminuir la angustia de los niños. Así, en ausencia de sus padres, los esfuerzos de los niños para reprimir las emociones solamente añaden más estrés al proceso o tratamiento.
Por otra parte, ser tocado por un adulto puede ayudar a un niño a sentirse seguro, cuidado y consolado durante un procedimiento médico doloroso, y disminuir su angustia (Vannorsdall, Dahlquist, Pendely y Power, 2004). En este caso, es importante que sean sus padres o personas de confianza de los niños, ya que Vannorsdall y colaboradores (2004) encontró que el uso del tacto por parte del personal médico durante una intervención, se asociaba con un aumento de la angustia del niño.
En el estudio realizado por los autores de este artículo, se analizaron los comportamientos de 29 niños (17 chicos y 12 chicas) de edades comprendidas entre los 3 y los 12 años, que se encontraban recibiendo tratamiento por cáncer. 4 hombres y 25 mujeres fueron analizados en su papel de cuidadores, siendo 21 madres, 4 padres, 2 abuelas y 1 prima. Se grabaron las sesiones de tratamiento en vídeo, sesiones de duración variable (desde 11 minutos hasta casi 4 horas). La codificación de los comportamientos se realizó, en el caso de la distancia interpersonal, según la tipología de Hall (1969) adaptada a una habitación pequeña. Las distancias personales se basaron en una distancia interpersonal en relación a la cabeza del niño. Así, por ejemplo, una distancia íntima se consideraba si la cabeza del cuidador estaba a menos de 12 centímetros de la cabeza del niño.
En relación al tacto, se codificó en 3 categorías: táctil (cualquier contacto), no táctil (el cuidador está a una distancia con la que podría tener lugar el contacto, pero no se produce) y desconocido (no se observa, obstruido, no codificable). Se codificaron en dos funciones relevantes, contacto instrumental, cuando estaba asociado a una tarea (por ejemplo, sujetar al niño) y contacto de apoyo (potencialmente reconfortante o de apoyo emocional).
Los resultados obtenidos se observó que los niños más pequeños fueron tocados más que los mayores, sobre todo diferenciados por el contacto instrumental. Esto es debido a que cuanto más pequeño sea el niño, los cuidadores tienen la seguridad de que van a estar más angustiados. Sí se observó en todos los casos que el apoyo no verbal (contacto físico) no aumenta la angustia del niño, sino que lo que ocurre es que muchas veces el contacto físico se produce sobre un niño previamente angustiado.
Así, podemos observar que tanto el comportamiento verbal como no verbal es fundamental para afrontar de manera más segura un proceso doloroso, tanto para un niño como para un adulto. Con todo, se abren interesantes vías de investigación en relación a la presencia de familiares de apoyo para los menores, durante los tratamientos hospitalarios, y también de los trabajadores médicos en su relación con los niños enfermos.
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