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Encarnacion Bastida Navarro

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Estimados suscriptores y seguidores del Club de las Ciencias Forenses, en esta ocasión les presentamos un resumen del artículo “Punishment and psychopathy: a case-control functional MRI investigation of reinforcement learning in violent antisocial personality disordered men”, de los autores Sarah Gregory, R. James Blair, Dominic Ff ytche, Andrew Simmons, Veena Kumari, Sheilagh Hodgins y Nigel Blackwood, del Departamento de Ciencias Forenses y Neurodesarrollo del Instituto de Psiquiatría del Kings College London, que estudian las diferencias a nivel cerebral de los psicópatas y el resto de delincuentes y personas normales.

Estamos familiarizados con el concepto de “psicópata”. Ya hemos hablado en otras ocasiones de ellos y es que no podemos dejar de estar fascinados con ese aproximado 1- 3% de la población que, aunque físicamente es igual que nosotros, carece de empatía, remordimientos, vergüenza o culpa. Está claro que, ni todos los asesinos son psicópatas, ni todos los psicópatas son asesinos, pero sus características emocionales y psicológicas les hacen personas a las que no querríamos al cargo de nuestros hijos o nuestros secretos. Y es que se calcula que entre el 15% y el 25% de la población masculina delincuente son psicópatas, es decir, aproximadamente uno de cada cinco delincuentes violentos es un psicópata. Datos nada desdeñables y que les mantienen bajo los focos de la investigación criminológica.

Sin embargo, la duda que ahora los trae a colación es cómo funciona realmente la mente de un psicópata violento en comparación otros delincuentes violentos no psicópatas. Si realizan los mismos actos, ¿realmente son tan diferentes?

Participaron en este estudio 50 personas, de las cuales 12 eran delincuentes violentos con trastorno antisocial y psicopatía, 20 delincuentes violentos con trastorno antisocial pero no psicópatas y 18 personas que no eran delincuentes ni tenían ningún tipo de trastorno como grupo de control. Todos ellos estaban entre los 20 y los 50 años de edad. Los participantes pasaron por una resonancia magnética funcional para medir la activación cerebral asociada con el castigo y la recompensa durante una tarea de probabilidades después de dos semanas sin consumo de alcohol ni drogas, factor que se comprobó con análisis de saliva y orina. Realizaron también una prueba de inteligencia y un cuestionario sobre agresividad.

Los investigadores encontraron que a nivel cerebral los psicópatas mostraban activación en la corteza cingulada posterior y la ínsula anterior en respuesta a los castigos en lo errores y una disminución de la activación en la corteza temporal superior a las recompensas. Es decir, una alteración en las zonas relacionadas con la empatía, el procesamiento de las emociones como la culpa y la vergüenza y el razonamiento moral. Estas zonas son también responsables de nuestra capacidad de aprender a base de recompensas y castigos.

Por lo general, las personas dirigimos nuestra conducta a base del juicio social, buscando el halago y huyendo del reproche o las represalias. Nuestro cerebro nos hace sentir bien cuando somos recompensados y mal cuando somos reprendidos, pero, ¿por qué íbamos a cambiar nuestra conducta si al hacer algo mal no sentimos ningún tipo de molestia? Y esto es lo que les ocurre a los psicópatas. Valoran las recompensas de sus actos, pero ignoran las consecuencias, no sienten culpa, ni remordimientos, ni vergüenza como ya hemos dicho así que su conducta no varía por esas mismas variables que nos mueven a los demás. De hecho, un psicópata es mucho más proclive a delinquir una vez salga de la cárcel, ya que el castigo no modula su forma de actuar.

En conclusión, si bien un psicópata es legalmente responsable de sus actos, ya que conoce las leyes que infringe, es difícil considerarle moralmente responsable dado que sus cerebros no funcionan en términos de ética y moral. El siguiente punto sería abordar cómo tratar en el sistema penal con gente a la que la cárcel no le sirve de escarmiento sino sólo como forma de aislarles del resto del mundo y cómo abordar su reinserción en un mundo que sí se rige por la ética.

Estimados suscriptores y seguidores del Club de las Ciencias Forenses, en esta ocasión les presentamos un resumen del artículo “Students Wearing Police Uniforms Exhibit Biased Attention toward Individuals Wearing Hoodies”, de los autores Ciro Civile y Sukhvinder S. Obhi, de la Universidad de Hamilton (Canadá), que analizan como el uniforme policial activa sesgos atencionales contra la gente de bajo nivel socioeconómico.

La ropa tiene poder simbólico y nos influye a nivel subconsciente. Es bien sabido que puede estar asociada al estatus socioeconómico, el género, la religión o la ocupación. Es algo poco estudiado por ahora pero se ha visto que afecta a nivel cognitivo en algunos estudios. Sabemos que un tipo de ropa u otro pueden hacer que nos cambiemos de acera por la noche o hacernos sentir seguros como un uniforme de policía. Sin embargo, no sólo nos influye en cómo vemos a otras personas por la ropa que llevan ellos, sino que lo que nosotros mismos llevamos puede afectarnos en cómo vemos a los demás.

Según estos investigadores, los agentes de policía operan en un entorno laboral en el que con frecuencia se enfrentan al peligro y, de manera consciente o inconsciente, les puede llevar a observar a la gente de su entorno separando a los que pueden suponer una amenaza de los que no. Es por ello que este estudio se propuso analizar los sesgos que implican para los policías su propio uniforme.

En el primer experimento participaron 28 estudiantes (23 mujeres), los cuales eran divididos en dos grupos: 14 llevaban uniforme de policía y 14 uniforme de mecánico. Debían ver un total de 64 fotografías de caras, siendo 32 de raza blanca y 32 de raza negra. En los resultados no se encontró que el uniforme afectara a la discriminación de caras de distinta raza.

En un segundo experimento, participaron otros 28 estudiantes (22 mujeres), con la misma división en dos subgrupos por uniformes. Esta vez debían ver personas de raza blanca y negra también pero unos vestían de traje y otros sudaderas con capucha. Se iban presentando las imágenes y un cuando aparecía un punto negro en alguna parte de la pantalla debían pulsar un botón. En esta ocasión se encontró un sesgo atencional en aquellos que llevaban uniforme policial: cuando en escena había una persona con traje y otra con sudadera y el punto aparecía junto al sujeto con sudadera sus tiempos de reacción eran más rápidos, lo cual significa que estaban prestando más atención a uno que a otro.

En el tercer experimento fueron esta vez 56 estudiantes (45 mujeres), 28 por subgrupo. Esta vez el uniforme policial fue el de seguridad del campus, y un subgrupo debía llevarlo puesto y el otro tan sólo se sentaba en una mesa junto al uniforme. La tarea era la misma que en el experimento 2 y, además de corroborar sus resultados, se encontró que la “influencia del uniforme” ocurría sólo mientras se llevaba puesto.

La explicación más probable de estos resultados es la identidad social que simboliza llevar puesto el uniforme y la subcultura que eso implica, que afectaría a su forma de pensar y comportarse. Los policías a menudo se enfrentan a individuos peligrosos y están concienciados de la amenaza y, del mismo modo que la raza no supuso ningún tipo de diferencia, la clase social se activaba a nivel subconsciente como un indicador de posibles peligros. Sin embargo, es importante recalcar que en todos los experimentos los participantes eran estudiantes, no policías reales. Sería importante replicar los resultados con policías reales y comprobar si los estereotipos funcionan de la misma forma con otro tipo de empleos.

Estimados suscriptores y seguidores del Club de las Ciencias Forenses, como comentábamos la semana pasada, les presentamos un resumen del artículo “Nota suicida y autopsia psicológica: Aspectos comportamentales asociados”, de los autores Mª Patricia Acinas, José I. Robles y M. Ángeles Peláez-Fernández, en un estudio del SEPADEM (Sociedad Española de Psicología Aplicada a Desastres, Urgencias y Emergencias), que analiza con detalle el suicidio y la autopsia psicológica. Por su extensión, lo partimos en dos secciones y hoy abordaremos la segunda parte, la autopsia psicológica.

La conducta suicida consumada es cada vez más prevalente, llegando a superar las muertes por accidente de tráfico. La autopsia psicológica ayuda a diferenciar una muerte suicida de otra muerte violenta (homicidio, simulación de suicidio cuando es un asesinato…) y facilita las gestiones médicas y el llegar a conclusiones más fiables con mayor eficiencia y efectividad. En la autopsia psicológica, la nota suicida es uno de los documentos que se emplean para clarificar la situación. El análisis de los elementos que rodean a la nota suicida (tipología, intencionalidad, etc.), los peritajes y análisis grafológicos, se convierten en piezas clave fundamentales de la autopsia psicológica para reconstruir y conocer el estado mental de la persona de manera previa al suicidio. Por ejemplo, una persona depresiva podría emplear frases o palabras casi inconexas, que emanen tristeza, un trazo lento, torpe, con poca presión sobre el papel, con psicomotricidad fina alterada, hipotonía en los dedos que hacen pinza para la escritura, etc.

La autopsia psicológica es un método de investigación retrospectivo e indirecto sobre las características de la personalidad que tuvo el individuo en vida para poder acercarse a las circunstancias de su muerte. La autopsia psicológica es una peritación, un instrumento procesal y, por este motivo, debe realizarse con las garantías que estipula la Ley Procesal, bien porque le interese a la Autoridad Judicial competente o a las partes interesadas en el procedimiento. Es un aspecto importante que es éticamente incompatible que realice este procedimiento el mismo profesional de la salud mental que haya atendido en consulta a esa persona.

Si se considera la posibilidad de suicidio, se buscarán entrevistas con familiares, pero debe actuarse con rigurosa delicadeza para que la familia no se sienta invadida ni cuestionada, tratando de no incurrir en una victimización secundaria (conductas y actitudes que culpabilizan a las víctimas). Se realizará también, previa autorización judicial, el estudio y análisis de efectos personales como diarios personales, cuadernos de notas, correspondencia, emails, mensajes en móviles… Por tanto, la autopsia psicológica puede facilitar el esclarecimiento en casos de muerte dudosa: Valorando los factores de riesgo, el estilo de vida, el estado mental en el momento de la muerte, las áreas de conflicto y motivacionales, el perfil de personalidad, señales de preaviso suicida; y en los casos de otras muertes violentas puede delimitar el círculo de sospechosos.

Hay varios modelos para sistematizar la tarea:

  • MAPI (Modelo de Autopsia Psicológica Integrado). Es el más usado en el área iberoamericana (México, Chile, Honduras, Costa Rica…). Se aplicó a víctimas de suicidio, homicidio y accidentes. Es muy estructurado y sistematizado con respuesta cerrada que disminuye los posibles sesgos y la subjetividad del entrevistado. Es uno de los más completos; abarca 59 categorías con numerosas subcategorías y va acompañado de instrucciones para los aplicadores y respuestas a las dudas que puedan surgir en el proceso, además de requisitos para seleccionar las fuentes de información que deben explorarse.
  • ARMY. Este modelo se aplicó dentro del ámbito militar para poder elaborar planes preventivos; clasifica los suicidios en tres grados:
    • Intención clara de suicidio.
    • Impulsivo, no premeditado.
    • Intención no suicida (casos de suicidio por negligencia como los acaecidos por juegos de riesgo, abuso de sustancias…).
  • NAVY. Modelo del Servicio de Investigación Criminal de la Marina estadounidense.
  • Modelo sistematizado que plantea cuatro pasos a seguir:
    • Examen cuidadoso de la escena de los hechos (fotos, grabaciones).
    • Estudio de documentos disponibles, declaración de testigos, reporte de autopsia médica y toxicología.
    • Documentos que informen de la vida de la víctima antes de la muerte (notas escolares, visitas al médico, centros de salud mental, información laboral).
    • Entrevista con personas relevantes.

La autopsia psicológica se inicia con la aparición del cadáver y los métodos policiales y forenses, pero continua luego con otros especialistas y métodos (como técnicas de Entrevista Cognitiva para personas especialmente afectadas y/o con problemas de memoria; y cuestionarios más cerrados para informadores de referencia). Algunos autores recomiendan entre uno y seis meses después de ocurrido el hecho, porque aún se conserva la nitidez del recuerdo y la información obtenida es confiable. El tiempo promedio de la entrevista será de dos horas aunque puede extenderse un poco más.

La elección de los informantes es crucial: en suicidios de adultos se escoge a cónyuges o parientes de primer grado, además de informantes secundarios, como amigos, compañeros de trabajo, compañeros de piso, médicos, dependientes de tiendas, bares o lugares frecuentados por la persona. Cuando el suicidio es cometido por un adolescente, la información se extrae de padres, hermanos, amigos… (Con la autorización de padres o tutores de los menores), profesores, que pudieron detectar signos de aviso en alguna circunstancia. En ancianos, se amplía el rango de informantes para poder averiguar presencia de enfermedad física subyacente, medicación, circunstancias socioeconómicas… por lo que se podría entrevistar a trabajadores sociales, farmacéuticos, vecinos.

La autopsia psicológica, considerada como método de trabajo ante muerte dudosa o posible suicidio, tiene como objetivos: Aumentar la exactitud de las certificaciones; ofrecer indicaciones que el investigador puede emplear para evaluar el propósito letal de personas vivas; y postvención o función terapéutica con los familiares.

La AP debe responder, por tanto, al menos a tres cuestiones distintas:

  • ¿Por qué lo hizo el individuo? (explicar las razones del acto o descubrir qué llevó a él, reconstruyendo las motivaciones del difunto).
  • ¿Cómo murió el individuo y cuándo, o sea, por qué en ese momento particular? (aclarar las razones sociopsicopatológicas por las que murió en ese momento).
  • ¿Cuál es el modo de muerte más probable? (cuando el modo de muerte es equívoco, establecer con cierta probabilidad lo que pudo ocurrir).

Estimados suscriptores y seguidores del Club de las Ciencias Forenses, en esta ocasión les presentamos un resumen del artículo “Nota suicida y autopsia psicológica: Aspectos comportamentales asociados”, de los autores Mª Patricia Acinas, José I. Robles y M. Ángeles Peláez-Fernández, en un estudio del SEPADEM (Sociedad Española de Psicología Aplicada a Desastres, Urgencias y Emergencias), que analiza con detalle el suicidio y la autopsia psicológica. Por su extensión, lo partiremos en dos secciones y hoy abordaremos la nota de suicidio.

Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto, querido mío, te llevo en el corazón. La separación predestinada promete un nuevo encuentro. Hasta pronto, amigo mío, sin gestos ni palabras, no te entristezcas ni frunzas el ceño. En esta vida el morir no es nuevo y el vivir, por supuesto, no lo es.

Los últimos versos del poeta ruso Serguéi Esenin fueron escritos con su propia sangre antes de ahorcarse en su habitación de hotel en San Petesburgo. Aquellos versos eran su carta de suicidio.

Una nota de suicidio puede ser un elemento fundamental a la hora de clarificar una muerte de la que no se conocen las causas, indicando un suicidio donde, de otra manera, se vería un accidente. Aunque también pueden falsificarse para encubrir homicidios. Esta probabilidad es remota y suele aclararse tras la investigación policial. Aun así, la nota nos aporta las últimas palabras del suicida, sus últimos sentimientos ya fueran de soledad, rabia, desesperación, culpabilidad… de cómo había llegado hasta ahí, en definitiva. Son importantes porque nos aportan gran información sobre el suicida: conocimiento de las circunstancias, intencionalidad, posibles llamadas de atención o deseo de ser encontrado antes de la consumación, etc. Por otro lado, implica premeditación: un suicidio impulsivo no daría tiempo a una nota. Y, finalmente, permite desde lo médico-legal calificar la muerte como sospechosa o como suicidio.

Mediante el análisis de las cartas suicidas publicadas en los últimos 25 años, los autores han realizado una clasificación de los tipos según intenciones y objetivos, aunque no es extraño que una misma nota se clasifique en más de una categoría:

  • Despedida: Suele estar asociada a agradecimientos a las personas cercanas y a desculpabilizarlas ante la decisión que la persona ha tomado de quitarse la vida.
  • Instrucciones: La persona indica lo que quiere que hagan con su cuerpo o pertenencias tras la muerte, o cómo desea que arreglen sus diferencias a la hora de repartir testamento. O incluso como petición de últimos deseos. En algunos casos, las instrucciones de la nota suicida van dirigidas al médico que certifique la muerte, aunque esta circunstancia es bastante inusual porque las notas suicidas suelen ir dirigidas a personas queridas.
  • Acusaciones: Cuando intenta culpabilizar a otros; en ocasiones como intento manipulador de cargar a otros con la culpa de su muerte.
  • Petición de perdón: La persona no suele querer hacer sentir mal a otros de su decisión suicida y trata de disculparse por el sufrimiento causado en el pasado o por el sufrimiento que va a causar la noticia de su muerte. Por ejemplo: “Siento decepcionaros…”.
  • Justificación del propio suicidio: Obedece a cuestiones de honor, aspectos culturales arraigados, o cuando la persona considera que las circunstancias le han obligado. El suicida explica lo que ha ocurrido. No suele haber explícitos componentes de culpabilidad ni de petición de perdón.

El papel es el soporte qué más suele utilizarse para las notas suicidas, aunque existen otros como el espejo del baño pintado con lápiz de labios o en la propia ropa. También hay casos en los que se han pintado en la propia piel o en formato electrónico. El uso de mensajería instantánea nos da pistas sobre si quería ser rescatado o no. En cuanto al tamaño del papel, suele ajustarse al tamaño del mensaje que desea dejarse y por una sola cara. Suelen ser manuscritas, dejando constancia de su voluntariedad. Una nota a ordenador denota vergüenza o que considera que su caligrafía no será entendida, aunque también puede ser un indicio de nota falsa.

El útil de escritura más utilizado es el bolígrafo, aunque también la barra de labios y la propia sangre, como en el caso del poeta Sergei que comentábamos antes. Las notas suelen dejarse en el domicilio en un alto porcentaje de los casos (80%) y suelen estar dirigidas, por orden de importancia, a hermanos, policía, la pareja, amigos, padres, u otro familiar.

El contenido de las notas suicidas se refiere a cuestiones de ruina económica, enfermedad terminal, enfermedad crónica invalidante, desempleo, soledad, vejez, disminución de calidad de vida, pérdida de un ser querido, enfermedad mental, desarraigo, vergüenza por cambio en la imagen social tras un hecho acaecido. Incluso en algunos casos también se aprecia que la nota ha sido escrita durante un brote psicótico.

En definitiva, cuando se produce una muerte en circunstancias traumáticas, ambiguas, desconocidas o inciertas, cabe pensar en la posibilidad del suicidio. En muchas ocasiones, una nota junto al cuerpo nos ayuda a aclarar los aspectos necesarios y, así mismo, contribuyen en el estudio psicológico de la persona y las circunstancias que la llevaron a la muerte.

Estimados suscriptores y seguidores del Club de las Ciencias Forenses, en esta ocasión les presentamos un resumen del artículo “Examining psychopathy from an attachment perspective: the role of fear of rejection and abandonment”, de los autores Henk Jan Conradi, Sanne Dithe Boertien, Hal Cavus y Bruno Verschuere, en un estudio conjunto de las Universidades de Amsterdam, Ghent (Bélgica) y Limerick (Irlanda), que pone en relación la teoría del apego con la psicopatía.

Tendemos a imaginar a los psicópatas como nos los muestra Hollywood: depredadores sociales y asesinos en serie sin corazón. Lo cierto es que, tras esa imagen tan demonizada, debemos saber que ni todos los asesinos son psicópatas, ni todos los psicópatas son asesinos. De hecho, se estima que un 2% de la población mundial son psicópatas, siendo tres veces más común en hombres que en mujeres. La psicopatía es un constructo complejo y multifacético, que por lo general se expresa como una afectividad fría, relaciones interpersonales superficiales, engañosas y manipuladoras, arrogancia y comportamiento imprudente y, a menudo, antisocial. Pero la característica central sería esa especie de anestesia afectiva por la cual no sienten culpa ni ningún tipo de sentimiento de amistad o amor, aunque sí puedan sentir emociones como la ira.

Hace ya más de setenta años, Bowlby observó que en los delincuentes jóvenes, aquellos que mostraban rasgos de psicopatía eran mucho más propensos a haber experimentado privación materna. Es decir, que habían sido separados de su madre durante seis o más meses en sus dos primeros años de vida. Es en este periodo vital cuando, según la teoría del apego, los bebés se apegan emocionalmente a los adultos que son sensibles y receptivos a relacionarse con ellos, principalmente sus cuidadores principales. Es decir, los padres, por lo general. El desarrollo de esa relación con el cuidador es fundamental para el desarrollo emocional y social del niño más adelante. De manera que el estudio puso en evidencia que ese mal desarrollo del apego normal en la niñez pudo derivar en el desarrollo de la psicopatía en la adolescencia y juventud y, más tarde, en una conducta delictiva.

A pesar de esos resultados, otros estudios no han logrado replicar el estudio debido a la utilización de muestras pequeñas o al uso de muestras delictivas frente a las no delictivas, lo que causaba inconsistencias en los resultados. Es por ello que el objetivo de este estudio es tomar el relevo de esta teoría pero con ciertas variantes. Para empezar, parten de la base de que el abandono emocional del bebé no provocaría la psicopatía (esto ocurre con la sociopatía, no con la psicopatía), sino que sería el niño el que, en esa fase en la que por lo general un niño busca una figura de apego, un niño con psicopatía a pesar de tener un cuidador que alente ese vínculo se mantendrían distantes emocionalmente incluso a tan corta edad.

Del mismo modo, cabe esperar que este tipo de personas no padezcan miedo ni ansiedad por la separación ya que están poco conectados socialmente y sus conexiones son superficiales e interesadas. También se hipotetiza que puntuarán alto en miedo al rechazo, pues utilizan a las figuras de apego como forma de conseguir apoyo y validación en una forma de sobrecompensar su falta de vínculo, siendo esa la razón por la que se mostrarían tan irascibles ante la falta de atención de las personas de su entorno.

Para probar sus hipótesis contaron con 1074 participantes con una edad media de 20 años y estudios universitarios, en su mayoría mujeres. Los participantes llevaron a cabo el Inventario de Rasgos Psicopatológicos Juveniles (YIP), donde debían valorar de 1 (no se me aplica en absoluto) a 4 (se me aplica totalmente) un total de 50 ítems como “Creo que llorar es un signo de debilidad, incluso si nadie te ve”. Los ítems se subdividen en tres categorías: carencia de emociones, vanidoso/manipulador e impulsivo/irresponsable.

Después llevaron a cabo el cuestionario ECR que mide el apego en relaciones de pareja pasadas y presentes. Este test tiene dos subescalas: la ansiedad por el rechazo y el abandono (por ejemplo, “me preocupa ser abandonado”) y la evitación de la intimidad (por ejemplo, “prefiero no ser muy cercano con mis parejas sentimentales”). En este caso se evaluaba de 1 (muy en desacuerdo) a 7 (totalmente de acuerdo).

Se pusieron en relación los resultados de ambos cuestionarios, encontrando que efectivamente hay una relación entre la carencia de emociones y evitación del apego y la intimidad. Del mismo modo encontramos que los rasgos impulsivos e irresponsables están relacionados con la ansiedad por el rechazo, como decíamos, posiblemente como estrategia para llamar la atención y suplir el vínculo emocional en la relación.

Curiosamente se encontró también que la faceta ególatra y manipuladora también correlacionaba con la falta de apego y el miedo al rechazo. Esto sugiere un posible mecanismo de compensación en el que se generan sentimientos de grandiosidad en la distancia, inflando su autoestima para reducir la necesidad de apego y el miedo a ser rechazado por los demás. Los hombres puntuaron más bajo en ansiedad por el rechazo que las mujeres, pero es difícil sacar conclusiones sobre esta diferencia teniendo en cuenta que eran minoritarios en la muestra. Sin embargo, con estos datos podemos decir que la teoría del apego nos ayuda a entender mejor la psicopatía y da un nuevo enfoque a su comprensión.

Estimados suscriptores y seguidores del Club de las Ciencias Forenses, en esta ocasión les presentamos un resumen del artículo “The Role of Sleep Disturbance in Suicidal and Nonsuicidal Self-Injurious Behavior among Adolescents”, de los autores Eleanor L. McGlynchey, Elizabeth A. Courtney-Seidler, Miguelina German y Alec L. Miller, del Instituto Psiquiátrico Estatal de Nueva York y el Centro Médico de la Universidad de Columbia, que analiza como causa de autolesión y suicidio en adolescentes los problemas de sueño.

Mueren en España 10 personas por suicidio al día. Esos son los cálculos aproximados del 2016. Ésta es además la primera causa de mortalidad entre las chicas de entre 15 y 19 años. Y es también la primera causa de muerte no natural, por encima de accidentes de tráfico, homicidios y accidentes laborales. El suicidio se ha convertido en un importante problema de salud pública dado que aumenta cada década que pasa y seguirá aumentando si no cuenta con la investigación y prevención necesarias para impedir que esto ocurra. Por ello, una mayor comprensión de los factores que conducen al suicidio en adolescentes es un paso crucial para la disminución de éstos.

Un factor que es particularmente relevante para la comprensión del suicidio en la adolescencia es la influencia de los trastornos del sueño. Muchos adolescentes experimentan cambios en sus ritmos de sueño debido a la pubertad: dificultad para conciliar el sueño, sueño ligero, despertarse demasiado pronto, inversión del ritmo circadiano y/o somnolencia diurna excesiva. Y los adolescentes con trastornos del ánimo o de ansiedad son especialmente vulnerables a tener dificultades para dormir, y los problemas para dormir pueden preceder a la aparición de síntomas psiquiátricos.

Por ello, identificar a los adolescentes con problemas de sueño y el ánimo afectado puede ser el objetivo principal de intervenciones dirigidas a reducir la ideación suicida y las autolesiones. Por tanto, el objetivo de este estudio era asociar los problemas de sueño y las conductas relacionadas con el suicidio y la autolesión en una muestra clínica de adolescentes, tratando además de dilucidar qué problemas de sueño concretos correlacionaban con cada una de las conductas para buscar posibles predictores.

Para este estudio participaron 223 personas del Programa de Depresión y Suicidio Adolescente de Centro Médico de Montefiore y el Colegio de Medicina Albert Einstein de Nueva York, de los cuales el 72% eran mujeres. El rango de edad comprendía entre los 11 y los 19 años y la gran mayoría eran hispanos (63%) seguidos de raza negra (19%). Los adolescentes, con permiso paterno y del centro médico, debían rellenar el Inventario de Depresión Beck. Las dificultades en el sueño se evaluaron con algunos ítems del test K-SADS, que evaluaban: insomnio leve, insomnio moderado, insomnio terminal, reversión circadiana, sueño no reparador e hipersomnia. Para evaluar las conductas de autolesión no suicida y los intentos de suicidio se utilizó el BAASSI y para la ideación suicida el SIQ-JR.

Se encontró pensamientos y conductas autolesivas en el 49% de la muestra, un 30% había tenido al menos un intento de suicidio y hubo un promedio muy alto en la mayoría de ellos de ideación suicida. Por otro lado, un 77,8% reportó alteraciones del sueño moderadas y un 65% alteraciones del sueño graves. Al poner en relación los dos tipos de variables se encontró que había diferencias significativas entre el grupo con problemas de sueño y el de sueño normal en cuanto a conductas autolesivas, siendo mayores en el grupo con problemas de sueño. Sin embargo, al analizar por separado los tipos de trastornos del sueño no se encontró que ninguno en concreto fuera predictor de estas conductas.

En cambio, se encontró que el insomnio moderado y la reversión circadiana fueron predictores de los intentos de suicidio y el insomnio terminal lo fue de la ideación suicida. Además podemos encontrar diferencias de género, siendo más propensas las mujeres a la autolesión y los intentos de suicidio. También se encontró que la edad influía, haciendo que los más jóvenes estuvieran más predispuestos a la ideación suicida, del mismo modo que afectaba padecer depresión. Sin embargo, no se halló que la raza influyera en ninguna de las tres variables.

En resumen, parece ser que hay una correlación entre tener dificultades en el sueño y las conductas de autolesión, los intentos de suicidio y la ideación suicida. Así pues, debido al aumento de los suicidios y las conductas autolesivas en adolescentes, es de vital importancia atender a cualquier señal que pueda indicarnos que hay riesgo y, en vistas a los resultados, examinar el sueño de los adolescentes puede ser una clave para la prevención. Basándonos en los resultados de este estudio, sería aconsejable que los profesionales enfoquen el sueño como uno de los objetivos a evaluar y considerar.

Estimados suscriptores y seguidores del Club de las Ciencias Forenses, en esta ocasión les presentamos un resumen del artículo “Other People: A child’s age predicts a source’s effect on memory”, de Rolando N. Carol de la Universidad Auburn en Montgomery (Alabama, EEUU) y Nadja Schreiber Compo de la Universidad Internacional de Florida (EEUU), que aborda cómo influye en el testimonio de los niños y adolescentes la opinión de un adulto o un igual.

“Tu amigo me lo ha contado todo. ¿Es así como pasó?”

Esas simples palabras en un interrogatorio pueden convertir un “no” en un “sí”. Durante décadas, los investigadores han estudiado las diversas técnicas de sugestión que pueden tener lugar durante las entrevistas. Los niños han demostrado ser especialmente sugestionables y uno de los métodos particularmente sencillo es decirle que otra persona (supuestamente) dijo tal cosa para lograr que el niño opine de la misma manera. Este efecto, conocido como “otras personas” (other people en inglés), es un riesgo potencial en las entrevistas dado que contamina la información y sugestiona a los testigos, especialmente cuando se trata de un crimen con testigos múltiples.

A medida que crecen, los niños se van volviendo menos dependientes emocionalmente de los padres y más de los amigos, volviéndose cada vez más vulnerables a la presión de grupo. Es por ello que es lógico pensar que, igual que sus opiniones son volubles a esa influencia también lo serán sus recuerdos, pudiendo ser sugestionados por sus iguales sin darse cuenta. Dado que cualquier niño, sea de la edad que sea, puede ser testigo de un crimen y su palabra puede ser relevante en un caso, es importante saber hasta qué punto pueden llegar a ser sugestionables y por quiénes. Los autores hipotetizaron que, a medida que los niños se hacen mayores, más sugestionables serían a la “opinión de otros” si esos otros eran sus compañeros o amigos.

Los participantes fueron 110 niños de entre 7 y 18 años. Se les organizaba en grupos de entre 12 y 30 al mismo tiempo, junto a 2 ó 3 adultos, para ver un vídeo de diez minutos de duración y una semana después debían contestar a unas preguntas de sí/no. Además, se dividió a los niños en un grupo de control al que no se le daba ningún tipo de información y en otros dos grupos: a un grupo se le decía lo que supuestamente había dicho un compañero suyo y a los otros lo que teóricamente había dicho uno de los adultos. En ambos casos se les hacía creer que la persona de la que se le daba la opinión era uno de los que había visto el vídeo con él aunque no dieran su nombre. De esta manera se podía ver la influencia de “los otros” y también cómo influía la propia edad del niño al que se pretendía manipular. El vídeo era un fragmento de la película Buscando Milagros, de manera que todos serían evaluados sobre el mismo evento, que además tenía un considerable número de detalles en tiempo.

En contra de lo esperado, la opinión de los adultos influía a los niños mucho más que la de sus compañeros, dándole más credibilidad. Además, este efecto se potenciaba cuanto más pequeño era el testigo. Sin embargo, la opinión de los compañeros no fue tan influyente como se esperaba. De hecho, cuanto mayores eran los niños menos les afectaban las opiniones ajenas, independientemente de quién fuera la fuente. Es posible que eso se deba a que no se identificaba cuál de sus amigos o compañeros estaba supuestamente dando la información. En otras investigaciones se ha demostrado en ocasiones los jóvenes tienden a ajustarse a sus pares cuando la información sobre la que discuten es de un ámbito social, pero en cuanto a datos objetivos, como en este caso recordar un vídeo, recurren a los adultos. Es posible que debido a estos dos motivos el “efecto de los otros” respecto a los compañeros no haya surtido efecto.

En conclusión, deben tenerse en cuenta, especialmente en los más jóvenes, las consecuencias del “otras personas han dicho qué”. En momentos de inseguridad, un niño se respaldará en las palabras que nosotros digamos que ha pronunciado un adulto, de manera que estaríamos manipulando su testimonio. Es por este y otros muchos motivos que debe darse una formación muy especializada a los profesionales sobre cómo llevar a cabo los interrogatorios para que sean objetivos y no sugestionen al testigo.

Estimados suscriptores y seguidores del Club de las Ciencias Forenses, en esta ocasión les presentamos un resumen del artículo “The glasses stereotype revisited: Effects of glasses on perception, recognition and impressions of faces”, de los autores Michael Forster, Gernot Gerger y Helmut Leder, de la Universidad de Viena, que abordan los estereotipos sobre las personas con gafas y cómo afectan al reconocimiento facial.

Los escoceses son alcohólicos, las rubias son tontas y los andaluces son perezosos. ¿Quién no ha oído alguna vez uno de estos estereotipos? Los hay de raza, género, edad, procedencia o apariencia y los usamos para configurar nuestras visiones del mundo de forma subconsciente y pueden afectarnos a la hora de determinar la culpabilidad de alguien. A pesar de que los estereotipos puedan fallar, nos ayudan a tomar decisiones rápidas y economizar esfuerzos cognitivos y por eso no podemos evitar utilizarlos.

Algunos de esos estereotipos los comentábamos el otro día, como es el caso del baby face: las personas con rasgos faciales aniñados parecen más inocentes e inmaduras, características útiles para un acusado pero perjudiciales para el testigo. Otro de los estereotipos es el ahora conocido como “estereotipo nerd”, que consiste en ver a los individuos que llevan gafas como más inteligentes aunque menos atractivos. Y no sólo eso, además reciben menos veredictos de culpabilidad. Sin embargo, no se ha estudiado qué tipo de gafas producen este efecto o si lo hacen todas.

Del mismo modo, en un contexto jurídico, las caras juegan un papel crucial en el reconocimiento de los testigos. Y algo tan simple como cambiar de gafas o dejar de usarlas puede influir tanto en la percepción de esa persona como en la capacidad de poder reconocerla. Es decir, que las gafas pueden influir tanto en el reconocimiento como en la evaluación de los rasgos de personalidad de un individuo. Para estudiar este hecho se llevaron a cabo cuatro experimentos.

Para el primer experimento se pidió a un total de 76 participantes que calificara el éxito, la inteligencia, la confiabilidad, el atractivo, la simpatía y la cooperación de 78 caras: 26 sin gafas, 26 con gafas de montura gruesa y 26 con gafas con cristal al aire. Los resultados mostraron que las personas sin gafas se veían más atractivas y agradables que las que llevaban gafas con montura gruesa. Pero las caras con gafas sin montura tuvieron los mismos resultados que no llevar gafas en esas dos variables. En cuanto al éxito y la inteligencia, las personas con gafas (de los dos tipos) fueron calificadas como más exitosas e inteligentes que las que no llevaban gafas. Por otro lado, las personas con gafas al aire se veían más dignas de confianza que las que no llevaban gafas, pero no hubo diferencias en cuanto a cooperación.

Los ojos son una parte central y muy informativa del rostro humano y es a donde miramos principalmente cuando miramos una cara. Además, sabemos que llevar gafas cambia el aspecto de esta zona. Por ello, en el segundo experimento se pidió a 20 personas que evaluaran 26 caras en tres versiones (sin gafas, con gafas al aire y con gafas de montura gruesa), lo que hace un total de 78 imágenes. Para que atendieran a las imágenes se les pidió que valoraran el atractivo y la peculiaridad de cada rostro. Se realizó un seguimiento ocular de los observadores mientras estudiaban las fotos y se encontró que dedicaban más tiempo a la zona ocular cuando las imágenes llevaban fotos. Curiosamente los dos tipos de gafas atraían la atención el mismo tiempo.

Como hemos visto, las gafas afectan a cómo miramos un rostro, así que era relevante estudiar también si nos afectaría ese cambio en la percepción a la hora de discriminar caras. Para esto se mostraban dos caras, al mismo tiempo o secuencialmente, y debía decirse lo más rápido posible si se trataba de la misma cara o no. Los participantes fueron 20 estudiantes y examinaron 180 pares de caras. Una de las dos caras de la pareja siempre llevaba gafas y la otra no, para ver la influencia de este elemento.

Los resultados muestran que cuando ambas caras se presentan simultáneamente requiere más tiempo discriminarlas cuando una de ellas lleva gafas de montura gruesa pero no afectaba a la exactitud, es decir, sólo les realentizaba. Pero no se encontró tal efecto cuando las imágenes eran secuenciales, que es como ocurre en la vida real ya que la identificación de testigos ocurre tiempo después del crimen.

Una vez demostrada la capacidad de discriminación, se buscó evaluar el reconocimiento. Para ello, 24 estudiantes tuvieron que ver rostros sin gafas y más tarde con gafas, sin que se les pidiera que las memorizaran, ya que en una situación real no se es consciente de la necesidad de memorizar un rostro. Los resultados muestran que hay mayor reconocimiento cuando la imagen era idéntica, es decir, cuando no añadíamos ni quitábamos elementos como las gafas. Por otro lado, las gafas sin montura tenían más posibilidades de evaluarse como que se habían visto previamente (falsos positivos).

En conclusión, las gafas afectan a la imagen que nos formamos de la persona, pero no todas las gafas producen el mismo efecto en el observador. También lograban llamar más la atención y ralentizar la discriminación, pero lo realmente importante es que las gafas sin montura daban la sensación de haber visto una cara anteriormente, lo que puede conseguir que un inocente sea acusado por los testigos oculares de ser el culpable falsamente. Así que jugar con las gafas puede ser un elemento interesante en un juicio según si uno es culpable o inocente.

Estimados suscriptores y seguidores del Club de las Ciencias Forenses, en esta ocasión les presentamos un resumen del artículo “The Effects of Obesity Myths on Perceptions of Sexual Assault Victims and Perpetrators’ Credibility”, de los autores Niwako Yamawaki, Christina Riley, Claudia Rasmussen and Mary Cook, de la Universidad Brigham Young, que abordan como afecta la obesidad a la credibilidad en casos de agresión sexual.

Los derechos humanos de las mujeres han mejorado a lo largo de los años. Sin embargo, la violación y la agresión sexual siguen siendo una amenaza común para las mujeres en todo el mundo. En Estados Unidos, aunque los incidentes reportados han disminuido, se estima que una de cada seis mujeres es víctimas de violación cada año. Además, aproximadamente el 64% de las agresiones sexuales no se informa a las autoridades. Por lo tanto, la violación y las agresiones sexuales cometidas contra las mujeres continúan siendo graves preocupaciones sociales y de derechos humanos, ya que siguen siendo altamente infravaloradas independientemente de las recientes disminuciones en la prevalencia.

Pero otra preocupación que merece atención y examen es la subutilización de los recursos apropiados por las víctimas. Se calcula que sólo una de cada cuatro víctimas de agresión sexual o violación recibe ayuda o asesoramiento. Esta subutilización y falta de denuncia puede atribuirse a la victimización secundaria, que se refiere a un proceso en el cual las actitudes y reacciones negativas de los demás hacia las víctimas las disuaden de buscar ayuda. Ocurre tanto en entornos formales (por ejemplo, hospitales o comisarías) como en entornos informales (entre familiares y amigos), se culpa a la víctima, se excusa al agresor y se minimiza el incidente. En consecuencia, la victimización secundaria intensifica los efectos psicológicos negativos sobre las víctimas de violación y de agresión sexual, y este proceso de re-victimización es, de hecho, más severo que el trauma original.

Para entender la victimización secundaria, se han estudiado en diversas investigaciones algunas características relacionadas con las víctimas y los agresores y qué características del observador que pueden influir en las actitudes negativas de un individuo hacia las víctimas de violación. Los investigadores encontraron que algunas características del observador son predictores significativos de las actitudes negativas hacia las víctimas de violación. Por ejemplo, se ha encontrado diferencias raciales (se culpa más a la víctima cuando es de una raza diferente a la de su agresor), sexuales (se culpa más a la víctima cuando es un hombre), sobriedad (se las culpabiliza más si habían tomado alcohol previamente), la relación (si se conocían de antes se culpabiliza menos al agresor por haber “malinterpretado” la relación entre ambos) o la clase social (si el agresor es de clase alta se minimiza el suceso).

Otro factor importante pero a menudo ignorado que puede influir en gran medida las actitudes negativas de un observador hacia las víctimas de violación es la obesidad y ese fue el objetivo de este estudio. Una de cada cinco personas en España tiene obesidad, porcentaje que asciende a una de cada tres en Estados Unidos, no es una población despreciable y menos cuando hay datos de que ser obeso afecta la credibilidad en casos de agresión sexual. Además, este estudio quería demostrar que tener ciertas ideas preconcebidas o mitos sobre la obesidad nos lleva a juzgar más duramente a este colectivo cuando realizan una denuncia de este tipo.

Para este experimento se creo un escenario de violación heterosexual. Una chica, Janet, acusaba a su compañero de estudio de haber abusado de ella mientras estudiaban juntos en el dormitorio de él. Janet afirmaba estar dolida ya que ella protestó y se negó y aun así fue forzada por su amigo. Por el contrario, el chico, Mark, afirmaba que había sido consentido y que de hecho fue Janet la que inició la aproximación sexual, y decía estar sorprendido y dolido por la acusación de su amiga.

Esta historia se les presentaba a los ciento sesenta y cinco estudiantes universitarios que participaron de este estudio en el que se les dividía en tres grupos. La diferencia entre los grupos residía en el físico de los personajes: en una Janet era obesa y Mark, no; en otra, era Mark el obeso y no Janet; y en la última lo eran ambos. Posteriormente se pasaba un cuestionario que tomaban tres medidas: atribución de la culpa a las víctimas, una escala de credibilidad sobre los testimonios de ambos y una escala de mitos sobre la obesidad (como, por ejemplo, que los obesos buscan llamar la atención o que no les importa que se aprovechen de ellos).

Los resultados muestran que la obesidad afecta a la credibilidad: La gente veía más creíble la versión del agresor cuando la víctima era obesa y él no, y menos creíble cuando el obeso era él y no ella o cuando eran obesos los dos. En contraste, la credibilidad de la víctima no variaba: no importaba si ella era obesa o no, o si lo era su atacante; lo que varía es la credibilidad que damos al agresor. Sin embargo, sí que se encontró que la obesidad afectaba a la credibilidad de la víctima cuando el observador creía en los mitos sobre la obesidad, pero únicamente cuando la víctima es la obesa y no su agresor.

Se especula el porqué de este hallazgo y los investigadores creen que es posible que se deba a que de por si una queja por violación siempre parece menos creíble si no hay violencia o armas y se pone en duda que siendo más corpulenta la víctima no pueda defenderse del agresor. También es posible que se apoyen en mitos como que “nadie se siente atraído por una persona obesa” o “las personas obesas están desesperadas por llamar la atención”, de manera que se toma menos en serio a la víctima e incluso se la culpabiliza, ya no sólo de que la agresión fuera consentida, sino de haber buscado ellas mismas que sucediera. Los hombres resultaron creer esos mitos más que las mujeres.

En muchos casos de agresión sexual no hubo testigos o pruebas fiables para probar el sexo no consensuado, por lo tanto, durante el procesamiento legal, la credibilidad de la presunta víctima y de su agresor se ha convertido en un factor crucial para convencer a los miembros del jurado. Este estudio muestra que la credibilidad se ve afectada por el peso y es importante concienciarnos de que los mitos sobre la obesidad pueden llevarnos a ver menos creíbles ciertas denuncias y no dar el apoyo y la ayuda necesaria a las víctimas.

Estimados suscriptores y seguidores del Club de las Ciencias Forenses, en esta ocasión les presentamos un resumen del artículo “Contrast effect on the perception of the severity of a criminal offence”, de los autores Gabriel Rodríguez y Sara Blanco, de la Universidad del País Vasco, que estudian cómo nuestra percepción de la gravedad de un delito puede verse modulada por la gravedad de otras acciones a las que hemos sido previamente expuestos.

¿Has visto alguna vez la ilusión óptica conocida como el tablero de Adelson? Si no es así seguramente te costará creer que la casilla A y la casilla B son del mismo color. Y, sin embargo, así es. El efecto producido por los colores de alrededor y las sombras engañan a la vista, produciendo una ilusión llamada efecto de contraste, consistente en percibir algo de una manera o de otra en función de lo que lo rodea.

Este peculiar efecto no se encuentra sólo en la vista, afecta a toda nuestra percepción y por tanto, sesga nuestra concepción del mundo y afecta a nuestras decisiones. Pongamos como ejemplo dos jueces. El primero ha estado en audiencias anteriores atendiendo casos muy severos como homicidios y acciones terroristas. El segundo, en cambio, ha estado con casos más leves como multas de tráfico. Si a continuación a ambos se les presentara un caso de una gravedad media, ¿reaccionarían imponiendo la misma condena?

Lo ideal sería poder responder que sí, pero somos humanos y como decíamos antes nuestras decisiones se ven afectadas por nuestros sesgos. Es por ello que los autores de esta investigación creyeron que en estos casos también afectaría el efecto de contraste: la experiencia previa modularía la gravedad con que se vería ese caso, sobreacusándolo el juez que hubiera estado con delitos leves y desdeñándolo el de los delitos graves.

Para demostrarlo contaron con la colaboración de 152 estudiantes universitarios a los que dividieron en dos grupos. Todos los grupos verían cinco actos delictivos contemplados en el código penal junto a la gama de sentencias en meses que se corresponden para cada uno. Uno de los grupos vería cuatro delitos graves (como por ejemplo homicidio o prostitución de menores) y el otro cuatro delitos leves (como amenazar o cometer una infracción al volante). El quinto delito sería de gravedad media y sería el mismo para ambos: robo con violencia.

Los participantes simplemente debían asignar la pena que ellos creían adecuada para cada delito dentro del rango que dictaba la ley. Tal como se esperaba, aquellos que estuvieron viendo delitos graves tuvieron tendencia a aplicar las sentencias más leves al robo, mientras que los que vieron los delitos leves aplicaron las más severas. Lo cual nos da evidencia de que la experiencia previa se convierte en marco cognitivo para interpretar la información venidera, con las consecuencias que eso pueda tener como sesgo en nuestras decisiones.

En definitiva, una persona recibiría una condena diferente según la experiencia previa del juez, lo cual supone una injusticia. Sabiendo que este sesgo existe debería buscarse la manera de proteger a los acusados de una sentencia exagerada o reblandecida por motivos ajenos a ellos, en lugar de esperar que la suerte juegue a su favor.

Club de Ciencias Forenses