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Paula Atienza

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Characteristics of Sexual Homicide Offenders Focusing on Child Victims: a Review of the Literature”, de Page, J.; Tzani-Pepelasi, K. y Gavin, H. (2022), en el que las autoras realizan una revisión de la literatura existente sobre los perfiles criminales de los asesinos sexuales, centrándose, específicamente, en aquellos casos donde las víctimas son niños o adolescentes jóvenes. 

El homicidio sexual se ha vuelto cada vez más popular en los últimos años desde el punto de vista de la investigación científica, especialmente aquel en el que las víctimas son niños.

Aunque el homicidio sexual es un fenómeno raro, que representa sólo entre el 1-4% de los homicidios registrados en Norteamérica y Reino Unido en los últimos años, el público considera estos delitos como los más abominables, y les suele dar mucho más protagonismo. 

Cuando la víctima es un niño, además, atrae intensos niveles de atención de los medios, además, el escrutinio público hacia las fuerzas policiales investigadoras y la presión para realizar un arresto rápidamente son severos. 

Sin embargo, ha habido problemas para definir el homicidio sexual, lo que ha hecho difícil clasificar estos delitos. La mayoría de los estudios revisados en este artículo han utilizado la definición del FBI, que considera un homicidio sexual aquel en que, en la escena del crimen hay: “ropa de la víctima o falta de ropa, exposición de las partes sexuales de la víctima, posición sexual de la víctima, inserción de objetos extraños en las cavidades del cuerpo de la víctima, y/o evidencia de relaciones sexuales”. 

Sin embargo, esta definición puede quedarse un poco corta. En 2015, Chan amplió el concepto incluyendo criterios que pueden no estar disponibles en la escena del delito, como la confesión del delincuente o los efectos personales del agresor, ampliando el ámbito de lo que puede calificarse como homicidio por motivación sexual. 

El objetivo principal de este estudio fue revisar la literatura existente sobre los homicidas sexuales y comparar los hallazgos con los homicidas sexuales de niños, para comprobar si existen similitudes. Para ello, se utilizaron bases de datos y bibliotecas online, donde se encontraron estudios relevantes para su revisión, llegando a un total de 72. 

En 2002, Beauregard y Proulx desarrollaron un modelo de homicidas sexuales que sugería dos tipos de modus operandi: sádico e iracundo, luego ampliaron este modelo para incluir el tercer tipo: oportunista

El sádico tenía una tendencia a premeditar el asesinato, a la mutilación, a la humillación y a esconder el cuerpo. Tenía una personalidad ansiosa, con rasgos de una personalidad evitativa, dependiente y esquizoide, así como algún tipo de desviación sexual e hipersexualidad. Además, eran más propensos a tener baja autoestima. Su modus operandi del delito estaría caracterizado por las fantasías sexuales desviadas del sujeto. 

Los comportamientos sádicos en la escena del crimen incluirían la estrangulación, inserción de objetos extraños, mutilación y uso de restricciones en la víctima, lo que podría demostrar las fantasías sexuales sádicas del delincuente. 

El iracundo no planea el delito, pero es más probable que deje el cuerpo en la escena y experimente soledad antes del asesinato. Tienen rasgos de personalidad dramáticos, incluidas las características de personalidad narcisista y dependiente, un estilo de vida antisocial y su modus operandi se basa en su deseo de venganza contra las personas que creen responsables de sus problemas, incluyendo altos niveles de ira, impulsividad y violencia extrema. Debido a esto último, el asesinato puede darse, a pesar de que al principio, las circunstancias sexuales hayan sido consentidas. 

El oportunista tiene un perfil de personalidad también dramático, que incluye rasgos del trastorno de la personalidad narcisista y antisocial. No tendrían problemas en su vida, pero estarían sexualmente insatisfechos. Su modus operandi estaría caracterizado por su necesidad de gratificación sexual y la creencia de que las demás personas sólo existen para satisfacer sus necesidades. La agresión sexual suele ser un delito de oportunidad, por ejemplo, el delito principal puede haber sido un robo y luego ocurrió una agresión sexual como resultado de la disponibilidad de la víctima. 

¿Y con respecto a este tipo de delitos en niños? Estos mismos autores exponen su propio modelo en 2019, tras una revisión de la literatura existente, sobre 72 casos de homicidios sexuales cometidos en Francia. 

La primera de las categorías es la del asesino “intencional/prepúber” (20,9%), con víctimas mayoritariamente masculinas y de corta edad (9 años). Los delincuentes estarían familiarizados con el lugar del crimen y atacarían a sus víctimas dentro de una residencia. La mayoría de ellos penetraban y tocaban sexualmente a las víctimas y trasladaban el cuerpo tras la muerte. Este tipo de delincuente era el más propenso a consumir drogas o alcohol antes de cometer el homicidio. 

Por otro lado, está el tipo “involuntario/preadolescente” (11,1%), con víctimas mayoritariamente masculinas. Se dirigían a víctimas desconocidas (75%) y la mayoría eran asesinadas por estrangulamiento, pero no fueron penetradas sexualmente.

El grupo más común fue el “intencional/preadolescente” (22,2%). Las víctimas masculinas también fueron las predominantes. Estos delincuentes eran propensos a consumir drogas antes del delito. La penetración sexual siempre se realizaba y la humillación ocurría con frecuencia. Además, las víctimas también eran golpeadas con asiduidad. No intentaron ocultar el cuerpo y normalmente lo enterraban de forma parcial. 

El agresor “involuntario/preadolescente” (11,1%) fue uno de los menos comunes y se caracterizó por la exclusividad de mujeres víctimas, además de elegirlas por su corta edad (10 años o menos). En su mayoría, eran niñas desconocidas (75%). Se practicaba siempre la penetración sexual, rara vez movían el cuerpo de la víctima y no intentaban ocultarlo. 

El tipo “intencional/adolescente” (16,7%) se dirige a víctimas de aproximadamente 12 años de edad. Practicaban la penetración sexual y el estrangulamiento, movían el cuerpo de la víctima después del crimen, parecían evitar el contacto social con los demás y eran los más propensos a exhibir comportamientos sexuales sádicos en la escena. 

Finalmente, está el grupo “indiscriminado/adolescente” (18,1%) que se caracterizó por la criminalidad y antecedentes previos. La mayoría de víctimas eran mujeres de aproximadamente 14 años, normalmente desconocidas.

Este modelo propuesto es bastante bueno, ya que menciona la edad de las víctimas, los comportamientos en la escena del crimen, y brinda características aproximadas del delincuente que la policía podría utilizar en las primeras etapas de una investigación. Sin embargo, podría ampliarse para incluir más detalles sobre los antecedentes criminales anteriores o datos geográficos en relación con las víctimas y el criminal, lo cual reforzaría el modelo y lo convertiría en una herramienta de investigación mucho más útil. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Bringing Light into the Dark: Associations of Fire Interest and Fire Setting With the Dark Tetrad”, de Wehner, C.; Ziegler, M.; Kirchhof, S. y Lämmle, L. (2022), en el que los autores realizan un estudio para saber si existe alguna relación entre los rasgos de la llamada Tétrada Oscura y la fascinación por el fuego o los incendios provocados. 

El fuego siempre ha jugado un papel importante en la humanidad, ya sea como fuente de calor y luz, como medio para cocinar, o como una fuente de entretenimiento. Sin embargo, casos trágicos como los incendios forestales, o el incendio de Notre Dame en 2019, traen a la conciencia pública el potencial destructivo que también posee el fuego. 

Ya sea deliberadamente o por accidente, un incendio descontrolado causa graves daños tanto a personas como a la propiedad. Los incendios causaron 3.655 muertes en Estados Unidos en el año 2018, y de ellos, 350 fueron consecuencia de incendios provocados. 

Debido a este potencial destructivo, es necesario explorar el comportamiento de provocar incendios e investigar qué factores llevan a un individuo a ese punto. 

La investigación ha identificado varias vulnerabilidades psicológicas que se califican como factores de riesgo potenciales. Uno de ellos es el interés o la fascinación por el fuego, además de por iniciarlo. 

Muchos estudios se han centrado en la importancia de integrar los hallazgos sobre trastornos de la personalidad y patologías mentales al asunto de los incendios. Una mejor comprensión de la relación entre los rasgos complejos y oscuros, y la provocación de incendios, puede informar sobre los esfuerzos que se deben tomar en materia de prevención, o incluso puede ayudar a desarrollar teorías sobre cómo se desarrolla una patología que deriva en este comportamiento. 

Se ha planteado la hipótesis de que dos rasgos asociados con el interés por el fuego y la provocación de incendios son la impulsividad y la búsqueda de emociones. Y el vínculo entre provocar incendios e impulsividad, en concreto, se ha demostrado empíricamente.

Dado que la psicopatía incluye la impulsividad como uno de sus aspectos centrales, los autores la consideran potencialmente relevante para la predicción de la provocación del fuego. 

Otras variables incluyen otros rasgos de la Tétrada Oscura. Ésta es más conocida como Tríada Oscura, pero algunos autores la denominan “Tétrada” añadiendo un factor más, en total: psicopatía, narcisismo, maquiavelismo y sadismo. 

Cuando pensamos en provocar incendios, lo primero en lo que pensamos es en la piromanía. Esta se clasifica por un gran interés por el fuego, pero también por experiencias en las que antes de provocar un fuego se siente tensión y excitación y tras el acto, un gran alivio. Debido a estos criterios, es complicado diagnosticar la piromanía, por lo que la gran mayoría de personas con este trastorno no lo saben y, lo que es peor, no lo tratan. 

Una teoría que incorporó el interés por el fuego como un factor importante para provocarlos, es la Teoría de Trayectorias Múltiples de Incendios (M-TTAF, por sus siglas en inglés). Describe cómo las vulnerabilidades psicológicas y otros factores, como los aspectos culturales o del desarrollo, así como el contexto situacional y el aprendizaje social, pueden provocar un incendio. Los autores sugirieron cuatro trayectorias posibles dentro de esta teoría: la antisocial, la del agravio, la del interés por el fuego y la de la necesidad de reconocimiento, existiendo una quinta, que sería la combinación de las otras cuatro. 

Para ello, los autores realizaron un estudio en el que participaron 222 personas y a las que se les realizaron una serie de cuestionarios relacionados con la fascinación por el fuego, la Tétrada Oscura y la M-TTAF. 

Se encontró que la psicopatía y el sadismo físico directo están significativamente correlacionados con el interés por el fuego y el entorno. El sadismo verbal directo se correlacionó positivamente, por un lado, también con el interés por el fuego, y por otro, con la provocación de éste. 

Estas dos últimas tendencias se correlacionaron positivamente, a su vez, con el M-TTAF que sugiere que el interés por el fuego es un factor importante para algunas personas, pero no para todas. Por ejemplo, alguien que sigue la trayectoria del agravio propuesta por el modelo, estaría más motivado por la venganza o la retribución cuando comete un incendio, que por el interés que tenga en el fuego en sí. 

El sadismo vicario se relacionó, por otro lado, con la satisfacción producida únicamente al ver el fuego de un incendio activo. 

Además, se vio una vez más la relación entre la impulsividad y la provocación de incendios. Y la psicopatía mostró la relación más fuerte entre los otros rasgos de la Tétrada Oscura. Como la impulsividad es una faceta clave de la psicopatía, parece lógico relacionar, con cautela, la provocación de incendios con la psicopatía.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Masochist or Murderer? A Discourse Analytic Study Exploring Social Constructions of Sexually Violent Male Perpetrators, Female Victims-Survivors and the Rough Sex Defense on Twitter”, de Sowersby, C. J.; Erskine-Shaw, M. y Willmott, D. (2022), en el que los autores realizan un análisis de publicaciones de Twitter en las que se habla sobre sexualidad, violencia, víctimas y género, teniendo en cuenta que las redes sociales, hoy en día, ayudan a modelar el pensamiento social colectivo. 

Ya hemos mencionado en varias ocasiones que la violencia sexual es uno de los grandes problemas a los que la sociedad moderna se enfrenta. Las estadísticas de delincuencia muestran la creciente prevalencia de este tipo de violencia en todo el mundo. Desde 2014, países como Canadá, Australia, Nueva Zelanda o Irlanda han experimentado aumentos año tras año en los delitos sexuales registrados por la policía, mientras que las estadísticas en Estados Unidos revelan la misma tendencia desde 2013. 

Estos datos son desconcertantes, aunque una de las explicaciones que se propone a esto es que las tasas hayan aumentado por una mayor conciencia de los casos de abuso, entre otros motivos, por el surgimiento de campañas de concienciación y sensibilización, así como de apoyo a víctimas violencia de género y sexual, como el movimiento del #MeToo. 

También puede deberse a una mejora en la preparación de la policía para enfrentarse a este tipo de casos, sumado a una mayor voluntad de investigar estas denuncias.

Por otro lado, si bien se reconoce que tanto hombres como mujeres experimentan violencia sexual, las cifras de delitos denunciados destacan por su brecha de género, ya que, a nivel mundial, los hombres son mayoritariamente los perpetradores de estos delitos y las mujeres, las víctimas. 

En Inglaterra y Gales, las cifras revelan que el 98% de los procesados por delitos sexuales graves son hombres y las mujeres suponen el 84% de las víctimas. 

Los autores mencionan que es posible que exista una cifra desconocida de víctimas masculinas que no sale a la luz por el estigma que rodea aún a la victimización sexual masculina, y por las expectativas sociales en torno al rol de género masculino. 

Es interesante mencionar que, junto a la preocupación por la prevalencia del abuso contra las mujeres, existe una reciente cobertura de los medios de comunicación a numerosos delitos sexuales de alta gravedad, que ha llevado el tema de la seguridad de las mujeres a la conciencia pública. 

Esto deriva en una cobertura mediática que llega a las redes sociales, creando debates y generando opiniones que se hacen públicas. 

Y, a pesar de la importancia del fenómeno que rodea a la violencia sexual, hay muy poca investigación dedicada a explorar las actitudes públicas hacia ella y que se relacionen, a su vez, con “el sexo duro”. 

¿Y por qué el sexo duro? La investigación hace especial hincapié entre distinguir entre el sexo duro y la violencia sexual porque la línea que separa ambos conceptos es muy delgada. 

Este tipo de sexualidad, si bien involucra un cierto grado de fuerza o agresión, tiene como punto central el consenso. El fetichismo violento, el daño corporal, la humillación, la dominación o la sumisión, son algunas de las experiencias que pueden vivir quienes practican este tipo de sexo de forma segura, debido a su peligrosidad, que puede ser más o menos extrema. 

Para distinguir entre violencia sexual y sexo violento, lo importante es, como hemos dicho, el consentimiento. Sin embargo, hay momentos donde el consentimiento es precario, sobre todo en situaciones de trauma o con un trasfondo de abuso. 

La investigación también menciona la pornografía, con un éxito creciente de las categorías más violentas, lo que contribuye a difuminar las diferencias entre el sexo duro y las violaciones o agresiones sexuales reales. 

Por otro lado, y volviendo a la influencia mediática de las redes sociales en el pensamiento colectivo, los autores mencionan el concepto de “slut-shaming”, que en muchas ocasiones se utiliza para culpabilizar a las víctimas de violencia sexual, especialmente si son mujeres. El slut-shaming, por ejemplo, utiliza como “excusa” para la agresión sexual vivida el hecho de que una mujer haya bebido alcohol o tenga una vida sexual muy activa. Esto pone de manifiesto la necesidad de investigar sobre todos los datos mencionados, con especial hincapié en los roles de género y la influencia del sexo duro en la percepción de la violencia sexual. 

Para ello, los autores realizan búsquedas en la red social Twitter, que es una de las más populares actualmente. 

Encontraron que a menudo aparece la dicotomía “virgen-puta” para hablar de las mujeres, lo cual las categoriza de forma extrema en función de sus preferencias sexuales y construye un lenguaje negativo y difamatorio. Por ejemplo, para aquellas mujeres a quienes no les gusta el sexo duro, a menudo se las califica como “santurronas” o “aburridas”, todo lo contrario para aquellas a las que sí, a las que se insulta y humilla. Esto es muy interesante, sobre todo, porque contribuye a la culpabilización de las víctimas de violencia sexual. 

Por otro lado, se legitima cada vez más el sexo duro como una sexualidad normativa, restándole importancia a su peligrosidad potencial. 

También se extreman las concepciones asociadas a los roles de género, no sólo en el caso de las mujeres, sino también en el de los hombres, haciendo ver que está en su naturaleza biológica ser seres agresivos e hipersexuales. 

En definitiva, hace falta dedicar esfuerzos, recursos e investigación a comprender mejor el fenómeno de las redes sociales y cómo moldean la opinión pública. Además, teniendo en cuenta la magnitud del problema de la violencia sexual, entenderla, prevenirla y actuar de forma adecuada con las víctimas es una absoluta prioridad

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “How bad is crime for business? Evidence from consumer behavior”, de Fe, H. y Sanfelice, V. (2022), en el que los autores realizan un estudio con datos de la ciudad de Chicago para entender el comportamiento de los consumidores cuando se trata de elegir qué negocios frecuentar, teniendo en cuenta las tasas de criminalidad del lugar en que éstos se sitúan. 

Numerosos estudios sugieren que el miedo a la victimización hace que los consumidores, trabajadores y empresarios alteren sus actividades. El crimen y los cambios de comportamiento que conlleva, aumentan el coste de hacer negocios en un lugar y, por tanto, afecta al desarrollo económico de toda la zona. 

La literatura económica ha dedicado muy poca atención a estudiar si el crimen impacta en las actividades comerciales, y si es así, cómo lo hace, explorando en concreto el comportamiento del consumidor. 

Este es el objetivo de los autores con este artículo: llenar el vacío existente en la literatura sobre este punto, mediante la medición del comportamiento del consumidor en función de las actividades delictivas de una zona. Comprenderlo es fundamental para las empresas, los urbanistas, la criminología urbana y los responsables políticos. 

En los últimos tiempos, la presencia de pequeñas empresas locales como cafeterías, supermercados y bares, se ha convertido en un símbolo de desarrollo de los barrios. Por tanto, al medir la respuesta del consumidor a la delincuencia local, se ayuda a los responsables de la formulación de políticas a comprender cómo la delincuencia puede afectar a los esfuerzos que se realizan para impulsar el desarrollo económico. 

Un estudio de 2019 informaba que una mayor prevalencia de delitos violentos y contra la propiedad privada estaría significativamente asociada tanto con el fracaso empresarial como con la reubicación de negocios. Otro estudio de 2016 encontró que la delincuencia en los vecindarios reduce los valores de las propiedades comerciales. Sin embargo, no existe un consenso claro sobre el efecto del crimen, ya que la mayoría de resultados empíricos no tienen aún interpretaciones causales.

Para comprender la relación entre el crimen y la elección del consumidor, se deben examinar tres roles: el del consumidor, el del delincuente y el de la empresa. 

La teoría criminológica reconoce que un delincuente motivado, la presencia de un objetivo adecuado y la ausencia de una tutela efectiva, son elementos esenciales que propician el hecho delictivo. Conscientes de estos elementos, los ciudadanos asimilan el riesgo de convertirse en víctimas y modifican sus acciones en base a ello. 

El nivel de delincuencia asociado con la ubicación de un lugar puede afectar a los consumidores de un negocio de varias maneras. Por ejemplo, las personas pueden tomar en consideración el riesgo de ser víctimas de un delito mientras visitan físicamente un establecimiento y pueden optar por evitar ciertas áreas

La percepción de la violencia ha afectado también a la decisión residencial, remodelando las ciudades con la huida de las familias a las afueras, en busca de un entorno más seguro.

Los consumidores también pueden verse afectados a través de las experiencias emocionales asociadas con el uso de un servicio: las experiencias positivas en un entorno tienen una influencia positiva en las emociones, y al contrario ocurre lo mismo. 

Por otro lado, las personas también pueden evaluar su riesgo de ser victimizados a través de la observación, como ya señaló la famosa teoría de las ventanas rotas, o, por ejemplo, siendo conscientes de la presencia policial en un lugar. 

Por otro lado, hay varias formas en las que el flujo de consumidores afecta a la decisión de los individuos de cometer delitos. Por ejemplo, los lugares con más gente ofrecen más oportunidades para que los delincuentes ataquen. Una mayor circulación de personas en áreas urbanas también puede alterar el orden social y facilitar la discreción de las actividades ilícitas disminuyendo la probabilidad de aprehensión del criminal. Incluso los consumidores pueden convertirse en delincuentes cuando las reuniones generan conflictos sociales. 

En cuanto a los negocios, pueden sufrir delitos como hurtos o robos, y gastar muchos recursos económicos en medidas de prevención y protección para aumentar la seguridad privada. La delincuencia puede provocar, por otro lado, una disminución de los ingresos si ahuyenta a los consumidores. 

Los autores analizaron datos procedentes de las autoridades policiales de la ciudad de Chicago, una de las más importantes de Estados Unidos.

Los resultados principales sugieren que el efecto de la delincuencia en las visitas de los consumidores a los negocios es grande y significativo cuando los incidentes ocurren en espacios públicos, mientras que los delitos que ocurren en las residencias privadas no tienen un efecto estadístico relevante. 

Por otro lado, el crimen parece tener un efecto negativo en el número de visitas y el número de clientes que recibe un establecimiento, pero no se encontraron efectos importantes en el tiempo que estos clientes permanecían en el local.

Y, como es lógico, las visitas nocturnas son más sensibles a los cambios en el crimen que las visitas diurnas. 

Los hallazgos del artículo son consistentes con el argumento de que la percepción de la violencia y el riesgo de victimización ahuyenta a los consumidores, lo que hace que las empresas sean potencialmente menos rentables.

Comprender esto es útil para ayudar a los legisladores y las agencias locales a planificar la reactivación y el desarrollo económico de las comunidades, de la mano con políticas efectivas de prevención de la criminalidad. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Predicting rapist type based on crime-scene violence, interpersonal involvement, and criminal sophistication in U.S. stranger rape cases”, de Mellink, I. S. K.; Jeglic, E. L. y Bogaard, G. (2022), en el que las autoras realizan un estudio en el que investigan las particularidades de los casos de violadores en serie y violadores de una sola víctima, para saber cuáles son los elementos propios de cada caso y realizar un análisis comparativo que ayude en la perfilación criminal de casos similares.

La violencia sexual es un grave problema de salud pública en todo el mundo. Sólo en los Estados Unidos, una de cada seis mujeres ha sido víctima de un intento de violación o de una violación consumada a lo largo de su vida. Por lo tanto, parece una necesidad de gran urgencia comprender mejor a quienes cometen agresiones sexuales para aumentar las tasas de condena. 

Las pruebas físicas, como el ADN o las huellas dactilares encontradas en la escena del crimen, a menudo no se encuentran o, si se encuentran, pueden no ser concluyentes. Por ello, si establecemos un vínculo entre el delito y el delincuente utilizando otros medios, será valioso para la investigación, al reducir el grupo de posibles sospechosos. 

La elaboración de perfiles criminales es una de las muchas técnicas que ayudan en el proceso de investigación, de identificación, localización y arresto de delincuentes en general y en casos de violación en particular. 

En la perfilación criminal, se usan las características de la escena del crimen para inferir información que ayude a reducir la lista de sospechosos y a aprehender al victimario.

Al atender a los comportamientos observables de la escena del crimen, las fuerzas del orden pueden identificar pistas sobre el tipo de delincuente con el que están tratando, como la probabilidad de que el delincuente sea un violador en serie, o bien un violador de una sola víctima. 

¿Por qué este último punto es importante? Precisamente porque, si hay características de la escena del crimen que asocien el caso con que el victimario sea un violador en serie, esto podría indicarnos que ha cometido otros delitos similares, lo que, a su vez, puede dar a los investigadores la idea de buscar en sus bases de datos los antecedentes penales de los sospechosos y así, hacer una importante criba. 

Para comprender mejor a quienes cometen violaciones, los delincuentes pueden clasificarse en función de variables del comportamiento o de su modus operandi.

Desde el punto de vista de la mayoría de expertos, la violación se ve como un suceso en el que el delincuente trata su víctima de manera similar a cómo trataría a otras personas en un contexto no delictivo. 

Esto, sumado a otros hallazgos, sugiere que es posible vincular un delito y un delincuente por su comportamiento. Esta vinculación se basa en dos ideas: la consistencia y la variabilidad. La consistencia se refiere a que el comportamiento delictivo de un sujeto es consistente, lo que significa que una misma persona probablemente se comporte de manera similar en otros delitos. Y variabilidad se basa en que dos delincuentes no se comportarán exactamente de la misma manera, lo que permite distinguirlos. 

Los autores deciden centrarse en las diferencias que existen entre los violadores en serie y los violadores de una sola víctima y que se pueden extraer en base a su comportamiento en la escena del crimen. Hay una gran escasez de literatura empírica al respecto, pero un estudio de 1987 arroja algunas ideas interesantes, como que los violadores de una sola víctima tienen más probabilidades de ser conocidos por sus víctimas que los violadores en serie, y prefieren usar un enfoque seguro en lugar de un ataque rápido. Con los violadores en serie pasaría al contrario. 

En el presente estudio, los autores utilizaron los datos relativos a los casos de 3.168 internos de una prisión de Nueva Jersey, que cumplían condena en el momento de escribir el artículo por delitos sexuales. 

Encontraron que los violadores de una sola víctima y los violadores en serie pueden diferenciarse los unos de los otros, efectivamente, según su comportamiento; y además, los autores clasifican los casos según tres categorías: violencia, sofisticación criminal y comportamiento interpersonal. 

Los violadores de una sola víctima tienen más probabilidades de tener una escena del crimen con características violentas, y son más propensos a penetrar digitalmente y amenazar a sus víctimas. 

Por otro lado, los violadores en serie, tienen una escena del crimen más sofisticada desde el punto de vista criminal, por ejemplo, incapacitan a la víctima o usan un arma. Esto está en línea con investigaciones anteriores que muestran que los violadores en serie son más sofisticados en general. 

Los violadores en serie usan armas con mayor probabilidad, la cual tiende a ser una pistola o un cuchillo, y, además de incapacitar a su víctima con mayor frecuencia, como ya hemos mencionado, también suelen preparar a la víctima y guiarla o atraerla a algún lugar. También es menos probable que este tipo de violadores consuma drogas o alcohol durante el delito o inmediatamente antes de éste, para seguir siendo criminalmente sofisticados y evitar ser detectados, puesto que no les compensa arriesgar su éxito consumiendo estas sustancias. 

A pesar de obtener algunas ideas interesantes, los autores señalan la necesidad de continuar investigando sobre el proceso criminológico completo de la violación, desde la víctima al victimario, y lo que se relaciona con la escena del crimen, ya que sólo conociendo y entendiendo estos datos seremos capaces de mejorar la prevención.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “A Systematic Review of Risk Factors Implicated in the Suicide of Police Officers”, de Krishnan, N.; Steene, L. M. B.; Lewis, M.; Marshall, D. e Ireland, J. L. (2022), en el que los autores realizan una investigación teniendo en cuenta la literatura previa sobre el suicidio en agentes de policía, para intentar identificar cuáles son los factores de riesgo más importantes.

Los problemas de salud mental suponen una complicación importante para aproximadamente 300 millones de personas en todo el mundo. Dentro de ellos, existen las conductas y/o ideas suicidas, que son una preocupación considerable para la población en general, con más de 700.000 muertes por suicidio al año en todo el mundo. 

En comunidades pequeñas y grupos cerrados, como las fuerzas del orden, los médicos, o trabajadores de servicios de emergencia, los impactos inmediatos y a largo plazo del suicidio pueden exacerbarse dado el efecto “onda” que puede ocurrir, producto de presenciar un trauma en primera persona. 

Datos de la Oficina de Estadística Nacional de Reino Unido, muestran que ha habido un total de 169 suicidios por parte de agentes de policía entre 2011 y 2019, con un promedio de aproximadamente 21 muertes al año. 

Teniendo en cuenta las estadísticas mundiales y comparándolas con las estadísticas de los cuerpos de seguridad de Reino Unido, algunos investigadores han descrito el fenómeno en este último contexto como una “epidemia” de gran gravedad.

A pesar de estas fuertes afirmaciones, otros autores han puesto en duda la clasificación del suicidio como la principal causa de muerte entre los agentes del orden. Los problemas en la evaluación y recopilación de estadísticas del suicidio, hacen que la estimación precisa del problema sea cada vez más difícil. 

Independientemente de si los agentes de policía experimentan tasas más altas de suicidio en comparación con la población general, también es algo que preocupa porque se supone que los oficiales reciben, al menos en Reino Unido (contexto de este estudio), el apoyo adecuado a través de capacitación, beneficios relacionados con servicios sanitarios y asesoramiento. 

Los autores decidieron, por tanto, en este estudio, investigar los factores de riesgo y predictores que sustentan el suicidio en este grupo de la población. 

Si bien el consenso general de expertos sostiene que la causalidad del suicidio es multidimensional, la literatura reporta tres claves, o tres niveles particulares de factores estresantes que se cree que están implicados en el suicidio consumado del personal encargado de hacer cumplir la ley: primero, aparecen factores estresantes personales o individuales; después, los factores ocupacionales; por último, los problemas organizacionales

Los estresores personales se refieren a factores internos del oficial, como trastornos mentales o consumo de sustancias. Los factores ocupacionales abarcan las demandas que se consideran parte del trabajo, como relacionarse con las víctimas y victimarios de los delitos e interactuar con el sistema de justicia. Y los problemas organizacionales comprenden preocupaciones sobre el poco apoyo que pueden recibir en algunos momentos, los deberes burocráticos y la falta de oportunidades de avance profesional en determinados contextos. Todo ello puede aumentar la probabilidad del comportamiento suicida. 

Para ahondar más sobre el tema, los autores deciden investigar sobre literatura previa relacionada con los suicidios y los agentes de policía, para poder ampliar más la información sobre los factores de riesgo. 

Se revelaron cinco factores aparentemente determinantes: el uso problemático de sustancias en un momento cercano a la muerte, la presencia de depresión e intentos de suicidio previos, diferencias en la respuesta a los traumas que pueden experimentar, exposición excesiva y prolongada al estrés relacionado con el trabajo, y la ausencia de una relación íntima estable. Cuando estos factores coexisten, parecen relacionarse con una mayor probabilidad de conductas suicidas. 

El 40% de los estudios incluidos identificaron el uso problemático de sustancias como omnipresente, y directamente relacionado. Más específicamente, los hallazgos indicaron una trayectoria creciente de consumo de sustancias en los días y horas anteriores al evento suicida. 

Los problemas de salud mental, más particularmente los trastornos depresivos y los intentos previos de suicidio, fueron identificados por la mayoría de los estudios policiales (50%). Es interesante mencionar que las mujeres oficiales reportaron puntuaciones más altas de depresión en comparación con los hombres.

También se encontraron hallazgos contradictorios que sugieren la necesidad de seguir investigando sobre el tema, ya que, en un estudio de 2004 se propuso la idea de que los oficiales con más años en el servicio policial eran menos susceptibles al estrés relacionado con el trauma y, por tanto, a las tendencias suicidas, pero existe otra opinión, que es la más predominante, y sostiene que las personas expuestas a múltiples episodios traumáticos tienen más probabilidades de presentar síntomas de trastorno de estrés postraumático. 

Por otro lado, parece ser que tener una pareja no es suficiente para considerarlo un factor de protección, sino que la calidad de la relación es lo determinante y lo que brinda en realidad la función protectora

Como vemos, hay algunos hallazgos que coinciden, pero otros que pueden generar gran debate, por lo que los autores sugieren continuar investigando y estudiando este tema, de forma que se pueda seguir arrojando luz sobre él y, consecuentemente, previniéndolo.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “The seductions of cybercrime: Adolescence and the thrills of digital transgression”, de Goldsmith, A. y Wall, D. S. (2022), en el que los autores reflexionan sobre qué es lo que, desde el cibercrimen, seduce a los jóvenes; para finalizar proponiendo ideas sobre qué se puede hacer desde la política criminal y la educación de forma que se mitiguen los efectos negativos de las nuevas tecnologías.

Internet es una herramienta pública que nos acompaña en nuestro día a día desde hace más de 30 años. Sin embargo, en este tiempo, ha cautivado y seducido a más de la mitad de la población del planeta. Se estima que aproximadamente 4.500 millones de personas eran usuarias de internet a 30 de junio de 2019. 

Los jóvenes menores de 30 años, que han crecido junto a internet y se han criado con él, tienen más probabilidades que las personas más mayores de tener acceso a él y pasar más tiempo navegando por la red, realizando búsquedas, jugando y usando las redes sociales, entre otras actividades. 

Las posibilidades de internet son prácticamente ilimitadas, al igual que su atractivo para el entretenimiento, el ocio y la distracción. Dada su relativa novedad y su alcance global, en los últimos años se ha dedicado mucha atención a las desventajas que han comenzado a surgir. 

Sobre todo, existe gran preocupación sobre la seguridad en internet, como su uso por parte de adultos para explotar a los niños, o el uso por parte de niños para intimidar a otros menores. 

En este artículo, los autores exploran la importancia de internet en términos de atracción para los adolescentes de entre 12 y 19 años. 

Para ello, utilizan como base un estudio de Jack Katz, de 1988, sobre ladrones jóvenes y graffiteros porque los autores consideran que les ofrece algunas analogías útiles para reflexionar sobre la conexión entre los impulsos emocionales de los jóvenes y la comisión de delitos.

Pero ¿por qué los jóvenes son un grupo de población especial? Ya lo hemos comentado alguna vez en antiguos posts, pero profundicemos un poco. 

Este grupo tiene tres tareas socioemocionales principales: desarrollar una identidad, aprender sobre la intimidad y descubrir su sexualidad. Buscan información y validación, a través de la comunicación con sus compañeros en especial. Además, a menudo les llama la atención el interés por los contenidos extremos y de riesgo, pero a medida que van creciendo, también se interesan por la autonomía personal y la vida adulta. Durante la adolescencia también hay una considerable impulsividad que limita a menudo la capacidad de autocontrol de los jóvenes. 

Internet responde a estas necesidades de autonomía, competencia y relación. 

Dentro de la criminología ambiental, Clarke propone la idea de que individuos sin disposiciones preexistentes para el crimen, pueden ser arrastrados al comportamiento delictivo por la proliferación de oportunidades. Es decir, las situaciones podrían dar forma a las motivaciones a través de la sugestión y la intensificación de sentimientos, sumado a las oportunidades de cometer delitos. Y ya sabemos que internet es, ante todo, la oportunidad de oportunidades. 

Los autores se centran en varios delitos: hablan de la piratería, del acoso y otras tipologías, pero se centran en el consumo de pornografía como factor criminógeno. 

En un experimento realizado en Reino Unido, se observó durante 88 días un sitio web, aparentemente legal, que, una vez dentro, ofrecía la oportunidad de conectarse a sitios web de pornografía dura. Tuvo 803 visitantes en este tiempo, y de ellos, 457 hicieron click en el anuncio de la página de pornografía, lo que llevó a los investigadores a concluir con que la mayoría de usuarios de internet no resistirían la tentación. 

Parece haber pocas dudas de que, al menos en algunos casos de delitos sexuales graves, se involucra de una u otra forma el consumo de pornografía online. Algo muy preocupante es que la primera exposición a la pornografía online ocurre cada vez más pronto, durante los primeros años de la adolescencia o incluso en la niñez. La exposición de los menores a internet durante largos periodos de tiempo y sin supervisión, hace que sean más vulnerables a este tipo de contenido, al que a veces acceden de forma involuntaria. 

Si le sumamos esto a la idea de que los jóvenes en edad de desarrollo buscan emociones fuertes, son más impulsivos y les atraen los contenidos más extremos y transgresores, muchas veces por simple curiosidad, nos encontramos con un problema que puede ser grave. 

Para muchos jóvenes, 30 Para aquellos que son propensos a la curiosidad y la búsqueda de sensaciones, puede ser muy difícil no ceder a sus encantos.

Sin ignorar la clase, la influencia de los compañeros, los antecedentes familiares, la pobreza o las adicciones, debe haber una comprensión más profunda de la capacidad de persuasión de las tecnologías a la hora de operar en la vida de los jóvenes. 

La política debe consistir en intervenciones que tengan en cuenta, en general, la falta de experiencia vital de los jóvenes que cometen sus primeros delitos por la influencia de internet o a través de éste, y los autores sostienen que las respuestas punitivas deben aplicarse con moderación. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Analysis of Cybercrime on Social Media Platforms and Its Challenges”, de Almansoori, A.; Abdallah, S.; Alshamsi, M. y Salloum, S. A. (2021), en el que los autores realizan un análisis de los delitos que se han cometido en los últimos años y que están estrechamente relacionados con el desarrollo de las tecnologías, internet y las redes sociales. 

El ciberespacio ha llegado a todas las partes del planeta, y es una especie de universo accesible desde todos los puntos del globo. 

Los avances en ciberseguridad, la tecnología y los métodos para proteger los softwares, redes y datos asociados a los ordenadores, han conseguido prevenir millones de ataques de personas malintencionadas y, en general, de ciberdelincuentes. 

Lo revelador es que los mayores esfuerzos de la ciberseguridad no evitan por completo los ciberataques, y por ello la necesidad de mantenerse alerta y protegerse contra estas actividades ha cobrado gran importancia en los últimos años.

Esto puede parecer sencillo, pero entra en juego un factor que dificulta enormemente esta tarea, que, además, es un fenómeno sin precedentes: las redes sociales. 

Podemos definirlas como un grupo de aplicaciones de internet que permiten crear e intercambiar contenido generado por distintos usuarios. LinkedIn, YouTube, Facebook, Instagram, Snapchat… ayudan a construir relaciones sociales y comunidades online que pueden llegar a ser muy sólidas, lo que se considera un activo de gran valor para muchos propósitos. 

Brindan muchas oportunidades novedosas para socializar e interactuar con usuarios que han redefinido el enfoque hasta antes conocido de compartir información: desde manifestar opiniones públicamente, hasta la circulación de noticias, los negocios online, pasando por la publicidad. Todo esto, debido al alcance global de internet, permite que el contenido llegue a todas las partes posibles del mundo. 

Y, a pesar de lo bueno que es esto, tiene una parte oscura y peligrosa: las personas se convierten en objetivos sencillos y obvios para los ciberdelincuentes a través de las redes sociales. 

Para salvaguardar la integridad y seguridad de las personas, las organizaciones aumentan constantemente los presupuestos de tecnología y seguridad, de forma que se puedan proteger estas redes sociales, de manera que se selle la información disponible proveniente de ellas. 

Esta investigación tuvo como objetivo comprender las características de los delitos que se cometen a través de internet y las redes sociales, e identificar qué tipo de esfuerzos debe realizar la policía para controlarlos. ¿Qué tipos de ataques y delitos se están produciendo? ¿Cuál es la demografía de la mayoría de los delincuentes? 

Los autores realizaron un análisis de las diferentes plataformas de redes sociales centrándose en las amenazas y ofensivas, llegando a obtener 574 observaciones. Cada una de estas observaciones se identificaba con una persona sospechosa de haber cometido cualquier tipo de forma de delito cibernético en estas redes sociales. Se contabilizaron casos desde el 2014 hasta el 2018. 

La mayoría de delitos se produjeron en 2018, con el 28,1% del total; después, 2015 con un 20,1%. Según los datos, hubo 300 casos de fraude, 100 casos aproximadamente de pornografía infantil, y otros delitos significativamente menos relevantes estadísticamente, como el acoso o el grooming. 

Se vio que la mayoría de los delincuentes tenían antecedentes previos. Alrededor del 70% tenía antecedentes por algún delito, mientras que el 30% no. 

En cuanto a la formación académica de los sospechosos no tenía educación superior, alrededor del 70% tenía sólo educación básica, y el 30% se había graduado de algún tipo de educación superior. 

Alrededor del 61% de los delincuentes provenía de entornos muy pobres, mientras que aquellos de clase media y alta constituían el 39% restante. 

Por otro lado, la mayoría de delincuentes tenía entre 20 y 25 años, con un pico importante a los 22. Apenas había delincuentes mayores de 45 años. 

Los sitios de redes sociales online deben identificar los aspectos centrales de la conectividad humana y social a través de metodologías precisas y sólidas que garanticen en todo momento la privacidad, la protección, y que además construyan confianza entre la plataforma y el usuario. 

Los gobiernos, junto a los servicios de inteligencia, deben formarse para adoptar y enmarcar las tecnologías. La cantidad de datos que fluyen en las redes sociales se debe analizar de forma muy rigurosa. 

Otro punto importante es la toma de conciencia del individuo, ya que debe ser responsable con el contenido que comparte y las redes sociales que utiliza. 

El conocer aspectos demográficos de la mayoría de delincuentes cibernéticos puede ser de gran utilidad para las fuerzas de seguridad, ya que, de esta forma, pueden seguir una guía básica de dónde deben enfocar los recursos e investigaciones, de manera que ayudaría a identificar a los individuos con más probabilidades de ser victimarios de este tipo de delitos.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “From verbal account to written evidence: do written statements generated by officers accurately represent what witnesses say?”, de Milne, R.; Nunan, J.; Hope, L.; Hodgkins, J. y Clarke, C. (2022), en el que los autores realizan un estudio para saber cuál es la exactitud de los agentes de los cuerpos de seguridad a la hora de transcribir los testimonios de las víctimas y testigos. 

Los testigos son fundamentales para la mayoría de casos penales, de hecho, hay muchos expertos que consideran que son los que proporcionan las evidencias con más peso en los juicios

En consecuencia, se le ha prestado mucha atención a lo largo de la historia de la psicología del testimonio, al desarrollo de técnicas que ayuden a obtener información confiable, relevante y detallada de los testigos durante sus entrevistas. 

Tradicionalmente, los testigos proporcionan sus relatos en dos momentos distintos del proceso de justicia penal: primero, cuando son entrevistados durante la investigación, y luego cuando prestan declaración durante el juicio.

La declaración escrita que se produce cuando el entrevistador asimila la información proporcionada por el testigo en ese primer momento, es un elemento clave para la investigación que debe ser una representación precisa de lo que el testigo informa. 

El sistema de justicia penal confía precisamente en la precisión de este documento para evitar decisiones judiciales mal informadas.

La producción de declaraciones escritas a menudo se lleva a cabo al mismo tiempo que se entrevista al testigo, sin embargo, esto depende de las circunstancias. Por ejemplo, el tipo de delito y su gravedad, la capacitación o las preferencias del agente, entre otras. 

Hasta la fecha, la investigación en psicología se ha centrado en mejorar la comprensión de cómo el proceso de la entrevista puede afectar a la memoria del testigo, y qué técnicas se pueden utilizar para mejorar la calidad y la cantidad de información obtenida. 

Actualmente, hay algunas pautas que se siguen, en general, para un desarrollo correcto de la entrevista. Por ejemplo, se intenta fomentar el recuerdo libre, las preguntas abiertas, y limitar las preguntas cerradas al final de la entrevista. Todo esto, mientras se toma nota a mano u ordenador, o se registra, por ejemplo, mediante grabación de audio o vídeo.

En la práctica, un método frecuente de registrar la interacción entre el testigo y el agente se basa en la propia memoria del entrevistador sobre lo que dijo el testigo, y, por lo general, no hay un registro real de las preguntas utilizadas por el entrevistador para obtener el relato, así como tampoco parece ser que haya un registro completamente fiel a lo que dice el entrevistado. 

Algunos expertos, de hecho, han argumentado que las declaraciones escritas son tratadas erróneamente por el sistema de justicia penal como un registro textual de la entrevista, cuando no lo son. 

En un experimento en 1994, se examinó el proceso de toma de declaración y se encontró que las declaraciones escritas por el entrevistador inmediatamente después de la entrevista, contenían sólo ⅔ de la información reportada por el testigo.

En 2011, otro estudio similar, reveló que el 68% de la información proporcionada por el testigo se omitió, y de éste porcentaje, el 40% era información relevante para el delito. 

Este tipo de errores de omisión pueden deberse a la carga cognitiva inherente a la multitud de tareas que constituyen el proceso de toma de declaración, como escuchar de forma activa, formular preguntas previa elección, asimilar la información reportada y, finalmente, tomar notas. 

Usando casos extraídos de distintas fuerzas de seguridad de Reino Unido, la investigación del artículo se centró en examinar la consistencia entre la información de las entrevistas y la declaración escrita resultante. Se pidió a los agentes que grabaran sus entrevistas en vídeo y se recopilaron un total de 15 para el estudio. 

Se formaron una serie de categorías a las que se iba a prestar atención: los detalles consistentes mencionados por el testigo e incluidos en la declaración, las omisiones, las distorsiones, las contradicciones y las intrusiones de información no mencionada. 

Dos sujetos realizarían dos declaraciones escritas de la entrevista, que se compararon más tarde con ella. 

Las 15 declaraciones finales contenían errores. Su contenido divergía del relato verbal original proporcionado por el testigo de varias formas.

El tipo de error más común fueron los errores de omisión, que oscilaron entre el 4,76% y el 51,81%. Después, aparecieron las distorsiones, entre el 1,85% y el 19,28%. Tres declaraciones contenían información contradictoria y sólo dos declaraciones no incluyeron ningún error. 

En esta muestra, por tanto, el producto probatorio (la declaración escrita) nunca fue una réplica exacta de lo que dijo realmente el testigo, salvo en los dos casos mencionados. De hecho, en algunos casos hubo discrepancias considerables entre el relato verbal y el registro escrito, lo cual es peor. 

Esto puede ser, como ya hemos mencionado previamente, por la demanda cognitiva que se asocia a la entrevista. Además, la investigación que examina la memoria para la conversación, ha encontrado que solemos funcionar quedándonos con lo esencial de un discurso, y no con cada palabra. 

Lo que los autores recomiendan para paliar estas carencias es, siempre que sea posible, aprovechar los medios tecnológicos para grabar la declaración, tanto en audio, como en audio y vídeo, y más cuando estamos ante un delito con una víctima especialmente sensible o de una gravedad importante. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Anti-Asian American Hate Crimes Spike During the Early Stages of the Covid-19 Pandemic”, de Han, S.; Riddell, J. R. y Piquero, A. R. (2022), en el que los autores realizan un estudio con informes de la policía de varias ciudades estadounidenses para saber cómo la pandemia de Covid-19 ha afectado a los crímenes de odio que se cometen contra personas de origen asiático en América del Norte. 

Los delitos de odio son una forma distinta y especial de violencia y agresión dirigida a un determinado grupo de personas por su religión, su raza, su género… 

Los académicos han propuesto muchas razones para explicar por qué ocurren. Por ejemplo, algunos argumentan que los eventos críticos de importancia local, nacional o global, podrían afectar a la frecuencia, gravedad y grupo demográfico objetivo de los delitos de odio. Tradicionalmente, se cree que los ataques terroristas, las recesiones económicas, entre otros acontecimientos, contribuyen al aumento de los delitos motivados por el odio. 

Normalmente se dan porque existen una serie de prejuicios hacia un colectivo, que es discriminado, obteniendo entonces una diferenciación de la sociedad en dos grupos: los internos y los externos. 

Los casos recientes de crímenes de odio en Estados Unidos han generado inquietudes sobre el riesgo de victimización de ciertos grupos, como los estadounidenses de origen asiático. 

En marzo de 2020 varios miembros de una familia asiático-estadounidense fueron apuñalados por un hombre porque creía que estaban infectando a las personas con coronavirus. En otro suceso, una mujer de 65 años fue golpeada mientras recibía insultos raciales, en marzo de 2021. 

El inicio de la pandemia de Covid-19 estuvo marcado por acusaciones hacia las personas asiáticas, incluso se llamó a la enfermedad “el virus chino”. 

Los expertos consideran que estas circunstancias favorecieron el aumento de los crímenes de odio y las agresiones a las personas de origen asiático. Además, en Estados Unidos se ha tenido la visión de los asiáticos como extraños permanentes en la sociedad desde hace varias décadas, lo cual podría amplificar las actitudes discriminatorias.

Según el Anti-Asian Hate Crime Report de 2021, los delitos de odio contra la población asiática en Estados Unidos aumentaron, en 2020, un 145% en las 16 ciudades más grandes del país, en comparación con 2019. Además, una encuesta sobre Covid-19 reveló que más del 30% de los encuestados habían visto a alguien culpando a la población asiática por la propagación de la enfermedad. 

En este estudio se examina si el reciente aumento de los delitos de odio contra este grupo poblacional en concreto estuvo relacionado con el inicio de la pandemia de Covid-19 y las medidas que se debieron tomar para paliar los efectos de la enfermedad (quedarse en casa, utilizar mascarillas, etcétera). 

Los datos de este estudio se obtuvieron de la información sobre delitos de odio de varios departamentos de policía de San Francisco, Seattle y Washington D.C., desde enero de 2019 hasta marzo de 2021. 

Se obtuvieron dos hallazgos notables. En primer lugar, tres de cada cuatro ciudades de la muestra experimentaron un aumento dramático en los delitos de odio contra los estadounidenses de origen asiático, mientras que, los delitos de odio en general, tendieron a disminuir. 

Un análisis empírico adicional también reveló que los delitos motivados por el odio contra los estadounidenses de origen asiático aumentaron después de marzo de 2020 cuando las etiquetas como “virus chino” se utilizaron en público por parte de funcionarios políticos. 

Además de la cultura discriminatoria predominante, se considera que las etiquetas que culpan a los estadounidenses de origen asiático por las medidas que se tomaron para frenar los efectos negativos de la Covid-19, contribuyeron a aumentar la violencia hacia ellos. 

También es importante tener en cuenta que el aumento de los delitos de odio contra este grupo de personas no se mantuvo a lo largo del tiempo, sino que fue disminuyendo tras el punto álgido de la pandemia. 

Lo cierto es que los delitos de odio suelen tener una larga historia, y es probable que los eventos significativos desencadenen etiquetas de culpa hacia un determinado grupo de personas. Para abordar los efectos adversos, los expertos en el área y las fuerzas de seguridad deben continuar estudiando los efectos de la pandemia en el bienestar de las personas. 

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