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Paula Atienza

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Different places, different problems: profiles of crime and disorder at residential parcels”, de O’Brien, D. T.; Ristea, A.; Hangen, F. y Tucker, R. (2022), en el que los autores realizan un estudio para conocer cómo varía el crimen en función del lugar de la ciudad en que nos encontremos. 

En los últimos años se ha observado un interés creciente por el estudio de las zonas problemáticas de las ciudades, ya que se considera que tienen concentraciones muy altas de crimen y desorden social. 

Los trabajos hasta la fecha han revelado que existen diferencias importantes en las diferentes zonas: cómo es la delincuencia, cómo es la desorganización que existe en ellas… pero no se ha profundizado en el tema. 

Con las investigaciones más recientes se ha visto que existen muchas variaciones de desorden y criminalidad en función del barrio; por ejemplo, hay algunos con desorden social, pero sin desorden físico, y así sucesivamente. Comprender esta diversidad sería algo muy importante de cada a preparar mejor las intervenciones para mitigar las consecuencias negativas del asunto. 

En el estudio actual, se estudian parcelas distintas zonas de Boston. El primer objetivo es saber si todas exhiben el crimen y el desorden de manera similar o si se diferencian en múltiples perfiles. Por otro lado, los autores pretenden conseguir, con la tipología que se obtenga, cómo coexisten, y hasta qué punto lo hacen, los diferentes tipos de crimen y desorden. 

Una idea que mencionan los autores es que, como norma general, se le suele prestar mucha más atención a los lugares con un alto índice de delincuencia, que irónicamente, representan una proporción muy pequeña en las comunidades. 

Esto es algo que la criminología especializada en el tema ya ha mencionado en los estudios más recientes. Explica que entre el 4 y el 6% de las calles problemáticas de una ciudad, representan más del 50% de los delitos que suceden en ésta, independientemente del tipo de la ciudad o su tamaño. 

También se ha demostrado que las concentraciones de delincuencia en una calle determinada tienden a persistir en el tiempo, y cuando aumenta o decrece la delincuencia en estas calles, suele ser un indicador de tendencias de delincuencia en toda la ciudad. 

Por otro lado, según la literatura previa, parece ser que las parcelas de propiedades que experimentan muchos robos, mantienen esta tendencia a lo largo del tiempo. 

Es interesante mencionar la teoría del patrón delictivo, que argumenta que las actividades y las personas asociadas con un lugar en particular, determinan la frecuencia y la manera en que los delincuentes, las víctimas y el contexto interactúan entre sí. Esto, a su vez, da forma a la probabilidad y naturaleza del crimen y el desorden del lugar. 

Así, la prevención del crimen situacional enfatiza la necesidad de apostar por pequeñas modificaciones en estos lugares que alteren su estructura de oportunidades. Por ejemplo, proporcionar mejores líneas de visión a los encargados de la seguridad de la zona, o designar el papel de “administrador del lugar”, a dueños de propiedades de la zona. 

El estudio actual analiza la distribución de varios tipos de delincuencia y desorden en una serie de parcelas residenciales de Boston, Massachusetts (EEUU). Para ello, se utilizaron registros del número telefónico de emergencias, 911. Un total de 81.673 parcelas fueron estudiadas. 

El análisis identificó varios perfiles de desorden y delincuencia en las zonas analizadas: cuatro de los más importantes fueron la denigración pública, la negligencia privada, los conflictos privados y los eventos relacionados con armas. También se identificó la existencia de los llamados “centros violentos” que concentran muchos tipos de problemas. Estos últimos estaban aislados, casi por completo, de otros barrios conflictivos. 

Los autores comentan, como dato interesante, que los perfiles de delincuencia y desorden de cada parcela tendieron a especializarse en un solo tipo de problema, con la excepción de los centros violentos que combinaban varios problemas (pero sólo supusieron el 0,2% del total). 

Esta tendencia se puede entender en términos de actividades rutinarias y teorías relacionadas. Cada lugar se caracteriza por las personas que lo frecuentan, su propensión a delinquir, los factores contextuales del lugar… Esto hace que la especialización sea más llamativa, ya que podría ser que algo sobre los individuos involucrados, o algo en sus dinámicas, los haga propensos a experimentar un problema o a vivir unas experiencias que los hagan más vulnerables a un tipo de delincuencia. 

Los hallazgos son importantes porque manifiestan la necesidad de tomar acciones que estén hechas a la medida de los barrios donde se van a aplicar, para que su efectividad sea la esperada, y las herramientas utilizadas estén especializadas y matizadas para perfeccionar las intervenciones. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Unlocking the potential of forensic traces: Analytical approaches to generate investigative leads”, de Varela-Morillas, A.; Suhling, K. y Frascione, N. (2022), en el que los autores realizan una revisión de literatura previa sobre métodos de investigación forense y criminalística, para explorar los nuevos horizontes que aparecen con la idea de mejorar la metodología y la técnica.

El objetivo del análisis forense es recopilar información de los rastros encontrados en la escena del crimen a través de un examen objetivo. Es un proceso que proporciona información de apoyo para la investigación criminal, e incluso en muchas ocasiones, información decisiva. 

Actualmente, hay muchas líneas de investigación que intentan acelerar (e incluso algunas lo están haciendo ya de forma efectiva) la forma en que se recopila y conecta la información que se obtiene del análisis de biomateriales. También es importante mencionar que la tecnología que se utiliza para ello, cada vez es más portátil, por lo que permite el análisis rápido, in situ, de las muestras. 

Sin embargo, investigaciones recientes en el campo del análisis forense han demostrado que esto sólo representa una fracción de toda la información que podría recopilarse, potencialmente, a partir de esos datos. 

Impulsados por esta necesidad, los expertos decidieron investigar qué más puede obtenerse de los rastros biológicos forenses y cómo conseguirlo, mirando más allá de los enfoques analíticos comunes, como el examen físico y microscópico.

En particular, los datos que pueden ayudar a reconstruir la cadena de eventos, dilucidar la dinámica de la escena del crimen y descubrir más sobre la naturaleza real del rastro y la identidad del donante, es decir, del individuo que dejó un rastro concreto. 

El propósito de la revisión que realizan los expertos y que se puede observar completa en el artículo original, es evaluar cómo la investigación ha abordado la adquisición de información de algunos de los tipos más comunes de rastros biológicos que se encuentran en las escenas del crimen: fluidos corporales, marcas de dedos, cabello… 

Los autores especifican que se presta especial atención a las técnicas analíticas que se puedan utilizar en escenarios en los que no se puede hacer un análisis tradicional, donde tanto el entorno como las muestras permiten la no destructividad. 

Mencionan varios tipos de muestras, pero vamos a centrarnos en los fluidos biológicos para explorar la idea principal del artículo.

En la etapa inicial de una investigación de la escena de un crimen, a veces se encuentran manchas de posibles fluidos corporales. Una técnica muy conocida para esta tarea es el uso de fuentes de luz alternativa para mejorar la visión de manchas latentes. 

Una vez que la mancha se encuentra, hay que determinar su naturaleza. La idea es discriminar entre una mancha de fluido corporal, como sangre, de una sustancia visualmente parecida, como vino; lo cual es información muy valiosa en escenarios de presuntos delitos violentos

Además, hay casos donde se requiere una mayor discriminación, como determinar si una mancha de sangre es periférica o menstrual, que también puede tener un papel muy relevante en casos de presuntas agresiones sexuales. 

La mayoría de los métodos estándar emplean reactivos que, cuando se exponen a un fluido corporal, producen una salida de señal característica, por ejemplo, un cambio de color, que indica el tipo de fluido corporal presente. Aunque son útiles, pueden dar falsos positivos.  Además, puede darse el caso de que se disponga de una cantidad limitada de colorante.

Debido a las limitaciones que muestran las técnicas actuales, se han dedicado esfuerzos al desarrollo de métodos más robustos para identificar este tipo de fluidos. 

Un estudio demostró la posibilidad de extraer ARN de muestras que se habían almacenado durante largos períodos de tiempo. Esta información podría ser de gran valor en la investigación criminal, especialmente en casos de presunta agresión sexual, donde aún no está clara la verdadera naturaleza del delito. 

Las prácticas habituales en el examen de huellas biológicas, mechones de cabello, huellas dactilares levantadas…, durante las últimas décadas, implicaban principalmente el examen visual de la huella para identificar características físicas únicas o reacciones químicas que indicaban una determinada composición. Estos métodos han demostrado no ser todo lo fiables que se desearía, ya que a veces pueden caer en la subjetividad y en la inespecificidad, ya que pueden cruzarse con otras sustancias. 

Un campo que ha demostrado ser valioso para solventar este tipo de problemas, es la genética forense. A través del estudio del ADN, ha sido posible recopilar muchos datos a partir de huellas biológicas diminutas. 

Los autores proponen, a lo largo del artículo original, algunos métodos novedosos que ya se han explorado con anterioridad y reflexionan sobre la necesidad de más investigación en el campo forense, para diseñar métodos que se ajusten a los cambios que se viven en el crimen según avanza la sociedad. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Youth Serial Killers: Psychological and Criminological Profiles”, de García-Baamonde, M. E.; Blázquez-Alonso, M.; Moreno-Manso, J. M.; Guerrero-Barona, E. y Guerrero-Molina, M. (2022), en el que los autores realizan una revisión de literatura anterior sobre jóvenes que han cometido asesinatos en serie para obtener algunos datos de interés para sus perfiles criminales. 

El fenómeno de los asesinatos en serie ocupa un lugar único en el campo de la criminología, pero también del sistema de justicia penal, especialmente cuando los autores de estos y otros tipos de delitos violentos, son menores de edad.

Además, existe una gran falta de comprensión del fenómeno de los asesinatos en serie. El tema está rodeado de un gran sensacionalismo mediático que surge siempre en torno a la pregunta de si los asesinos en serie nacen o se hacen. 

Por otro lado, son muchos los medios de comunicación que catalogan a quienes cometen estos delitos como “monstruos” o “demonios”, siendo esto una parte más del circo mediático que rodea estos casos tanto a nivel judicial como social. Esto contribuye y alimenta la mentalidad colectiva influenciada por los medios que no escatima en dar detalles sobre los crímenes y que, en ocasiones, incluso puede llegar a convertir a los victimarios en celebridades.

Para lograr un mejor conocimiento del fenómeno de los asesinatos en serie, su extensión y su gravedad, y centrándose en aquellos cometidos por jóvenes, los autores realizaron una revisión de literatura escrita en los últimos años sobre ello. 

Los autores consideran que la problemática jurídica y social no se da sólo en los casos en los que jóvenes menores de edad cometen asesinatos en serie, sino desde que cometen delitos violentos. 

A pesar de la terminología usada con frecuencia por los medios de comunicación, los jóvenes delincuentes no son monstruos ni bestias, y muchas veces no tienen antecedentes. 

A veces estos primeros delitos tienen lugar porque no pudieron negarse a la presión de grupo. Normalmente, suele haber una explicación. 

Algo que llama la atención a los autores, y les preocupa especialmente, es que desde mediados de los 80 y en torno a principios de los 90, se registró un crecimiento sin precedentes de los homicidios perpetrados por jóvenes. Los datos sugieren que los jóvenes participan, actualmente, en más crímenes que generaciones anteriores

Lo más común es que estos jóvenes pertenezcan a bandas callejeras, un fenómeno delictivo muy particular, ya que tienen unas variables específicas al resto de la delincuencia juvenil. 

Por estos datos, el perfil psicosocial y criminológico de los jóvenes que cometen homicidios no es equiparable al del delincuente común. 

También hay que mencionar que los casos de asesinos en serie donde los victimarios son niños o jóvenes, son, por supuesto, mucho menos frecuentes que los casos de adultos.

Algunos de estos jóvenes provienen de familias desestructuradas donde no pudieron adquirir una personalidad estable. Así, buscan continuamente satisfacer sus deseos a través de fantasías de dominación y control. 

Del mismo modo, algunos pueden haber sufrido abusos físicos, sexuales y emocionales y, a menudo, de forma simultánea. 

La investigación sobre el impacto del maltrato infantil en la conducta violenta ha demostrado que, el maltrato y la exposición a la violencia, en cualquiera de sus formas, es un factor predictivo importante para la conducta delictiva. 

Por otro lado, aparece la psicopatía, que todos conocemos, y que genera serios problemas en la dimensión afectiva, interpersonal y conductual de los humanos, tanto que los psicópatas pueden victimizar a otros sin que su conciencia se vea afectada. 

Muchos rasgos de la psicopatía comienzan a surgir en la infancia y se pueden identificar con más o menos facilidad, así como en la adolescencia y la juventud. Por eso se debe prestar atención a los menores que experimentan factores de riesgo como problemas de salud mental, problemas en su crianza, antecedentes de abuso de sustancias, impulsividad muy intensa, inestabilidad emocional, ausencia total de culpa, etcétera. 

Este artículo tiene algunas limitaciones. Por ejemplo, hay una baja prevalencia de asesinos en serie juveniles, lo cual dificulta el estudio de estos casos en concreto, por lo que el análisis debe tomarse con cautela. 

Sin embargo, a pesar de las limitaciones, el artículo original subraya la importancia de algunos factores psicosociales para una mejor comprensión del proceso por el cual menores de edad terminan cometiendo delitos tan graves como asesinatos en serie. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Necrosadism: exploring the sexual component of post-mortem mutilation of homicide victims” de Pettigrew, M. (2022), en el que el autor examina un caso real de varios asesinatos, valorando si existe necrosadismo y por qué.

El necrosadismo es un tema poco investigado dentro de los comportamientos relacionados con la necrofilia y, como resultado, no sólo no se comprende, sino que se define mal, según comenta el autor. 

Normalmente, se entiende como “contacto sexual con un muerto”, y se define a los necrosadistas como “personas que cometen asesinatos para tener sexo con el cadáver de la víctima”. 

Es en 2009 cuando Aggrawal define de forma más correcta lo que sería el necrosadismo: “el trastorno parafílico sexual que implica ataques deliberados a los cadáveres, sometiéndolos a humillaciones considerables y mutilaciones sin sentido”. 

Se ha discutido en algunos casos que, el término “necrosadismo” es algo contradictorio, ya que la esencia del sadismo es la dominación, la degradación. Es la gratificación derivada de infligir dolor a través del sufrimiento psicológico o físico. Por tanto, si el destinatario de tal comportamiento es un cadáver, no es un ser vivo, es incapaz de sentir y, por tanto, lo que se le hace son simplemente actos de destrucción gratuita, innecesaria y cruel. Esto se refleja en algunos sistemas jurídicos que no reconocen los actos necrófilos como de naturaleza sexual. 

Sin embargo, existe un debate importante en torno al término, y aunque a ojos del autor resulta algo contradictorio, el término “necrosadismo” persiste en su utilización. 

Los comportamientos posteriores al homicidio son áreas importantes de análisis en dos sentidos: la psicología del delincuente y la aplicación de la ley. 

Con respecto a la psicología del delincuente, podemos decir que, si bien el modus operandi de un delincuente puede cambiar, su firma permanece relativamente sin cambios. Esta firma es lo que se relaciona con la psicodinámica del delincuente. Este término se refiere a los procesos mentales y emocionales que subyacen en el comportamiento humano. La víctima es tratada como un accesorio que se utilizará para cumplir las fantasías sexuales violentas del delincuente, y esto dejará su huella en las escenas del crimen. 

Por ejemplo, cuando un delincuente pone a la víctima en una postura concreta, le inserta ciertos objetos, mutila su cadáver…, puede estar representando fantasías sexuales. 

Todo esto es algo que ha ido adquiriendo interés para los expertos del comportamiento criminal, sin embargo, parece ser que no se le ha prestado mucha atención cuando el comportamiento sádico, parafílico y necrofílico se da de hombres contra hombres.

Por este motivo, el autor decide explorar un caso práctico real a través de entrevistas policiales, informes sobre la escena del crimen, la autopsia, fotografías de la escena del crimen, declaraciones de los testigos, etcétera. 

El delincuente era un hombre blanco soltero de 49 años, que cometió cuatro asesinatos. Disfrutaba de relaciones sexuales con hombres, dentro de las cuales llevaba a cabo prácticas sadomasoquistas (BDSM), la esclavitud, la disciplina, el sadismo en general…, y él siempre era la parte dominante de la pareja. Su excitación sexual y la humillación de sus parejas sexuales parecían indisolubles. 

Su primera víctima fue abordado de noche, se produjo un intercambio verbal y el delincuente se abalanzó sobre él, apuñalándolo de forma frenética, recibiendo la víctima un total de 27 cuchilladas.  

En un ataque tan frenético, es concebible que el delincuente haya apuñalado a la víctima post-mortem sin saber que ya había muerto, por lo que era necesario esclarecer este punto. El delincuente confirmó que sí sabía que la víctima estaba muerta en el momento en que le bajó los pantalones y le apuñaló las nalgas. Admitió también un deseo necrosádico de infligir heridas punzantes al cuerpo inerte de la víctima, ya que fue a buscarlo al día siguiente para continuar apuñalándolo. 

A otra víctima también la apuñaló, post-mortem, de forma intencionada. Otra víctima diferente fue encontrada en una zona donde se daban encuentros de cruising entre hombres, con su pene expuesto y apuñalado. 

Si bien el modus operandi del delincuente variaba, la forma de matar se mantenía constante. Había heridas que se infligían después de la muerte, y el delincuente admitió saber que las víctimas habían muerto cuando las realizó. Además, el delincuente comentaba haber vuelto a la escena del crimen al día siguiente y buscar el cuerpo para continuar agrediéndolo. 

El delincuente se excitó sexualmente al infligir las heridas, tal y como señalaron los psiquiatras forenses. 

Es el factor tiempo el que confirma el impulso necrosádico. Un delincuente puede apuñalar o mutilar a la víctima durante el homicidio y algunas de estas heridas pueden infligirse post-mortem, pero esto no es necesariamente indicativo de necrosadismo. El comportamiento necrosádico, en este caso, se confirma por el lapso de tiempo entre la muerte y la realización de las heridas post-mortem, además de que el delincuente quería regresar con sus víctimas a las horas de haber cometido el asesinato para infligirles más heridas. 

Es la certeza de que la víctima estaba muerta lo que proporciona evidencia para decir que existía un componente necrosádico. Como tal, y teniendo en cuenta que el autor apuñaló a sus víctimas en el pene y las nalgas, es lógico para el autor señalar que existe una relación entre el necrosadismo y las parafilias, dejando una puerta abierta a la investigación futura. 

El autor recomienda a los investigadores centrarse en la gratificación producida por estos comportamientos, estudiar la historia sexual del delincuente, su percepción de sí mismo, entre otros aspectos más detallados en el artículo original.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Cyber terrorism and public support for retaliation – a multi-country survey experiment”, de Shandler, R.; Gross, M. L.; Backhaus, S. y Canetti, D. (2021), en el que los autores realizan un estudio en diferentes países para saber cómo cambia la opinión política de las personas cuando se les informa de ataques ciberterroristas en comparación con el terrorismo convencional. 

Aquellos que se dedican a la ciberseguridad han advertido durante mucho tiempo sobre la creciente amenaza que representa el ciberterrorismo

En los últimos años, tras una serie de informes sobre ciberataques de última generación que causan destrucción palpable en el mundo, parece ser que por fin nos lo estamos tomando en serio. 

De hecho, los expertos en terrorismo ya utilizan el término “kinetic cyber”, que sería la capacidad de usar ciberataques para conseguir efectos cinéticos. 

Hay quienes cuestionan la importancia del ciberterrorismo, alegando que se hiperbolizan sus efectos; sin embargo, cada vez hay más pruebas de que las organizaciones terroristas utilizan herramientas informáticas para lanzar ataques que con el tiempo se van sofisticando. Esto provoca que el público sienta cada vez más inseguridad por la capacidad destructiva del ciberterrorismo. 

Además, plantea nuevas preguntas significativas para las ciencias políticas, que probablemente se vuelvan cada vez más relevantes. Por ejemplo: ¿cómo afecta a las preferencias políticas de la población la exposición a los ciberataques? ¿Mediante qué mecanismo la exposición a los ciberataques produce cambios en estas preferencias? ¿Y en qué difiere esto de los cambios derivados del terrorismo convencional? 

Una idea es que el ciberterrorismo pueda provocar una respuesta política más débil, debido a la falta de historial de consecuencias fatales que tiene. Esto es parte de lo que este estudio aborda, pero antes, ahondemos un poco más en estas cuestiones. 

Durante décadas de investigación se ha intentado identificar minuciosamente cómo la exposición a la violencia política en general, y al terrorismo en particular, determina las preferencias y comportamientos políticos de la población. 

La exposición al terrorismo convencional socava la sensación de seguridad y aumenta los sentimientos de vulnerabilidad de las personas, fomenta una visión amenazante del mundo y aumenta el apoyo a las políticas duras, además de conducir a un aumento de las demandas de los gobiernos para que emprendan fuertes acciones contra los grupos terroristas. 

Todos estos comportamientos se reflejan en la tendencia a desarrollar sentimientos externos negativos y conductas políticas inclinadas a la derecha. 

Una diferencia entre el ciberterrorismo y el terrorismo convencional, es que el primero no ha amenazado hasta ahora la seguridad física de los civiles, y la letalidad percibida es fundamental para comprender el impacto del ataque terrorista.

Por otro lado, un estudio reciente menciona que, en una encuesta de 2019, los participantes que manifestaron ira tras el ataque terrorista eran los más partidarios de tomar represalias activas contra los terroristas, como, por ejemplo, ataques con drones. 

Para analizar estas cuestiones se realizó una gran encuesta, con más de 1.800 participantes de Estados Unidos, Reino Unido e Israel. Se les hizo ver una serie de vídeos, pertenecientes a diferentes categorías: ciberterrorismo con consecuencias mortales, terrorismo convencional con consecuencias mortales, ciberterrorismo no mortal y terrorismo convencional no mortal. 

Parece ser que los civiles responden políticamente al ciberterrorismo con la misma intensidad que al terrorismo convencional sólo cuando éste tiene consecuencias mortales. La distinción entre ataques fatales y no fatales sería lo que definiría el impacto político en la población. 

Por otro lado, los ciberataques y el terrorismo convencional operarían a través de un mecanismo psicológico similar, donde la ira sería un elemento mediador. 

Si bien algunas investigaciones empíricas han comenzado ya a examinar cómo se forman las preferencias políticas cuando se desconoce quién comete los ciberataques, los autores animan a que se realicen investigaciones adicionales centradas en este tema.

Además, la investigación reciente indica que los discursos públicos de los líderes pueden tener un efecto significativo en los niveles públicos de ira, por lo que también recomiendan ahondar en ello. 

Una última revelación de los datos fueron los efectos específicos de cada país. Los encuestados estadounidenses mostraron una variación muy pequeña en la intensidad de la ira y las actitudes de represalia entre uno y otro tipo de terrorismo, mientras que en Reino Unido e Israel los sentimientos están algo más polarizados.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Testing an Evaluation Tool to Facilitate Police Officers’ Peer Review of Child Interview”, de Danby, M. C.; Sharman, S. J. y Guadagno, B. (2022), en el que las autoras proponen un nuevo enfoque para facilitar la buena praxis en los interrogatorios a niños que presuntamente han sido víctimas de abusos sexuales. 

Cuando aparece un caso de abuso infantil, uno de los primeros pasos que toma la policía es realizar una entrevista con el niño

Dado que las evidencias físicas a menudo no existen en los casos de abuso infantil (porque, por ejemplo, es algo que sucedió hace tiempo), la capacidad de los entrevistadores de la policía para obtener información detallada y precisa del menor puede ser vital para los resultados de la investigación. 

Durante las últimas décadas, muchos estudios se han centrado en examinar las técnicas de entrevista para obtener los informes de los niños, y, como resultado, hoy en día existen una buena cantidad de pautas basadas en la evidencia para mejorar las entrevistas y facilitar que los niños proporcionen información completa, precisa y sin influenciar. 

Existe un cierto consenso sobre los elementos clave que constituyen las buenas prácticas de las entrevistas, las cuales, generalmente, se estructuran en fases separadas. 

Tenemos, en primer lugar, la fase de apertura, donde los entrevistadores se presentan al niño y construyen una relación con él, le explican la necesidad de decir la verdad y le comentan cómo funcionará la entrevista. 

Después, se avanza hasta la fase de transición, donde se va cambiando la conversación a temas sustantivos. Esto debe ocurrir de forma no dirigida y los entrevistadores deben evitar introducir detalles sobre el presunto abuso. 

Una vez que se establece el tema de preocupación, los entrevistadores comienzan con la fase sustantiva, en la que se explora a fondo el presunto abuso, usándose preguntas abiertas para que el niño narre libremente lo ocurrido. 

A pesar del acuerdo de los expertos sobre los elementos centrales de las buenas prácticas de las entrevistas, los entrevistadores tienen dificultades para adherirse a ellas a la hora de la verdad. A veces hacen preguntas polémicas o dirigidas para sacar el tema de abuso en la conversación, hacen preguntas inductivas en lugar de abiertas, fallan en aislar y etiquetar lo suficiente los incidentes de presuntos abusos… 

Por ello, se recomiendan cursos y formación específica para aquellos que deben enfrentarse en su vida laboral a este tipo de situaciones, para que se manejen y adecúen lo mejor posible a las buenas prácticas recomendadas.

Una estrategia que ayuda a mejorar y mantener el uso de preguntas abiertas por parte de los entrevistadores después de las capacitaciones, es brindarles retroalimentación continua por parte de expertos. Sin embargo, es una tarea intensa que requiere mucho tiempo.

Una alternativa más factible es la retroalimentación de los pares, que estará más disponible para los entrevistadores con más frecuencia que la retroalimentación de expertos y superiores, y no supone un gran desafío para la carga de trabajo, ya que un segundo entrevistador suele estar presente durante este tipo de entrevistas. El problema, es que los pares a menudo no tienen tanto conocimiento como los expertos. 

En el estudio actual, el objetivo fue probar la precisión de los entrevistadores forenses al evaluar las transcripciones simuladas de una entrevista infantil. Para ello, realizaron dos estudios. El primero, con 56 policías de una jurisdicción; el segundo, con 37 policías de otra jurisdicción diferente. 

Todos completaron un programa de capacitación, de 10 días de duración, en entrevistas forenses infantiles de forma reciente. 

A los participantes se les proporcionó una transcripción de una entrevista forense infantil, y se les pidió que clasificaran cada pregunta planteada en la fase sustantiva (pregunta abierta, facilitadora, principal, con profundidad…). También se les proporcionaron una serie de pautas de buenas prácticas que ellos debían comparar con la transcripción. 

En el caso del primer experimento, los participantes fueron menos precisos al evaluar las transcripciones que mostraban una adherencia mixta a las buenas prácticas. Algunos estudios previos mencionan cómo las transcripciones mixtas son especialmente difíciles de evaluar. En la revisión de la fase de transición también hubo menor precisión de la esperada.

Los participantes del segundo estudio también fueron menos precisos al revisar las fases inicial y sustantiva, mostrando una adhesión mixta a las mejores prácticas. 

Una razón por la que los participantes pueden haber obtenido los resultados, según proponen los autores, es la naturaleza rígida de la lista de verificación que se utiliza en muchas ocasiones como herramienta de evaluación. Esta lista obligó a los participantes a seleccionar respuestas dicotómicas, y es posible que, en la realidad, no sea tan sencillo como elegir entre blanco o negro. 

Los autores proponen, por tanto, que la investigación debe centrarse en desarrollar y probar herramientas que sean más flexibles que una lista de verificación dicotómica. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Modus of Killer Profiling in Nordic Crime Series” de Bjelajac, Z. y Filipovic, A. (2022), en el que los autores hacen una revisión de lo que sabemos acerca de la perfilación criminal y de cómo ésta se representa en las series de crímenes nórdicas, haciéndolas especialmente realistas.

La perfilación criminal puede parecernos un campo de estudio reciente, pero lo cierto es que tiene una vida muy larga, aunque en su origen no fuese exactamente como la conocemos hoy en día.

Las personas encargadas de realizar investigaciones criminales a lo largo de la historia, siempre han tratado con indicadores de características mentales y físicas. 

Se estudiaba a los delincuentes de forma individual, como pacientes médicos; se registraban sus características físicas, su sensibilidad e inteligencia, sus hábitos, su lenguaje…

En el marco de la antropología, Cesare Lombroso fue un científico muy importante, que ya a finales del siglo XIX realizó una tipología de delincuentes. 

Según él, existían los criminales natos, que tenían anomalías físicas, fisiológicas y psicológicas que los hacían más proclives a cometer delitos. Tenían los instintos más salvajes y primitivos y eran insensibles, nacidos para el crimen. 

También propuso la existencia de los criminales con enfermedades mentales, los delincuentes por costumbre (con disposición para la delincuencia, moralmente desequilibrados), los criminales pasionales (personas hipersensibles con temperamento sanguíneo, muy nerviosos) y los criminales aleatorios (cometen crímenes bajo la influencia de estímulos externos). 

Las teorías de Lombroso gozaron de gran popularidad en su época. Sus investigaciones impulsaron el desarrollo de la criminología y la psicología forense, y llamaron la atención de la ciencia. 

Hoy en día, se sabe que, en concreto, Lombroso iba bastante desencaminado con esta clasificación de delincuentes; sin embargo, no se puede negar que gracias a él se hicieron importantes avances. 

Hoy en día, los expertos tratan de establecer una serie de patrones para detectar asesinos, siguiendo señales de alerta tempranas. Por ejemplo: crecer en familias disfuncionales o  tener una infancia difícil. Incluso un coeficiente intelectual alto, pues se ha observado en una cantidad importante de asesinos seriales. Este último es un punto que aparece reflejado en las series de crímenes nórdicas

¿Por qué mencionan los autores estas series? Pues bien, porque se trata de series con una atmósfera muy original, que ha relegado a un segundo plano las series policíacas americanas. A diferencia de éstas, que incluyen historias estereotípicas, en las series policíacas escandinavas se siguen investigaciones dramáticas, intrigantes, se tratan temas sociales y emocionales de crímenes brutales, así como la política de impacto y los medios de comunicación. Sobre todo, enfatizan la importancia de la psicología forense y la perfilación criminal. 

Pero, retomando la idea de que los asesinos en serie podrían compartir una serie de rasgos, ¿cuáles serían? 

Algunos tienen un historial de incendios provocados, enuresis nocturna preadolescente y tortura de animales pequeños. Estos rasgos se conocen como la Tríada de McDonald y tienen cierta controversia, puesto que muchos expertos los consideran rasgos de abuso; al mismo tiempo, se dice que el abuso en sí mismo también es un indicador de riesgo. 

Otras características son la manipulación emocional, las fantasías y delirios de grandeza, la asocialidad, el control deficiente de los impulsos, entre otros. 

Debemos mencionar que, si bien son las series escandinavas las que, en su gran mayoría, representan la perfilación criminal y la psicología forense con mayor detalle, lo cierto es que la perfilación criminal se desarrolló principalmente en el corazón del FBI. La serie “Mindhunter” lo representa muy bien: John E. Douglas y Robert Resler fueron los que, trabajando como agentes para el FBI, introdujeron un enfoque revolucionario para resolver crímenes, creando una base de datos basada en el perfil psicológico de los delincuentes a través de entrevistas directas con ellos. 

Entonces ¿cómo representan las series nórdicas la psicología forense y la perfilación criminal? 

Primero, hay que resaltar que se muestran de forma natural los problemas personales de los protagonistas e investigadores, convirtiéndolos en personas, no en héroes. 

En estas series, observamos cómo se conecta la escena del crimen con los perpetradores y se desarrolla la información de forma detallada.

Por ejemplo, en la serie “The Killing”, ambientada en Copenhague, hay muchos giros en la trama, predomina un ambiente oscuro, y se da una importancia similar a la historia de la familia de la víctima y a las implicaciones políticas de la investigación. Esta serie enfatiza que muchos acosadores no lo parecen, y, en apariencia, son buenas personas. 

Por otro lado, está “Modus”, que es una historia sobre el odio y la intolerancia a las personas homosexuales y explora temas como la prostitución homosexual, la adopción de niños de parejas homosexuales, o la discriminación de estas personas en general. 

“Darkness: Those who kill” cuenta la historia de la investigación de la desaparición de una niña, donde el culpable tiene una personalidad antisocial, con antecedentes de agresión, violación y encarcelamiento, con problemas de ira consecuencia de sus traumas infantiles. 

En resumen, lo que estas series nos transmiten es que la perfilación criminal tiene una base científica sólida, pero la intuición, la imaginación y la experiencia también son muy importantes. Un investigador criminal experimentado piensa en el autor del crimen y, cuando reúne todos los datos sobre él, los considera al detalle; después, va formando una imagen de esa persona y realiza una serie de predicciones razonables sobre cómo reaccionará en el futuro. Este enfoque es el que le ha proporcionado a estas series la popularidad que tienen hoy en día.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Impact of the Covid-19 lockdown on sexual assault cases in Eastern Denmark – a retrospective clinical forensic study”, de Bidstrup, J. E.; Busch, J. R.; Munkholm, J. y Banner, J. (2021), en el que los autores realizan una investigación sobre las exploraciones forenses por agresión sexual durante el confinamiento de 2020, para compararlas con las de 2019. 

Las agresiones sexuales siguen siendo un gran problema de salud pública en todo el mundo. En el contexto danés, que es el utilizado en el artículo, se estima que el número anual de agresiones sexuales ronda los 5.400 casos, siendo denunciados sólo ⅙ de ellos. Además, más del 90% de las víctimas son mujeres. 

Se sospecha que las pocas denuncias se deben a múltiples razones: el sentimiento de culpabilidad de la víctima, por vergüenza, por amnesia, o también por la relación preexistente entre víctima y victimario. 

En estudios previos se ha visto que existe una relación importante entre las agresiones sexuales y el consumo de alcohol, se cree que porque gran parte de estos sucesos se dan en contextos de ocio nocturno. 

Una de las ideas de los autores, es que esto podría haber cambiado durante 2020 por el confinamiento mundial debido a la Covid-19, ya que los restaurantes, bares y discotecas se vieron obligados a cerrar. El informe anual publicado por el Centro de Agresiones Sexuales de Copenhague mostró que ocurrieron más agresiones sexuales en casas particulares en 2020 que en 2019, apoyando esta idea. 

El objetivo principal del estudio es saber si durante 2020 cambió el número de exámenes forenses realizados a personas que denunciaron este tipo de delitos. También investigaron los cambios criminológicos que sospechaban se podían haber producido por las nuevas características de la vida durante el confinamiento. 

Antes de nada, nos explican algunas definiciones importantes según el Código Penal danés. Por ejemplo, las agresiones sexuales son actividades sexuales no deseadas o forzadas de cualquier tipo, con o sin contacto físico. Una violación, sería un coito sin consentimiento. 

Una agresión sexual facilitada por las drogas se definiría como una agresión sexual donde el consentimiento de la víctima es ausente o no es válido debido a la influencia del alcohol o las drogas. 

El estudio utilizó la base de datos del Departamento de Medicina Forense de la Universidad de Copenhague. Incluyó a todos los denunciantes adolescentes y adultos mayores de 15 años, examinados desde el 1 de abril al 30 de junio, tanto en 2019 como en 2020. Resultó un total de 130 casos, 125 víctimas fueron mujeres y 5 fueron hombres. 

Además, las víctimas presentaban casos de todo tipo de agresiones sexuales. Se tuvo en cuenta la posible intoxicación por drogas o alcohol a la hora de realizar el examen forense y el grado de amnesia si es que lo había.

También se registró la relación del agresor con la víctima: si eran pareja, si tenían una relación cercana, si eran conocidos, si era un extraño, u otro (por ejemplo, un profesor, un jefe, etcétera). 

También se tuvo en cuenta la ubicación del delito. Por ejemplo, la propia casa de la víctima o el agresor, la casa de un amigo, un espacio abierto, un restaurante o bar, entre otros. 

Aunque la cantidad total de exámenes de víctimas de agresión sexual no cambió de 2019 a 2020, se encontró que la cantidad de exámenes por mes fue aproximadamente estable en 2019, pero aumentó a lo largo de 2020, lo que puede ser por la reapertura gradual de la sociedad a lo largo de mayo y junio. 

No se encontraron diferencias significativas entre 2019 y 2020 con respecto al día de la semana y la hora de la agresión, lo que enfatiza que el riesgo de agresión sexual no varía demasiado y es independiente al acceso a la vida nocturna. 

Según la literatura anterior, la mayoría de víctimas de agresión sexual son jóvenes adultos de entre 15 y 25 años, lo cual es consistente con el estudio actual. 

La relación de agresor-víctima más común tanto en 2019 como 2020 fue la de “conocidos”. Se registraron menos agresiones sexuales por parte de un extraño en 2020 en comparación con 2019, presumiblemente debido al confinamiento. 

Se registraron más casos de agresión sexual por parte de la pareja en 2020 que en 2019, lo cual confirma la tendencia que se puede ver también en datos sobre violencia de género en la pareja, que aumentó durante el confinamiento. Es posible que ambas ideas estén relacionadas de forma positiva. 

La mayoría de las agresiones ocurrieron en casa del agresor durante 2020, lo cual contrasta con la creencia común de que la mayoría de agresiones se dan en espacios abiertos o discotecas por parte de un extraño. 

Además, el alcohol fue un factor frecuente en los casos tanto de 2020 como de 2019, lo que refleja que la ingesta de éste es muy común y siguió siéndolo durante el confinamiento. 

En conclusión, el estudio indica que el cierre de la sociedad no cambió el número total de exámenes clínicos forenses de víctimas de agresión sexual en Dinamarca, si bien sí hubo una modificación de las características criminológicas de estos delitos y un aumento significativo de las agresiones sexuales por parte de la pareja. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Sex offending among adolescents and young men with history of psychiatric inpatient care in adolescence” de Kaltiala, R., Holttinen, T. y Ellonen, N. (2022), en el que los autores realizan un estudio de seguimiento de 30 años de duración en casos de hombres y jóvenes adultos que estuvieron en centros psiquiátricos, para saber si, al ser dados de alta, cometieron algún tipo de delito, poniendo el foco en los delitos sexuales. 

Durante la adolescencia existen discrepancias entre la maduración física, la maduración cognitiva y la maduración emocional, y esto es algo que puede aumentar el riesgo de los jóvenes para formar parte, por ejemplo, de encuentros sexuales que no son seguros. En casos más extremos, incluso pueden aparecer encuentros sexuales no consensuados.

Todo esto puede estar relacionado con trastornos mentales de internalización y también de externalización. De hecho, formar parte de una actividad sexual no consentida, según mencionan los autores, sería un factor de riesgo importante para los trastornos mentales. Ser el victimario en este tipo de actos, puede guardar relación también con problemas de desarrollo.

Además de los factores de riesgo que existen para la delincuencia en general, los delincuentes sexuales jóvenes a menudo presentan un historial de sujeción al abuso sexual, intereses sexuales atípicos, aislamiento social y algún tipo de psicopatología.

Algunas condiciones psiquiátricas y de desarrollo se han asociado en jóvenes y adultos con una mayor probabilidad de cometer delitos sexuales. Por ejemplo, trastornos graves de conducta, desarrollo de una personalidad antisocial, e incluso en algunos casos (aunque no mayoritarios), trastornos del espectro autista y retraso mental. 

Hasta dos tercios de los delincuentes sexuales jóvenes cumplen los criterios diagnósticos de algunos trastornos mentales. 

Muchos trastornos mentales graves están relacionados con la sexualidad y deben ser tenidos en cuenta, ya que pueden distorsionar el desarrollo normativo hacia una sexualidad consensuada y satisfactoria, como la anhedonia, el déficit de control de impulsos, la ansiedad social o problemas de percepción y comunicación. Esto puede ser particularmente dañino en la adolescencia, cuando los jóvenes están experimentando un desarrollo decisivo en muchas y variadas áreas de su vida. 

Los autores tienen diferentes objetivos en este trabajo. Por ejemplo, conocer con qué frecuencia los jóvenes varones ingresados en atención psiquiátrica adquieren antecedentes penales por delitos sexuales en los primeros 10 años desde su alta médica, en el caso de que los adquieran. Conocer cuál de los diagnósticos conlleva el mayor riesgo de delitos sexuales posteriores también es uno de sus objetivos. 

Por otro lado, como el estudio implica un seguimiento de los casos durante 30 años, se preguntan también cuáles son las diferencias entre los jóvenes ingresados en la década de 1980, 1990 y los 2000. 

Para ello, obtuvieron una muestra de 6.749 adolescentes de entre 13 y 17 años que fueron admitidos, entre 1980 y 2010 para realizar su primer tratamiento psiquiátrico.

Los antecedentes penales posteriores se obtuvieron de registros públicos de Finlandia, el contexto del estudio. Contenían datos sobre las sentencias impuestas, las sentencias perdonadas y los cargos rechazados por los tribunales de primera instancia. 

De todos los pacientes, sólo 103 habían cometido delitos sexuales durante el seguimiento, lo cual es un número muy bajo (1,5%). Por tanto, la condena penal por delitos sexuales cometidos por adolescentes durante los 10 años posteriores a su alta de un centro psiquiátrico, es muy poco común.

La adquisición de antecedentes penales por delitos sexuales fue igualmente común entre aquellos que ingresaron en psiquiatría en la adolescencia temprana (13-14 años) y aquellos que lo hicieron en adolescencia más avanzada (15-17 años).

Los antecedentes penales por delitos sexuales fueron más comunes entre aquellos con diagnósticos primarios de consumo de sustancias, trastorno de la personalidad o de la conducta. Fue menos común entre aquellos jóvenes con trastornos del estado de ánimo. 

Además, tener antecedentes penales por violencia no sexual antes de la admisión en el centro psiquiátrico, se asoció con un mayor riesgo de cometer esos mismos delitos después de la admisión. 

Los pacientes ingresados por primera vez con diagnósticos relacionados con la esquizofrenia, tenían un riesgo bajo de cometer posteriormente delitos, tanto sexuales como no sexuales, aplicándose también a delitos no violentos. 

Sin embargo, pese a todo lo anteriormente nombrado, es importante mencionar que los delitos sexuales posteriores a la estancia en el centro psiquiátrico, fueron más comunes entre los jóvenes admitidos en los centros en la última década. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Female Forensic Patients May Be an atypical sub-type of Females Presenting Aggressive and Antisocial Behavior” de Hodgins, S. (2022), en el que la autora recopila información perteneciente a literatura previa sobre las mujeres que se encuentran en tratamiento psiquiátrico forense y centra su atención en los rasgos antisociales y agresivos.

En la mayoría de países, hay menos mujeres tratadas en los servicios psiquiátricos forenses que hombres, y menos son encarceladas en prisiones. 

Algunas personas señalan que esto ocurre porque hay un menor comportamiento agresivo y antisocial (de ahora en adelante, CAA) en las mujeres que en los hombres; sin embargo, no todos los expertos apoyan esta idea porque los estudios no son concluyentes. 

Por ejemplo, en un estudio donde se analizó a aproximadamente 1.000 individuos adultos, hombres y mujeres, el 7,5% de ellas y el 10,5% de ellos presentaban conductas antisociales y agresivas, que comenzaron en la infancia y se mantuvieron hasta la edad adulta. La diferencia no es significativa. 

Para comprender mejor la situación de estas mujeres y las características de su salud mental, la autora revisa artículos ya publicados sobre ello. 

Un estudio holandés utilizó una muestra de 275 pacientes forenses, mujeres, en torno a los 30 años. Antes de haber ingresado como pacientes, el 54% había sido condenada por algún delito y el 88% había sido tratada previamente por otros servicios de psiquiatría

Tres cuartas partes de ellas habían sufrido maltratos en la infancia, en algunos casos prolongados hasta la edad adulta. 

Los delitos por los que habían llegado al centro psiquiátrico forense incluían homicidio (más del 50%), incendios provocados, otros delitos violentos, delitos contra la propiedad y violencia sexual. 

Los diagnósticos que habían recibido eran esquizofrenia (en un 32,9%), trastorno de uso de drogas, depresión, trastorno de estrés postraumático y trastorno límite de la personalidad. 

78 de las mujeres de este estudio fueron seguidas durante 3 años después de recibir el alta. Muy pocas reincidieron, de ellas, sólo 6 fueron condenadas por delitos violentos en estos 3 años inmediatamente posteriores al alta. 

Otro estudio, este realizado en Ontario, Canadá, analizó todos los casos de psiquiatría forense desde 1987 a 2012, de personas que fueron declaradas no responsables penalmente por trastorno mental. El 14% eran mujeres. El 91% de ellas habían sido atendidas previamente en servicios psiquiátricos y el 36% habían sido condenadas por algún delito. 

Además, el 13% de ellas se encontraba en una situación precaria, viviendo en la calle, y el 21% estaban desempleadas. 

Por lo tanto, todo esto sugiere que las pacientes psiquiátricas forenses femeninas presentan trastornos mentales que incluyen disfunciones emocionales, cognitivas, y bajos niveles de funcionamiento psicosocial. 

Entre las mujeres que presentan CAA, es necesario mencionar que muchas de ellas no son procesadas por el sistema de justicia penal. 

En un estudio con 96 niñas y adolescentes que acudieron a una clínica buscando ayuda por abuso de sustancias, el 44,8% de ellas informó haber participado en algún acto violento (peleas callejeras, golpear a alguien, portar armas…). Casi dos tercios de estas niñas, y el 34% de aquellas que no habían sido violentas, fueron diagnosticadas con un trastorno de conducta. 

Las comparaciones de los casos de cada una de las niñas, mostró que aquellas que habían participado en actos violentos tenían cuatro veces más probabilidades de tener un trastorno por consumo de drogas y tres veces más propensas a sufrir abusos físicos y sexuales. Es decir, tenían significativamente más factores de riesgo. 

Se siguió a las niñas que participaron en este estudio durante 5 años, y aunque no cumplían con todos los criterios de un trastorno de personalidad antisocial, sí tenían una conducta más violenta que las mujeres sanas. 

Esto sugiere que tanto en la adolescencia como en la edad adulta, las mujeres con un trastorno de conducta previo tienden a mostrar niveles más altos de rasgos psicopáticos, como la agresividad, y algunos rasgos del trastorno de conducta antisocial. 

Así, se han identificado algunos factores a los que es importante prestar atención desde la infancia para prevenir y tratar estos trastornos, como un bajo rendimiento académico, la aparición de rasgos psicopáticos…, pero no conductas agresivas y antisociales, por lo tanto, esto es algo que ha permanecido oculto a la vista.

Es importante destacar que los problemas de conducta y determinados rasgos emocionales en los jóvenes pueden predecir la criminalidad. 

Además, se ha relacionado en varios estudios a la esquizofrenia y el trastorno límite de la personalidad con la conducta agresiva y antisocial en los casos de mujeres que se encuentran en tratamiento psiquiátrico forense. 

La autora propone prestar especial atención a los primeros años de las niñas, ya que muchos problemas de salud mental tienen su origen en una crianza dura, poco eficaz, o un entorno primario problemático.  

Aunque el trastorno de conducta agresiva y antisocial sea difícil de observar, las consecuencias para las niñas y su entorno son brutales y destructivas. 

Así, la autora recomienda centrar los esfuerzos en la prevención y el tratamiento de aquellas mujeres que ya sufren estos problemas. Por ejemplo, intervenir en campañas de prevención del uso de sustancias, del embarazo adolescente o de la agresividad en general. 

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