Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “A systematic review of executive cognitive function intimate partner violent offenders” de Humenik A. M., Grounds Z., K., Mayer H. M. y Dolan S. L. (2020), en el cual se analizan múltiples evidencias relativas a la relación entre las disfunciones cognitivas de las funciones ejecutiva y el comportamiento violento en la pareja.

La violencia de pareja (VP) es un problema de salud pública que afecta a millones de mujeres y hombres, niñas y niños en todo el mundo. Está conectada con múltiples consecuencias negativas: problemas de salud física y psicológica, aumento de costes, victimización y morbilidad.

Este concepto -violencia de pareja- abarca comportamientos desadaptativos como la violencia física, psicológica y sexual, el acoso y el control del comportamiento del otro. Para explicar las causas de la VP se han desarrollado diversas teorías que atienden a factores socio-culturales, contextuales, de personalidad, entre otros. Aunque hayan recibido cierto apoyo empírico, fallan en explicar las probables contribuciones de algunas variables biológicas.

En este sentido, existen evidencias de la relación entre las disfunciones neuropsicológicas y la agresión. Más específicamente, se habla de disfunciones de las funciones cognitivas ejecutivas (FEs) que facilitan las conductas de agresión.

En cualquier caso, la VP y la agresión en general son dos constructos que difieren en cuanto a rasgos de personalidad implicados, comportamientos antisociales y presencia de psicopatologías. Ello implica que, si las disfunciones de las FEs están asociadas a la agresión, no necesariamente serán de gran importancia en la violencia de pareja. La VP es un proceso complejo, que va más allá de las conductas de agresión per se.

Por ello, se necesita evaluar de manera específica las conexiones entre la violencia de pareja y las FEs. Los autores de este estudio recopilan los hallazgos en cuanto a estas conexiones, atendiendo a las funciones cognitivas de alto nivel o ejecutivas que ya han mostrado importancia en los comportamientos de agresión.

Estas FEs son: la memoria de trabajo (MT), la flexibilidad cognitiva, la inhibición (control inhibitorio), la fluencia y la toma de decisiones. Todas están mediadas por el proceso de atención y tienen un papel importante en el control y la regulación de procesos implicados en las intenciones, planificación y desarrollo de las conductas necesarias para conseguir una meta. En general, las disfunciones en el funcionamiento de las FEs están asociadas a dificultades académicas, profesionales e interpersonales.

Los estudios sobre agresión y FEs indican que los sujetos que presentan mayores niveles de impulsividad, desinhibición e inflexibilidad cognitiva también muestran conductas agresivas más violentas y con mayor frecuencia. También hay evidencias de que los déficits en las FEs de mayor gravedad están asociados a tipos específicos de comportamientos antisociales.

Los estudios sobre violencia de pareja y su relación con el funcionamiento de las FEs muestran resultados mixtos que vamos a describir a continuación. Estos hallazgos provienen de 22 estudios que incluyen mediciones de FEs y cuyas muestras de estudio se componen de sujetos mayores de edad y que hayan llevado a cabo conductas de violencia de pareja.

La flexibilidad cognitiva es la habilidad de pensar sobre algo de múltiples maneras e incluye el concepto de cambio mental (de creencias, punto de vista, etc.). En general, es una de las funciones más estudiadas en relación a la agresión.

De los estudios analizados, 20 muestran relaciones entre déficits en flexibilidad cognitiva y la violencia de pareja. La relación se explicaría por la puesta en práctica de estrategia inefectivas de resolución de problemas. Por ello, cada vez que el sujeto violento se encuentra con una situación de pareja que considera como un problema, aplica estrategia de resolución basadas en la agresividad y la violencia.

Aunque los grupos control varían de estudio a estudio, generalmente los maltratadores registran mayor cantidad de errores en las tareas de flexibilidad cognitiva y responden más lentamente. Comprados con grupos de sujetos no violentos, los sujetos maltratadores fallan más. En cambio, en otros estudios son los que más fallan en las tareas de flexibilidad cognitiva pero no más que los agresores sexuales.

La memoria de trabajo es la habilidad de almacenar y manipular información en la consciencia por un corto periodo de tiempo.  Es clave en la regulación del procesamiento de la información social, de la atención y de las conductas orientadas a metas.

Los déficits de la MT se han asociado con una interpretación errónea de las señales sociales. Esta interpretación errónea es un factor de riesgo para las agresiones, tanto en niños/as como en adultos. Más específicamente, los sujetos implicados en conductas violentas suelen mostrar un peor rendimiento en tareas de memoria de trabajo espacial que los sujetos no violentos.

En cuanto a los maltratadores, hay resultados mixtos debido a la diversidad de metodología y medidas que utilizan. Por ejemplo, en un estudio se comparan sujetos condenados por VP con dependencia de alcohol (VP+), sujetos no condenados por VP con la misma dependencia (VP-) y sujetos fumadores como grupo control. En la tarea de recuperación de dígitos contando hacia atrás, el grupo VP+ ha mostrado el peor rendimiento.

En otro estudio se ha comparado el rendimiento de sujetos maltratadores con y sin historial de otras conductas violentas y un grupo control sin condenas. En una tarea de span de memoria para dígitos, ambos grupos de sujetos maltratadores han mostrado peores resultados que el grupo control. Además, el grupo de maltratadores con historial de otras conductas violentas exhibió el peor rendimiento.

 Resultados como estos indican la presencia de patrones de déficits de la MT diferenciales entre aquellos que cometen VP y aquellos que cometen conductas violentas de manera más generalizada. Aun así, los resultados difieren en función de la tarea requerida y, a veces, se observan diferencias no significativas o bien significativa, pero de tamaño de efecto pequeño.

El control inhibitorio es la habilidad de controlar y autorregular la atención y los impulsos propios. En pacientes forenses, los problemas de la capacidad de inhibición son el predictor más fuerte del comportamiento agresivo. Asimismo, la desinhibición está muy relacionada con la impulsividad y muchas veces se solapan. La impulsividad tiene alta relevancia en este contexto, siendo una característica repetidamente asociada a las conductas de agresión.

Los sujetos que maltratan a sus parejas exhiben mucha más desinhibición que sujetos que no cometen este tipo de conductas. La desinhibición se encuentra asociada a niveles más altos de agresión tanto mutuamente en pareja, como de maltrato de marido a mujer y de maltrato de marido a mujer con violencia grave.

Los sujetos maltratadores dan respuestas más rápidas en tareas de Stroop emocional con palabras agresivas. Aquellos que también tienen un historial de otras conductas violentas muestran un tiempo de reacción aún mayor.

Ello sugiere dificultades para inhibir los estímulos emocionales distractores. Estas dificultades llevan a déficits de resolución de problemas en situaciones cargadas emocionalmente (como los conflictos) y, consecuentemente, se desarrollan respuestas agresivas. Los estudios que no encuentran diferencias significativas destacan por tener muestras de estudio muy pequeñas, lo que no permite sacar conclusiones fiables.

La fluidez es la habilidad de producir información verbal o no verbal durante un periodo de tiempo determinado sin repetir las respuestas.  Muy pocos estudios analizan la fluidez verbal en relación a las conductas violentas. En general, los resultados indican que no hay diferencias significativas en la fluidez verbal entre sujetos molturadores y no maltratadores.

Por último, la toma de decisiones es la habilidad cognitiva de hacer una elección lógica de varias opciones. Los déficits en toma de decisiones han mostrado asociaciones con el comportamiento violento numerosas veces. Además, los comportamientos de riesgo y de agresiones impulsivas parecen compartir déficits en la zona orbitofrontal del cerebro, con un papel clave en la toma de decisiones.

En algunos estudios se han observado importantes déficits en la toma de decisiones de sujetos que cometen violencia de pareja. Dedican menos tiempo al proceso deliberativo, muestran una peor calidad de decisión, se arriesgan más y presentan mayor aversión a posponer las conductas. En cualquier caso, hay resultados mixtos. Por ejemplo, algunos estudios sugieren un mejor rendimiento de estos sujetos comparado con los que cometen otro tipo de conductas violentas. Otros sugieren que no hay déficit alguno en la toma de decisiones.

Cada vez más estudios consideran los daños cerebrales traumáticos y el abuso de sustancias como factores que influyen en el funcionamiento neuropsicológico. Estos factores también afectarían a las funciones ejecutivas y estarían relacionados con las conductas de violencia de pareja.

Tanto los comportamientos de agresión como de consumo de drogas se han asociado a dificultades para considerar a priori las consecuencias de una conducta, así como dificultades para la inhibición conductual. El uso de drogas como, por ejemplo, el alcohol, puede incrementar la gravedad de las agresiones. El alcohol y otras drogas limitan la capacidad de autorregulación del comportamiento y de procesamiento de las señales sociales. Por ello, sería similar a lo mencionado en los déficits de memoria de trabajo.

En cuanto al daño cerebral de origen traumático, destacar que muchos sujetos con conductas violentas también tienen historial de alguna lesión en la cabeza (p. ej. golpes por accidente). La prevalencia de este tipo de daño cerebral es alta en la población de sujetos maltratadores y posiblemente mayor que en la población general.

En conclusión, puede haber múltiples fuentes de déficit en las funciones ejecutivas. Estos déficits no se pueden pasar por alto en las conductas violentas porque, generalmente, hay evidencias de su importancia. Ello no implica justificar las conductas violentas por causas biológicas, ni descartar el papel de otro tipo de factores como contextuales, socio-económicos, culturales u otros. Mejor conocimiento sobre qué impacta, influye o provoca las conductas violentas, mayores posibilidades de desarrollo de estrategias eficaces de prevención y tratamiento.

 

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