Estimados suscriptores y seguidores del Club de las Ciencias Forenses, en esta ocasión les presentamos un resumen del artículo “The Brain Adapts to Dishonesty”, de los autores Neil Garrett, Stephanie C. Lazzaro, Dan Ariely y Tali Sharot, de la Universidad de Londres, que analizan cómo el cerebro se adapta a los actos deshonestos.

¿Cuántas veces te has sentido tentado de hacer algo deshonesto? Quizás alguna vez en el supermercado te dieron de más en el cambio y te sentiste tentado de quedarte esas monedas extra. O tal vez mentiste inventando un compromiso ineludible para evitar un evento al que no te apetecía en absoluto asistir. Ser poco honrado es una tentación común y estas pequeñas tentaciones son parte de la vida cotidiana. Continuamente debemos decidir cómo actuar según nuestra moral y, en parte, lo que guía esas decisiones es lo desagradable que es la falta de honestidad.

Sin embargo, ¿qué pasaría si pudiéramos acostumbrarnos a ese malestar y acabar por “superarlo”? No es tan disparatado pensar que nadie se vuelve un estafador, un ladrón o cualquier otra alternativa fraudulenta de la noche a la mañana. Es más lógico pensar que, como todo largo camino, empezó con un pequeño paso. Por ello, la hipótesis de este estudio era: ¿y si al hacer algo mal, la siguiente vez nos resulta más fácil? ¿Podría ser que nuestra deshonestidad aumente como una bola de nieve rodando por una colina?

Esta hipótesis parte de la idea de la adaptación neuronal, consistente en que el cerebro se vuelve menos sensible a los estímulos después de una exposición repetida. Por ejemplo, somos plenamente conscientes del olor a pan recién hecho cuando entramos en una panadería, pero si nos quedáramos mucho rato allí dejaríamos de percibirlo aunque el olor siga en el aire. De la misma forma, una vez que nos hemos vestido, dejamos de ser conscientes del tacto de la ropa a menos que pensemos activamente en ello, o ignoramos el sonido del ventilador o del aire acondicionado cuando ya lleva un rato oyéndose ese murmullo repetitivo de fondo. Igual que nos adaptamos a los estímulos físicos, podemos adaptarnos a los emocionales, así que no es desproporcionado pensar que podríamos acostumbrarnos y, por tanto, dejar de percibir la aversión a la deshonestidad.

Para probar esta hipótesis participaron 55 individuos entre 18 y 65 años con una edad media de 23 años; 34 de ellos, mujeres. Se les realizaba una resonancia magnética funcional mientras llevaban a cabo una tarea en la que debían cooperar con otra persona que era en realidad un cómplice del investigador. Entre los dos debían valorar cuántas monedas de un centavo había en un frasco que contenía entre £15 y £35. Los participantes podían ver la imagen en grande y durante varios segundos, pero los cómplices apenas la veían un segundo y mucho más pequeña. En una primera tarea se les pidió simplemente cooperación para valorar la capacidad de estimación de los participantes y poder así compararla con la segunda tarea, en la que se pretendía provocar la falta de honradez.

En una segunda tarea, se les dijo a los participantes que serían recompensados de acuerdo a la cantidad que su acompañante sobreestimara por encima de la real, mientras que los acompañantes serían recompensados por acertar con precisión. Además, se les indicaba que sólo a ellos se les había informado de que ese cambio de normas. Es decir, las parejas no tenían por qué dudar de la buena intención de los participantes cuando exageraran la cantidad para beneficiarse ellos mismos a costa de sus compañeros. También se aplicaron otras tareas en las que el beneficiado podía ser el acompañante o ambos.

Los resultados son bastante pesimistas: las pequeñas trasgresiones iniciales iban acompañadas de fuertes respuestas emocionales, pero poco a poco se iban acostumbrando a realizarlas adaptándose a la respuesta y dejando de mostrar esa fuerte aversión. Y, finalmente, podían ser mucho más deshonestos que al principio del experimento pero con una sensibilidad emocional mucho más limitada. La falta de honradez empezaba a sentirse como algo “no tan malo”. Sin embargo, también se encontró que la gente mentía más cuando sacarían beneficio de ello tanto sus compañeros como ellos mismos, viendo así su falta de honradez como algo menos malo.

En conclusión, los resultados son muy relevantes ya que nos muestran un posible origen de las conductas transgresoras y su justificación a nivel neuronal. Es muy posible que este mecanismo esté presente en otras conductas que también escalan a peor como la asunción de riesgos o la conducta violenta. Así pues, queda en evidencia la importancia de la prevención en las fases primarias de esos pequeños actos deshonestos antes de que la bola de nieve sea demasiado grande para pararla.

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