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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “The seductions of cybercrime: Adolescence and the thrills of digital transgression”, de Goldsmith, A. y Wall, D. S. (2022), en el que los autores reflexionan sobre qué es lo que, desde el cibercrimen, seduce a los jóvenes; para finalizar proponiendo ideas sobre qué se puede hacer desde la política criminal y la educación de forma que se mitiguen los efectos negativos de las nuevas tecnologías.

Internet es una herramienta pública que nos acompaña en nuestro día a día desde hace más de 30 años. Sin embargo, en este tiempo, ha cautivado y seducido a más de la mitad de la población del planeta. Se estima que aproximadamente 4.500 millones de personas eran usuarias de internet a 30 de junio de 2019. 

Los jóvenes menores de 30 años, que han crecido junto a internet y se han criado con él, tienen más probabilidades que las personas más mayores de tener acceso a él y pasar más tiempo navegando por la red, realizando búsquedas, jugando y usando las redes sociales, entre otras actividades. 

Las posibilidades de internet son prácticamente ilimitadas, al igual que su atractivo para el entretenimiento, el ocio y la distracción. Dada su relativa novedad y su alcance global, en los últimos años se ha dedicado mucha atención a las desventajas que han comenzado a surgir. 

Sobre todo, existe gran preocupación sobre la seguridad en internet, como su uso por parte de adultos para explotar a los niños, o el uso por parte de niños para intimidar a otros menores. 

En este artículo, los autores exploran la importancia de internet en términos de atracción para los adolescentes de entre 12 y 19 años. 

Para ello, utilizan como base un estudio de Jack Katz, de 1988, sobre ladrones jóvenes y graffiteros porque los autores consideran que les ofrece algunas analogías útiles para reflexionar sobre la conexión entre los impulsos emocionales de los jóvenes y la comisión de delitos.

Pero ¿por qué los jóvenes son un grupo de población especial? Ya lo hemos comentado alguna vez en antiguos posts, pero profundicemos un poco. 

Este grupo tiene tres tareas socioemocionales principales: desarrollar una identidad, aprender sobre la intimidad y descubrir su sexualidad. Buscan información y validación, a través de la comunicación con sus compañeros en especial. Además, a menudo les llama la atención el interés por los contenidos extremos y de riesgo, pero a medida que van creciendo, también se interesan por la autonomía personal y la vida adulta. Durante la adolescencia también hay una considerable impulsividad que limita a menudo la capacidad de autocontrol de los jóvenes. 

Internet responde a estas necesidades de autonomía, competencia y relación. 

Dentro de la criminología ambiental, Clarke propone la idea de que individuos sin disposiciones preexistentes para el crimen, pueden ser arrastrados al comportamiento delictivo por la proliferación de oportunidades. Es decir, las situaciones podrían dar forma a las motivaciones a través de la sugestión y la intensificación de sentimientos, sumado a las oportunidades de cometer delitos. Y ya sabemos que internet es, ante todo, la oportunidad de oportunidades. 

Los autores se centran en varios delitos: hablan de la piratería, del acoso y otras tipologías, pero se centran en el consumo de pornografía como factor criminógeno. 

En un experimento realizado en Reino Unido, se observó durante 88 días un sitio web, aparentemente legal, que, una vez dentro, ofrecía la oportunidad de conectarse a sitios web de pornografía dura. Tuvo 803 visitantes en este tiempo, y de ellos, 457 hicieron click en el anuncio de la página de pornografía, lo que llevó a los investigadores a concluir con que la mayoría de usuarios de internet no resistirían la tentación. 

Parece haber pocas dudas de que, al menos en algunos casos de delitos sexuales graves, se involucra de una u otra forma el consumo de pornografía online. Algo muy preocupante es que la primera exposición a la pornografía online ocurre cada vez más pronto, durante los primeros años de la adolescencia o incluso en la niñez. La exposición de los menores a internet durante largos periodos de tiempo y sin supervisión, hace que sean más vulnerables a este tipo de contenido, al que a veces acceden de forma involuntaria. 

Si le sumamos esto a la idea de que los jóvenes en edad de desarrollo buscan emociones fuertes, son más impulsivos y les atraen los contenidos más extremos y transgresores, muchas veces por simple curiosidad, nos encontramos con un problema que puede ser grave. 

Para muchos jóvenes, 30 Para aquellos que son propensos a la curiosidad y la búsqueda de sensaciones, puede ser muy difícil no ceder a sus encantos.

Sin ignorar la clase, la influencia de los compañeros, los antecedentes familiares, la pobreza o las adicciones, debe haber una comprensión más profunda de la capacidad de persuasión de las tecnologías a la hora de operar en la vida de los jóvenes. 

La política debe consistir en intervenciones que tengan en cuenta, en general, la falta de experiencia vital de los jóvenes que cometen sus primeros delitos por la influencia de internet o a través de éste, y los autores sostienen que las respuestas punitivas deben aplicarse con moderación. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Analysis of Cybercrime on Social Media Platforms and Its Challenges”, de Almansoori, A.; Abdallah, S.; Alshamsi, M. y Salloum, S. A. (2021), en el que los autores realizan un análisis de los delitos que se han cometido en los últimos años y que están estrechamente relacionados con el desarrollo de las tecnologías, internet y las redes sociales. 

El ciberespacio ha llegado a todas las partes del planeta, y es una especie de universo accesible desde todos los puntos del globo. 

Los avances en ciberseguridad, la tecnología y los métodos para proteger los softwares, redes y datos asociados a los ordenadores, han conseguido prevenir millones de ataques de personas malintencionadas y, en general, de ciberdelincuentes. 

Lo revelador es que los mayores esfuerzos de la ciberseguridad no evitan por completo los ciberataques, y por ello la necesidad de mantenerse alerta y protegerse contra estas actividades ha cobrado gran importancia en los últimos años.

Esto puede parecer sencillo, pero entra en juego un factor que dificulta enormemente esta tarea, que, además, es un fenómeno sin precedentes: las redes sociales. 

Podemos definirlas como un grupo de aplicaciones de internet que permiten crear e intercambiar contenido generado por distintos usuarios. LinkedIn, YouTube, Facebook, Instagram, Snapchat… ayudan a construir relaciones sociales y comunidades online que pueden llegar a ser muy sólidas, lo que se considera un activo de gran valor para muchos propósitos. 

Brindan muchas oportunidades novedosas para socializar e interactuar con usuarios que han redefinido el enfoque hasta antes conocido de compartir información: desde manifestar opiniones públicamente, hasta la circulación de noticias, los negocios online, pasando por la publicidad. Todo esto, debido al alcance global de internet, permite que el contenido llegue a todas las partes posibles del mundo. 

Y, a pesar de lo bueno que es esto, tiene una parte oscura y peligrosa: las personas se convierten en objetivos sencillos y obvios para los ciberdelincuentes a través de las redes sociales. 

Para salvaguardar la integridad y seguridad de las personas, las organizaciones aumentan constantemente los presupuestos de tecnología y seguridad, de forma que se puedan proteger estas redes sociales, de manera que se selle la información disponible proveniente de ellas. 

Esta investigación tuvo como objetivo comprender las características de los delitos que se cometen a través de internet y las redes sociales, e identificar qué tipo de esfuerzos debe realizar la policía para controlarlos. ¿Qué tipos de ataques y delitos se están produciendo? ¿Cuál es la demografía de la mayoría de los delincuentes? 

Los autores realizaron un análisis de las diferentes plataformas de redes sociales centrándose en las amenazas y ofensivas, llegando a obtener 574 observaciones. Cada una de estas observaciones se identificaba con una persona sospechosa de haber cometido cualquier tipo de forma de delito cibernético en estas redes sociales. Se contabilizaron casos desde el 2014 hasta el 2018. 

La mayoría de delitos se produjeron en 2018, con el 28,1% del total; después, 2015 con un 20,1%. Según los datos, hubo 300 casos de fraude, 100 casos aproximadamente de pornografía infantil, y otros delitos significativamente menos relevantes estadísticamente, como el acoso o el grooming. 

Se vio que la mayoría de los delincuentes tenían antecedentes previos. Alrededor del 70% tenía antecedentes por algún delito, mientras que el 30% no. 

En cuanto a la formación académica de los sospechosos no tenía educación superior, alrededor del 70% tenía sólo educación básica, y el 30% se había graduado de algún tipo de educación superior. 

Alrededor del 61% de los delincuentes provenía de entornos muy pobres, mientras que aquellos de clase media y alta constituían el 39% restante. 

Por otro lado, la mayoría de delincuentes tenía entre 20 y 25 años, con un pico importante a los 22. Apenas había delincuentes mayores de 45 años. 

Los sitios de redes sociales online deben identificar los aspectos centrales de la conectividad humana y social a través de metodologías precisas y sólidas que garanticen en todo momento la privacidad, la protección, y que además construyan confianza entre la plataforma y el usuario. 

Los gobiernos, junto a los servicios de inteligencia, deben formarse para adoptar y enmarcar las tecnologías. La cantidad de datos que fluyen en las redes sociales se debe analizar de forma muy rigurosa. 

Otro punto importante es la toma de conciencia del individuo, ya que debe ser responsable con el contenido que comparte y las redes sociales que utiliza. 

El conocer aspectos demográficos de la mayoría de delincuentes cibernéticos puede ser de gran utilidad para las fuerzas de seguridad, ya que, de esta forma, pueden seguir una guía básica de dónde deben enfocar los recursos e investigaciones, de manera que ayudaría a identificar a los individuos con más probabilidades de ser victimarios de este tipo de delitos.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Cyber terrorism and public support for retaliation – a multi-country survey experiment”, de Shandler, R.; Gross, M. L.; Backhaus, S. y Canetti, D. (2021), en el que los autores realizan un estudio en diferentes países para saber cómo cambia la opinión política de las personas cuando se les informa de ataques ciberterroristas en comparación con el terrorismo convencional. 

Aquellos que se dedican a la ciberseguridad han advertido durante mucho tiempo sobre la creciente amenaza que representa el ciberterrorismo

En los últimos años, tras una serie de informes sobre ciberataques de última generación que causan destrucción palpable en el mundo, parece ser que por fin nos lo estamos tomando en serio. 

De hecho, los expertos en terrorismo ya utilizan el término “kinetic cyber”, que sería la capacidad de usar ciberataques para conseguir efectos cinéticos. 

Hay quienes cuestionan la importancia del ciberterrorismo, alegando que se hiperbolizan sus efectos; sin embargo, cada vez hay más pruebas de que las organizaciones terroristas utilizan herramientas informáticas para lanzar ataques que con el tiempo se van sofisticando. Esto provoca que el público sienta cada vez más inseguridad por la capacidad destructiva del ciberterrorismo. 

Además, plantea nuevas preguntas significativas para las ciencias políticas, que probablemente se vuelvan cada vez más relevantes. Por ejemplo: ¿cómo afecta a las preferencias políticas de la población la exposición a los ciberataques? ¿Mediante qué mecanismo la exposición a los ciberataques produce cambios en estas preferencias? ¿Y en qué difiere esto de los cambios derivados del terrorismo convencional? 

Una idea es que el ciberterrorismo pueda provocar una respuesta política más débil, debido a la falta de historial de consecuencias fatales que tiene. Esto es parte de lo que este estudio aborda, pero antes, ahondemos un poco más en estas cuestiones. 

Durante décadas de investigación se ha intentado identificar minuciosamente cómo la exposición a la violencia política en general, y al terrorismo en particular, determina las preferencias y comportamientos políticos de la población. 

La exposición al terrorismo convencional socava la sensación de seguridad y aumenta los sentimientos de vulnerabilidad de las personas, fomenta una visión amenazante del mundo y aumenta el apoyo a las políticas duras, además de conducir a un aumento de las demandas de los gobiernos para que emprendan fuertes acciones contra los grupos terroristas. 

Todos estos comportamientos se reflejan en la tendencia a desarrollar sentimientos externos negativos y conductas políticas inclinadas a la derecha. 

Una diferencia entre el ciberterrorismo y el terrorismo convencional, es que el primero no ha amenazado hasta ahora la seguridad física de los civiles, y la letalidad percibida es fundamental para comprender el impacto del ataque terrorista.

Por otro lado, un estudio reciente menciona que, en una encuesta de 2019, los participantes que manifestaron ira tras el ataque terrorista eran los más partidarios de tomar represalias activas contra los terroristas, como, por ejemplo, ataques con drones. 

Para analizar estas cuestiones se realizó una gran encuesta, con más de 1.800 participantes de Estados Unidos, Reino Unido e Israel. Se les hizo ver una serie de vídeos, pertenecientes a diferentes categorías: ciberterrorismo con consecuencias mortales, terrorismo convencional con consecuencias mortales, ciberterrorismo no mortal y terrorismo convencional no mortal. 

Parece ser que los civiles responden políticamente al ciberterrorismo con la misma intensidad que al terrorismo convencional sólo cuando éste tiene consecuencias mortales. La distinción entre ataques fatales y no fatales sería lo que definiría el impacto político en la población. 

Por otro lado, los ciberataques y el terrorismo convencional operarían a través de un mecanismo psicológico similar, donde la ira sería un elemento mediador. 

Si bien algunas investigaciones empíricas han comenzado ya a examinar cómo se forman las preferencias políticas cuando se desconoce quién comete los ciberataques, los autores animan a que se realicen investigaciones adicionales centradas en este tema.

Además, la investigación reciente indica que los discursos públicos de los líderes pueden tener un efecto significativo en los niveles públicos de ira, por lo que también recomiendan ahondar en ello. 

Una última revelación de los datos fueron los efectos específicos de cada país. Los encuestados estadounidenses mostraron una variación muy pequeña en la intensidad de la ira y las actitudes de represalia entre uno y otro tipo de terrorismo, mientras que en Reino Unido e Israel los sentimientos están algo más polarizados.

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Amigos del club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Criminal investigation and Criminal intelligence: Example of Adaptation in the Prevention and Repression of Cybercrime”, de Jerome, B. (2020), en el que el autor hace una revisión de cómo la investigación y la inteligencia criminal pueden ayudar en la prevención de la ciberdelincuencia.

Con el avance de las tecnologías en los últimos años nos encontramos en un contexto de digitalización de las actividades delictivas, que cada vez se perpetran con más frecuencia por internet.

Por ello, se plantea cada vez más la cuestión de cuáles son los medios más adecuados para prevenir y luchar contra este tipo de delitos, prácticamente nuevos.

Gracias al desarrollo de la nueva criminología, ha ido surgiendo una sociedad que está basada en la prevención de riesgos. Esto significa que, con el tiempo, hemos pasado de estar enfocados en la justicia penal que llega después del delito, a estarlo en el ámbito de mejora de la seguridad, de forma que podamos anticiparnos a la delincuencia.

Dicho de otra manera, cada vez nos centramos más, en esta sociedad del riesgo, en controlar el presente y el futuro, dejando de concentrar nuestras energías y recursos en resolver situaciones pasadas.

Cobran especial importancia entonces los conceptos de investigación e inteligencia criminales.

La investigación, desde el siglo XX, comenzó un proceso de mejora de su estructuración. Se apostó por estandarizar los procesos, sistematizándolos y aumentando los esfuerzos dedicados a la criminalidad.

Con la evolución de la investigación criminal de los últimos años, podemos considerarla prácticamente un arte, capaz de individualizar el vínculo existente entre el hecho delictivo y el autor a efectos judiciales.

Sin embargo, en cuanto a la defensa de la seguridad de los ciudadanos en materia de delitos cibernéticos, la investigación debe continuar mejorando.

Un ejemplo de esto es que la tasa de resolución de ciberdelitos es muy baja, especialmente cuando se trata de estafas, que representan más del 70% de ellos.

La novedad de esta dimensión delictiva ha hecho, pues, que la investigación se haya quedado algo obsoleta, no siendo capaz de afrontar como se esperaba estos retos.

¿Por qué? Porque aún hoy se sigue abordando el ciberdelito de forma tradicional, sin tener en cuenta los cambios sociales. Cualquier denuncia de este tipo de ofensas se manejan igual que todas las que no se dan en entornos online.

Por ejemplo, es muy complicado establecer conexiones entre los casos porque cada hecho se aborda de forma individual, con una única víctima, impidiendo muchas veces que los fenómenos se consideren en su verdadera extensión.

Las fuerzas policiales, dándose cuenta de esto, deciden ponerse al servicio de la inteligencia y aunar fuerzas.

La investigación contribuye a comprender fenómenos y bandas criminales, especialmente a través del estudio de casos, tanto actuales como pasados. La inteligencia los aprehende globalmente, a través de una recolección de datos más amplia, y un procesamiento de la información más exigente, entre otras soluciones.

De esta forma, la inteligencia criminal sería parte de una forma de gestionar los riesgos donde el objetivo es reducir la incertidumbre en un entorno donde la información es imperfecta.

El enfoque que adoptaría la inteligencia criminal sería el de explorar una amplia gama de medidas correctivas, más allá de la neutralización vía penal que, si bien es una de ellas, no es la única y, además, no siempre es la más eficaz.

La unión entre estas dos disciplinas era necesaria para perseguir con éxito los delitos informáticos.

¿Por qué? Porque el alcance de sus actores, sus medios de detección y procedimientos de investigación beben de técnicas que son distintas de las contempladas en el sistema penal tradicional.

Gracias a esta unión, la represión de esta tipología delictiva consigue adaptarse poco a poco a su contexto.

Esto ocurre porque la inteligencia criminal reúne los elementos necesarios para comprender el cibercrimen. Proporciona soluciones prometedoras para el manejo de esta delincuencia masiva, como no ocurría utilizando únicamente la investigación.

Un pequeño avance conseguido con la unión de las dos disciplinas mencionadas que se debe señalar es que, con el fin de superar el bajo nivel de denuncia de estos delitos, los organismos encargados de hacer cumplir la ley consideran que ya no es necesaria la denuncia de la víctima para abrir una investigación.

Un punto que el autor del artículo quiere destacar, es que la intervención pública no es suficiente y se requiere de la ayuda del sector privado para prevenir exitosamente el ciberdelito.

Se concluye con la idea de que poco a poco se va avanzando en este complejo ámbito de la delincuencia online, y, aunque queda mucho camino, los esfuerzos realizados comienzan a ver sus frutos.

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