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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “‘Little Rascals’ or
Not-So-Ideal Victims: Dealing with minors trafficked for exploitation in criminal activities in the
Netherlands”, de Breuil, B. O. (2021), en el que la autora revisa el problema de la explotación
infantil con fines delictivos en el contexto holandés.

Sabemos que una de las grandes lacras como sociedad que a día de hoy sigue existiendo es la trata
de personas. La más conocida es la trata con fines de explotación sexual, que arrastra a millones y
millones de personas a destinos crueles, de donde es muy complicado salir.

Sin embargo, también existe la trata con fines delictivos, donde la mayoría de víctimas son, una vez
más, las personas más vulnerables: niños y menores de edad.

En los Países Bajos, contexto de este estudio, se defiende la idea de que se deben garantizar los
intereses de los menores en este tipo de casos, y que las víctimas de trata no deben ser consideradas
responsables ni deben ser castigadas por los delitos que se vieron obligadas a cometer. Sin embargo,
la sociedad suele considerar estos castigos como merecidos y justos.

Entonces, ¿los actores de primera línea (policías y figuras de autoridad) están preparados para
identificar y tratar estos casos?

Este tema se discute en la investigación realizada por la autora en 2015 y 2016, sobre los niños y
jóvenes explotados en actividades delictivas en los Países Bajos.

En el momento en que ésta se llevó a cabo, sólo cinco casos se habían juzgado exitosamente en los
tribunales. Y aunque la visibilidad del fenómeno ha aumentado en los últimos años,
desafortunadamente es una forma de trata que sigue siendo poco investigada, tanto en los Países
Bajos como en el resto del mundo.

El objetivo del artículo es, por tanto, contribuir a llenar ese vacío, aportando ideas que pueden ser
relevantes para las instituciones públicas de protección infantil.

La investigación gira en torno a dos cuestiones: primero, qué conocimiento existe sobre el
fenómeno, sobre su definición, características, los perfiles de los perpetradores y las víctimas,
etcétera. Por otro lado, se investigaron algunos casos con el fin de explorar las diferentes
manifestaciones del fenómeno.

Uno de los problemas que plantea esta tipología delictiva, es la reducida cantidad de literatura sobre
la misma. A partir de los datos limitados que existen, los delitos más comunes en este contexto
serían: el carterismo, la mendicidad forzada, el robo, el hurto en tiendas, la venta ambulante ilegal o
el tráfico de drogas.

En lo que respecta a las cuatro primeras actividades, hay un fuerte énfasis en la investigación sobre
niños romaníes, de Europa Central y oriental, como las principales víctimas de esta explotación.

Sin embargo, la autora menciona la necesidad de ser escépticos con respecto a la “etnitización” del
fenómeno. Lo más importante de la victimización de los menores para estos delitos son las
desventajas socioeconómicas de sus familias, vivir en barrios segregados, empobrecidos y
propensos a la delincuencia, con padres enfermos, desempleados, o bien consumidores de alcohol o
drogas. No hay razón para que niños de otros grupos étnicos que viven en circunstancias similares
sean victimizados: no tiene que ver con la raza, sino con unas condiciones de vida desfavorecidas.
Esto también tiene consecuencias negativas sobre los padres y la cultura romaní, que se ven
percibidos como victimarios.

Un aspecto muy interesante que se debe contemplar, es que las suposiciones sobre cómo deberían
ser las víctimas, disuaden a las autoridades de otorgar la condición de víctima a los menores que no
encajan en este ideal, ya que existe la creencia de que estos menores llegaron con sus familias al país de acogida para beneficiarse de sus ayudas sociales, lo que puede empañar su capacidad para
verlos como víctimas.

Es decir, aunque pueden ser identificados como víctimas de la trata con fines de delincuencia, esto
no garantiza que realmente se les reconozca como tales, debido a la estigmatización que sufren.

También existe un sesgo cognitivo que hace más sencillo considerar víctimas a las mujeres que a los
hombres. Algunas de las figuras de autoridad entrevistadas para el estudio de la autora,
mencionaron más obvia la posibilidad de que las niñas sean víctimas de trata.

Por otro lado, es complicado que los casos de explotación de menores en actividades delictivas
lleguen a los tribunales. Según la investigación, se debe a que en algún momento de la investigación
sobre el delito, se pierde la idea, se deja de considerar trata.

A veces ocurre porque los profesionales prefieren no etiquetar el caso como trata de personas de
forma oficial, para ser lo más objetivos posible e interpretar los hechos desde un papel neutral.
En otras ocasiones, se considera que etiquetar un caso como trata de personas podría no ir a favor
del interés y el bienestar del niño. Esto sigue el argumento de que, en algunos casos, calificar
legalmente unos hechos como consecuencia de la trata, evita abordar las causas estructurales
(políticas, económicas y sociales), en beneficio de las reacciones punitivas de la justicia penal.

Es decir, procesar y dar penas de cárcel a los padres por traficar con sus hijos puede tener graves
consecuencias para los niños y empeorar sus condiciones de vida. Una intervención orientada a
protegerlos, apoyar a los padres en la crianza, mejorar sus condiciones de vida, produciría mejores
resultados.

Estos esfuerzos combinados podrían allanar el camino para una mejor identificación de la trata de
menores para su explotación en actividades delictivas, y garantizar que se respeten los derechos de
los niños, incluido el derecho de no ser castigados por delitos que fueron obligados a cometer.
También sería necesario abordar las desigualdades económicas, sociales, culturales y de género,
mientras se mantiene en el foco de atención el interés superior de los niños.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Aggressive challenging behavior in adults with intellectual disability: An electronic register-based cohort study of clinical outcome and service use”, de Smith, J.; Baksh, R. A.; Hassiotis, A.; Sheehan, R.; Ke, C.; Wong, T. L. B.; Strydom, A. e investigadores de PETAL (2022), en el que los autores recopilaron información sobre pacientes con discapacidad intelectual para conocer mejor cómo se presentan los comportamientos desafiantes agresivos en este tipo de población.

La discapacidad intelectual es una condición para toda la vida, caracterizada por un deterioro en la cognición, el lenguaje y las habilidades sociales, que afecta aproximadamente al 1% de la población mundial.

Se estima que el comportamiento desafiante, que incluye autolesiones, agresiones, amenazas, violencia física y conducta sexualmente agresiva, entre otros, tiene una prevalencia de aproximadamente el 10% entre los adultos con discapacidad intelectual, y tiende a persistir en el tiempo, con una tasa aproximada del 25% a los 2 años. 

El comportamiento desafiante agresivo es una razón común para la derivación de adultos con discapacidad intelectual a servicios de salud, y puede tener consecuencias graves, desde el estrés de la familia y los cuidadores, hasta el contacto de la persona con discapacidad con el sistema de justicia penal.

Algunos estudios previos que han explorado los factores asociados con el comportamiento desafiante agresivo en adultos con discapacidad intelectual han demostrado que el género masculino, algún trastorno del espectro autista comórbido, problemas de comunicación y el agravamiento de la discapacidad, se asocian con niveles más altos de la agresividad

El objetivo de los autores en este estudio fue actualizar la información disponible sobre los factores asociados al comportamiento desafiante agresivo en adultos con discapacidad intelectual.

Para ello, se tuvieron en cuenta datos del South London and Maudsley (SLaM) National Health Service (NHS) Foundation Trust de Reino Unido. SLaM es uno de los mayores proveedores de atención de salud mental del área europea. 

Se tuvieron en cuenta datos de pacientes mayores de edad. Éstos debían haber tenido un episodio de atención ambulatoria que incluyera contacto directo con un equipo especializado en salud mental, más específicamente, en discapacidad intelectual, todo ello entre enero de 2014 y diciembre de 2018. Fueron un total de 1.225 registros de pacientes los que se analizaron.

Algunas de las ideas más interesantes que arrojó el estudio fue que los episodios con alta frecuencia de agresión fueron de mayor duración que aquellos episodios con menor frecuencia (más de 2 años vs. aproximadamente 4 meses). 

Los adultos más jóvenes, de una media aproximada de 31 años, presentaron una mayor frecuencia de episodios de alta agresión. 

La inestabilidad del estado del ánimo, la irritabilidad y la agitación se asociaron fuertemente con una mayor aparición de conductas desafiantes agresivas. 

Casi el 60% de los pacientes tuvieron en algún momento un diagnóstico de trastorno generalizado del desarrollo.

Los autores encontraron que el comportamiento desafiante agresivo ocurre en la mayoría de los episodios de atención clínica que requieren la participación de un equipo sanitario especializado en discapacidad intelectual. 

Parece ser que, tal y como hemos comentado unas líneas más arriba, ser más joven, tener un diagnóstico de trastorno generalizado del desarrollo y la inestabilidad e irritabilidad del ánimo influyen y son factores de riesgo. 

Otros factores de riesgo incluyeron la presencia de un trastorno mental común, trastornos de la personalidad y agitación durante los episodios agresivos. 

La cantidad de atención social y sanitaria brindada, aunque es muy importante para las familias, realmente no resultó ser un factor de riesgo.

Un punto muy importante que señalan los autores, es que a menudo no se diagnostican enfermedades mentales o problemas de salud mental en personas con discapacidad por las manifestaciones conductuales atípicas que ya existen. Es decir, algunos comportamientos que pueden informar de un trastorno mental, se toman por consecuencias propias de la discapacidad intelectual. Por tanto, existe un alto nivel de incertidumbre diagnóstica. 

En un estudio reciente basado en un grupo de 142 personas con discapacidad intelectual, se mostró que casi un tercio de los participantes tenía algún tipo de problema de salud mental no diagnosticado, siendo los trastornos depresivos mayores y de ansiedad los más comunes. 

Los autores señalan la importancia de dedicar esfuerzos y recursos a la investigación sobre personas con discapacidad intelectual, primero, para entender la condición sanitaria con la que viven y, en segundo lugar, para ayudar a que su calidad de vida se acerque lo máximo posible a la de aquellas personas con un desarrollo intelectual típico. 

Además, comprender por qué surgen los comportamientos agresivos ayudaría no sólo a estas personas sino también a su entorno y sus relaciones interpersonales, que ganarían estabilidad y calidad.

Es importante considerar el comportamiento desafiante agresivo como un problema de salud pública que necesita más investigación e inversión clínica, así como formas más efectivas de intervención y apoyo individualizados. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Women’s experiences of prison-based mental healthcare: a systematic review of qualitative literature”, de Bright, A. M.; Higgins, A. y Grealish, A. (2022), en el que las autoras realizan una revisión de la literatura existente sobre mujeres en prisión y sus experiencias con la salud mental para conocer si los tratamientos y terapias que siguen son eficaces. 

Desde el año 2000, el número de mujeres encarceladas ha aumentado en torno a un 53% en todo el mundo, con una población aproximada de 714.000 internas

A nivel internacional se observan tendencias de aumento, aunque hay alguna excepción. Por ejemplo, Estados Unidos ha experimentado un aumento del 700% de mujeres en prisión desde 1980, pero en Australia se redujo a un 10% el número entre 2019 y 202. 

Por otro lado, en Reino Unido, se estima que el 73% de las mujeres que cumplen condenas de 12 meses de duración o menos, vuelven a ser condenadas por otro delito antes del año posterior a su liberación. 

Esto es coherente con la postura de muchos expertos sobre las penas cortas de prisión: son menos efectivas para conseguir la rehabilitación que otras penas, como el trabajo comunitario.

También en Reino Unido, las mujeres experimentan dificultades especiales una vez que entran en prisión ya que sólo hay 12 centros femeninos y, por tanto, en muchas ocasiones se ven obligadas a estar muy lejos de su familia y sus allegados. 

Teniendo todo esto en cuenta, no sorprende a las autoras que el porcentaje de mujeres con problemas de salud mental sea tan elevado en el contexto de las prisiones: aproximadamente el 80% los padece. 

Las mujeres en prisión tienen 5 veces más probabilidades de experimentar problemas de salud mental que las mujeres de la población general. Las enfermedades con mayor prevalencia son el abuso de drogas (30-60%), la adicción al alcohol (10-24%), trastorno de estrés postraumático (21,1%) y la depresión mayor (3,9-14,1%).

Además, las mujeres en prisión tienen hasta 20 veces más probabilidades de suicidarse y, antes de cumplir un año de su liberación, es 36 veces más probable que se suiciden en comparación con el resto de la población. 

En los últimos años, afortunadamente, ha habido una mayor demanda de atención a la salud mental de las mujeres en los centros penitenciarios, solicitando la revisión de las políticas y los servicios existentes para lograr satisfacer las necesidades de las mujeres en este contexto. 

Las autoras tuvieron como objetivo, en este estudio, revisar literatura existente sobre mujeres que se encontraban cumpliendo condenas privativas de libertad en prisión para identificar sus estados de salud mental y comprender de forma más completa sus experiencias. Utilizaron un total de 7 estudios, lo más recientes posible.

Las autoras obtuvieron conclusiones interesantes, como que las mujeres en prisión tienen más probabilidades de participar en programas de tratamiento de salud mental en comparación con los hombres en prisión; sin embargo, es menos probable que esta posibilidad se les ofrezca, o que, dicho de otra forma, tengan acceso a programas de tratamiento.

Por otro lado, y teniendo en cuenta que una salud mental más o menos estable es fundamental para su reinserción, la rehabilitación una vez salga de prisión se ve como un objetivo difícil de alcanzar. 

La recuperación en este contexto es un concepto en el que intervienen muchos factores, pero, en esencia, se refiere a que las personas consigan un nuevo significado, un nuevo propósito para sus vidas. 

En un estudio de Leamy y colegas, de 2011, se identificaron 5 puntos esenciales para la recuperación: conexión, esperanza, identidad, rol significativo y empoderamiento. Por lo tanto, es esencial que las mujeres cuenten, por ejemplo, con empoderamiento, para poder manejar su propia salud mental mientras están en prisión y así contribuir a su recuperación y rehabilitación. Esto puede y debería ser apoyado por actividades de desarrollo de fortalezas y habilidades, y, también, enfocadas al aumento de la autoestima y la autoeficacia

Como resultado de estar en prisión, una persona pierde el derecho fundamental de la libertad; sin embargo, en ocasiones también pierden el derecho a la privacidad. En 5 de los 7 estudios del artículo, parece ser que algunos trabajadores de los centros penitenciarios estaban al tanto de las solicitudes de tratamientos psicológicos por parte de las reclusas, donde éstas hablaban de por qué solicitaban esta atención. Esto, por supuesto, afectó negativamente al bienestar mental de las mujeres.

Por otro lado, teniendo en cuenta que las reclusas son una población especialmente vulnerable, es preocupante que en la mayoría de estudios mencionasen tener dificultades con el personal penitenciario. Informaron que estas personas parecían insensibles a sus necesidades, contribuyendo al deterioro del bienestar psicológico de las mujeres en el centro. 

Las autoras consideran que proporcionar educación sobre salud mental al personal penitenciario puede ayudar a mejorar su comprensión sobre cómo se manifiestan los problemas de salud mental y las vulnerabilidades específicas de éstos. También les ayudaría a desarrollar su empatía con las mujeres reclusas. 

Además, existe una clara necesidad de dedicar más esfuerzos y recursos a la investigación en este contexto, tanto para mejorar las políticas y prestación de servicios, como para permitir que se escuchen las voces de las mujeres en prisión.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Non-intimate Relationships and Psychopathic Interpersonal and Affective Deficits as Risk Factors for Criminal Career: a Comparison Between Sex Offenders and Other Offenders”, de Ferretti, F.; Pozza, A.; Carabellese, F.; Schimmenti, A.; Santoro, G.; Mandarelli, G.; Gualtieri, G.; Carabellese, F.; Catanesi, R. y Coluccia, A. (2021), en el que los autores realizan un estudio para saber cómo las relaciones no íntimas y los déficits psicopáticos interpersonales y afectivos pueden funcionar como factores de riesgo que influyan en la carrera delictiva de los delincuentes sexuales, comparándolos con otros.

Desde los inicios de la criminología siempre se ha considerado un tema de gran interés la historia de los delincuentes, el patrón de desarrollo de sus carreras y los factores de riesgo que los conducen a esos destinos.

Por ejemplo, la relación entre las experiencias traumáticas de las víctimas de abuso sexual y el surgimiento de comportamientos sexuales disfuncionales fue investigada por numerosos expertos, con la conclusión de que se deben buscar otras causas subyacentes a los delitos sexuales, porque el paradigma víctima/agresor es demasiado reduccionista.

También se le ha prestado atención a los trastornos psiquiátricos, que juegan un papel importante; en el caso de los delincuentes sexuales sobre todo la esquizofrenia, el trastorno bipolar y los trastornos del estado de ánimo y la personalidad.

Por otro lado, aparece la psicopatía, cuya relevancia en el comportamiento delictivo y la conducta violenta está ampliamente reconocida en la literatura. Se suele evaluar generalmente mediante la Lista de Verificación de Psicopatía Revisada (PCL-R), que abarca los factores de los déficits interpersonales y afectivos y el comportamiento antisocial.

La asociación de la psicopatía con los delitos sexuales no es algo nuevo. En un estudio se encontró que la presencia de la psicopatía en agresores sexuales constituye un factor predictivo de la reincidencia delictiva en este y otro tipo de delitos.

Otros estudios han demostrado que los fallos relacionales de los cuidadores y figuras de apego, como por ejemplo descuidos o abandonos, pueden llevar al niño a experimentar dificultades en su autorregulación interpersonal. Estas dificultades podrían constituir un riesgo para los adultos al fomentar comportamientos agresivos, dificultades en la regulación emocional y problemas sexuales, como se puede encontrar en muchos casos de psicopatía, sadismo y parafilias.

Como vemos, hay tanta variedad de ideas que es difícil identificar con exactitud los factores de riesgo que pueden afectar al comportamiento sexual disfuncional de los delincuentes sexuales.

El objetivo de este estudio fue explorar la relevancia de los eventos vitales en el desenlace delictivo, comparando agresores sexuales con otro tipo de delincuentes. Se estudiaron las vivencias relacionadas con problemas de violencia, conductas antisociales, problemas de relaciones personales, de uso de sustancias, experiencias traumáticas y estilos de crianza.

Participaron un total de 88 delincuentes sexuales y 102 personas cumpliendo condena por otro tipo de delitos.

Dentro de los delincuentes sexuales, la gran mayoría (76%) de los reclusos cumplían condena por abuso de menores.

En la categoría de otros delincuentes, se incluían condenados por homicidio, agresión, delitos contra la propiedad y contra el estado, pero no sexuales.

Se utilizó un conjunto de ítems de la escala HCR-20 V3 para evaluar los factores de riesgo.

Se obtuvieron hallazgos como que los delincuentes no sexuales mostraron una mayor probabilidad de tener antecedentes de problemas de violencia y comportamiento antisocial en la adolescencia y la edad adulta, junto con problemas de abuso de sustancias. Sólo un factor de riesgo, la ausencia de problemas en las relaciones no íntimas, diferencia la carrera delictiva de los delincuentes no sexuales y los agresores sexuales.

Estas relaciones no íntimas se definen como vínculos con los miembros de la familia, amigos o conocidos, que no involucran ningún tipo de dimensión sexual. El aislamiento social, la distancia emocional, la inestabilidad, el conflicto, la manipulación de los demás, la sexualización inapropiada y la violencia en las relaciones no íntimas son indicadores a tener en cuenta.

En comparación con el grupo de delincuentes no sexuales, los agresores sexuales mostraron niveles más altos de déficits psicopáticos interpersonales y afectivos, y niveles más bajos de comportamientos antisociales.  

Con el estudio se confirmó la importancia de las relaciones no íntimas deficientes en la predicción de la carrera delictiva de los delincuentes sexuales. Sobre todo, por la sexualización inapropiada, la violencia y la escalada de problemas en este contexto.

Los autores consideran que los programas de tratamiento para los delincuentes sexuales deberían estar destinados a prevenir la reincidencia, y por tanto, deben abordar estos déficits en las relaciones no íntimas, y apuntar a los rasgos psicopáticos, específicamente los rasgos interpersonales y afectivos. Por ejemplo, a través de la terapia cognitivo-conductual, que se ha revelado como un tratamiento eficaz para los rasgos psicopáticos.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Serial murder in medical clinics and care homes”, de Beine, K. H. (2022), en el que el autor recopila información sobre asesinatos en serie en residencias y hospitales perpetrados por enfermeros en el contexto de Alemania, Austria y Suiza. 

En los últimos años se ha visto cómo una serie de asesinatos en clínicas y residencias de ancianos han salido a la luz en los tribunales de todo el mundo. 

Debido a la oscuridad y al desconocimiento que rodea a este tipo de crímenes, podemos echar un vistazo a los juicios por los casos ya descubiertos y observar si arrojan pistas para ayudar a la prevención del fenómeno, evitando futuros casos. 

Además, la identificación temprana, por parte de compañeros de trabajo, de aquellas personas en riesgo de cometer estos delitos es crucial para la seguridad del paciente. Sin embargo, parece ser que esta detección a menudo se ve obstaculizada por el hecho de que compañeros y jefes consideran que es “imposible” que ese tipo de conductas se lleven a cabo en sus instituciones.

En los países de habla alemana (Alemania, Austria y Suiza) se han tramitado judicialmente un total de 12 asesinatos en serie con estas características. En todo el mundo, se han documentado 57

Este estudio se limitó a los asesinatos cometidos en Alemania, Austria y Suiza hasta febrero de 2022. El autor examinó las características de las víctimas, las escenas del crimen, los tipos de asesinato, los perpetradores y sus motivaciones, entre otros puntos de interés. 

Hubo un total de 205 víctimas confirmadas con una edad comprendida entre los 31 y los 96 años. 

En algunos casos de homicidios en residencias y hospitales no es posible confirmar que algunas víctimas hayan sido asesinadas. Esto sucede porque existen largos períodos de tiempo entre el delito y la investigación. Por tanto, es posible que el número real de víctimas sea mucho mayor. 

Solo en casos contados las víctimas se encontraban en un proceso de muerte irreversible. Por otro lado, había otras que se estaban recuperando e incluso iban a ser dadas de alta. 

En 8 escenas del crimen se descubrió una manipulación de los medicamentos sumamente negligente. En la mayoría de casos se utilizaron fármacos considerados agentes letales, como la insulina, sedantes y relajantes musculares, anestésicos, atiarrítmicos o cloruro de potasio, entre otros.

Es importante saber que los exámenes post-mortem no se realizaron a fondo ni de manera competente en ninguna escena del crimen, por lo que es posible que la utilización imprudente de medicamentos se diese con más frecuencia de la que se pudo probar. 

Además, en varios casos los hematomas extensos y las marcas de pinchazos visibles no se cuestionaron y se pasaron por alto. 

En todos los asesinatos en serie quedó claro que los compañeros de trabajo habían notado conductas extrañas por parte del inculpado. Incluso se informó a los jefes sobre este comportamiento. 

Los 17 perpetradores condenados por los 12 casos fueron en un 53% de los casos, mujeres. El 47% restante fueron hombres. Su edad promedio fue de entre 33 y 34 años. Todos ellos eran profesionales de la enfermería. La mayoría vivían solos y a 5 de ellos se les prohibió ejercer la profesión.

En cuanto a características psicológicas, se observó un mayor retraimiento, desarrollo de relaciones interpersonales distantes y frías, una personalidad reservada y tensa, existencia de comentarios denigrantes y un lenguaje áspero, así como arrebatos de agresividad

Se encontró que los asesinos tenían una inseguridad mayor que la media, así como rasgos de personalidad narcisistas. Percibían la inseguridad como una debilidad incompatible con su imagen y, por tanto, la ocultaban y reprimían. 

En todos los casos no hubo un sólo motivo determinante para cometer el delito, sino combinaciones únicas. Por ejemplo: la búsqueda de poder, querer atención de los demás o una supuesta compasión hacia las víctimas

Debido a la complejidad de este tipo de casos, se requiere de una investigación minuciosa para aumentar la eficacia de su prevención. 

Además, es necesaria una mayor atención entre compañeros de trabajo que sea recíproca, información detallada sobre cada paciente, trabajo en equipo y buena comunicación.

Dedicar esfuerzos a mejorar las labores de prevención es imperativo precisamente porque sabemos muy poco sobre el oscuro trasfondo de los homicidios en hospitales y residencias. 

En resumen, el autor insta de manera urgente a que los expertos en la mente del asesino se pongan manos a la obra para conseguir frenar la expansión de este fenómeno criminal.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Relationships Between Offenders’ Crime Locations and Different Prior Activity Locations as Recorded in Police Data”, de Curtis-Ham, S.; Bernasco, W.; Medvedev, O. N. y Polaschek, D. L. L. (2022), en el que los autores realizan un exhaustivo estudio para conocer más acerca de los patrones de elección geográfica de los criminales, para saber si existe relación entre éstos y la rutina de los delincuentes. 

Sabemos, gracias a la teoría de la actividad rutinaria y a la teoría del patrón delictivo, que los delitos ocurren cuando la oportunidad (es decir, la presencia de un objetivo adecuado y disponible) se superpone con los lugares conocidos de los delincuentes a través de sus actividades rutinarias no delictivas, como el lugar donde viven, trabajan o socializan con familiares o amigos.

El desarrollo teórico reciente sugiere que algunos tipos de lugares de actividad son más destacados que otros para las elecciones de ubicación del crimen de los delincuentes. Comprender cuál es más probable que elijan para cometer sus delitos tiene implicaciones muy importantes para la prevención y la investigación de éstos. Puede ayudar a identificar las ubicaciones de alto riesgo e informar de las estrategias más adecuadas para la gestión de los riesgos. También puede ayudar en la elaboración de perfiles geográficos para la investigación del crimen. 

Pero, a pesar de la importancia práctica de poder predecir, a nivel individual, dónde cometerá un delito una persona, hay poca investigación que explore de forma empírica la medida en que los diversos tipos de lugares de actividad se diferencian unos de otros en su influencia sobre el crimen. 

Los estudios hasta la fecha sólo han comparado un subconjunto limitado de ubicaciones (por ejemplo, el hogar del delincuente, hogares de miembros de su familia, o ubicaciones de delitos anteriores). Este estudio aprovecha un gran conjunto de datos nacionales de ubicaciones muy dispares, pertenecientes a actividades de los delincuentes, previas al delito y registradas en una base de datos policial, en un contexto no investigado con anterioridad (Nueva Zelanda). 

Basándose en la psicología ambiental, la teoría del patrón delictivo enfatiza el papel de las actividades rutinarias de las personas en la generación de conciencia sobre las oportunidades delictivas. 

En primer lugar, los delincuentes podrían identificar oportunidades delictivas con mayor facilidad y frecuencia cerca de sus lugares de actividad, llamados nodos. Los estudios cualitativos han confirmado que el hogar, el trabajo y otros lugares de actividad no delictiva tienen el potencial de generar conciencia sobre la oportunidad del delito. Estudios cuantitativos recientes han estimado la mayor probabilidad de que los delincuentes cometan delitos cerca de sus hogares, los hogares de parientes cercanos y las ubicaciones de delitos anteriores, en comparación con otros lugares.

Por otro lado, el papel de las actividades rutinarias en la generación de conciencia sobre las oportunidades delictivas significa que la probabilidad de delinquir suele ser más alta cerca de los nodos de actividad y disminuye con la distancia. Este patrón de disminución de la distancia refleja que las personas están más familiarizadas con las áreas más cercanas que con las más alejadas de sus lugares de actividad, y la familiaridad es un factor importante en la elección de la ubicación del crimen. 

Todo esto también refleja el principio del mínimo esfuerzo: en teoría, las personas viajan la menor distancia necesaria para encontrar la oportunidad de cometer un delito. 

El objetivo principal del artículo es ampliar la comprensión de cómo todas estas asociaciones se dan en la realidad. Para ello, se recogieron datos sobre los delitos y los nodos de actividad de los delincuentes, extraídos de la National Intelligence Application (NIA), una base de datos de la policía de Nueva Zelanda. Los delitos que se incluyeron fueron todos los robos residenciales y no residenciales, robos comerciales y personales y delitos sexuales extrafamiliares cometidos entre 2009 y 2018. Además, en todos ellos se identificó a un delincuente con pruebas suficientes como para proceder en su contra. 

Los resultados obtenidos revelaron que casi todos los nodos se asociaron significativa y positivamente con la elección de la ubicación del crimen. 

De acuerdo con las expectativas basadas en la teoría del patrón delictivo, el crimen casi siempre fue más probable en las inmediaciones de los nodos de actividad y disminuyó con la distancia. Los delitos en el hogar mostraron las asociaciones más fuertes, seguidos por los hogares de la familia inmediata. Esta información es especialmente relevante y novedosa para los robos no residenciales y delitos sexuales extrafamiliares.

Además, parece ser que las personas son más propensas a delinquir cerca de los hogares de la familia inmediata frente a otros parientes más lejanos y parejas íntimas. 

Estos hallazgos, señalan los autores, son interesantes porque pueden contribuir a identificar con mayor exactitud quién es más probable que haya cometido un delito en un lugar en concreto, dada la naturaleza y la proximidad de sus nodos de actividad. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Characteristics of Sexual Homicide Offenders Focusing on Child Victims: a Review of the Literature”, de Page, J.; Tzani-Pepelasi, K. y Gavin, H. (2022), en el que las autoras realizan una revisión de la literatura existente sobre los perfiles criminales de los asesinos sexuales, centrándose, específicamente, en aquellos casos donde las víctimas son niños o adolescentes jóvenes. 

El homicidio sexual se ha vuelto cada vez más popular en los últimos años desde el punto de vista de la investigación científica, especialmente aquel en el que las víctimas son niños.

Aunque el homicidio sexual es un fenómeno raro, que representa sólo entre el 1-4% de los homicidios registrados en Norteamérica y Reino Unido en los últimos años, el público considera estos delitos como los más abominables, y les suele dar mucho más protagonismo. 

Cuando la víctima es un niño, además, atrae intensos niveles de atención de los medios, además, el escrutinio público hacia las fuerzas policiales investigadoras y la presión para realizar un arresto rápidamente son severos. 

Sin embargo, ha habido problemas para definir el homicidio sexual, lo que ha hecho difícil clasificar estos delitos. La mayoría de los estudios revisados en este artículo han utilizado la definición del FBI, que considera un homicidio sexual aquel en que, en la escena del crimen hay: “ropa de la víctima o falta de ropa, exposición de las partes sexuales de la víctima, posición sexual de la víctima, inserción de objetos extraños en las cavidades del cuerpo de la víctima, y/o evidencia de relaciones sexuales”. 

Sin embargo, esta definición puede quedarse un poco corta. En 2015, Chan amplió el concepto incluyendo criterios que pueden no estar disponibles en la escena del delito, como la confesión del delincuente o los efectos personales del agresor, ampliando el ámbito de lo que puede calificarse como homicidio por motivación sexual. 

El objetivo principal de este estudio fue revisar la literatura existente sobre los homicidas sexuales y comparar los hallazgos con los homicidas sexuales de niños, para comprobar si existen similitudes. Para ello, se utilizaron bases de datos y bibliotecas online, donde se encontraron estudios relevantes para su revisión, llegando a un total de 72. 

En 2002, Beauregard y Proulx desarrollaron un modelo de homicidas sexuales que sugería dos tipos de modus operandi: sádico e iracundo, luego ampliaron este modelo para incluir el tercer tipo: oportunista

El sádico tenía una tendencia a premeditar el asesinato, a la mutilación, a la humillación y a esconder el cuerpo. Tenía una personalidad ansiosa, con rasgos de una personalidad evitativa, dependiente y esquizoide, así como algún tipo de desviación sexual e hipersexualidad. Además, eran más propensos a tener baja autoestima. Su modus operandi del delito estaría caracterizado por las fantasías sexuales desviadas del sujeto. 

Los comportamientos sádicos en la escena del crimen incluirían la estrangulación, inserción de objetos extraños, mutilación y uso de restricciones en la víctima, lo que podría demostrar las fantasías sexuales sádicas del delincuente. 

El iracundo no planea el delito, pero es más probable que deje el cuerpo en la escena y experimente soledad antes del asesinato. Tienen rasgos de personalidad dramáticos, incluidas las características de personalidad narcisista y dependiente, un estilo de vida antisocial y su modus operandi se basa en su deseo de venganza contra las personas que creen responsables de sus problemas, incluyendo altos niveles de ira, impulsividad y violencia extrema. Debido a esto último, el asesinato puede darse, a pesar de que al principio, las circunstancias sexuales hayan sido consentidas. 

El oportunista tiene un perfil de personalidad también dramático, que incluye rasgos del trastorno de la personalidad narcisista y antisocial. No tendrían problemas en su vida, pero estarían sexualmente insatisfechos. Su modus operandi estaría caracterizado por su necesidad de gratificación sexual y la creencia de que las demás personas sólo existen para satisfacer sus necesidades. La agresión sexual suele ser un delito de oportunidad, por ejemplo, el delito principal puede haber sido un robo y luego ocurrió una agresión sexual como resultado de la disponibilidad de la víctima. 

¿Y con respecto a este tipo de delitos en niños? Estos mismos autores exponen su propio modelo en 2019, tras una revisión de la literatura existente, sobre 72 casos de homicidios sexuales cometidos en Francia. 

La primera de las categorías es la del asesino “intencional/prepúber” (20,9%), con víctimas mayoritariamente masculinas y de corta edad (9 años). Los delincuentes estarían familiarizados con el lugar del crimen y atacarían a sus víctimas dentro de una residencia. La mayoría de ellos penetraban y tocaban sexualmente a las víctimas y trasladaban el cuerpo tras la muerte. Este tipo de delincuente era el más propenso a consumir drogas o alcohol antes de cometer el homicidio. 

Por otro lado, está el tipo “involuntario/preadolescente” (11,1%), con víctimas mayoritariamente masculinas. Se dirigían a víctimas desconocidas (75%) y la mayoría eran asesinadas por estrangulamiento, pero no fueron penetradas sexualmente.

El grupo más común fue el “intencional/preadolescente” (22,2%). Las víctimas masculinas también fueron las predominantes. Estos delincuentes eran propensos a consumir drogas antes del delito. La penetración sexual siempre se realizaba y la humillación ocurría con frecuencia. Además, las víctimas también eran golpeadas con asiduidad. No intentaron ocultar el cuerpo y normalmente lo enterraban de forma parcial. 

El agresor “involuntario/preadolescente” (11,1%) fue uno de los menos comunes y se caracterizó por la exclusividad de mujeres víctimas, además de elegirlas por su corta edad (10 años o menos). En su mayoría, eran niñas desconocidas (75%). Se practicaba siempre la penetración sexual, rara vez movían el cuerpo de la víctima y no intentaban ocultarlo. 

El tipo “intencional/adolescente” (16,7%) se dirige a víctimas de aproximadamente 12 años de edad. Practicaban la penetración sexual y el estrangulamiento, movían el cuerpo de la víctima después del crimen, parecían evitar el contacto social con los demás y eran los más propensos a exhibir comportamientos sexuales sádicos en la escena. 

Finalmente, está el grupo “indiscriminado/adolescente” (18,1%) que se caracterizó por la criminalidad y antecedentes previos. La mayoría de víctimas eran mujeres de aproximadamente 14 años, normalmente desconocidas.

Este modelo propuesto es bastante bueno, ya que menciona la edad de las víctimas, los comportamientos en la escena del crimen, y brinda características aproximadas del delincuente que la policía podría utilizar en las primeras etapas de una investigación. Sin embargo, podría ampliarse para incluir más detalles sobre los antecedentes criminales anteriores o datos geográficos en relación con las víctimas y el criminal, lo cual reforzaría el modelo y lo convertiría en una herramienta de investigación mucho más útil. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Bringing Light into the Dark: Associations of Fire Interest and Fire Setting With the Dark Tetrad”, de Wehner, C.; Ziegler, M.; Kirchhof, S. y Lämmle, L. (2022), en el que los autores realizan un estudio para saber si existe alguna relación entre los rasgos de la llamada Tétrada Oscura y la fascinación por el fuego o los incendios provocados. 

El fuego siempre ha jugado un papel importante en la humanidad, ya sea como fuente de calor y luz, como medio para cocinar, o como una fuente de entretenimiento. Sin embargo, casos trágicos como los incendios forestales, o el incendio de Notre Dame en 2019, traen a la conciencia pública el potencial destructivo que también posee el fuego. 

Ya sea deliberadamente o por accidente, un incendio descontrolado causa graves daños tanto a personas como a la propiedad. Los incendios causaron 3.655 muertes en Estados Unidos en el año 2018, y de ellos, 350 fueron consecuencia de incendios provocados. 

Debido a este potencial destructivo, es necesario explorar el comportamiento de provocar incendios e investigar qué factores llevan a un individuo a ese punto. 

La investigación ha identificado varias vulnerabilidades psicológicas que se califican como factores de riesgo potenciales. Uno de ellos es el interés o la fascinación por el fuego, además de por iniciarlo. 

Muchos estudios se han centrado en la importancia de integrar los hallazgos sobre trastornos de la personalidad y patologías mentales al asunto de los incendios. Una mejor comprensión de la relación entre los rasgos complejos y oscuros, y la provocación de incendios, puede informar sobre los esfuerzos que se deben tomar en materia de prevención, o incluso puede ayudar a desarrollar teorías sobre cómo se desarrolla una patología que deriva en este comportamiento. 

Se ha planteado la hipótesis de que dos rasgos asociados con el interés por el fuego y la provocación de incendios son la impulsividad y la búsqueda de emociones. Y el vínculo entre provocar incendios e impulsividad, en concreto, se ha demostrado empíricamente.

Dado que la psicopatía incluye la impulsividad como uno de sus aspectos centrales, los autores la consideran potencialmente relevante para la predicción de la provocación del fuego. 

Otras variables incluyen otros rasgos de la Tétrada Oscura. Ésta es más conocida como Tríada Oscura, pero algunos autores la denominan “Tétrada” añadiendo un factor más, en total: psicopatía, narcisismo, maquiavelismo y sadismo. 

Cuando pensamos en provocar incendios, lo primero en lo que pensamos es en la piromanía. Esta se clasifica por un gran interés por el fuego, pero también por experiencias en las que antes de provocar un fuego se siente tensión y excitación y tras el acto, un gran alivio. Debido a estos criterios, es complicado diagnosticar la piromanía, por lo que la gran mayoría de personas con este trastorno no lo saben y, lo que es peor, no lo tratan. 

Una teoría que incorporó el interés por el fuego como un factor importante para provocarlos, es la Teoría de Trayectorias Múltiples de Incendios (M-TTAF, por sus siglas en inglés). Describe cómo las vulnerabilidades psicológicas y otros factores, como los aspectos culturales o del desarrollo, así como el contexto situacional y el aprendizaje social, pueden provocar un incendio. Los autores sugirieron cuatro trayectorias posibles dentro de esta teoría: la antisocial, la del agravio, la del interés por el fuego y la de la necesidad de reconocimiento, existiendo una quinta, que sería la combinación de las otras cuatro. 

Para ello, los autores realizaron un estudio en el que participaron 222 personas y a las que se les realizaron una serie de cuestionarios relacionados con la fascinación por el fuego, la Tétrada Oscura y la M-TTAF. 

Se encontró que la psicopatía y el sadismo físico directo están significativamente correlacionados con el interés por el fuego y el entorno. El sadismo verbal directo se correlacionó positivamente, por un lado, también con el interés por el fuego, y por otro, con la provocación de éste. 

Estas dos últimas tendencias se correlacionaron positivamente, a su vez, con el M-TTAF que sugiere que el interés por el fuego es un factor importante para algunas personas, pero no para todas. Por ejemplo, alguien que sigue la trayectoria del agravio propuesta por el modelo, estaría más motivado por la venganza o la retribución cuando comete un incendio, que por el interés que tenga en el fuego en sí. 

El sadismo vicario se relacionó, por otro lado, con la satisfacción producida únicamente al ver el fuego de un incendio activo. 

Además, se vio una vez más la relación entre la impulsividad y la provocación de incendios. Y la psicopatía mostró la relación más fuerte entre los otros rasgos de la Tétrada Oscura. Como la impulsividad es una faceta clave de la psicopatía, parece lógico relacionar, con cautela, la provocación de incendios con la psicopatía.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Predicting rapist type based on crime-scene violence, interpersonal involvement, and criminal sophistication in U.S. stranger rape cases”, de Mellink, I. S. K.; Jeglic, E. L. y Bogaard, G. (2022), en el que las autoras realizan un estudio en el que investigan las particularidades de los casos de violadores en serie y violadores de una sola víctima, para saber cuáles son los elementos propios de cada caso y realizar un análisis comparativo que ayude en la perfilación criminal de casos similares.

La violencia sexual es un grave problema de salud pública en todo el mundo. Sólo en los Estados Unidos, una de cada seis mujeres ha sido víctima de un intento de violación o de una violación consumada a lo largo de su vida. Por lo tanto, parece una necesidad de gran urgencia comprender mejor a quienes cometen agresiones sexuales para aumentar las tasas de condena. 

Las pruebas físicas, como el ADN o las huellas dactilares encontradas en la escena del crimen, a menudo no se encuentran o, si se encuentran, pueden no ser concluyentes. Por ello, si establecemos un vínculo entre el delito y el delincuente utilizando otros medios, será valioso para la investigación, al reducir el grupo de posibles sospechosos. 

La elaboración de perfiles criminales es una de las muchas técnicas que ayudan en el proceso de investigación, de identificación, localización y arresto de delincuentes en general y en casos de violación en particular. 

En la perfilación criminal, se usan las características de la escena del crimen para inferir información que ayude a reducir la lista de sospechosos y a aprehender al victimario.

Al atender a los comportamientos observables de la escena del crimen, las fuerzas del orden pueden identificar pistas sobre el tipo de delincuente con el que están tratando, como la probabilidad de que el delincuente sea un violador en serie, o bien un violador de una sola víctima. 

¿Por qué este último punto es importante? Precisamente porque, si hay características de la escena del crimen que asocien el caso con que el victimario sea un violador en serie, esto podría indicarnos que ha cometido otros delitos similares, lo que, a su vez, puede dar a los investigadores la idea de buscar en sus bases de datos los antecedentes penales de los sospechosos y así, hacer una importante criba. 

Para comprender mejor a quienes cometen violaciones, los delincuentes pueden clasificarse en función de variables del comportamiento o de su modus operandi.

Desde el punto de vista de la mayoría de expertos, la violación se ve como un suceso en el que el delincuente trata su víctima de manera similar a cómo trataría a otras personas en un contexto no delictivo. 

Esto, sumado a otros hallazgos, sugiere que es posible vincular un delito y un delincuente por su comportamiento. Esta vinculación se basa en dos ideas: la consistencia y la variabilidad. La consistencia se refiere a que el comportamiento delictivo de un sujeto es consistente, lo que significa que una misma persona probablemente se comporte de manera similar en otros delitos. Y variabilidad se basa en que dos delincuentes no se comportarán exactamente de la misma manera, lo que permite distinguirlos. 

Los autores deciden centrarse en las diferencias que existen entre los violadores en serie y los violadores de una sola víctima y que se pueden extraer en base a su comportamiento en la escena del crimen. Hay una gran escasez de literatura empírica al respecto, pero un estudio de 1987 arroja algunas ideas interesantes, como que los violadores de una sola víctima tienen más probabilidades de ser conocidos por sus víctimas que los violadores en serie, y prefieren usar un enfoque seguro en lugar de un ataque rápido. Con los violadores en serie pasaría al contrario. 

En el presente estudio, los autores utilizaron los datos relativos a los casos de 3.168 internos de una prisión de Nueva Jersey, que cumplían condena en el momento de escribir el artículo por delitos sexuales. 

Encontraron que los violadores de una sola víctima y los violadores en serie pueden diferenciarse los unos de los otros, efectivamente, según su comportamiento; y además, los autores clasifican los casos según tres categorías: violencia, sofisticación criminal y comportamiento interpersonal. 

Los violadores de una sola víctima tienen más probabilidades de tener una escena del crimen con características violentas, y son más propensos a penetrar digitalmente y amenazar a sus víctimas. 

Por otro lado, los violadores en serie, tienen una escena del crimen más sofisticada desde el punto de vista criminal, por ejemplo, incapacitan a la víctima o usan un arma. Esto está en línea con investigaciones anteriores que muestran que los violadores en serie son más sofisticados en general. 

Los violadores en serie usan armas con mayor probabilidad, la cual tiende a ser una pistola o un cuchillo, y, además de incapacitar a su víctima con mayor frecuencia, como ya hemos mencionado, también suelen preparar a la víctima y guiarla o atraerla a algún lugar. También es menos probable que este tipo de violadores consuma drogas o alcohol durante el delito o inmediatamente antes de éste, para seguir siendo criminalmente sofisticados y evitar ser detectados, puesto que no les compensa arriesgar su éxito consumiendo estas sustancias. 

A pesar de obtener algunas ideas interesantes, los autores señalan la necesidad de continuar investigando sobre el proceso criminológico completo de la violación, desde la víctima al victimario, y lo que se relaciona con la escena del crimen, ya que sólo conociendo y entendiendo estos datos seremos capaces de mejorar la prevención.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “From verbal account to written evidence: do written statements generated by officers accurately represent what witnesses say?”, de Milne, R.; Nunan, J.; Hope, L.; Hodgkins, J. y Clarke, C. (2022), en el que los autores realizan un estudio para saber cuál es la exactitud de los agentes de los cuerpos de seguridad a la hora de transcribir los testimonios de las víctimas y testigos. 

Los testigos son fundamentales para la mayoría de casos penales, de hecho, hay muchos expertos que consideran que son los que proporcionan las evidencias con más peso en los juicios

En consecuencia, se le ha prestado mucha atención a lo largo de la historia de la psicología del testimonio, al desarrollo de técnicas que ayuden a obtener información confiable, relevante y detallada de los testigos durante sus entrevistas. 

Tradicionalmente, los testigos proporcionan sus relatos en dos momentos distintos del proceso de justicia penal: primero, cuando son entrevistados durante la investigación, y luego cuando prestan declaración durante el juicio.

La declaración escrita que se produce cuando el entrevistador asimila la información proporcionada por el testigo en ese primer momento, es un elemento clave para la investigación que debe ser una representación precisa de lo que el testigo informa. 

El sistema de justicia penal confía precisamente en la precisión de este documento para evitar decisiones judiciales mal informadas.

La producción de declaraciones escritas a menudo se lleva a cabo al mismo tiempo que se entrevista al testigo, sin embargo, esto depende de las circunstancias. Por ejemplo, el tipo de delito y su gravedad, la capacitación o las preferencias del agente, entre otras. 

Hasta la fecha, la investigación en psicología se ha centrado en mejorar la comprensión de cómo el proceso de la entrevista puede afectar a la memoria del testigo, y qué técnicas se pueden utilizar para mejorar la calidad y la cantidad de información obtenida. 

Actualmente, hay algunas pautas que se siguen, en general, para un desarrollo correcto de la entrevista. Por ejemplo, se intenta fomentar el recuerdo libre, las preguntas abiertas, y limitar las preguntas cerradas al final de la entrevista. Todo esto, mientras se toma nota a mano u ordenador, o se registra, por ejemplo, mediante grabación de audio o vídeo.

En la práctica, un método frecuente de registrar la interacción entre el testigo y el agente se basa en la propia memoria del entrevistador sobre lo que dijo el testigo, y, por lo general, no hay un registro real de las preguntas utilizadas por el entrevistador para obtener el relato, así como tampoco parece ser que haya un registro completamente fiel a lo que dice el entrevistado. 

Algunos expertos, de hecho, han argumentado que las declaraciones escritas son tratadas erróneamente por el sistema de justicia penal como un registro textual de la entrevista, cuando no lo son. 

En un experimento en 1994, se examinó el proceso de toma de declaración y se encontró que las declaraciones escritas por el entrevistador inmediatamente después de la entrevista, contenían sólo ⅔ de la información reportada por el testigo.

En 2011, otro estudio similar, reveló que el 68% de la información proporcionada por el testigo se omitió, y de éste porcentaje, el 40% era información relevante para el delito. 

Este tipo de errores de omisión pueden deberse a la carga cognitiva inherente a la multitud de tareas que constituyen el proceso de toma de declaración, como escuchar de forma activa, formular preguntas previa elección, asimilar la información reportada y, finalmente, tomar notas. 

Usando casos extraídos de distintas fuerzas de seguridad de Reino Unido, la investigación del artículo se centró en examinar la consistencia entre la información de las entrevistas y la declaración escrita resultante. Se pidió a los agentes que grabaran sus entrevistas en vídeo y se recopilaron un total de 15 para el estudio. 

Se formaron una serie de categorías a las que se iba a prestar atención: los detalles consistentes mencionados por el testigo e incluidos en la declaración, las omisiones, las distorsiones, las contradicciones y las intrusiones de información no mencionada. 

Dos sujetos realizarían dos declaraciones escritas de la entrevista, que se compararon más tarde con ella. 

Las 15 declaraciones finales contenían errores. Su contenido divergía del relato verbal original proporcionado por el testigo de varias formas.

El tipo de error más común fueron los errores de omisión, que oscilaron entre el 4,76% y el 51,81%. Después, aparecieron las distorsiones, entre el 1,85% y el 19,28%. Tres declaraciones contenían información contradictoria y sólo dos declaraciones no incluyeron ningún error. 

En esta muestra, por tanto, el producto probatorio (la declaración escrita) nunca fue una réplica exacta de lo que dijo realmente el testigo, salvo en los dos casos mencionados. De hecho, en algunos casos hubo discrepancias considerables entre el relato verbal y el registro escrito, lo cual es peor. 

Esto puede ser, como ya hemos mencionado previamente, por la demanda cognitiva que se asocia a la entrevista. Además, la investigación que examina la memoria para la conversación, ha encontrado que solemos funcionar quedándonos con lo esencial de un discurso, y no con cada palabra. 

Lo que los autores recomiendan para paliar estas carencias es, siempre que sea posible, aprovechar los medios tecnológicos para grabar la declaración, tanto en audio, como en audio y vídeo, y más cuando estamos ante un delito con una víctima especialmente sensible o de una gravedad importante. 

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