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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “‘Little Rascals’ or
Not-So-Ideal Victims: Dealing with minors trafficked for exploitation in criminal activities in the
Netherlands”, de Breuil, B. O. (2021), en el que la autora revisa el problema de la explotación
infantil con fines delictivos en el contexto holandés.

Sabemos que una de las grandes lacras como sociedad que a día de hoy sigue existiendo es la trata
de personas. La más conocida es la trata con fines de explotación sexual, que arrastra a millones y
millones de personas a destinos crueles, de donde es muy complicado salir.

Sin embargo, también existe la trata con fines delictivos, donde la mayoría de víctimas son, una vez
más, las personas más vulnerables: niños y menores de edad.

En los Países Bajos, contexto de este estudio, se defiende la idea de que se deben garantizar los
intereses de los menores en este tipo de casos, y que las víctimas de trata no deben ser consideradas
responsables ni deben ser castigadas por los delitos que se vieron obligadas a cometer. Sin embargo,
la sociedad suele considerar estos castigos como merecidos y justos.

Entonces, ¿los actores de primera línea (policías y figuras de autoridad) están preparados para
identificar y tratar estos casos?

Este tema se discute en la investigación realizada por la autora en 2015 y 2016, sobre los niños y
jóvenes explotados en actividades delictivas en los Países Bajos.

En el momento en que ésta se llevó a cabo, sólo cinco casos se habían juzgado exitosamente en los
tribunales. Y aunque la visibilidad del fenómeno ha aumentado en los últimos años,
desafortunadamente es una forma de trata que sigue siendo poco investigada, tanto en los Países
Bajos como en el resto del mundo.

El objetivo del artículo es, por tanto, contribuir a llenar ese vacío, aportando ideas que pueden ser
relevantes para las instituciones públicas de protección infantil.

La investigación gira en torno a dos cuestiones: primero, qué conocimiento existe sobre el
fenómeno, sobre su definición, características, los perfiles de los perpetradores y las víctimas,
etcétera. Por otro lado, se investigaron algunos casos con el fin de explorar las diferentes
manifestaciones del fenómeno.

Uno de los problemas que plantea esta tipología delictiva, es la reducida cantidad de literatura sobre
la misma. A partir de los datos limitados que existen, los delitos más comunes en este contexto
serían: el carterismo, la mendicidad forzada, el robo, el hurto en tiendas, la venta ambulante ilegal o
el tráfico de drogas.

En lo que respecta a las cuatro primeras actividades, hay un fuerte énfasis en la investigación sobre
niños romaníes, de Europa Central y oriental, como las principales víctimas de esta explotación.

Sin embargo, la autora menciona la necesidad de ser escépticos con respecto a la “etnitización” del
fenómeno. Lo más importante de la victimización de los menores para estos delitos son las
desventajas socioeconómicas de sus familias, vivir en barrios segregados, empobrecidos y
propensos a la delincuencia, con padres enfermos, desempleados, o bien consumidores de alcohol o
drogas. No hay razón para que niños de otros grupos étnicos que viven en circunstancias similares
sean victimizados: no tiene que ver con la raza, sino con unas condiciones de vida desfavorecidas.
Esto también tiene consecuencias negativas sobre los padres y la cultura romaní, que se ven
percibidos como victimarios.

Un aspecto muy interesante que se debe contemplar, es que las suposiciones sobre cómo deberían
ser las víctimas, disuaden a las autoridades de otorgar la condición de víctima a los menores que no
encajan en este ideal, ya que existe la creencia de que estos menores llegaron con sus familias al país de acogida para beneficiarse de sus ayudas sociales, lo que puede empañar su capacidad para
verlos como víctimas.

Es decir, aunque pueden ser identificados como víctimas de la trata con fines de delincuencia, esto
no garantiza que realmente se les reconozca como tales, debido a la estigmatización que sufren.

También existe un sesgo cognitivo que hace más sencillo considerar víctimas a las mujeres que a los
hombres. Algunas de las figuras de autoridad entrevistadas para el estudio de la autora,
mencionaron más obvia la posibilidad de que las niñas sean víctimas de trata.

Por otro lado, es complicado que los casos de explotación de menores en actividades delictivas
lleguen a los tribunales. Según la investigación, se debe a que en algún momento de la investigación
sobre el delito, se pierde la idea, se deja de considerar trata.

A veces ocurre porque los profesionales prefieren no etiquetar el caso como trata de personas de
forma oficial, para ser lo más objetivos posible e interpretar los hechos desde un papel neutral.
En otras ocasiones, se considera que etiquetar un caso como trata de personas podría no ir a favor
del interés y el bienestar del niño. Esto sigue el argumento de que, en algunos casos, calificar
legalmente unos hechos como consecuencia de la trata, evita abordar las causas estructurales
(políticas, económicas y sociales), en beneficio de las reacciones punitivas de la justicia penal.

Es decir, procesar y dar penas de cárcel a los padres por traficar con sus hijos puede tener graves
consecuencias para los niños y empeorar sus condiciones de vida. Una intervención orientada a
protegerlos, apoyar a los padres en la crianza, mejorar sus condiciones de vida, produciría mejores
resultados.

Estos esfuerzos combinados podrían allanar el camino para una mejor identificación de la trata de
menores para su explotación en actividades delictivas, y garantizar que se respeten los derechos de
los niños, incluido el derecho de no ser castigados por delitos que fueron obligados a cometer.
También sería necesario abordar las desigualdades económicas, sociales, culturales y de género,
mientras se mantiene en el foco de atención el interés superior de los niños.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Aggressive challenging behavior in adults with intellectual disability: An electronic register-based cohort study of clinical outcome and service use”, de Smith, J.; Baksh, R. A.; Hassiotis, A.; Sheehan, R.; Ke, C.; Wong, T. L. B.; Strydom, A. e investigadores de PETAL (2022), en el que los autores recopilaron información sobre pacientes con discapacidad intelectual para conocer mejor cómo se presentan los comportamientos desafiantes agresivos en este tipo de población.

La discapacidad intelectual es una condición para toda la vida, caracterizada por un deterioro en la cognición, el lenguaje y las habilidades sociales, que afecta aproximadamente al 1% de la población mundial.

Se estima que el comportamiento desafiante, que incluye autolesiones, agresiones, amenazas, violencia física y conducta sexualmente agresiva, entre otros, tiene una prevalencia de aproximadamente el 10% entre los adultos con discapacidad intelectual, y tiende a persistir en el tiempo, con una tasa aproximada del 25% a los 2 años. 

El comportamiento desafiante agresivo es una razón común para la derivación de adultos con discapacidad intelectual a servicios de salud, y puede tener consecuencias graves, desde el estrés de la familia y los cuidadores, hasta el contacto de la persona con discapacidad con el sistema de justicia penal.

Algunos estudios previos que han explorado los factores asociados con el comportamiento desafiante agresivo en adultos con discapacidad intelectual han demostrado que el género masculino, algún trastorno del espectro autista comórbido, problemas de comunicación y el agravamiento de la discapacidad, se asocian con niveles más altos de la agresividad

El objetivo de los autores en este estudio fue actualizar la información disponible sobre los factores asociados al comportamiento desafiante agresivo en adultos con discapacidad intelectual.

Para ello, se tuvieron en cuenta datos del South London and Maudsley (SLaM) National Health Service (NHS) Foundation Trust de Reino Unido. SLaM es uno de los mayores proveedores de atención de salud mental del área europea. 

Se tuvieron en cuenta datos de pacientes mayores de edad. Éstos debían haber tenido un episodio de atención ambulatoria que incluyera contacto directo con un equipo especializado en salud mental, más específicamente, en discapacidad intelectual, todo ello entre enero de 2014 y diciembre de 2018. Fueron un total de 1.225 registros de pacientes los que se analizaron.

Algunas de las ideas más interesantes que arrojó el estudio fue que los episodios con alta frecuencia de agresión fueron de mayor duración que aquellos episodios con menor frecuencia (más de 2 años vs. aproximadamente 4 meses). 

Los adultos más jóvenes, de una media aproximada de 31 años, presentaron una mayor frecuencia de episodios de alta agresión. 

La inestabilidad del estado del ánimo, la irritabilidad y la agitación se asociaron fuertemente con una mayor aparición de conductas desafiantes agresivas. 

Casi el 60% de los pacientes tuvieron en algún momento un diagnóstico de trastorno generalizado del desarrollo.

Los autores encontraron que el comportamiento desafiante agresivo ocurre en la mayoría de los episodios de atención clínica que requieren la participación de un equipo sanitario especializado en discapacidad intelectual. 

Parece ser que, tal y como hemos comentado unas líneas más arriba, ser más joven, tener un diagnóstico de trastorno generalizado del desarrollo y la inestabilidad e irritabilidad del ánimo influyen y son factores de riesgo. 

Otros factores de riesgo incluyeron la presencia de un trastorno mental común, trastornos de la personalidad y agitación durante los episodios agresivos. 

La cantidad de atención social y sanitaria brindada, aunque es muy importante para las familias, realmente no resultó ser un factor de riesgo.

Un punto muy importante que señalan los autores, es que a menudo no se diagnostican enfermedades mentales o problemas de salud mental en personas con discapacidad por las manifestaciones conductuales atípicas que ya existen. Es decir, algunos comportamientos que pueden informar de un trastorno mental, se toman por consecuencias propias de la discapacidad intelectual. Por tanto, existe un alto nivel de incertidumbre diagnóstica. 

En un estudio reciente basado en un grupo de 142 personas con discapacidad intelectual, se mostró que casi un tercio de los participantes tenía algún tipo de problema de salud mental no diagnosticado, siendo los trastornos depresivos mayores y de ansiedad los más comunes. 

Los autores señalan la importancia de dedicar esfuerzos y recursos a la investigación sobre personas con discapacidad intelectual, primero, para entender la condición sanitaria con la que viven y, en segundo lugar, para ayudar a que su calidad de vida se acerque lo máximo posible a la de aquellas personas con un desarrollo intelectual típico. 

Además, comprender por qué surgen los comportamientos agresivos ayudaría no sólo a estas personas sino también a su entorno y sus relaciones interpersonales, que ganarían estabilidad y calidad.

Es importante considerar el comportamiento desafiante agresivo como un problema de salud pública que necesita más investigación e inversión clínica, así como formas más efectivas de intervención y apoyo individualizados. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Non-intimate Relationships and Psychopathic Interpersonal and Affective Deficits as Risk Factors for Criminal Career: a Comparison Between Sex Offenders and Other Offenders”, de Ferretti, F.; Pozza, A.; Carabellese, F.; Schimmenti, A.; Santoro, G.; Mandarelli, G.; Gualtieri, G.; Carabellese, F.; Catanesi, R. y Coluccia, A. (2021), en el que los autores realizan un estudio para saber cómo las relaciones no íntimas y los déficits psicopáticos interpersonales y afectivos pueden funcionar como factores de riesgo que influyan en la carrera delictiva de los delincuentes sexuales, comparándolos con otros.

Desde los inicios de la criminología siempre se ha considerado un tema de gran interés la historia de los delincuentes, el patrón de desarrollo de sus carreras y los factores de riesgo que los conducen a esos destinos.

Por ejemplo, la relación entre las experiencias traumáticas de las víctimas de abuso sexual y el surgimiento de comportamientos sexuales disfuncionales fue investigada por numerosos expertos, con la conclusión de que se deben buscar otras causas subyacentes a los delitos sexuales, porque el paradigma víctima/agresor es demasiado reduccionista.

También se le ha prestado atención a los trastornos psiquiátricos, que juegan un papel importante; en el caso de los delincuentes sexuales sobre todo la esquizofrenia, el trastorno bipolar y los trastornos del estado de ánimo y la personalidad.

Por otro lado, aparece la psicopatía, cuya relevancia en el comportamiento delictivo y la conducta violenta está ampliamente reconocida en la literatura. Se suele evaluar generalmente mediante la Lista de Verificación de Psicopatía Revisada (PCL-R), que abarca los factores de los déficits interpersonales y afectivos y el comportamiento antisocial.

La asociación de la psicopatía con los delitos sexuales no es algo nuevo. En un estudio se encontró que la presencia de la psicopatía en agresores sexuales constituye un factor predictivo de la reincidencia delictiva en este y otro tipo de delitos.

Otros estudios han demostrado que los fallos relacionales de los cuidadores y figuras de apego, como por ejemplo descuidos o abandonos, pueden llevar al niño a experimentar dificultades en su autorregulación interpersonal. Estas dificultades podrían constituir un riesgo para los adultos al fomentar comportamientos agresivos, dificultades en la regulación emocional y problemas sexuales, como se puede encontrar en muchos casos de psicopatía, sadismo y parafilias.

Como vemos, hay tanta variedad de ideas que es difícil identificar con exactitud los factores de riesgo que pueden afectar al comportamiento sexual disfuncional de los delincuentes sexuales.

El objetivo de este estudio fue explorar la relevancia de los eventos vitales en el desenlace delictivo, comparando agresores sexuales con otro tipo de delincuentes. Se estudiaron las vivencias relacionadas con problemas de violencia, conductas antisociales, problemas de relaciones personales, de uso de sustancias, experiencias traumáticas y estilos de crianza.

Participaron un total de 88 delincuentes sexuales y 102 personas cumpliendo condena por otro tipo de delitos.

Dentro de los delincuentes sexuales, la gran mayoría (76%) de los reclusos cumplían condena por abuso de menores.

En la categoría de otros delincuentes, se incluían condenados por homicidio, agresión, delitos contra la propiedad y contra el estado, pero no sexuales.

Se utilizó un conjunto de ítems de la escala HCR-20 V3 para evaluar los factores de riesgo.

Se obtuvieron hallazgos como que los delincuentes no sexuales mostraron una mayor probabilidad de tener antecedentes de problemas de violencia y comportamiento antisocial en la adolescencia y la edad adulta, junto con problemas de abuso de sustancias. Sólo un factor de riesgo, la ausencia de problemas en las relaciones no íntimas, diferencia la carrera delictiva de los delincuentes no sexuales y los agresores sexuales.

Estas relaciones no íntimas se definen como vínculos con los miembros de la familia, amigos o conocidos, que no involucran ningún tipo de dimensión sexual. El aislamiento social, la distancia emocional, la inestabilidad, el conflicto, la manipulación de los demás, la sexualización inapropiada y la violencia en las relaciones no íntimas son indicadores a tener en cuenta.

En comparación con el grupo de delincuentes no sexuales, los agresores sexuales mostraron niveles más altos de déficits psicopáticos interpersonales y afectivos, y niveles más bajos de comportamientos antisociales.  

Con el estudio se confirmó la importancia de las relaciones no íntimas deficientes en la predicción de la carrera delictiva de los delincuentes sexuales. Sobre todo, por la sexualización inapropiada, la violencia y la escalada de problemas en este contexto.

Los autores consideran que los programas de tratamiento para los delincuentes sexuales deberían estar destinados a prevenir la reincidencia, y por tanto, deben abordar estos déficits en las relaciones no íntimas, y apuntar a los rasgos psicopáticos, específicamente los rasgos interpersonales y afectivos. Por ejemplo, a través de la terapia cognitivo-conductual, que se ha revelado como un tratamiento eficaz para los rasgos psicopáticos.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “The Salience of Antisocial Personality Disorder for Predicting Substance Use and Violent Behavior: The Moderating Role of Deviant Peers” de Wojciechowski, T. W. (2020), en el que el autor realiza un estudio para saber cómo y en qué influye que los jóvenes tengan relación con otros adolescentes con conductas desviadas, poniendo el foco de atención en los comportamientos violentos y el consumo de drogas.

Sabemos que los jóvenes son un grupo de la población especialmente vulnerable debido a que su personalidad se encuentra aún en formación, por lo que debemos prestar especial atención a lo que les ocurre en esta etapa de su vida para que se desarrollen de forma típica. 

Pues bien, un trastorno mental que es especialmente peligroso y que aparece con frecuencia en la adolescencia es el trastorno de personalidad antisocial (TPA de ahora en adelante). Esta enfermedad se caracteriza por un patrón de comportamiento manipulador, agresivo e impulsivo, que desprecia y viola los derechos de los demás y no se arrepiente de participar o realizar actos ilícitos. 

Se ha demostrado que el TPA está asociado con el uso de sustancias y los delitos violentos, entre otros comportamientos antisociales. 

Al igual que tener amigos a los que les gusta ir al cine puede hacer que nosotros disfrutemos más de ello, los autores se preguntan, pues, si en este contexto también influirá la asociación con jóvenes con conductas desviadas en el desarrollo de un TPA, en el consumo de drogas y en la comisión de delitos violentos

La asociación con jóvenes desviados ya se ha destacado en investigaciones anteriores como un factor de riesgo para desarrollar TPA. Se cree que una razón puede ser el hecho de que el TPA suele aparecer de forma temprana, en la época adolescente, cuando somos especialmente vulnerables a los actos desviados que realizan otros iguales. 

De hecho, según un estudio mencionado en el artículo, asociarse con jóvenes desviados, de hecho modela y refuerza la conducta antisocial. Si esto perdura, puede ser muy peligroso, ya que el afianzamiento reforzado de un estilo de vida desviado puede inhibir la transición a una vida normativa.

Se sugiere en otros estudios que, aunque la frecuencia de asociación con compañeros desviados tiende a disminuir en la edad adulta, si existiese podría seguir influenciando la aparición del TPA. 

Sin embargo, se debe mencionar que el TPA se caracteriza, como hemos señalado antes, por un comportamiento manipulador e impulsivo y el desprecio por las emociones de los demás, así que podemos entender que esto necesariamente debe disminuir las interacciones con compañeros. 

Es decir, cabe la posibilidad que tras desarrollar un TPA la persona se vea aislada según vaya creciendo, con los peligros que ello supone. Esto es algo que puede ocurrir tanto si alguien padece TPA como si no lo padece, pero es cierto que las personas que lidian con ello tienen unas circunstancias especiales que pueden hacer que estos eventos sean particularmente importantes. 

En este estudio, el autor se centra en estudiar cómo la relación con jóvenes desviados influiría en las conductas violentas y de consumo de sustancias. 

En primer lugar, porque la naturaleza impulsiva de este trastorno es una de las razones atribuidas al riesgo alto de consumo de drogas. Además, los jóvenes a menudo consumen drogas entendiéndolo como un ritual social. A medida que ocurre la transición a la edad adulta, podría haber una continuidad en esta conducta para individuos diagnosticados con TPA. 

Por otro lado, la influencia de jóvenes desviados con relación a delitos violentos también puede amplificarse para aquellos que sufren TPA, lo cual se suma a conclusiones de investigaciones previas que dicen que las personas con TPA tienen un riesgo muy elevado de cometer delitos violentos. 

El autor utiliza datos obtenidos de un estudio previo con más de 1.000 delincuentes juveniles a los que se les hizo un seguimiento durante 84 meses.

Los hallazgos muestran que la asociación con compañeros desviados sí funciona como moderador del diagnóstico de TPA y sobre el consumo de drogas y comisión de delitos violentos

Sin embargo, no actúa como moderador tal y como se esperaba en los delitos violentos. Los individuos con TPA cometieron delitos violentos con mayor frecuencia, pero no afectó el contacto con jóvenes desviados. Por otro lado, sí influyó en jóvenes no diagnosticados con TPA, haciendo que participasen en delitos violentos con más asiduidad. 

Con respecto al consumo de drogas en jóvenes con TPA, se encontró que la asociación con jóvenes desviados influía de forma significativa únicamente en el consumo de marihuana, aumentándolo. 

El autor señala que se debería realizar un intensivo trabajo de prevención desde prontas edades para disminuir el desarrollo de trastornos de personalidad antisocial, ya que es ahí cuando empiezan a surgir.

También comenta que las investigaciones futuras podrían enfocarse en investigar por qué la asociación con jóvenes desviados afecta a los jóvenes con TPA en el consumo de marihuana, y no en el consumo de alcohol u otras drogas. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Psychological Profile, Emotion Regulation, and Aggression in Police Applicants: a Swiss Cross-Sectional Study”, de Ceschi, G.; Meylan, S.; Rowe, C. y Boudoukha, A. H. (2022), en el que los autores realizan un estudio para conocer las características psicológicas generales que suelen compartir los agentes de policía y cómo éstas interactúan con las situaciones límite a las que se ven expuestos. 

Al mismo tiempo que garantizan la seguridad pública, los agentes de policía se enfrentan, repetidamente, a situaciones estresantes, violentas y traumáticas, lo que se traduce en una tremenda presión psicológica. 

Por ejemplo, no es raro que se requiera a un oficial de policía para que brinde protección a la víctima de un delito mientras, al mismo tiempo, se encuentra con un delincuente peligroso. 

Estas situaciones requieren de estrategias sofisticadas de control y afrontamiento de emociones, una sólida predisposición personal para lidiar con el estrés y suficientes recursos cognitivos para llevar a cabo todo lo anterior. 

No sorprende a nadie que, según investigaciones anteriores, la exposición a eventos traumáticos contribuya al desarrollo de problemas de salud mental. Por ejemplo, éstos se asocian con el trastorno de estrés postraumático, la depresión, síntomas obsesivo-compulsivos, ira y actitudes agresivas.

Las investigaciones sugieren que los agentes de policía pueden “dar pistas” sobre posibles problemas de salud mental de forma indirecta. Por ejemplo, pueden presentar fatiga crónica, preocupaciones sobre diversos aspectos de su trabajo y su vida personal, sentimientos de falta de apoyo por parte de sus superiores, sensación de sobrecarga de trabajo… 

Sin embargo, es interesante mencionar que, a pesar de que los agentes de policía están continuamente expuestos a eventos estresantes, sólo una minoría de ellos informa de trastornos de estrés postraumático crónico o desequilibrios emocionales importantes. Por ejemplo, en un estudio sueco de 2010 se descubrió que los oficiales de policía tenían una mejor salud mental que la población civil.

En resumen, los policías muestran buenas competencias emocionales ante eventos adversos. Sin embargo, el hecho de que estén expuestos de manera significativa y recurrente a situaciones traumáticas a lo largo de toda su carrera profesional, los pone en riesgo de sufrir eventualmente un desequilibrio emocional y una erosión progresiva de su temperamento original. 

Por lo tanto, es necesario anticiparse a esto para poder apoyar a los policías en riesgo desde el inicio de su carrera, y ayudar a preservar su salud mental y su potencial profesional de la mejor manera. 

El objetivo del presente estudio fue describir el perfil psicológico de los aspirantes a policía en el contexto suizo, valorando sus niveles de estrés, ansiedad, depresión, felicidad, agresividad, impulsividad… entre otros. 

Para ello, se utilizó una muestra de 149 aspirantes a policía de entre 20 y 36 años, y un grupo de control de 110 personas de entre 18 y 33 años. A ambos grupos se les pidió que cumplimentaran una serie de tests y escalas con validez científica para valorar los rasgos de su personalidad. 

De acuerdo con hallazgos previos, la investigación de los autores confirma que los aspirantes a policía en el contexto suizo tienen un perfil psicológico similar que se caracteriza principalmente por sentimientos afectivos equilibrados; es decir, tienen bajos niveles de ansiedad, depresión e ira. 

Además, autoinforman de pocas disposiciones impulsivas y parece que son más propensos a pensar en las consecuencias antes de actuar y a mantener la concentración incluso cuando realizan tareas complejas o aburridas (es decir, son más persistentes).

Sin embargo, este perfil psicológico notablemente equilibrado debe matizarse por un marcado estilo socialmente deseable que conduce a los candidatos a presentarse de forma excesivamente positiva

Se ha descubierto que los aspirantes a policía se suelen engañar más a sí mismos que el resto de la población, según estudios de 1997 y 1999. 

La represión sería un factor que influiría en esto último, y además, también afectaría a la evaluación de situaciones estresantes. Es decir, la represión puede hacer que estas personas eviten, de forma selectiva, prestar atención a información o estímulos negativos y, cuando se enfrentan a ellos, pueden tender a interpretar estas situaciones como no amenazantes, no peligrosas, y sobreestimar su propio potencial de afrontamiento y su capacidad de control. 

Por otro lado, el estudio actual indica que las tendencias de acción agresiva de los aspirantes a policía están influenciadas por altos niveles de ansiedad en determinado momento, el grado de urgencia cuando se enfrentan a sentimientos negativos y una marcada sensibilidad a la recompensa.

Es decir, los aspirantes a policía más sensibles a la recompensa, motivados por incentivos positivos y gratitud, podrían usar más fácilmente actitudes agresivas al encontrarse con obstáculos. Así, los autores consideran que el deseo de obtener recompensas puede considerarse un factor de riesgo para las actitudes agresivas. 

Los autores entienden, por tanto, que hay un perfil psicológico que se selecciona de forma intuitiva, que es específico y consistente con el estilo de afrontamiento represivo. De hecho, este perfil es muy favorable para proporcionar, al menos al principio, una imagen positiva del candidato que incluye buenas estrategias adaptativas cuando se trata de adversidades. Lo que no se debe olvidar es que la exposición crónica a eventos estresantes erosiona el potencial de afrontamiento del individuo. 

Los autores señalan que, si bien este estudio es revelador, se necesitan más trabajos empíricos para sacar conclusiones. Lo que se puede confirmar es que los hallazgos revelan la importancia de seguir esforzándose por comprender los métodos de afrontamiento de situaciones estresantes de los miembros de los cuerpos de seguridad. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Psycholinguistic and socioemotional characteristics of young offenders: do language abilities and gender matter?”, de Winstanley, M.; Webb, R. T. y Conti-Ramsden, G. (2022), en el que los autores realizan un estudio para saber cómo la falta de habilidades lingüísticas puede estar relacionada con un aumento de la tendencia a delinquir en los jóvenes.

La delincuencia juvenil es un problema grave, costoso para la sociedad, que además genera miedo en los ciudadanos. Por ello, es necesaria una consideración cuidadosa del tema, y la comprensión de los factores que se relacionan con la tendencia a delinquir, incluidas las características psicolingüísticas y socioemocionales de los jóvenes que se involucran en la delincuencia.

El lenguaje en concreto, proporciona un enfoque para identificar grupos con dificultades en los perfiles de jóvenes infractores, tanto si son diagnosticados con trastornos del desarrollo del lenguaje, como si no. 

Este conocimiento puede informar tanto a la política como a la práctica de la planificación y la estrategia de la rehabilitación.

El trastorno del desarrollo del lenguaje se refiere a problemas significativos y persistentes para comprender y/o usar el lenguaje hablado. Estos problemas en ningún caso pueden estar asociados a otras dificultades, como una discapacidad auditiva o un trastorno del espectro autista.

La evidencia reciente ha destacado una asociación entre la delincuencia y el trastorno del desarrollo del lenguaje que persiste incluso después de controlar posibles factores de confusión como la posición socioeconómica y/o los años de escolaridad. 

En la escasa literatura previa sobre el tema, los déficits que muestran los delincuentes juveniles en las tareas basadas en el uso del lenguaje, se han valorado desde distintos puntos de vista: se ha tenido en cuenta la forma, el contenido, o el uso del lenguaje desde la palabra hasta el nivel de la oración y el discurso. En consecuencia, se ha demostrado que aproximadamente el 50% de los delincuentes juveniles tienen deficiencias del lenguaje que justificarían un diagnóstico de trastorno del desarrollo del lenguaje, sin haber sido reconocidas previamente. 

Los autores arrojan la idea de que los jóvenes con más antecedentes por delinquir pueden tener más probabilidades de exhibir  un trastorno del desarrollo del lenguaje debido a una eficacia reducida en los métodos de rehabilitación utilizados. 

En este estudio, los autores determinan las habilidades lingüísticas de un grupo de jóvenes que delinquían por primera vez, examinando también las habilidades no verbales. 

Por otro lado, es interesante señalar que las dificultades con la lectura se han relacionado con problemas de comportamiento en la infancia, que tienen que ver tanto con el dominio de la conducta como con la hiperactividad. 

En un estudio del año 2000 se encontró que los delincuentes jóvenes encuestados tenían un nivel de lectura 11,3 años por debajo de su edad cronológica. Además, la comprensión lectora se ha señalado como un predictor de la reincidencia en grupos de jóvenes de entre 16 y 19 años, ya que un bajo nivel de alfabetización puede limitar la capacidad de una persona para acceder a documentación formal de justicia.

Por otro lado, los problemas de conducta en la infancia se han asociado con la delincuencia adulta. 

Además, la literatura relacionada con la prevalencia del trastorno del desarrollo del lenguaje en niños que exhiben problemas de conducta, plantea inquietudes con respecto a la derivación de niños a servicios de rehabilitación que prestan poca atención a las habilidades lingüísticas. 

Los autores creyeron conveniente incluir en su estudio la variable del género, ya que como, por norma general, hay menos mujeres jóvenes que varones en el sistema de justicia, se tendían a realizar análisis con ambos grupos en conjunto. 

La muestra incluyó a 145 jóvenes, 112 varones y 33 mujeres. Los participantes fueron evaluados en 1 ó 2 sesiones de 1 hora a las que se animó a participar a los padres y al personal del equipo. Se obtuvieron medidas psicolingüísticas, socioemocionales y de contexto, a través de test y escalas con validez científica. 

87 de los delincuentes juveniles que participaron en el estudio cumplieron con los criterios para el diagnóstico de un trastorno del desarrollo del lenguaje. Fue igual de frecuente en hombres (58%) que en mujeres (67%). 

La mayoría de los participantes con trastorno del desarrollo del lenguaje, independientemente de su género, revelaron graves dificultades lingüísticas, y sólo 2 informaron haber accedido previamente a servicios relacionados con terapia del lenguaje. Esta falta de identificación de las necesidades lingüísticas es motivo de preocupación, especialmente cuando se considera que existen oportunidades potenciales para que su tratamiento funcione como un factor de protección frente a la delincuencia.

Tampoco hubo diferencias significativas de género en los perfiles psicolingüísticos y socioemocionales de los delincuentes juveniles masculinos y las delincuentes femeninas, salvo niveles más altos de dificultad emocional general en las mujeres. 

Se debe destacar que la mayoría de los participantes comentó que les resultaba muy difícil leer, y de hecho, 19 de ellos abandonaron las tareas de comprensión lectora por no poder responder correctamente. 

Lo que nos revelan estos datos es, en definitiva, que los jóvenes delincuentes con trastorno del desarrollo del lenguaje están en mayor desventaja que aquellos que no lo tienen

Los autores señalan la necesidad de una evaluación del lenguaje y la identificación del trastorno del desarrollo de éste, como una parte crucial de los servicios de justicia penal y una prioridad potencial que puede ser útil en la intervención con delincuentes juveniles. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Relationships Between Offenders’ Crime Locations and Different Prior Activity Locations as Recorded in Police Data”, de Curtis-Ham, S.; Bernasco, W.; Medvedev, O. N. y Polaschek, D. L. L. (2022), en el que los autores realizan un exhaustivo estudio para conocer más acerca de los patrones de elección geográfica de los criminales, para saber si existe relación entre éstos y la rutina de los delincuentes. 

Sabemos, gracias a la teoría de la actividad rutinaria y a la teoría del patrón delictivo, que los delitos ocurren cuando la oportunidad (es decir, la presencia de un objetivo adecuado y disponible) se superpone con los lugares conocidos de los delincuentes a través de sus actividades rutinarias no delictivas, como el lugar donde viven, trabajan o socializan con familiares o amigos.

El desarrollo teórico reciente sugiere que algunos tipos de lugares de actividad son más destacados que otros para las elecciones de ubicación del crimen de los delincuentes. Comprender cuál es más probable que elijan para cometer sus delitos tiene implicaciones muy importantes para la prevención y la investigación de éstos. Puede ayudar a identificar las ubicaciones de alto riesgo e informar de las estrategias más adecuadas para la gestión de los riesgos. También puede ayudar en la elaboración de perfiles geográficos para la investigación del crimen. 

Pero, a pesar de la importancia práctica de poder predecir, a nivel individual, dónde cometerá un delito una persona, hay poca investigación que explore de forma empírica la medida en que los diversos tipos de lugares de actividad se diferencian unos de otros en su influencia sobre el crimen. 

Los estudios hasta la fecha sólo han comparado un subconjunto limitado de ubicaciones (por ejemplo, el hogar del delincuente, hogares de miembros de su familia, o ubicaciones de delitos anteriores). Este estudio aprovecha un gran conjunto de datos nacionales de ubicaciones muy dispares, pertenecientes a actividades de los delincuentes, previas al delito y registradas en una base de datos policial, en un contexto no investigado con anterioridad (Nueva Zelanda). 

Basándose en la psicología ambiental, la teoría del patrón delictivo enfatiza el papel de las actividades rutinarias de las personas en la generación de conciencia sobre las oportunidades delictivas. 

En primer lugar, los delincuentes podrían identificar oportunidades delictivas con mayor facilidad y frecuencia cerca de sus lugares de actividad, llamados nodos. Los estudios cualitativos han confirmado que el hogar, el trabajo y otros lugares de actividad no delictiva tienen el potencial de generar conciencia sobre la oportunidad del delito. Estudios cuantitativos recientes han estimado la mayor probabilidad de que los delincuentes cometan delitos cerca de sus hogares, los hogares de parientes cercanos y las ubicaciones de delitos anteriores, en comparación con otros lugares.

Por otro lado, el papel de las actividades rutinarias en la generación de conciencia sobre las oportunidades delictivas significa que la probabilidad de delinquir suele ser más alta cerca de los nodos de actividad y disminuye con la distancia. Este patrón de disminución de la distancia refleja que las personas están más familiarizadas con las áreas más cercanas que con las más alejadas de sus lugares de actividad, y la familiaridad es un factor importante en la elección de la ubicación del crimen. 

Todo esto también refleja el principio del mínimo esfuerzo: en teoría, las personas viajan la menor distancia necesaria para encontrar la oportunidad de cometer un delito. 

El objetivo principal del artículo es ampliar la comprensión de cómo todas estas asociaciones se dan en la realidad. Para ello, se recogieron datos sobre los delitos y los nodos de actividad de los delincuentes, extraídos de la National Intelligence Application (NIA), una base de datos de la policía de Nueva Zelanda. Los delitos que se incluyeron fueron todos los robos residenciales y no residenciales, robos comerciales y personales y delitos sexuales extrafamiliares cometidos entre 2009 y 2018. Además, en todos ellos se identificó a un delincuente con pruebas suficientes como para proceder en su contra. 

Los resultados obtenidos revelaron que casi todos los nodos se asociaron significativa y positivamente con la elección de la ubicación del crimen. 

De acuerdo con las expectativas basadas en la teoría del patrón delictivo, el crimen casi siempre fue más probable en las inmediaciones de los nodos de actividad y disminuyó con la distancia. Los delitos en el hogar mostraron las asociaciones más fuertes, seguidos por los hogares de la familia inmediata. Esta información es especialmente relevante y novedosa para los robos no residenciales y delitos sexuales extrafamiliares.

Además, parece ser que las personas son más propensas a delinquir cerca de los hogares de la familia inmediata frente a otros parientes más lejanos y parejas íntimas. 

Estos hallazgos, señalan los autores, son interesantes porque pueden contribuir a identificar con mayor exactitud quién es más probable que haya cometido un delito en un lugar en concreto, dada la naturaleza y la proximidad de sus nodos de actividad. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Characteristics of Sexual Homicide Offenders Focusing on Child Victims: a Review of the Literature”, de Page, J.; Tzani-Pepelasi, K. y Gavin, H. (2022), en el que las autoras realizan una revisión de la literatura existente sobre los perfiles criminales de los asesinos sexuales, centrándose, específicamente, en aquellos casos donde las víctimas son niños o adolescentes jóvenes. 

El homicidio sexual se ha vuelto cada vez más popular en los últimos años desde el punto de vista de la investigación científica, especialmente aquel en el que las víctimas son niños.

Aunque el homicidio sexual es un fenómeno raro, que representa sólo entre el 1-4% de los homicidios registrados en Norteamérica y Reino Unido en los últimos años, el público considera estos delitos como los más abominables, y les suele dar mucho más protagonismo. 

Cuando la víctima es un niño, además, atrae intensos niveles de atención de los medios, además, el escrutinio público hacia las fuerzas policiales investigadoras y la presión para realizar un arresto rápidamente son severos. 

Sin embargo, ha habido problemas para definir el homicidio sexual, lo que ha hecho difícil clasificar estos delitos. La mayoría de los estudios revisados en este artículo han utilizado la definición del FBI, que considera un homicidio sexual aquel en que, en la escena del crimen hay: “ropa de la víctima o falta de ropa, exposición de las partes sexuales de la víctima, posición sexual de la víctima, inserción de objetos extraños en las cavidades del cuerpo de la víctima, y/o evidencia de relaciones sexuales”. 

Sin embargo, esta definición puede quedarse un poco corta. En 2015, Chan amplió el concepto incluyendo criterios que pueden no estar disponibles en la escena del delito, como la confesión del delincuente o los efectos personales del agresor, ampliando el ámbito de lo que puede calificarse como homicidio por motivación sexual. 

El objetivo principal de este estudio fue revisar la literatura existente sobre los homicidas sexuales y comparar los hallazgos con los homicidas sexuales de niños, para comprobar si existen similitudes. Para ello, se utilizaron bases de datos y bibliotecas online, donde se encontraron estudios relevantes para su revisión, llegando a un total de 72. 

En 2002, Beauregard y Proulx desarrollaron un modelo de homicidas sexuales que sugería dos tipos de modus operandi: sádico e iracundo, luego ampliaron este modelo para incluir el tercer tipo: oportunista

El sádico tenía una tendencia a premeditar el asesinato, a la mutilación, a la humillación y a esconder el cuerpo. Tenía una personalidad ansiosa, con rasgos de una personalidad evitativa, dependiente y esquizoide, así como algún tipo de desviación sexual e hipersexualidad. Además, eran más propensos a tener baja autoestima. Su modus operandi del delito estaría caracterizado por las fantasías sexuales desviadas del sujeto. 

Los comportamientos sádicos en la escena del crimen incluirían la estrangulación, inserción de objetos extraños, mutilación y uso de restricciones en la víctima, lo que podría demostrar las fantasías sexuales sádicas del delincuente. 

El iracundo no planea el delito, pero es más probable que deje el cuerpo en la escena y experimente soledad antes del asesinato. Tienen rasgos de personalidad dramáticos, incluidas las características de personalidad narcisista y dependiente, un estilo de vida antisocial y su modus operandi se basa en su deseo de venganza contra las personas que creen responsables de sus problemas, incluyendo altos niveles de ira, impulsividad y violencia extrema. Debido a esto último, el asesinato puede darse, a pesar de que al principio, las circunstancias sexuales hayan sido consentidas. 

El oportunista tiene un perfil de personalidad también dramático, que incluye rasgos del trastorno de la personalidad narcisista y antisocial. No tendrían problemas en su vida, pero estarían sexualmente insatisfechos. Su modus operandi estaría caracterizado por su necesidad de gratificación sexual y la creencia de que las demás personas sólo existen para satisfacer sus necesidades. La agresión sexual suele ser un delito de oportunidad, por ejemplo, el delito principal puede haber sido un robo y luego ocurrió una agresión sexual como resultado de la disponibilidad de la víctima. 

¿Y con respecto a este tipo de delitos en niños? Estos mismos autores exponen su propio modelo en 2019, tras una revisión de la literatura existente, sobre 72 casos de homicidios sexuales cometidos en Francia. 

La primera de las categorías es la del asesino “intencional/prepúber” (20,9%), con víctimas mayoritariamente masculinas y de corta edad (9 años). Los delincuentes estarían familiarizados con el lugar del crimen y atacarían a sus víctimas dentro de una residencia. La mayoría de ellos penetraban y tocaban sexualmente a las víctimas y trasladaban el cuerpo tras la muerte. Este tipo de delincuente era el más propenso a consumir drogas o alcohol antes de cometer el homicidio. 

Por otro lado, está el tipo “involuntario/preadolescente” (11,1%), con víctimas mayoritariamente masculinas. Se dirigían a víctimas desconocidas (75%) y la mayoría eran asesinadas por estrangulamiento, pero no fueron penetradas sexualmente.

El grupo más común fue el “intencional/preadolescente” (22,2%). Las víctimas masculinas también fueron las predominantes. Estos delincuentes eran propensos a consumir drogas antes del delito. La penetración sexual siempre se realizaba y la humillación ocurría con frecuencia. Además, las víctimas también eran golpeadas con asiduidad. No intentaron ocultar el cuerpo y normalmente lo enterraban de forma parcial. 

El agresor “involuntario/preadolescente” (11,1%) fue uno de los menos comunes y se caracterizó por la exclusividad de mujeres víctimas, además de elegirlas por su corta edad (10 años o menos). En su mayoría, eran niñas desconocidas (75%). Se practicaba siempre la penetración sexual, rara vez movían el cuerpo de la víctima y no intentaban ocultarlo. 

El tipo “intencional/adolescente” (16,7%) se dirige a víctimas de aproximadamente 12 años de edad. Practicaban la penetración sexual y el estrangulamiento, movían el cuerpo de la víctima después del crimen, parecían evitar el contacto social con los demás y eran los más propensos a exhibir comportamientos sexuales sádicos en la escena. 

Finalmente, está el grupo “indiscriminado/adolescente” (18,1%) que se caracterizó por la criminalidad y antecedentes previos. La mayoría de víctimas eran mujeres de aproximadamente 14 años, normalmente desconocidas.

Este modelo propuesto es bastante bueno, ya que menciona la edad de las víctimas, los comportamientos en la escena del crimen, y brinda características aproximadas del delincuente que la policía podría utilizar en las primeras etapas de una investigación. Sin embargo, podría ampliarse para incluir más detalles sobre los antecedentes criminales anteriores o datos geográficos en relación con las víctimas y el criminal, lo cual reforzaría el modelo y lo convertiría en una herramienta de investigación mucho más útil. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Bringing Light into the Dark: Associations of Fire Interest and Fire Setting With the Dark Tetrad”, de Wehner, C.; Ziegler, M.; Kirchhof, S. y Lämmle, L. (2022), en el que los autores realizan un estudio para saber si existe alguna relación entre los rasgos de la llamada Tétrada Oscura y la fascinación por el fuego o los incendios provocados. 

El fuego siempre ha jugado un papel importante en la humanidad, ya sea como fuente de calor y luz, como medio para cocinar, o como una fuente de entretenimiento. Sin embargo, casos trágicos como los incendios forestales, o el incendio de Notre Dame en 2019, traen a la conciencia pública el potencial destructivo que también posee el fuego. 

Ya sea deliberadamente o por accidente, un incendio descontrolado causa graves daños tanto a personas como a la propiedad. Los incendios causaron 3.655 muertes en Estados Unidos en el año 2018, y de ellos, 350 fueron consecuencia de incendios provocados. 

Debido a este potencial destructivo, es necesario explorar el comportamiento de provocar incendios e investigar qué factores llevan a un individuo a ese punto. 

La investigación ha identificado varias vulnerabilidades psicológicas que se califican como factores de riesgo potenciales. Uno de ellos es el interés o la fascinación por el fuego, además de por iniciarlo. 

Muchos estudios se han centrado en la importancia de integrar los hallazgos sobre trastornos de la personalidad y patologías mentales al asunto de los incendios. Una mejor comprensión de la relación entre los rasgos complejos y oscuros, y la provocación de incendios, puede informar sobre los esfuerzos que se deben tomar en materia de prevención, o incluso puede ayudar a desarrollar teorías sobre cómo se desarrolla una patología que deriva en este comportamiento. 

Se ha planteado la hipótesis de que dos rasgos asociados con el interés por el fuego y la provocación de incendios son la impulsividad y la búsqueda de emociones. Y el vínculo entre provocar incendios e impulsividad, en concreto, se ha demostrado empíricamente.

Dado que la psicopatía incluye la impulsividad como uno de sus aspectos centrales, los autores la consideran potencialmente relevante para la predicción de la provocación del fuego. 

Otras variables incluyen otros rasgos de la Tétrada Oscura. Ésta es más conocida como Tríada Oscura, pero algunos autores la denominan “Tétrada” añadiendo un factor más, en total: psicopatía, narcisismo, maquiavelismo y sadismo. 

Cuando pensamos en provocar incendios, lo primero en lo que pensamos es en la piromanía. Esta se clasifica por un gran interés por el fuego, pero también por experiencias en las que antes de provocar un fuego se siente tensión y excitación y tras el acto, un gran alivio. Debido a estos criterios, es complicado diagnosticar la piromanía, por lo que la gran mayoría de personas con este trastorno no lo saben y, lo que es peor, no lo tratan. 

Una teoría que incorporó el interés por el fuego como un factor importante para provocarlos, es la Teoría de Trayectorias Múltiples de Incendios (M-TTAF, por sus siglas en inglés). Describe cómo las vulnerabilidades psicológicas y otros factores, como los aspectos culturales o del desarrollo, así como el contexto situacional y el aprendizaje social, pueden provocar un incendio. Los autores sugirieron cuatro trayectorias posibles dentro de esta teoría: la antisocial, la del agravio, la del interés por el fuego y la de la necesidad de reconocimiento, existiendo una quinta, que sería la combinación de las otras cuatro. 

Para ello, los autores realizaron un estudio en el que participaron 222 personas y a las que se les realizaron una serie de cuestionarios relacionados con la fascinación por el fuego, la Tétrada Oscura y la M-TTAF. 

Se encontró que la psicopatía y el sadismo físico directo están significativamente correlacionados con el interés por el fuego y el entorno. El sadismo verbal directo se correlacionó positivamente, por un lado, también con el interés por el fuego, y por otro, con la provocación de éste. 

Estas dos últimas tendencias se correlacionaron positivamente, a su vez, con el M-TTAF que sugiere que el interés por el fuego es un factor importante para algunas personas, pero no para todas. Por ejemplo, alguien que sigue la trayectoria del agravio propuesta por el modelo, estaría más motivado por la venganza o la retribución cuando comete un incendio, que por el interés que tenga en el fuego en sí. 

El sadismo vicario se relacionó, por otro lado, con la satisfacción producida únicamente al ver el fuego de un incendio activo. 

Además, se vio una vez más la relación entre la impulsividad y la provocación de incendios. Y la psicopatía mostró la relación más fuerte entre los otros rasgos de la Tétrada Oscura. Como la impulsividad es una faceta clave de la psicopatía, parece lógico relacionar, con cautela, la provocación de incendios con la psicopatía.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “How bad is crime for business? Evidence from consumer behavior”, de Fe, H. y Sanfelice, V. (2022), en el que los autores realizan un estudio con datos de la ciudad de Chicago para entender el comportamiento de los consumidores cuando se trata de elegir qué negocios frecuentar, teniendo en cuenta las tasas de criminalidad del lugar en que éstos se sitúan. 

Numerosos estudios sugieren que el miedo a la victimización hace que los consumidores, trabajadores y empresarios alteren sus actividades. El crimen y los cambios de comportamiento que conlleva, aumentan el coste de hacer negocios en un lugar y, por tanto, afecta al desarrollo económico de toda la zona. 

La literatura económica ha dedicado muy poca atención a estudiar si el crimen impacta en las actividades comerciales, y si es así, cómo lo hace, explorando en concreto el comportamiento del consumidor. 

Este es el objetivo de los autores con este artículo: llenar el vacío existente en la literatura sobre este punto, mediante la medición del comportamiento del consumidor en función de las actividades delictivas de una zona. Comprenderlo es fundamental para las empresas, los urbanistas, la criminología urbana y los responsables políticos. 

En los últimos tiempos, la presencia de pequeñas empresas locales como cafeterías, supermercados y bares, se ha convertido en un símbolo de desarrollo de los barrios. Por tanto, al medir la respuesta del consumidor a la delincuencia local, se ayuda a los responsables de la formulación de políticas a comprender cómo la delincuencia puede afectar a los esfuerzos que se realizan para impulsar el desarrollo económico. 

Un estudio de 2019 informaba que una mayor prevalencia de delitos violentos y contra la propiedad privada estaría significativamente asociada tanto con el fracaso empresarial como con la reubicación de negocios. Otro estudio de 2016 encontró que la delincuencia en los vecindarios reduce los valores de las propiedades comerciales. Sin embargo, no existe un consenso claro sobre el efecto del crimen, ya que la mayoría de resultados empíricos no tienen aún interpretaciones causales.

Para comprender la relación entre el crimen y la elección del consumidor, se deben examinar tres roles: el del consumidor, el del delincuente y el de la empresa. 

La teoría criminológica reconoce que un delincuente motivado, la presencia de un objetivo adecuado y la ausencia de una tutela efectiva, son elementos esenciales que propician el hecho delictivo. Conscientes de estos elementos, los ciudadanos asimilan el riesgo de convertirse en víctimas y modifican sus acciones en base a ello. 

El nivel de delincuencia asociado con la ubicación de un lugar puede afectar a los consumidores de un negocio de varias maneras. Por ejemplo, las personas pueden tomar en consideración el riesgo de ser víctimas de un delito mientras visitan físicamente un establecimiento y pueden optar por evitar ciertas áreas

La percepción de la violencia ha afectado también a la decisión residencial, remodelando las ciudades con la huida de las familias a las afueras, en busca de un entorno más seguro.

Los consumidores también pueden verse afectados a través de las experiencias emocionales asociadas con el uso de un servicio: las experiencias positivas en un entorno tienen una influencia positiva en las emociones, y al contrario ocurre lo mismo. 

Por otro lado, las personas también pueden evaluar su riesgo de ser victimizados a través de la observación, como ya señaló la famosa teoría de las ventanas rotas, o, por ejemplo, siendo conscientes de la presencia policial en un lugar. 

Por otro lado, hay varias formas en las que el flujo de consumidores afecta a la decisión de los individuos de cometer delitos. Por ejemplo, los lugares con más gente ofrecen más oportunidades para que los delincuentes ataquen. Una mayor circulación de personas en áreas urbanas también puede alterar el orden social y facilitar la discreción de las actividades ilícitas disminuyendo la probabilidad de aprehensión del criminal. Incluso los consumidores pueden convertirse en delincuentes cuando las reuniones generan conflictos sociales. 

En cuanto a los negocios, pueden sufrir delitos como hurtos o robos, y gastar muchos recursos económicos en medidas de prevención y protección para aumentar la seguridad privada. La delincuencia puede provocar, por otro lado, una disminución de los ingresos si ahuyenta a los consumidores. 

Los autores analizaron datos procedentes de las autoridades policiales de la ciudad de Chicago, una de las más importantes de Estados Unidos.

Los resultados principales sugieren que el efecto de la delincuencia en las visitas de los consumidores a los negocios es grande y significativo cuando los incidentes ocurren en espacios públicos, mientras que los delitos que ocurren en las residencias privadas no tienen un efecto estadístico relevante. 

Por otro lado, el crimen parece tener un efecto negativo en el número de visitas y el número de clientes que recibe un establecimiento, pero no se encontraron efectos importantes en el tiempo que estos clientes permanecían en el local.

Y, como es lógico, las visitas nocturnas son más sensibles a los cambios en el crimen que las visitas diurnas. 

Los hallazgos del artículo son consistentes con el argumento de que la percepción de la violencia y el riesgo de victimización ahuyenta a los consumidores, lo que hace que las empresas sean potencialmente menos rentables.

Comprender esto es útil para ayudar a los legisladores y las agencias locales a planificar la reactivación y el desarrollo económico de las comunidades, de la mano con políticas efectivas de prevención de la criminalidad. 

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