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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Necrosadism: exploring the sexual component of post-mortem mutilation of homicide victims” de Pettigrew, M. (2022), en el que el autor examina un caso real de varios asesinatos, valorando si existe necrosadismo y por qué.

El necrosadismo es un tema poco investigado dentro de los comportamientos relacionados con la necrofilia y, como resultado, no sólo no se comprende, sino que se define mal, según comenta el autor. 

Normalmente, se entiende como “contacto sexual con un muerto”, y se define a los necrosadistas como “personas que cometen asesinatos para tener sexo con el cadáver de la víctima”. 

Es en 2009 cuando Aggrawal define de forma más correcta lo que sería el necrosadismo: “el trastorno parafílico sexual que implica ataques deliberados a los cadáveres, sometiéndolos a humillaciones considerables y mutilaciones sin sentido”. 

Se ha discutido en algunos casos que, el término “necrosadismo” es algo contradictorio, ya que la esencia del sadismo es la dominación, la degradación. Es la gratificación derivada de infligir dolor a través del sufrimiento psicológico o físico. Por tanto, si el destinatario de tal comportamiento es un cadáver, no es un ser vivo, es incapaz de sentir y, por tanto, lo que se le hace son simplemente actos de destrucción gratuita, innecesaria y cruel. Esto se refleja en algunos sistemas jurídicos que no reconocen los actos necrófilos como de naturaleza sexual. 

Sin embargo, existe un debate importante en torno al término, y aunque a ojos del autor resulta algo contradictorio, el término “necrosadismo” persiste en su utilización. 

Los comportamientos posteriores al homicidio son áreas importantes de análisis en dos sentidos: la psicología del delincuente y la aplicación de la ley. 

Con respecto a la psicología del delincuente, podemos decir que, si bien el modus operandi de un delincuente puede cambiar, su firma permanece relativamente sin cambios. Esta firma es lo que se relaciona con la psicodinámica del delincuente. Este término se refiere a los procesos mentales y emocionales que subyacen en el comportamiento humano. La víctima es tratada como un accesorio que se utilizará para cumplir las fantasías sexuales violentas del delincuente, y esto dejará su huella en las escenas del crimen. 

Por ejemplo, cuando un delincuente pone a la víctima en una postura concreta, le inserta ciertos objetos, mutila su cadáver…, puede estar representando fantasías sexuales. 

Todo esto es algo que ha ido adquiriendo interés para los expertos del comportamiento criminal, sin embargo, parece ser que no se le ha prestado mucha atención cuando el comportamiento sádico, parafílico y necrofílico se da de hombres contra hombres.

Por este motivo, el autor decide explorar un caso práctico real a través de entrevistas policiales, informes sobre la escena del crimen, la autopsia, fotografías de la escena del crimen, declaraciones de los testigos, etcétera. 

El delincuente era un hombre blanco soltero de 49 años, que cometió cuatro asesinatos. Disfrutaba de relaciones sexuales con hombres, dentro de las cuales llevaba a cabo prácticas sadomasoquistas (BDSM), la esclavitud, la disciplina, el sadismo en general…, y él siempre era la parte dominante de la pareja. Su excitación sexual y la humillación de sus parejas sexuales parecían indisolubles. 

Su primera víctima fue abordado de noche, se produjo un intercambio verbal y el delincuente se abalanzó sobre él, apuñalándolo de forma frenética, recibiendo la víctima un total de 27 cuchilladas.  

En un ataque tan frenético, es concebible que el delincuente haya apuñalado a la víctima post-mortem sin saber que ya había muerto, por lo que era necesario esclarecer este punto. El delincuente confirmó que sí sabía que la víctima estaba muerta en el momento en que le bajó los pantalones y le apuñaló las nalgas. Admitió también un deseo necrosádico de infligir heridas punzantes al cuerpo inerte de la víctima, ya que fue a buscarlo al día siguiente para continuar apuñalándolo. 

A otra víctima también la apuñaló, post-mortem, de forma intencionada. Otra víctima diferente fue encontrada en una zona donde se daban encuentros de cruising entre hombres, con su pene expuesto y apuñalado. 

Si bien el modus operandi del delincuente variaba, la forma de matar se mantenía constante. Había heridas que se infligían después de la muerte, y el delincuente admitió saber que las víctimas habían muerto cuando las realizó. Además, el delincuente comentaba haber vuelto a la escena del crimen al día siguiente y buscar el cuerpo para continuar agrediéndolo. 

El delincuente se excitó sexualmente al infligir las heridas, tal y como señalaron los psiquiatras forenses. 

Es el factor tiempo el que confirma el impulso necrosádico. Un delincuente puede apuñalar o mutilar a la víctima durante el homicidio y algunas de estas heridas pueden infligirse post-mortem, pero esto no es necesariamente indicativo de necrosadismo. El comportamiento necrosádico, en este caso, se confirma por el lapso de tiempo entre la muerte y la realización de las heridas post-mortem, además de que el delincuente quería regresar con sus víctimas a las horas de haber cometido el asesinato para infligirles más heridas. 

Es la certeza de que la víctima estaba muerta lo que proporciona evidencia para decir que existía un componente necrosádico. Como tal, y teniendo en cuenta que el autor apuñaló a sus víctimas en el pene y las nalgas, es lógico para el autor señalar que existe una relación entre el necrosadismo y las parafilias, dejando una puerta abierta a la investigación futura. 

El autor recomienda a los investigadores centrarse en la gratificación producida por estos comportamientos, estudiar la historia sexual del delincuente, su percepción de sí mismo, entre otros aspectos más detallados en el artículo original.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Could Expanding and Investing in First-Episode Psychosis Services Prevent Aggressive Behaviour and Violent Crime?” de Hodgins, S. (2022), en el que la autora realiza una revisión de literatura ya existente, sobre tratamientos que han recibido personas con esquizofrenia para tratar la conducta agresiva. 

La esquizofrenia es una enfermedad mental muy compleja y difícil de tratar, que causa sufrimiento a quien la padece y a sus seres queridos. 

Algunas personas que la desarrollan o la presentan, se involucran en conductas agresivas y, en ocasiones, delictivas.

La mayoría de estos individuos sufren un primer episodio de psicosis que marca un antes y un después, pero ya antes de este episodio suelen mostrar conductas con un cierto nivel de agresividad. 

Sin embargo, los servicios destinados a atender los primeros episodios de psicosis han mejorado la atención clínica de estas personas, al intervenir temprano en el curso de la enfermedad. Esto ayudaría también con la conducta violenta, ya que algunas personas con esquizofrenia tienen antecedentes de comportamientos violentos e incluso de comportamientos antisociales desde la infancia, por lo que tendrían mayores necesidades de tratamiento. 

Aún así, la realidad es que muchos servicios de atención al primer episodio de psicosis no tratan ni evalúan la conducta agresiva, por lo que los pacientes continúan manifestándola dentro y fuera de los servicios psiquiátricos. 

En muchas ocasiones, cuando esta conducta agresiva explota y alguien sale herido, el perpetrador es acusado de un delito violento. Algunas de estas personas son juzgadas como no responsables penalmente debido al trastorno mental que sufren, y son enviados a hospitales psiquiátricos forenses. Otros, son declarados culpables y sentenciados a prisión en un centro convencional

Es decir, los costes humanos de la incapacidad para identificar y tratar a estos pacientes cuando acuden por primera vez a los servicios clínicos son enormes. 

La literatura existente indica que los servicios de atención al primer episodio psicótico tienen el potencial de prevenir muchas manifestaciones de estas conductas agresivas y, por tanto, delitos violentos por parte de personas con esquizofrenia.

Esto reduciría el sufrimiento humano de pacientes y víctimas, así como los costes policiales, de los tribunales, centros penitenciarios y otros recursos de atención social, ayudando, además, a reducir el estigma contra las personas con enfermedades mentales. 

Existen evidencias que confirman que las personas con esquizofrenia son más propensas que sus pares de misma edad y sexo a participar en conductas agresivas (lo que, a su vez, puede dar lugar a acciones penales). Tienen un mayor riesgo de ser condenados por delitos no violentos, violentos, y, en especial, de ser condenados por homicidio. Sin embargo, los servicios de salud mental para personas con esquizofrenia no evalúan ni tratan las conductas agresivas. 

Un metaanálisis demostró que el 35% de las personas que se comunicaron con los servicios de atención al primer episodio de psicosis, habían cometido previamente al menos una agresión. 

Por ejemplo, un estudio con más de 200 personas tratadas por estos servicios, realizado en Reino Unido, demostró que un tercio de los hombres y un 10% de las mujeres habían sido condenados o declarados no culpables por enfermedad mental en al menos un delito violento. Es decir, parece que la mayoría de pacientes con esquizofrenia que muestra un comportamiento agresivo está, efectivamente, en mayor riesgo de delinquir. 

En general, entre los pacientes que presentan un primer episodio de psicosis y sufren esquizofrenia, existen dos grupos: uno de ellos son personas que tienen un largo historial de problemas de conducta violenta que a veces han podido terminar convirtiéndose en delitos, y por otro lado, están las personas que recientemente manifiestan este tipo de conducta agresiva. 

Otro dato significativo lo aporta un estudio realizado en Canadá, que informa de que la mayoría de personas declaradas no responsables penalmente debido a un trastorno mental, entre los años 2000 y 2005, fueron hombres con un diagnóstico de esquizofrenia que habían cometido un delito violento

Un metaanálisis mostró que, de los pacientes atendidos en clínicas de asistencia a primeros episodios de psicosis, un 29-38% consumían cannabis de forma regular. Otro metaanálisis encontró que, entre las personas con enfermedades mentales graves, el riesgo de actitudes violentas se incrementaba entre dos y cinco veces con el consumo de cannabis. Esto sugiere que es posible que estas personas sufran también algún trastorno de adicción. 

Por otro lado, los adultos con esquizofrenia muestran niveles más altos de victimización que sus vecinos, incluso después de ser conscientes de su propia criminalidad, y tienen también más riesgo de ser víctimas de homicidio. 

Se ha demostrado que, cuando se aplica tratamiento para estos pacientes que además de estar enfocado en la esquizofrenia también se enfoca en la conducta violenta, su estado de salud mental mejora y se reducen los episodios agresivos.

Por tanto, toda la evidencia disponible sugiere que identificar y tratar esta conducta, además de la psicosis, reduciría el sufrimiento de los pacientes, y los costos humanos y económicos secundarios. Además, promovería la seguridad de los pacientes y sus seres queridos y les ayudaría con su independencia y autonomía. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Personality Disorder Traits, Rorschach Performance, and Neuropsychological Functioning in the Case of a Serial Killer: The Importance of a Multilevel Approach in the Assessment of Personalities Associated with Extreme and Repetitive Violence”, de Schug, R. A. (2021), en el que el autor realiza un análisis multinivel, utilizando diferentes técnicas utilizadas por profesionales de la salud mental y forense, para conocer la personalidad de un asesino en serie. 

Los asesinos en serie se encuentran en el extremo más radical de la violencia y por ello llaman nuestra atención, porque pueden representar algunas de las formas más graves de trastornos de la personalidad

Por este motivo, los investigadores señalan continuamente la necesidad de evaluar de forma correcta las características de la personalidad que pueden ser exclusivas de los asesinos en serie, ya que se ha visto en estudios previos que existen ciertos rasgos que parecen repetirse en estos casos y pueden actuar como claves para la investigación. 

Algunos de los estudios enfocados en esta idea, utilizan como herramienta los autoinformes de los propios asesinos en serie o exámenes sobre la presencia de trastornos de personalidad. Esto nos ha proporcionado datos muy útiles, pero ¿qué otras técnicas se podrían utilizar?

Tenemos, por ejemplo, el test de Rorschach, que se ha utilizado para intentar dilucidar el funcionamiento psicológico y la personalidad de aquellos que matan. Cuando se ha utilizado con asesinos y agresores sexuales, ha indicado alteraciones de la personalidad y del funcionamiento psicológico en varias áreas, como la capacidad de comprometerse, el procesamiento cognitivo, la percepción, el estrés y la angustia… 

También existen los estudios neurobiológicos de la violencia, que pueden explicar cómo un individuo es capaz de perpetrar múltiples asesinatos, pero necesariamente tienen que ser complementados con algún tipo de herramienta para estudiar la personalidad.

Los investigadores, a partir del siglo XX, empezaron a proponer conceptualizaciones de la personalidad “en capas”, cada una de las cuales representaba diferentes niveles de conciencia y de accesibilidad. 

Leary fue uno de los que apoyaba esta teoría, y propuso cinco niveles en la dimensión de la personalidad: 1) la comunicación pública, 2) las descripciones conscientes, 3) la simbolización privada, 4) el inconsciente no expresado y 5) los valores.

Desde entonces, los investigadores contemporáneos han ido ampliando estos conceptos con estudios empíricos. Por ejemplo, McAdams enfatizó la importancia de estudiar la organización e integración de la personalidad, destacando la teoría de las múltiples capas de información. 

Teniendo todo esto en cuenta, parece lógico que se puedan combinar las herramientas que hemos mencionado antes para realizar análisis multinivel de la personalidad. Esto es precisamente lo que intenta conseguir el autor de este artículo: evaluar de forma integradora la personalidad de un asesino en serie, utilizando un caso real. 

El protagonista del caso era un hombre de 66 años que se encontraba cumpliendo condena en el momento de redacción del artículo. Se le realizaron una serie de entrevistas telefónicas y visitas presenciales a la cárcel. 

Primero se recopilaron datos básicos sobre su vida, especialmente su infancia y juventud. Por ejemplo, describió a su padre como bueno, aunque borracho; de su madre prácticamente no habló, además, ninguno de los dos era especialmente afectuoso con él. También recordaba conflictos verbales y físicos entre ellos. No sufrió abusos sexuales, pero sí físicos, por parte de sus padres. Consumía alcohol desde los 12 años de forma ocasional, pero no otras sustancias. En principio, no manifestaba ninguna enfermedad mental. Mató a ocho mujeres desde los 34 a los 39 años, todas fueron asfixiadas. Parecía haber algún componente sexual en sus crímenes, pero no estaba claro. 

Cuando se le pasaron diversos test de personalidad, cumplió con todos los criterios de diagnóstico para el trastorno de la personalidad antisocial (por ejemplo, aparecía en él un patrón generalizado de desprecio y violación de los derechos de los demás). 

Además, cumplió con la mayoría de criterios del trastorno de personalidad narcisista (grandiosidad, falta de empatía, arrogancia…), con algunos del trastorno esquizoide (no disfruta ni desea relaciones cercanas, elige actividades solitarias, no tiene interés por experiencias sexuales con los demás…) y del trastorno obsesivo compulsivo (dedicación excesiva al trabajo, renuencia a delegar el trabajo a menos que otros se sometan a su forma exacta de hacer las cosas, rigidez, terquedad…) y una gran dificultad de control de la ira

El test de Rorschach sugirió una actitud defensiva ante la vida, esfuerzo por complacer a los demás y límites psicológicos deficientes. Además, sus respuestas indicaron evitación emocional, una reactividad emocional muy limitada y una preferencia por la reflexión y la razón, lo que el autor tradujo en una preferencia por “vivir en su cabeza” y no “vivir en la realidad”. 

El análisis multinivel proporcionó, como vemos, muchas claves para conocer la personalidad del sujeto. Todo esto deja ver que los métodos de evaluación utilizados, combinados, podrían reportar beneficios para el diagnóstico. 

Los autores mencionan, como directriz para el futuro, que se deben mejorar estos métodos, y averiguar cuál es la forma más adecuada de combinar las diferentes herramientas. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “’Anyone who commits such a cruel crime, must be criminally irresponsible’: context effects in forensic psychological assessment” de Rassin, E. (2021), en el que el autor realiza un estudio para saber cómo datos contextuales influyen en el juicio de los psicólogos forenses cuando deben realizar un informe pericial penal. 

Sabemos que los procedimientos penales son distintos en cada país debido a que todos tienen su propio sistema legal, pero en general, una cuestión que es crucial para el juez o el jurado es determinar si el sospechoso ha cometido un delito o no. 

Cuando hay pruebas contradictorias, esta puede ser una tarea difícil. Por ello, se suele utilizar la ayuda de peritos expertos. 

Creemos que estas personas presentarán ideas científicamente analizadas y siempre objetivas. Sin embargo, se ha demostrado que estos informes expertos son susceptibles a errores y sesgos, puesto que, al final, son elaborados por personas y todos cometemos fallos. 

De hecho, existe mucha literatura sobre los sesgos en los peritos expertos y cómo les afectan. Por ejemplo, pueden ser vulnerables al sesgo de lealtad, es decir, la tendencia a producir informes que son favorables a la parte que los ha contratado. 

Pero más allá de eso, puede existir el sesgo de confirmación forense. En pocas palabras, sería un sesgo a través del cual las creencias, expectativas y contexto situacional influirían en la recopilación, percepción e interpretación de las evidencias. 

Este último componente del sesgo de confirmación forense, se denomina efecto del contexto. Es decir, en ocasiones se sobreestiman elementos del contexto que deberían considerarse irrelevantes para tomar la decisión. 

En 2021 se realizó un experimento citado en el artículo, que encontró que para una muestra de 133 patólogos forenses, el sexo y la edad del cuidador de un niño que había sido encontrado muerto, determinaban hasta qué punto consideraban sospechosa la muerte. Si el cuidador era el novio afroamericano de la madre del niño, los patólogos tenían cinco veces más probabilidades de etiquetar la muerte del niño como un homicidio en lugar de un accidente, ocurriendo lo contrario cuando la sospechosa era la abuela caucásica del niño. 

Es cierto que los expertos entregan informes de alta calidad para tomar decisiones legales, pero debemos ser justos, puesto que además de ser expertos, son personas susceptibles a los sesgos como cualquier otra. 

De hecho, los efectos del contexto y otros sesgos se han documentado en el trabajo de expertos de todo tipo de áreas, incluidos los análisis de ADN, de huellas dactilares, el análisis óseo antropológico, las marcas de mordeduras, las manchas de sangre, la escritura manual y los análisis de voz, entre otros. 

Hay razones para creer que los psicólogos forenses también son susceptibles a los sesgos. Los análisis psicológicos forenses hacen referencia, entre otros temas, a la evaluación del riesgo, la aptitud para ser juzgado y la evaluación del tratamiento. Además, tratan de responder a la pregunta de si el sospechoso es criminalmente responsable y, por lo tanto, apto para la prisión, o criminalmente irresponsable y, por tanto, necesita tratamiento en una clínica psiquiátrica forense. 

Chevalier encontró, en 2015, hallazgos que sugerían que los psicólogos forenses efectivamente muestran el sesgo de lealtad: cuando realizan una evaluación de riesgos tienden a beneficiar de alguna manera a la defensa o a la acusación, en función de quiénes los han contratado. 

Sin embargo, se desconoce hasta qué punto los psicólogos forenses son susceptibles a la información contextual.

El objetivo de este estudio fue probar si los efectos del contexto ocurren también en los psicólogos forenses. 

Para ello, se reunieron 60 estudiantes de psicología forense con una media de 23 años. Se les pidió que juzgasen el estado mental de un sospechoso y se les dividieron en dos grupos. Uno de esos grupos recibió imágenes muy explícitas del caso, se les dijeron que las víctimas habían sido “cortadas con cuchillo” y se les mostró la fotografía de un rostro pensado para provocar desconfianza. Al otro grupo, se le proporcionaron imágenes mucho más sutiles, se le dijo que las víctimas habían sido “descuartizadas” y el rostro del sospechoso que se les mostró estaba pensado para generar una sensación agradable. 

Se planteó la hipótesis de que sí son susceptibles a este sesgo. Se esperaba que los participantes que estuvieran expuestos a pruebas muy explícitas juzgarían con mayor severidad el estado mental del sospechoso, ocurriendo lo contrario en los participantes que vieron pruebas más sutiles. 

Efectivamente, sucedió tal cual lo esperado. La valoración de la salud mental del sospechoso se vio significativamente afectada por el factor contextual. 

Una limitación del estudio fue que no se supo de qué manera influyó cada tipo de información contextual. En investigaciones futuras, se debería explorar este aspecto. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Impulsivity in Compulsive Sexual Behavior Disorder and Pedophilic Disorder” de Savard, J.; Hirvikoski, T.; Öberg, K. G.; Dhejne, D.; Rahm, C. y Jokinen, J. (2021) en el que los autores investigan cómo influye la impulsividad en estos trastornos y su tratamiento para evitar la reincidencia.

Esta semana hablaremos de un par de trastornos mentales que no están exentos de polémicas y desconocimiento, estos son el trastorno de conducta sexual compulsiva y el trastorno pedófilo.

El trastorno de conducta sexual compulsiva hace referencia a un patrón persistente de error en el control de los impulsos sexuales, siendo éstos repetitivos e intensos, lo que resulta en conductas sexuales con consecuencias negativas. Esto implica que afecta a numerosas áreas de la vida.

Existen indicios de que el trastorno de conducta sexual compulsiva (TCSC, de ahora en adelante) y la impulsividad se relacionan de forma importante, y de que el TCSC presenta patrones de procesamiento de recompensas y gestión de impulsos similares a los trastornos adictivos.

Sin embargo, no se sabe si la impulsividad se puede considerar una parte intrínseca del TCSC o si se relaciona de forma indirecta, porque el TCSC es común en pacientes con otros trastornos caracterizados por la impulsividad, como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).

Los síntomas del comportamiento sexual compulsivo son comunes en hombres que buscan, principalmente, tratamiento para trastornos parafílicos y viceversa. Es aquí donde entraría la relación con el trastorno pedófilo, sobre el que tampoco existen hallazgos consistentes para confirmar que se relacione con la impulsividad.

Debido a que las preferencias sexuales desviadas, la preocupación sexual y la impulsividad son factores de riesgo para la reincidencia cuando se trata de delitos sexuales, los autores deciden investigar con este estudio las dimensiones conductuales y neurocognitivas de la impulsividad, además de la aparición de trastornos del neurodesarrollo que probablemente estén asociados con la impulsividad en los hombres que buscan tratamiento para el TCSC o para el trastorno pedófilo.

Los autores se basan en la suposición de que el trastorno de conducta sexual compulsiva está asociado a la impulsividad, y plantean la hipótesis de que ésta está relacionada positivamente con el TDAH y con el consumo de alcohol, que es una conducta típica de impulsividad y falta de autocontrol.

Para ello, se evaluó de forma presencial e individual a 32 hombres con trastorno de conducta sexual compulsiva, a 65 hombres con trastorno pedófilo de forma telefónica y a 57 individuos sanos como grupo de control, también de forma telefónica.

Se evaluó su comorbilidad psiquiátrica, su comportamiento sexual compulsivo y su impulsividad utilizando tests con validez científica y aprobados por la psicología.

Los resultados nos arrojan ideas interesantes, que comentaremos ahora.

A pesar de haber obtenido niveles de educación similares en los tres grupos, el grupo de trastorno pedófilo presentó un funcionamiento psicosocial más bajo, así como tasas más altas de trastornos del espectro autista y trastornos afectivos y de ansiedad en la actualidad, en comparación con el grupo de trastorno de la conducta sexual compulsiva y el grupo de control.

Además, el trastorno de déficit de atención e hiperactividad fue más común en ambos grupos clínicos (trastorno pedófilo y TCSC) que en el grupo de control (muestra representativa del grueso de la sociedad).

La impulsividad atencional fue mayor en ambos grupos clínicos, pero no hubo diferencias significativas entre los hombres con trastorno pedófilo y los hombres con TCSC.

La impulsividad se asoció positivamente con el nivel de comportamiento sexual compulsivo también después del ajuste por TDAH, aunque una gran parte de la variación en la sexualidad compulsiva se explica por otros factores, distintos de las medidas utilizadas en este estudio. Por ejemplo, se ha sugerido en literatura previa que los trastornos afectivos predicen la sexualidad compulsiva.

Es decir, podemos resumir en que los individuos con TCSC y trastorno pedófilo informaron de mayor impulsividad, además de tener TDAH comórbido con más frecuencia que los individuos sanos del grupo de control.

El TDAH no predijo el nivel de sexualidad compulsiva, pero la impulsividad sí lo hizo. No obstante, la detección del trastorno del neurodesarrollo debe formar parte de la evaluación rutinaria en los trastornos de sexualidad desviada, ya que el tratamiento del TDAH puede mejorar la impulsividad, y por tanto ayudar en estos trastornos relacionados.

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