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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Aggressive challenging behavior in adults with intellectual disability: An electronic register-based cohort study of clinical outcome and service use”, de Smith, J.; Baksh, R. A.; Hassiotis, A.; Sheehan, R.; Ke, C.; Wong, T. L. B.; Strydom, A. e investigadores de PETAL (2022), en el que los autores recopilaron información sobre pacientes con discapacidad intelectual para conocer mejor cómo se presentan los comportamientos desafiantes agresivos en este tipo de población.

La discapacidad intelectual es una condición para toda la vida, caracterizada por un deterioro en la cognición, el lenguaje y las habilidades sociales, que afecta aproximadamente al 1% de la población mundial.

Se estima que el comportamiento desafiante, que incluye autolesiones, agresiones, amenazas, violencia física y conducta sexualmente agresiva, entre otros, tiene una prevalencia de aproximadamente el 10% entre los adultos con discapacidad intelectual, y tiende a persistir en el tiempo, con una tasa aproximada del 25% a los 2 años. 

El comportamiento desafiante agresivo es una razón común para la derivación de adultos con discapacidad intelectual a servicios de salud, y puede tener consecuencias graves, desde el estrés de la familia y los cuidadores, hasta el contacto de la persona con discapacidad con el sistema de justicia penal.

Algunos estudios previos que han explorado los factores asociados con el comportamiento desafiante agresivo en adultos con discapacidad intelectual han demostrado que el género masculino, algún trastorno del espectro autista comórbido, problemas de comunicación y el agravamiento de la discapacidad, se asocian con niveles más altos de la agresividad

El objetivo de los autores en este estudio fue actualizar la información disponible sobre los factores asociados al comportamiento desafiante agresivo en adultos con discapacidad intelectual.

Para ello, se tuvieron en cuenta datos del South London and Maudsley (SLaM) National Health Service (NHS) Foundation Trust de Reino Unido. SLaM es uno de los mayores proveedores de atención de salud mental del área europea. 

Se tuvieron en cuenta datos de pacientes mayores de edad. Éstos debían haber tenido un episodio de atención ambulatoria que incluyera contacto directo con un equipo especializado en salud mental, más específicamente, en discapacidad intelectual, todo ello entre enero de 2014 y diciembre de 2018. Fueron un total de 1.225 registros de pacientes los que se analizaron.

Algunas de las ideas más interesantes que arrojó el estudio fue que los episodios con alta frecuencia de agresión fueron de mayor duración que aquellos episodios con menor frecuencia (más de 2 años vs. aproximadamente 4 meses). 

Los adultos más jóvenes, de una media aproximada de 31 años, presentaron una mayor frecuencia de episodios de alta agresión. 

La inestabilidad del estado del ánimo, la irritabilidad y la agitación se asociaron fuertemente con una mayor aparición de conductas desafiantes agresivas. 

Casi el 60% de los pacientes tuvieron en algún momento un diagnóstico de trastorno generalizado del desarrollo.

Los autores encontraron que el comportamiento desafiante agresivo ocurre en la mayoría de los episodios de atención clínica que requieren la participación de un equipo sanitario especializado en discapacidad intelectual. 

Parece ser que, tal y como hemos comentado unas líneas más arriba, ser más joven, tener un diagnóstico de trastorno generalizado del desarrollo y la inestabilidad e irritabilidad del ánimo influyen y son factores de riesgo. 

Otros factores de riesgo incluyeron la presencia de un trastorno mental común, trastornos de la personalidad y agitación durante los episodios agresivos. 

La cantidad de atención social y sanitaria brindada, aunque es muy importante para las familias, realmente no resultó ser un factor de riesgo.

Un punto muy importante que señalan los autores, es que a menudo no se diagnostican enfermedades mentales o problemas de salud mental en personas con discapacidad por las manifestaciones conductuales atípicas que ya existen. Es decir, algunos comportamientos que pueden informar de un trastorno mental, se toman por consecuencias propias de la discapacidad intelectual. Por tanto, existe un alto nivel de incertidumbre diagnóstica. 

En un estudio reciente basado en un grupo de 142 personas con discapacidad intelectual, se mostró que casi un tercio de los participantes tenía algún tipo de problema de salud mental no diagnosticado, siendo los trastornos depresivos mayores y de ansiedad los más comunes. 

Los autores señalan la importancia de dedicar esfuerzos y recursos a la investigación sobre personas con discapacidad intelectual, primero, para entender la condición sanitaria con la que viven y, en segundo lugar, para ayudar a que su calidad de vida se acerque lo máximo posible a la de aquellas personas con un desarrollo intelectual típico. 

Además, comprender por qué surgen los comportamientos agresivos ayudaría no sólo a estas personas sino también a su entorno y sus relaciones interpersonales, que ganarían estabilidad y calidad.

Es importante considerar el comportamiento desafiante agresivo como un problema de salud pública que necesita más investigación e inversión clínica, así como formas más efectivas de intervención y apoyo individualizados. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Women’s experiences of prison-based mental healthcare: a systematic review of qualitative literature”, de Bright, A. M.; Higgins, A. y Grealish, A. (2022), en el que las autoras realizan una revisión de la literatura existente sobre mujeres en prisión y sus experiencias con la salud mental para conocer si los tratamientos y terapias que siguen son eficaces. 

Desde el año 2000, el número de mujeres encarceladas ha aumentado en torno a un 53% en todo el mundo, con una población aproximada de 714.000 internas

A nivel internacional se observan tendencias de aumento, aunque hay alguna excepción. Por ejemplo, Estados Unidos ha experimentado un aumento del 700% de mujeres en prisión desde 1980, pero en Australia se redujo a un 10% el número entre 2019 y 202. 

Por otro lado, en Reino Unido, se estima que el 73% de las mujeres que cumplen condenas de 12 meses de duración o menos, vuelven a ser condenadas por otro delito antes del año posterior a su liberación. 

Esto es coherente con la postura de muchos expertos sobre las penas cortas de prisión: son menos efectivas para conseguir la rehabilitación que otras penas, como el trabajo comunitario.

También en Reino Unido, las mujeres experimentan dificultades especiales una vez que entran en prisión ya que sólo hay 12 centros femeninos y, por tanto, en muchas ocasiones se ven obligadas a estar muy lejos de su familia y sus allegados. 

Teniendo todo esto en cuenta, no sorprende a las autoras que el porcentaje de mujeres con problemas de salud mental sea tan elevado en el contexto de las prisiones: aproximadamente el 80% los padece. 

Las mujeres en prisión tienen 5 veces más probabilidades de experimentar problemas de salud mental que las mujeres de la población general. Las enfermedades con mayor prevalencia son el abuso de drogas (30-60%), la adicción al alcohol (10-24%), trastorno de estrés postraumático (21,1%) y la depresión mayor (3,9-14,1%).

Además, las mujeres en prisión tienen hasta 20 veces más probabilidades de suicidarse y, antes de cumplir un año de su liberación, es 36 veces más probable que se suiciden en comparación con el resto de la población. 

En los últimos años, afortunadamente, ha habido una mayor demanda de atención a la salud mental de las mujeres en los centros penitenciarios, solicitando la revisión de las políticas y los servicios existentes para lograr satisfacer las necesidades de las mujeres en este contexto. 

Las autoras tuvieron como objetivo, en este estudio, revisar literatura existente sobre mujeres que se encontraban cumpliendo condenas privativas de libertad en prisión para identificar sus estados de salud mental y comprender de forma más completa sus experiencias. Utilizaron un total de 7 estudios, lo más recientes posible.

Las autoras obtuvieron conclusiones interesantes, como que las mujeres en prisión tienen más probabilidades de participar en programas de tratamiento de salud mental en comparación con los hombres en prisión; sin embargo, es menos probable que esta posibilidad se les ofrezca, o que, dicho de otra forma, tengan acceso a programas de tratamiento.

Por otro lado, y teniendo en cuenta que una salud mental más o menos estable es fundamental para su reinserción, la rehabilitación una vez salga de prisión se ve como un objetivo difícil de alcanzar. 

La recuperación en este contexto es un concepto en el que intervienen muchos factores, pero, en esencia, se refiere a que las personas consigan un nuevo significado, un nuevo propósito para sus vidas. 

En un estudio de Leamy y colegas, de 2011, se identificaron 5 puntos esenciales para la recuperación: conexión, esperanza, identidad, rol significativo y empoderamiento. Por lo tanto, es esencial que las mujeres cuenten, por ejemplo, con empoderamiento, para poder manejar su propia salud mental mientras están en prisión y así contribuir a su recuperación y rehabilitación. Esto puede y debería ser apoyado por actividades de desarrollo de fortalezas y habilidades, y, también, enfocadas al aumento de la autoestima y la autoeficacia

Como resultado de estar en prisión, una persona pierde el derecho fundamental de la libertad; sin embargo, en ocasiones también pierden el derecho a la privacidad. En 5 de los 7 estudios del artículo, parece ser que algunos trabajadores de los centros penitenciarios estaban al tanto de las solicitudes de tratamientos psicológicos por parte de las reclusas, donde éstas hablaban de por qué solicitaban esta atención. Esto, por supuesto, afectó negativamente al bienestar mental de las mujeres.

Por otro lado, teniendo en cuenta que las reclusas son una población especialmente vulnerable, es preocupante que en la mayoría de estudios mencionasen tener dificultades con el personal penitenciario. Informaron que estas personas parecían insensibles a sus necesidades, contribuyendo al deterioro del bienestar psicológico de las mujeres en el centro. 

Las autoras consideran que proporcionar educación sobre salud mental al personal penitenciario puede ayudar a mejorar su comprensión sobre cómo se manifiestan los problemas de salud mental y las vulnerabilidades específicas de éstos. También les ayudaría a desarrollar su empatía con las mujeres reclusas. 

Además, existe una clara necesidad de dedicar más esfuerzos y recursos a la investigación en este contexto, tanto para mejorar las políticas y prestación de servicios, como para permitir que se escuchen las voces de las mujeres en prisión.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Psychological Profile, Emotion Regulation, and Aggression in Police Applicants: a Swiss Cross-Sectional Study”, de Ceschi, G.; Meylan, S.; Rowe, C. y Boudoukha, A. H. (2022), en el que los autores realizan un estudio para conocer las características psicológicas generales que suelen compartir los agentes de policía y cómo éstas interactúan con las situaciones límite a las que se ven expuestos. 

Al mismo tiempo que garantizan la seguridad pública, los agentes de policía se enfrentan, repetidamente, a situaciones estresantes, violentas y traumáticas, lo que se traduce en una tremenda presión psicológica. 

Por ejemplo, no es raro que se requiera a un oficial de policía para que brinde protección a la víctima de un delito mientras, al mismo tiempo, se encuentra con un delincuente peligroso. 

Estas situaciones requieren de estrategias sofisticadas de control y afrontamiento de emociones, una sólida predisposición personal para lidiar con el estrés y suficientes recursos cognitivos para llevar a cabo todo lo anterior. 

No sorprende a nadie que, según investigaciones anteriores, la exposición a eventos traumáticos contribuya al desarrollo de problemas de salud mental. Por ejemplo, éstos se asocian con el trastorno de estrés postraumático, la depresión, síntomas obsesivo-compulsivos, ira y actitudes agresivas.

Las investigaciones sugieren que los agentes de policía pueden “dar pistas” sobre posibles problemas de salud mental de forma indirecta. Por ejemplo, pueden presentar fatiga crónica, preocupaciones sobre diversos aspectos de su trabajo y su vida personal, sentimientos de falta de apoyo por parte de sus superiores, sensación de sobrecarga de trabajo… 

Sin embargo, es interesante mencionar que, a pesar de que los agentes de policía están continuamente expuestos a eventos estresantes, sólo una minoría de ellos informa de trastornos de estrés postraumático crónico o desequilibrios emocionales importantes. Por ejemplo, en un estudio sueco de 2010 se descubrió que los oficiales de policía tenían una mejor salud mental que la población civil.

En resumen, los policías muestran buenas competencias emocionales ante eventos adversos. Sin embargo, el hecho de que estén expuestos de manera significativa y recurrente a situaciones traumáticas a lo largo de toda su carrera profesional, los pone en riesgo de sufrir eventualmente un desequilibrio emocional y una erosión progresiva de su temperamento original. 

Por lo tanto, es necesario anticiparse a esto para poder apoyar a los policías en riesgo desde el inicio de su carrera, y ayudar a preservar su salud mental y su potencial profesional de la mejor manera. 

El objetivo del presente estudio fue describir el perfil psicológico de los aspirantes a policía en el contexto suizo, valorando sus niveles de estrés, ansiedad, depresión, felicidad, agresividad, impulsividad… entre otros. 

Para ello, se utilizó una muestra de 149 aspirantes a policía de entre 20 y 36 años, y un grupo de control de 110 personas de entre 18 y 33 años. A ambos grupos se les pidió que cumplimentaran una serie de tests y escalas con validez científica para valorar los rasgos de su personalidad. 

De acuerdo con hallazgos previos, la investigación de los autores confirma que los aspirantes a policía en el contexto suizo tienen un perfil psicológico similar que se caracteriza principalmente por sentimientos afectivos equilibrados; es decir, tienen bajos niveles de ansiedad, depresión e ira. 

Además, autoinforman de pocas disposiciones impulsivas y parece que son más propensos a pensar en las consecuencias antes de actuar y a mantener la concentración incluso cuando realizan tareas complejas o aburridas (es decir, son más persistentes).

Sin embargo, este perfil psicológico notablemente equilibrado debe matizarse por un marcado estilo socialmente deseable que conduce a los candidatos a presentarse de forma excesivamente positiva

Se ha descubierto que los aspirantes a policía se suelen engañar más a sí mismos que el resto de la población, según estudios de 1997 y 1999. 

La represión sería un factor que influiría en esto último, y además, también afectaría a la evaluación de situaciones estresantes. Es decir, la represión puede hacer que estas personas eviten, de forma selectiva, prestar atención a información o estímulos negativos y, cuando se enfrentan a ellos, pueden tender a interpretar estas situaciones como no amenazantes, no peligrosas, y sobreestimar su propio potencial de afrontamiento y su capacidad de control. 

Por otro lado, el estudio actual indica que las tendencias de acción agresiva de los aspirantes a policía están influenciadas por altos niveles de ansiedad en determinado momento, el grado de urgencia cuando se enfrentan a sentimientos negativos y una marcada sensibilidad a la recompensa.

Es decir, los aspirantes a policía más sensibles a la recompensa, motivados por incentivos positivos y gratitud, podrían usar más fácilmente actitudes agresivas al encontrarse con obstáculos. Así, los autores consideran que el deseo de obtener recompensas puede considerarse un factor de riesgo para las actitudes agresivas. 

Los autores entienden, por tanto, que hay un perfil psicológico que se selecciona de forma intuitiva, que es específico y consistente con el estilo de afrontamiento represivo. De hecho, este perfil es muy favorable para proporcionar, al menos al principio, una imagen positiva del candidato que incluye buenas estrategias adaptativas cuando se trata de adversidades. Lo que no se debe olvidar es que la exposición crónica a eventos estresantes erosiona el potencial de afrontamiento del individuo. 

Los autores señalan que, si bien este estudio es revelador, se necesitan más trabajos empíricos para sacar conclusiones. Lo que se puede confirmar es que los hallazgos revelan la importancia de seguir esforzándose por comprender los métodos de afrontamiento de situaciones estresantes de los miembros de los cuerpos de seguridad. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “A Systematic Review of Risk Factors Implicated in the Suicide of Police Officers”, de Krishnan, N.; Steene, L. M. B.; Lewis, M.; Marshall, D. e Ireland, J. L. (2022), en el que los autores realizan una investigación teniendo en cuenta la literatura previa sobre el suicidio en agentes de policía, para intentar identificar cuáles son los factores de riesgo más importantes.

Los problemas de salud mental suponen una complicación importante para aproximadamente 300 millones de personas en todo el mundo. Dentro de ellos, existen las conductas y/o ideas suicidas, que son una preocupación considerable para la población en general, con más de 700.000 muertes por suicidio al año en todo el mundo. 

En comunidades pequeñas y grupos cerrados, como las fuerzas del orden, los médicos, o trabajadores de servicios de emergencia, los impactos inmediatos y a largo plazo del suicidio pueden exacerbarse dado el efecto “onda” que puede ocurrir, producto de presenciar un trauma en primera persona. 

Datos de la Oficina de Estadística Nacional de Reino Unido, muestran que ha habido un total de 169 suicidios por parte de agentes de policía entre 2011 y 2019, con un promedio de aproximadamente 21 muertes al año. 

Teniendo en cuenta las estadísticas mundiales y comparándolas con las estadísticas de los cuerpos de seguridad de Reino Unido, algunos investigadores han descrito el fenómeno en este último contexto como una “epidemia” de gran gravedad.

A pesar de estas fuertes afirmaciones, otros autores han puesto en duda la clasificación del suicidio como la principal causa de muerte entre los agentes del orden. Los problemas en la evaluación y recopilación de estadísticas del suicidio, hacen que la estimación precisa del problema sea cada vez más difícil. 

Independientemente de si los agentes de policía experimentan tasas más altas de suicidio en comparación con la población general, también es algo que preocupa porque se supone que los oficiales reciben, al menos en Reino Unido (contexto de este estudio), el apoyo adecuado a través de capacitación, beneficios relacionados con servicios sanitarios y asesoramiento. 

Los autores decidieron, por tanto, en este estudio, investigar los factores de riesgo y predictores que sustentan el suicidio en este grupo de la población. 

Si bien el consenso general de expertos sostiene que la causalidad del suicidio es multidimensional, la literatura reporta tres claves, o tres niveles particulares de factores estresantes que se cree que están implicados en el suicidio consumado del personal encargado de hacer cumplir la ley: primero, aparecen factores estresantes personales o individuales; después, los factores ocupacionales; por último, los problemas organizacionales

Los estresores personales se refieren a factores internos del oficial, como trastornos mentales o consumo de sustancias. Los factores ocupacionales abarcan las demandas que se consideran parte del trabajo, como relacionarse con las víctimas y victimarios de los delitos e interactuar con el sistema de justicia. Y los problemas organizacionales comprenden preocupaciones sobre el poco apoyo que pueden recibir en algunos momentos, los deberes burocráticos y la falta de oportunidades de avance profesional en determinados contextos. Todo ello puede aumentar la probabilidad del comportamiento suicida. 

Para ahondar más sobre el tema, los autores deciden investigar sobre literatura previa relacionada con los suicidios y los agentes de policía, para poder ampliar más la información sobre los factores de riesgo. 

Se revelaron cinco factores aparentemente determinantes: el uso problemático de sustancias en un momento cercano a la muerte, la presencia de depresión e intentos de suicidio previos, diferencias en la respuesta a los traumas que pueden experimentar, exposición excesiva y prolongada al estrés relacionado con el trabajo, y la ausencia de una relación íntima estable. Cuando estos factores coexisten, parecen relacionarse con una mayor probabilidad de conductas suicidas. 

El 40% de los estudios incluidos identificaron el uso problemático de sustancias como omnipresente, y directamente relacionado. Más específicamente, los hallazgos indicaron una trayectoria creciente de consumo de sustancias en los días y horas anteriores al evento suicida. 

Los problemas de salud mental, más particularmente los trastornos depresivos y los intentos previos de suicidio, fueron identificados por la mayoría de los estudios policiales (50%). Es interesante mencionar que las mujeres oficiales reportaron puntuaciones más altas de depresión en comparación con los hombres.

También se encontraron hallazgos contradictorios que sugieren la necesidad de seguir investigando sobre el tema, ya que, en un estudio de 2004 se propuso la idea de que los oficiales con más años en el servicio policial eran menos susceptibles al estrés relacionado con el trauma y, por tanto, a las tendencias suicidas, pero existe otra opinión, que es la más predominante, y sostiene que las personas expuestas a múltiples episodios traumáticos tienen más probabilidades de presentar síntomas de trastorno de estrés postraumático. 

Por otro lado, parece ser que tener una pareja no es suficiente para considerarlo un factor de protección, sino que la calidad de la relación es lo determinante y lo que brinda en realidad la función protectora

Como vemos, hay algunos hallazgos que coinciden, pero otros que pueden generar gran debate, por lo que los autores sugieren continuar investigando y estudiando este tema, de forma que se pueda seguir arrojando luz sobre él y, consecuentemente, previniéndolo.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Youth Serial Killers: Psychological and Criminological Profiles”, de García-Baamonde, M. E.; Blázquez-Alonso, M.; Moreno-Manso, J. M.; Guerrero-Barona, E. y Guerrero-Molina, M. (2022), en el que los autores realizan una revisión de literatura anterior sobre jóvenes que han cometido asesinatos en serie para obtener algunos datos de interés para sus perfiles criminales. 

El fenómeno de los asesinatos en serie ocupa un lugar único en el campo de la criminología, pero también del sistema de justicia penal, especialmente cuando los autores de estos y otros tipos de delitos violentos, son menores de edad.

Además, existe una gran falta de comprensión del fenómeno de los asesinatos en serie. El tema está rodeado de un gran sensacionalismo mediático que surge siempre en torno a la pregunta de si los asesinos en serie nacen o se hacen. 

Por otro lado, son muchos los medios de comunicación que catalogan a quienes cometen estos delitos como “monstruos” o “demonios”, siendo esto una parte más del circo mediático que rodea estos casos tanto a nivel judicial como social. Esto contribuye y alimenta la mentalidad colectiva influenciada por los medios que no escatima en dar detalles sobre los crímenes y que, en ocasiones, incluso puede llegar a convertir a los victimarios en celebridades.

Para lograr un mejor conocimiento del fenómeno de los asesinatos en serie, su extensión y su gravedad, y centrándose en aquellos cometidos por jóvenes, los autores realizaron una revisión de literatura escrita en los últimos años sobre ello. 

Los autores consideran que la problemática jurídica y social no se da sólo en los casos en los que jóvenes menores de edad cometen asesinatos en serie, sino desde que cometen delitos violentos. 

A pesar de la terminología usada con frecuencia por los medios de comunicación, los jóvenes delincuentes no son monstruos ni bestias, y muchas veces no tienen antecedentes. 

A veces estos primeros delitos tienen lugar porque no pudieron negarse a la presión de grupo. Normalmente, suele haber una explicación. 

Algo que llama la atención a los autores, y les preocupa especialmente, es que desde mediados de los 80 y en torno a principios de los 90, se registró un crecimiento sin precedentes de los homicidios perpetrados por jóvenes. Los datos sugieren que los jóvenes participan, actualmente, en más crímenes que generaciones anteriores

Lo más común es que estos jóvenes pertenezcan a bandas callejeras, un fenómeno delictivo muy particular, ya que tienen unas variables específicas al resto de la delincuencia juvenil. 

Por estos datos, el perfil psicosocial y criminológico de los jóvenes que cometen homicidios no es equiparable al del delincuente común. 

También hay que mencionar que los casos de asesinos en serie donde los victimarios son niños o jóvenes, son, por supuesto, mucho menos frecuentes que los casos de adultos.

Algunos de estos jóvenes provienen de familias desestructuradas donde no pudieron adquirir una personalidad estable. Así, buscan continuamente satisfacer sus deseos a través de fantasías de dominación y control. 

Del mismo modo, algunos pueden haber sufrido abusos físicos, sexuales y emocionales y, a menudo, de forma simultánea. 

La investigación sobre el impacto del maltrato infantil en la conducta violenta ha demostrado que, el maltrato y la exposición a la violencia, en cualquiera de sus formas, es un factor predictivo importante para la conducta delictiva. 

Por otro lado, aparece la psicopatía, que todos conocemos, y que genera serios problemas en la dimensión afectiva, interpersonal y conductual de los humanos, tanto que los psicópatas pueden victimizar a otros sin que su conciencia se vea afectada. 

Muchos rasgos de la psicopatía comienzan a surgir en la infancia y se pueden identificar con más o menos facilidad, así como en la adolescencia y la juventud. Por eso se debe prestar atención a los menores que experimentan factores de riesgo como problemas de salud mental, problemas en su crianza, antecedentes de abuso de sustancias, impulsividad muy intensa, inestabilidad emocional, ausencia total de culpa, etcétera. 

Este artículo tiene algunas limitaciones. Por ejemplo, hay una baja prevalencia de asesinos en serie juveniles, lo cual dificulta el estudio de estos casos en concreto, por lo que el análisis debe tomarse con cautela. 

Sin embargo, a pesar de las limitaciones, el artículo original subraya la importancia de algunos factores psicosociales para una mejor comprensión del proceso por el cual menores de edad terminan cometiendo delitos tan graves como asesinatos en serie. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Characterizing trajectories of anxiety, depression, and criminal offending in male adolescents over the 5 year following their first arrest”, de Baker, A. E.; Padgaonkar, N. T.; Galván, A.; Frick, P. J.; Steinberg, L. y Cauffman, E. (2022), en el que los autores realizan un estudio para saber cómo la ansiedad, la depresión y otros factores relacionados con la salud mental, influyen en la vida de los jóvenes que delinquen por primera vez, tomando como punto de partida su primer arresto.

 La posibilidad de entrar en prisión y ser juzgado por un delito no es agradable para nadie. Por ello, no es de extrañar que los jóvenes que entran en contacto con el sistema de justicia experimenten niveles más altos de internalización de síntomas como la ansiedad y la depresión, en comparación con los jóvenes que no delinquen.

Las tasas de ansiedad y depresión en esta población son especialmente preocupantes: casi la mitad de los jóvenes implicados en la justicia cumplen con criterios clínicos de internalización de problemas psicológicos.

Y aproximadamente la mitad de los hombres adultos en la misma situación experimentan trastornos de salud mental mientras cumplen condena, e incluso una vez que son liberados.

Además, los problemas de salud mental van de la mano con los problemas criminológicos: las personas que continúan delinquiendo después de la adolescencia tienen casi tres veces más probabilidades de experimentar problemas de salud.

Otro dato importante, es que los jóvenes en el sistema de justicia rara vez reciben tratamiento, lo cual se relaciona con un mayor riesgo de abuso de sustancias, fracaso académico y trastornos emocionales que perdurarán en la edad adulta, incluso un mayor riesgo de suicidio.

Es un tema muy importante y que se debe tratar, debido a que la mayoría de trastornos psiquiátricos aparece durante la adolescencia o la adultez temprana, un periodo en el que los comportamientos de riesgo también alcanzan su punto máximo.

Pero ¿qué dice la literatura existente sobre ello? Los resultados de un estudio de 2019 sugieren una cascada temporal en la que los problemas de conducta en la infancia se traducen en resultados sociales negativos, que contribuyen a la depresión en la adolescencia y esta a su vez, puede contribuir a la delincuencia adolescente o adulta posterior.

En una muestra que se siguió durante seis años hasta 2012, los jóvenes que mostraban altos niveles de depresión estaban en riesgo de aumentar su comportamiento disruptivo, y los jóvenes que mostraban altos niveles de comportamiento disruptivo estaban, a su vez, en riesgo de desarrollar síntomas de depresión mucho más altos.

Lo que este trabajo se plantea es averiguar si la trayectoria de los síntomas y la trayectoria ofensiva cambian con el ingreso de los jóvenes en el sistema de justicia y cómo lo hacen.

Primero, los autores buscaron caracterizar la trayectoria media de la internalización de síntomas y conductas delictivas de los jóvenes después de su primer contacto con el sistema de justicia. Dado que la prevalencia de los trastornos de salud mental tiende a aumentar después del primer contacto con el sistema de justicia, los autores plantearon la hipótesis de que el grupo mostraría un aumento progresivo de éstos.

Además, debido al aumento en el comportamiento delictivo durante la adolescencia y la edad adulta joven, también se planteó la hipótesis de la continuación de la delincuencia en la adultez.

El segundo objetivo, era examinar si el cambio en la salud mental está relacionado con el cambio en la delincuencia, o al revés, y describir esta relación.

Para todo esto, 1216 adolescentes varones fueron evaluados durante los cinco años posteriores a su primer arresto. Estos arrestos se produjeron por delitos leves de mediano alcance, como robo de bienes, agresiones simples o vandalismo. Fueron evaluados cada seis meses durante los primeros tres años, después las entrevistas se dieron de forma anual.

Los resultados del estudio indicaron que la ansiedad y la depresión cambian junto con las conductas delictivas en los adolescentes varones después de su primer arresto, de modo que una mayor mejora en la salud mental, se relaciona con un nivel más alto de disminución de la delincuencia, y viceversa. Estos hallazgos resaltan la naturaleza entrelazada de los síntomas de internalización y los comportamientos de externalización, y subrayan la importancia de considerar la salud mental en los estudios de reincidencia juvenil.

Cuando los jóvenes entraron en contacto con el sistema de justicia, se vio una disminución inicial de la ansiedad y la depresión, seguida de un aumento en los síntomas unos años más tarde.

Esto último sugiere que la participación en el sistema de justicia influye en la trayectoria de los síntomas y los empeora a medida que los jóvenes se desarrollan.

Además, cuando los jóvenes se habían criado en barrios pobres y problemáticos, presentaron una mayor gravedad en la ansiedad y depresión sufrida, lo que está en línea con estudios anteriores que destacan que la desorganización del barrio y la exposición a la violencia pueden aumentar el riesgo de problemas de salud mental en adolescentes.

A pesar de la utilidad de este estudio, una limitación es que se realizó únicamente con jóvenes varones, por lo que quizás los resultados no pueden aplicarse al sexo femenino, por tanto, los autores recomiendan explorar esta dimensión.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Intergenerational transmission of personality disorder severity and the role of psychosocial risk factors” de Auty, K. M.; Farrington, D. P. y Coid, J. W. (2021), en el que los autores estudian si los padres transmiten sus trastornos de personalidad a sus hijos y cómo.

No es la primera vez que nos presentan la posibilidad de que se transmitan enfermedades mentales de progenitores a hijos. Las influencias familiares en el desarrollo de diferentes formas de psicopatología están bien respaldadas en la literatura de investigación empírica.

Sin embargo, los factores que explican esta continuidad generacional podrían ser más, aparte de los factores genéticos.

Revisando literatura existente, se encontró una fuerte relación entre los trastornos de personalidad antisocial, límite y narcisista de los padres, y psicopatologías en su descendencia.

Y además, las asociaciones intergeneracionales también se han demostrado previamente para los trastornos de internalización.

Gracias a estudios realizados con gemelos, se comenzó a sospechar que en este asunto intervenían otros factores además de la genética, ya que los gemelos no presentaban de igual manera un trastorno, o incluso uno de ellos no lo presentaba y el otro sí.

La psicopatología de los padres podría tener una influencia indirecta, más que la directa a través de la biología. Esta influencia indirecta podría producirse a través del ambiente, como las circunstancias socioeconómicas de la familia o su modo de crianza.

Además, estos factores pueden tener impactos diferentes en la descendencia masculina y la femenina.

La medición y estudio de los vínculos entre la experiencia de los padres en la infancia y la experiencia de sus hijos a la misma edad, a menudo se descuida en los estudios, donde se hace un seguimiento de las dos generaciones, a menudo peculiar.

Las personas con problemas de conducta de aparición temprana, a menudo se crían en familias con múltiples desventajas psicosociales. En la edad adulta, estos niños tienden a experimenta problemas en muchas áreas: financiera, laboral, abusan de sustancias, cometen delitos violentos o relacionados con las drogas, aparece la maternidad temprana, el fracaso escolar, una mala salud física y mental, o problemas de relación interpersonal.

Los estudios que examinan la influencia de la psicopatología de los padres en el desarrollo de conductas problemáticas en los niños se han centrado tradicionalmente en las madres, posiblemente debido a una alta prevalencia de absentismo de los padres en la crianza de los hijos. Esto implica que el impacto del comportamiento de los padres se comprende menos.

Comprender la naturaleza de los factores de riesgo que influyen en la transmisión de trastornos mentales de padres a hijos, puede ayudar a explicar los comportamientos problemáticos en la edad adulta.

Además, los niños que corren mayor riesgo de presentar una personalidad desadaptativa, no sólo sufren ellos mismos sino que también representan un alto coste para la sociedad y aún no está claro cuáles son las intervenciones más efectivas.

El objetivo de este estudio es establecer si existe una asociación, primero, entre las cualidades de los trastornos de la personalidad de una muestra de hombres y su descendencia; en segundo lugar, si existe una asociación entre la gravedad de los trastornos; en tercero, si existen factores de riesgo psicosocial y cuáles son.

El estudio se llevó a cabo con una muestra de 411 hombres y sus hijos. Comenzó en 1961-1962, y se han realizado entrevistas periódicas desde entonces, incluyendo aquellas hechas a los hijos e hijas cuando ya habían alcanzado la edad adulta.

La entrevista recopiló información sobre delitos, uso de drogas y alcohol, comportamiento sexual, enfermedades, lesiones, actitudes agresivas, personalidad, empleo, relaciones, niños y comportamientos en la crianza de niños.

Los resultados obtenidos no arrojaron suficiente evidencia de la transmisión intergeneracional de trastornos graves de personalidad entre padres e hijos, pero sí se encontró entre padres e hijas.

Además, sugirieron que tres factores de riesgo psicosocial estaban asociados con la gravedad del trastorno: problemas de empleo de los padres, familia desestructurada y mala supervisión del niño durante la infancia. Sin embargo, los resultados también informaron de que estos factores psicosociales tenían un efecto pequeño una vez que la gravedad del trastorno mental ya estaba presente.

Los hijos de un padre con trastornos de la personalidad sufren dos posibles desventajas: un mayor riesgo genético de sufrir trastornos de la personalidad, y ser creado en un ambiente que no es propicio para la crianza exitosa de los hijos.

Una de las limitaciones del estudio es que las entrevistas, parecidas a los autoinformes, pueden no ser completamente objetivas, ya que las personas con trastornos de personalidad a menudo tienen problemas de autoconciencia.

En estudios futuros, los autores sugieren que se deben investigar las estrategias de afrontamiento adaptativo, ya que es más probable que aquellos que tienen rasgos de personalidad resiliente, busquen a otras personas igualmente prosociales y, por tanto, será menos probable que desarrollen psicopatologías en la edad adulta.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “The startle réflex as an indicator of psychopathic personality from childhood to adulthood: a systematica review” de Oskarsson, S.; Patrick, C. J.; Siponen, R.; Bertoldi, B. M.; Evans, B. y Tuvblad, C. (2021), en el que los autores investigan, a partir de literatura previa, si existen suficientes estudios empíricos que demuestren que el reflejo del sobresalto se relaciona con la presencia de la psicopatía en un sujeto. 

Pocos temas son tan interesantes para los interesados en el conocimiento de la conducta humana como la psicopatía, su razón de ser, sus factores de riesgo y de detección.

Desde la psicología y la criminología se sugiere que la psicopatía surge de un déficit emocional subyacente, que implicaría una reactividad alterada a los estímulos emocionales negativos.

Como el estudio de la psicopatía se puede abordar de diferentes formas, los autores explican que consideran correcto utilizar el modelo triárquico, que caracteriza la psicopatía en función de tres factores: audacia, mezquindad y desinhibición. Este modelo se formuló para reconciliar diferentes conceptualizaciones históricas de la psicopatía y proporcionar un marco en el que integrar los hallazgos de diferentes estudios. 

En este artículo, emplean el modelo triárquico para interpretar y sintetizar los resultados de los estudios publicados. El objetivo es proporcionar una visión general del estado de la literatura y examinarlo. 

Pero ¿cómo se ha conceptualizado la psicopatía en la historia? Tradicionalmente, se ha entendido que es una condición marcada por la desviación antisocial y tendencias hacia la criminalidad severa

Otra idea es aquella que divide la psicopatía en psicopatía primaria y secundaria. La primaria reflejaría una psicopatía más pura, con un déficit afectivo importante y falta de conciencia. La secundaria reflejaría una perturbación afectiva, en lugar de un déficit afectivo. 

Aunque todo esto se ha estudiado ampliamente, la mayoría de los expertos actualmente sugiere que la personalidad psicopática es más bien un continuo dimensional y no algo categórico. 

Volviendo a la idea del modelo triárquico, el utilizado en el artículo, recordamos que se refería a la psicopatía como un conjunto de distintos grados de audacia, mezquindad y desinhibición. 

La audacia es la capacidad de mantener la calma en situaciones amenazantes o estresantes, es la ausencia de ansiedad. Los individuos con un alto nivel de audacia tienen una ausencia de preparación refleja defensiva cuando se exponen a señales de amenaza. 

La mezquindad conlleva una empatía deficiente, explotación y manipulación de los demás. Se han demostrado, en estudios recientes, asociaciones negativas entre la mezquindad y los indicadores neuronales y conductuales del procesamiento empático, como el reconocimiento de la cara del miedo o la reactividad a ésta. 

Por último, la desinhibición abarca un bajo control de los impulsos, alteración de la regulación del afecto y una propensión general a problemas de externalización. 

Llegados a este punto, en el que parece que la mayoría de estudios se realizan sobre la personalidad de los adultos, los autores se preguntan qué ocurre con los niños

La personalidad psicopática es algo que tiene sus raíces en los primeros años de vida. Algunos estudios indican que psicópatas jóvenes muestran características similares a los adultos. 

En general, está bien establecido en la literatura que en los adultos es multidimensional, por lo que se puede suponer, viendo tantas similitudes, que también es multidimensional en los niños. 

Uno de los objetivos principales de la aplicación del modelo triárquico de la psicopatía, era cerrar la brecha entre la literatura sobre la psicopatía en adultos y la que es sobre niños, al proporcionar un marco único para considerar cómo se desarrolla la personalidad psicopática desde edades tempranas. 

Pero ¿por qué buscar relaciones entre la psicopatía y el reflejo del sobresalto? Éste es una respuesta involuntaria y primitiva a un estímulo amenazante que se asocia con una movilización defensiva, experimentada como desagradable o generadora de miedo para un sujeto. 

Afecta a todo el cuerpo, pero el primer y más rápido elemento es la contracción del ojo. Por lo general, esta respuesta de parpadeo de sobresalto aumenta cuando al sujeto se le presentan estímulos desagradables en comparación con estímulos neutrales, y disminuye cuando se le presentan estímulos placenteros. 

Los estudios anteriores de la personalidad psicopática y las reacciones fisiológicas se han centrado principalmente en la baja frecuencia cardíaca y la reducción de la conductancia de la piel, sin embargo, esto se relaciona con los niveles de excitación y no son muy útiles para medir el miedo. Así que se necesitan otras medidas que partan del sistema defensivo, como el reflejo del sobresalto, para tener una mejor comprensión del miedo en psicópatas y ver si su cerebro tiene una falta de reactividad. 

Los autores realizaron una búsqueda en diferentes bases de datos científicas recopilando datos de artículos publicados entre 1994 y 2020, hasta conseguir un total de 40. 

Obtuvieron datos como que los delincuentes psicópatas mostraron menos reflejo del parpadeo mientras veían escenas de mutilaciones o agresiones que otro tipo de delincuentes

Esto concuerda con la idea de que los individuos psicópatas tienen un déficit específico de empatía que hace que no respondan fisiológicamente mientras observan a otros en peligro. 

Sin embargo, también parece que hay un reflejo del parpadeo reducido en momentos amenazantes, lo que sugiere que el déficit en la reactividad defensiva no se limita a observar a otros en peligro. 

En otro estudio, se observó que las personas con mayores niveles de mezquindad (uno de los elementos del modelo triárquico), exhibieron respuestas autonómicas deficientes a imágenes violentas. 

Los resultados, por tanto, sugieren que la psicopatía, en efecto, está relacionada con un déficit en el reflejo del sobresalto, lo cual es un buen inicio para realizar investigaciones más profundas sobre este tipo de personalidad. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Depressive Symptoms Among Police Officers: Associations with Personality and Psychosocial Factors” de Jenkins, E. N.; Allison, P.; Innes, K.; Violanti, J. M. y Andrew, M. E. (2019) en el que los autores realizan un estudio para conocer cuáles son los factores psicosociales que protegen a los agentes de policía de sufrir depresión. 

La depresión mayor afecta a más personas alrededor del mundo. La cifra corresponde a aproximadamente el 6,7% de toda la población estadounidense. 

Sabemos que ser policía implica tener un trabajo con altos niveles de estrés. El trabajo policial implica exponerse a eventos psicológicamente desafiantes y peligrosos que pueden aumentar el riesgo de problemas de salud relacionados con el estrés, como la depresión y otros trastornos mentales. 

Sin embargo, no todas las personas que se ven expuestas a eventos traumáticos desarrollan síntomas de malestar psicológico, puede que por la existencia de ciertos factores protectores

Es decir, los resultados positivos después de exponerse a eventos traumáticos y estresantes son posibles, si los agentes de policía desarrollan y usan habilidades y estrategias psicológicas para manejarlos. 

La investigación previa sugiere que una variedad de factores psicosociales, normalmente agrupados dentro del término “resiliencia”, pueden contribuir a la capacidad del individuo de afrontar y recuperarse de una exposición a un ambiente negativo. Ejemplos de estos factores serían el optimismo, habilidades de afrontamiento activo, apoyo social, salud física, entre otros. 

Literatura previa sugiere que algunas dimensiones de la personalidad pueden estar relacionadas con la depresión de nueva aparición (es decir, la depresión que se experimenta por primera vez). 

La evidencia actual nos dice que los niveles más altos de neuroticismo y los niveles más bajos de extraversión y consciencia (esto es, dimensiones del modelo Big Five), se relacionan con la aparición de síntomas depresivos. 

Por otro lado, debemos mencionar la resistencia. Este sería un rasgo de personalidad muy complejo, que refleja la capacidad del individuo para resistir situaciones de estrés y se ha asociado con la resiliencia, el alto rendimiento y una buena salud. Por ejemplo, los resultados de un estudio realizado con personal militar sugieren que la resistencia puede mitigar los efectos negativos del estrés relacionado con la guerra. 

Además, existe evidencia creciente que nos muestra que el apoyo social ayudaría a promover una buena salud, tanto física como mental. 

Aunque varios estudios han sugerido que existen características como las ya mencionadas, que pueden mitigar los efectos adversos de las exposiciones estresantes sobre la salud mental, la investigación sobre ellos aplicada a los agentes de policía es escasa. Este es el objetivo del estudio. 

La muestra incluyó a 242 policías. Casi el 72% eran hombres, y casi el 74% tenían el rango de oficial. Los varones informaron de una ingesta de alcohol media más alta que las mujeres, mientras que éstas alcanzaron niveles más altos de neuroticismo, apertura y amabilidad con respecto a ellos. 

Los resultados obtenidos aportan información interesante, como que una mayor amabilidad se asoció con la disminución de probabilidades de una nueva depresión. Ocurría lo contrario con el neuroticismo y las estrategias de afrontamiento pasivo, ya que fueron asociadas con más probabilidades de depresión de nueva aparición. 

Esto es coherente con resultados de literatura previa, donde los síntomas depresivos se asocian positivamente con el neuroticismo e inversamente con la extraversión y la amabilidad. 

Dado que le neuroticismo hace referencia a la tendencia a experimentar un afecto emocional con valencia negativa en respuesta a situaciones estresantes, no es sorprendende que personas con altos niveles de éste tengan mayor riesgo de sufrir síntomas depresivos. 

Aunque la resistencia, el apoyo social y el afrontamiento activo no tuvieron una relación especialmente significativa con la protección frente a la depresión de nueva aparición, los resultados apuntaron en la dirección esperada y en consonancia con literatura previa. Por ejemplo, los hallazgos de un estudio realizado con personal militar que había participado en la Guerra del Golfo, sugieren que la resistencia protege contra los efectos negativos del estrés relacionado con la guerra. Puede ser porque las personas resistentes tienden a encontrar un significado positivo en su trabajo, siendo menos vulnerables al estrés psicológico. 

Varias investigaciones han informado de asociaciones significativas entre los diferentes estilos de afrontamiento y la depresión. Los individuos con estilos de afrontamiento activos utilizan estrategias para afrontar un problema y modificar la fuente de estrés, mientras que las estrategias de afrontamiento pasivas evitativas están diseñadas para evitar que los individuos abordan directamente los eventos estresantes. Por lo tanto, no sorprendente que las estrategias de afrontamiento activas, incluida la resiliencia, se hayan asociado con niveles más bajos de depresión y estrés percibido. En nuestro estudio, encontramos que el afrontamiento pasivo se asociaba con mayores probabilidades de sufrir depresión de nueva aparición.

Por último, mencionamos que el apoyo social puede brindar ayuda para mitigar la angustia, especialmente el apoyo conyugal y de la familia. 

En cuanto a las limitaciones del estudio, los autores señalan el pequeño tamaño de la muestra y esperan que en el futuro se pueda realizar una investigación con más sujetos. 

Sin duda, esta investigación es muy útil para saber a qué factores debemos prestar atención para que nos pueden ayudar a prevenir la aparición de una enfermedad terrible como la depresión.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “The emotional déficits associated with the Dark Triad traits: Cognitive empathy, affective empathy and alexithymia” de Jonason, P. K. y Krause, L. (2013), en el que los autores hacen una investigación acerca de cuáles son los déficits emocionales asociados con la famosa Tríada Oscura.

Maquiavelismo, narcisismo y psicopatía han sido identificados repetidamente en la literatura desde hace años como rasgos de personalidad aversivos. Tal es su poder negativo que forman la llamada Tríada Oscura, que tanto nos atrae.

El narcisismo está caracterizado por la superioridad y el dominio; el maquiavelismo, con la manipulación y el encanto social; la psicopatía, por último, se relaciona con las actitudes sociales insensibles o la impulsividad.

Desde hace unos años, se le ha prestado atención a la idea de que deficiencias emocionales como la ausencia de empatía pueden ser factores que subyacen a estos rasgos de personalidad.

Pero no sólo se ha relacionado con la Tríada Oscura la carencia de empatía, sino también la existencia de la alexitimia. Es decir, la incapacidad para describir y comprender las propias emociones.

A pesar de que estos dos déficits emocionales podrían estar relacionados, no se han estudiado simultáneamente hasta esta investigación.

¿Cómo podrían relacionarse? Los autores proponen la idea de que la capacidad de identificar o comprender las propias emociones (alexitimia) puede estar vinculada a la capacidad de identificar o comprender los sentimientos de los demás.

Es decir, la habilidad de ponerse en el lugar de otra persona (empatía) puede estar respaldada por la capacidad de tener primero conocimiento de los sentimientos propios.

Los psicólogos evolucionistas argumentan que los rasgos y disposiciones como la Tríada Oscura o la empatía limitada, podrían ser positivos para la adaptación de las personas siempre que les ofrezcan un mayor acceso a recursos.

Podrían, en realidad, proporcionar una ventaja competitiva al facilitar los comportamientos asociados con el logro de metas que requieren la explotación de los demás. ¿Cómo? Por ejemplo, a través del desprecio por los propios sentimientos o por los de los demás.

Con la alexitimia también podría ocurrir lo mismo. Esta perspectiva sugiere que puede ser adaptativa en el sentido de que podría facilitar la estrategia social explotadora que a menudo se vincula con la Tríada Oscura.

Para el estudio de los déficits emocionales de la Tríada Oscura y corroborar, o no, la literatura previa, los autores llevan a cabo un estudio con 320 voluntarios.

Se les pidió que puntuasen unas frases en función de si estaban de acuerdo o no con ellas, en una escala del 1 al 5. Estas frases se utilizarían para evaluar su narcisismo, psicopatía y maquiavelismo.

Se evaluaron también sus niveles de alexitimia y empatía con tests especialmente desarrollados para ello por especialistas del área.

Los resultados obtenidos fueron interesantes, y en la línea de lo que los autores hipotetizaron desde el principio.

Parece ser que tener bajos niveles de empatía y una capacidad o motivación limitadas para comunicar las propias emociones, facilita la estrategia social antagónica que aparece en los rasgos de la Tríada Oscura.

De hecho, pasar demasiado tiempo preocupado por los sentimientos propios o de los demás, sería un obstáculo para alguien que persigue una estrategia de vida típica de la Tríada Oscura. Estarían, por tanto, más enfocados en obtener lo que quieren del mundo externo que examinando su mundo interno.

Una de las limitaciones que los autores señalan en este estudio, es que había un gran desequilibrio en el número de hombres y mujeres. Consideran que en próximas investigaciones se debe intentar igualar el número e investigar en profundidad si existen diferencias entre unos y otros.

Comentan que, como conclusión, una baja empatía y una alta alexitimia pueden ser ventajosas evolutivamente para aquellos que poseen los rasgos de la Tríada Oscura y pretenden vivir la vida siguiéndolos (también se refieren a esto como “estrategia de vida rápida”).

Considerando estos rasgos como evolutivamente positivos, se conseguiría una despatologización de estos, de forma que no requerirían tratamiento, sino posiblemente, sólo una reconducción.

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