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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Crimes and sentences in individuals with intellectual disability in a forensic psychiatric context: a register-based study”, de Edberg, H.; Chen, Q.; Andiné, P.; Larsson, H. y Hirvikoski, T. (2022), en el que los autores realizan un estudio para conocer cuáles son los delitos cometidos por personas con discapacidad intelectual y su comparación con los cometidos por personas con un desarrollo intelectual típico.

Las personas con discapacidad intelectual que cometen delitos tienen un estatus judicial, unas características y unas necesidades que preocupan en la mayoría de países desarrollados. 

Estas personas constituyen un grupo importante, pero, aún así, pequeño y no bien reconocido. La prevalencia de la discapacidad intelectual (de ahora en adelante, DI) diagnosticada en la población general es de aproximadamente un 1%, y aquellos que cometen delitos penales constituyen un pequeño número de ese porcentaje. 

Si las personas con DI tienen o no un riesgo mayor de cometer delitos, es algo que no está claro según la literatura actual. Hay expertos que apoyan la idea y otros que la descartan, ya que no se ha podido confirmar.

En los últimos años se han propuesto varios patrones en cuanto a la tipología de los delitos cometidos por personas con DI. Varios estudios han señalado un mayor riesgo de conductas sexualmente inapropiadas y, por tanto, de ofensas sexuales. 

Esta generalización, sin embargo, debe estudiarse, ya que las muestras utilizadas para estos estudios han sido pequeñas y las definiciones propuestas de la discapacidad intelectual, inconsistentes. 

La mayoría de países desarrollados tienen una legislación penal en la que los infractores no serán responsables de sus crímenes si sufren algún tipo de patología mental, y cumplen ciertas condiciones. Se consideran, por ejemplo, incapaces de comparecer en el juicio, o no culpables por demencia. 

Satisfacer las necesidades especiales de estas personas, proporcionarles una rehabilitación adecuada y combinar ésto con la seguridad pública, es una tarea complicada para la que se necesita una pluralidad de opciones. Los autores sostienen que ni las órdenes penitenciarias ni las hospitalarias son ideales. Las sanciones y medidas comunitarias, definidas como sentencias no carcelarias, como, por ejemplo, la libertad condicional, han aumentado continuamente en los países europeos. Sin embargo, la prevalencia de personas con DI en los sistemas penitenciarios se encuentra aproximadamente en un 2-10%. 

Suecia (el país contexto de este estudio) considera que los delincuentes con trastornos mentales graves pueden ser considerados responsables de sus acciones. Sin embargo, el tribunal puede imponer una evaluación psiquiátrica forense previa al juicio para decidir si un delincuente sufre un trastorno mental severo, y así sentenciarlo a recibir atención psiquiátrica forense en lugar de ir a prisión. 

El objetivo principal de este estudio fue estudiar la tipología de delitos en personas con DI y sin DI que estaban sujetas a una evaluación psiquiátrica forense previa al juicio, en el contexto sueco. 

El estudio fue observacional y basado en registros de todas las personas sujetas a evaluación psiquiátrica forense en Suecia desde el 1 de enero de 1997 hasta el 30 de mayo de 2013. La población del estudio final fue de 7.450 individuos. 

Los delitos se clasificaron en cuatro categorías: delitos sexuales, delitos violentos, delitos violentos no sexuales y delitos no violentos no sexuales. 

Los delitos sexuales incluían la violación, la coerción sexual, el abuso de menores, el exhibicionismo, el acoso sexual, la pornografía infantil, entre otros. 

Los delitos violentos incluían homicidios, asaltos, robos, incendios provocados, amenazas ilegales o intimidación…. 

Los delitos violentos no sexuales excluyeron todos los delitos sexuales de la categoría de delitos violentos.

Por último, en los delitos no violentos no sexuales se incluyeron todos los que no entraban dentro de las categorías anteriores. 

Los resultados indicaron que los delitos sexuales fueron más comunes entre las personas con DI que sin DI. El 26% de los delincuentes con DI había cometido un delito sexual, en comparación con el 15% en el grupo sin DI. Los delitos violentos fueron igualmente frecuentes entre ambos grupos.

Se han propuesto varias explicaciones posibles a estos datos. Por ejemplo, la falta de conocimiento y educación sexual. Se ha demostrado que las personas con DI tienen niveles más bajos de conocimiento sexual que sus pares sin DI, planteando el tema de la educación sexual como medida preventiva de este tipo de delincuencia. 

Por otro lado, aparece la hipótesis del modelado como resultado de un abuso sexual previo. Surge de la idea de que la victimización previa es una circunstancia común entre los agresores sexuales y, además, las personas con DI tienen mayor riesgo de ser víctimas de este tipo de delitos. 

También aparece la falta de integración social, estrechamente relacionada con la idea de que los delincuentes sexuales en general, pueden carecer de una identidad prosocial. 

Los autores proponen invertir recursos y tiempo en programas de tratamiento estructurados y especializados para estas personas, además de investigar sobre las formas de rehabilitación y habilitación de la atención psiquiátrica forense que reciben. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Juvenile Homicide Offenders Look Back 35 years later: Reasons They Were Involved In Murder” de Heide, K. M. (2020), en el que la autora realiza una serie de entrevistas con personas que, en su juventud, fueron encarceladas por cometer asesinatos, para investigar cuáles son las causas que les llevaron a ello, según la opinión de los propios ex delincuentes.

El homicidio cometido por jóvenes y el trato posterior de la justicia con éstos, ha sido un tema controvertido y al que los expertos le han prestado atención especialmente desde el pasado siglo.

Cuando los jóvenes se involucran en delitos violentos, especialmente asesinatos, la sociedad se pregunta por qué y qué se debe hacer con ellos.

En el contexto de Estados Unidos hay dos períodos en los que los asesinatos cometidos por menores aumentaron. El primero se dio entre 1960 y 1975, cuando los arrestos a menores por asesinato y homicidio aumentaron un 200%. La segunda etapa se dio entre 1984 y 1993, donde los arrestos a menores pasaron de ser 1.004 a 3.284. Además, de estos arrestos, el porcentaje de homicidios pasó del 7,3% al 16,2%.

Este aumento significativo en la participación de menores en asesinatos ocurrió, además, en un momento en que la población juvenil estaba disminuyendo.

Los expertos advirtieron a la nación que esperara una ola de jóvenes superdepredadores y pronosticó que habría una escalada continua en los asesinatos de menores en los próximos años.

En respuesta a este fenómeno, en Estados Unidos se aprobaron una serie de leyes a finales de los años 80 y durante los años 90 que facilitaban la transferencia de menores involucrados en delitos graves como el asesinato, a la corte de adultos.

Los menores condenados en el sistema de justicia penal para adultos durante ese período, al igual que éstos, estaban sujetos a la pena de muerte, cadena perpetua sin libertad condicional y largas penas de prisión.

En el siglo XXI, los tribunales de Estados Unidos reconocieron que los menores tienen un desarrollo diferente al de los adultos. Debido a que sus cerebros no están completamente desarrollados, están menos equipados para evaluar situaciones de forma crítica y tienden a ser más impulsivos. También son más vulnerables a la presión de sus compañeros y tienen una capacidad limitada para librarse de entornos desfavorables en sus hogares o sus barrios.

Algunos expertos investigaron qué ocurría con estos jóvenes una vez que unos años habían pasado desde el crimen cometido. Los que habían salido de prisión ¿habían reincidido? Los que no habían salido ¿habían reincidido dentro de prisión?

Vries y Liem realizaron un seguimiento a 137 jóvenes condenados por homicidio que ingresaron en centros de menores en los Países Bajos. El seguimiento se realizó durante un período entre 1 y 16 años. El 59% fue condenado de nuevo por otros delitos, entre ellos, más asesinatos.

Estos autores consideraron que la edad del primer arresto, la edad en el momento del homicidio, la cantidad de delitos anteriores y las relaciones con amigos delincuentes, eran factores predictivos significativos.

Para analizar la reincidencia, las impresiones con respecto a sus crímenes y otros factores, la autora decidió llevar a cabo una serie de entrevistas con personas que formaban parte de la muestra de uno de los estudios de Heide.

Heide realizó cinco estudios de seguimiento de un grupo de jóvenes masculinos condenados por asesinato, intento de asesinato u homicidio. Estos jóvenes habían sido juzgados en tribunales para adultos con las consecuentes penas.

En el momento de redacción de este artículo, estos jóvenes contaban ya con algo más de 50 años, ya que habían pasado 35 años desde el primer estudio. Se les realizaron entrevistas semiestructuradas con preguntas abiertas y cerradas acerca de sus experiencias en prisión, sus experiencias posteriores a su liberación, la reincidencia, y se les preguntó cuáles creían que eran las razones por las que se habían metido en problemas.

Un factor se destacó como la razón más importante. El 70% de los participantes identificaron la presión de los amigos como el factor con mayor influencia en su participación delictiva. Más del 50% dijeron que los factores más importantes fue la adicción a las drogas, además de convivir con el crimen diariamente en sus barrios.

Esto es coherente con la teoría subcultural y la teoría de la desorganización social.

Sólo un tercio de los entrevistados dijeron que actuaron de forma impulsiva. Debemos recordar que la impulsividad es un rasgo muy significativo de la psicopatía y un factor principal en la teoría del autocontrol del crimen, que a veces también se denomina teoría general del crimen.

Dentro de las limitaciones del estudio, los autores señalan que se debería reducir el periodo de seguimiento, ya que algunos sujetos que participaron en el estudio original ya habían muerto cuando se realizaron estas entrevistas.

Proponen disuadir a los jóvenes rehabilitados de regresar a sus antiguos barrios, particularmente si sus hogares se encontraban en comunidades donde el crimen era común. También se recomienda que no se asocien con sus viejos amigos si éstos continúan en este ambiente.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Growing up in single-parent families and the criminal involvement of adolescents: a systematic review”, de Kroese, J.; Bernasco, W.; Liefbroer A. C. y Rouwendal, J. (2021), en el que los autores realizan una revisión de la literatura existente sobre las consecuencias de crecer en una familia monoparental, prestándole especial atención a la vinculación al crimen. 

Muchos niños crecen en familias monoparentales; de hecho, según las estadísticas, el número de familias con un solo padre biológico presente ha aumentado en los países occidentales en los últimos años. 

Crecer en una familia de este tipo suele darse porque previamente se ha pasado por una separación, divorcio, fallecimiento de uno de los padres, etcétera. Sin embargo, este último caso es el menos común, ya que cada vez es mayor el porcentaje de familias monoparentales por divorcio, separación y madres solteras. 

Los autores consideran que, observando el aumento de las estadísticas con respecto a la existencia de este tipo de familias, se deberían estudiar las consecuencias de crecer en el entorno. 

En investigaciones previas se ha sugerido que crecer en una familia monoparental tiene efectos negativos en el bienestar emocional de los niños, así como en su desarrollo cognitivo y su rendimiento escolar. Además, se han señalado problemas de control del comportamiento o ansiedad en los niños que pertenecen a estas familias. 

Estos estudios apuntan al divorcio como un punto muy importante, fuertemente identificado como un factor estresante para los niños. 

¿Qué ocurre con la criminalidad? Se ha señalado que relacionarse con el crimen durante la adolescencia es un factor de riesgo para jóvenes que han crecido en familias con un único progenitor presente. Esto también se asocia con una peor salud y bienestar y mayores probabilidades de continuar con actividades delictivas en la madurez. 

Sin embargo, a pesar de que no existe gran cantidad de literatura sobre jóvenes de familias monoparentales y su relación con la criminalidad, sí se han estudiado en numerosas ocasiones los vínculos entre ésta y los jóvenes en general.

Existe la teoría del control social, que sugiere que los adolescentes participan en el crimen porque tienen una falta de vínculos afectivos con sus padres, una falta de compromiso con las normas, no se enganchan a actividades convencionales y no desarrollan la creencia de las ya mencionadas normas merezcan respeto. 

Por ejemplo, si existen vínculos muy débiles con los padres, es posible que los niños y jóvenes se sientan más estimulados pasando tiempo en ambientes criminógenos en lugar de con sus padres. 

También existe el modelo de la crisis de familia. Este modelo sugiere que las disrupciones familiares son importantes factores determinantes del bienestar de los niños. Por ejemplo, experimentar divorcio o separación de los padres causa estrés psicológico, resentimiento emocional y tensión social en los niños. 

Consecuentemente, el resentimiento emocional en los niños podría disminuir el nivel de vinculación familiar y aumentar la conducta criminal del niño. 

Por otro lado, este mismo modelo sostiene que experimentar la muerte de uno de los progenitores causa ansiedad, estrés emocional y depresión. 

Por lo tanto, parece coherente sugerir que, según este modelo, la conducta criminal tiene más posibilidades de aparecer en jóvenes que pertenecen a familias monoparentales que han experimentado divorcios o separaciones, antes que en jóvenes de familias monoparentales por fallecimiento de uno de los progenitores. 

Sin embargo, esta es sólo una pequeña parte de la literatura existente. Los autores realizan su propio estudio, investigando artículos sobre el tema. Finalmente, el número de la muestra fue de 48. 

Los autores señalan las cuestiones principales como conclusiones de su investigación: primero, parece ser que ser un adolescente relacionado con el crimen y haber nacido y crecido en una familia monoparental son hechos que guardan una fuerte relación; segundo, sólo un estudio reporta los efectos de cada uno de los distintos motivos de aparición de familias monoparentales como factores criminógenos para los jóvenes, así que está claro que se necesita más investigación. 

Con respecto a la primera cuestión, la gran mayoría de los artículos estudiados reporta una relación positiva entre ambas ideas. 

Se encontró que en un estudio realizado con informes sobre condenas de menores, se sugiere que los adolescentes de familias monoparentales por divorcio o separación mostraban niveles más altos de delincuencia que los adolescentes de familias monoparentales por fallecimiento de alguno de los progenitores. 

Este hallazgo es consistente con las expectativas del modelo de crisis familiar. Si bien, esta y otras teorías mencionadas en el artículo, no son suficientes para explicar completamente este fenómeno. 

Por tanto, existen limitaciones. Por ejemplo, casi todos los datos de comportamiento de los adolescentes fueron autoinformados. Es posible que por ello, exista una subestimación de los niveles reales de delincuencia. Por otro lado, en casi el 30% de los estudios sólo se incluyó a los niños como participantes. 

Hay varias sugerencias para investigaciones futuras, como realizar los estudios en contextos distintos al de los Estados Unidos. 

En conclusión, esta revisión proporciona información relevante, pero también muestra que se carece de los datos suficientes como para poder afirmar las consecuencias de crecer en una familia monoparental. Por ello, los autores recomiendan continuar estudiando este tema, dado que el porcentaje de familias de este tipo va en aumento desde hace unos años, como comentamos al principio del post. 

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Where should pólice forces target their residential burglary reduction efforts? Using official victimisation data to predict burglary incidences at the neighbourhood level”, de Hunter, J.; Ward, B.; Tseloni, A. y Pease, K. (2021), en el que los autores exponen algunos datos interesantes de factores riesgo y protección a la hora de sufrir robos en hogares de áreas residenciales.

El robo en el domicilio es uno de los delitos frente a los que nos sentimos más impotentes. En nuestros hogares estamos cómodos y protegidos, y si alguien entra a robarnos, sentimos una gran violación de nuestra privacidad, espacio y derechos.

La criminología ha aportado herramientas de análisis a los cuerpos de seguridad que llevan ya unos años implementando y tienen que ver con este asunto.

En concreto, nos referimos al análisis de concentración espacial del crimen. Este tipo de análisis se suele hacer con mapas de los llamados puntos calientes, que son lugares en los que la tasa de criminalidad, de cualquier tipo, es mayor que en otros y requiere especial atención.

Este tipo de mapas de concentraciones delictivas ofrecen a las fuerzas policiales la oportunidad de centrarse en las intervenciones dentro de zonas críticas para reducir la incidencia criminal.

Aunque este método no ha sido del todo inútil, es cierto que la simple designación de un área como punto caliente en función de la cantidad de delitos registrados por la policía, descuida gran parte de los datos de las dinámicas de los robos.

Por ejemplo, la victimización repetida o una difusión anticipada de los posibles beneficios.

Los autores de este artículo se apoyan precisamente en este punto. Consideran que asignar recursos policiales reactivos y/o proactivos basándose simplemente en el análisis de puntos calientes pasan por alto aspectos cruciales. Estarían olvidando la importancia de las características de las personas, los hogares y los barrios.

Teniendo en cuenta que este tipo de delitos tienen un fuerte componente de victimización para las personas que lo sufren, los autores del artículo se preguntan si es posible aplicar la victimología para arrojar luz sobre ellos y mejorar su prevención.

Algunos de los conceptos a los que se refieren podrían ser el comportamiento de los residentes, el ambiente de la zona, el lugar exacto o la motivación de los ladrones.

En este artículo, los autores intentan crear unos mapas de predicción de robos y describirlos, para abordar la ausencia de la consideración de los factores que consideran importantes y olvidados por las fuerzas de seguridad.

Los lugares representados en los mapas y, por tanto, de estudio, son Inglaterra y Gales.

Los datos utilizados son recopilados de una encuesta realizada a nivel nacional sobre el crimen y experiencias relacionadas con él. Fue llevada a cabo por la ONS (Office for National Statistics, u Oficina Nacional de Estadística) de Reino Unido. En total, los datos procedían de más de 130.000 unidades familiares.

Se obtuvieron resultados que merece la pena tener en cuenta a la hora de actuar para prevenir este tipo de delitos. Las estructuras de oportunidad que dan forma al riesgo de victimización por robo están influenciadas, como ya hemos comentado, por muchos factores.

Algunos de ellos son la hora y el día de la semana, el tipo de propiedad, pistas visuales que se ofrecen a los delincuentes, el trayecto que deben hacer éstos hasta el lugar del crimen y sus decisiones de comportamiento, e incluso las propias respuestas policiales para reducir los robos, como la vigilancia de los puntos calientes.

Basándose en las encuestas ya mencionadas sobre delincuencia, los autores intentan identificar los tipos de hogares que son más robados y el perfil sociodemográfico de las áreas en las que se encuentran.

Los factores que parecen propiciar la comisión de robos incluyen, por un lado, características individuales. Por ejemplo, parece que en el área de estudio las personas asiáticas corren más peligro.

También habría que tener en cuenta qué personas forman parte del hogar y sus circunstancias. Aquellos con más riesgo son los mayores de 65 años que viven solos, las familias monoparentales o los que viven en alquileres sociales.

Tener más de tres coches o no tener ninguno también llamaría la atención de los ladrones, así como tener alguna enfermedad, especialmente las limitantes. Ocurriría lo mismo con haberse mudado en el último año o vivir en áreas con un complicado acceso al sector servicios.

Por lo contrario, los hogares de familias negras o con una mujer como cabeza de familia, al igual que tener un solo coche o vivir en zonas urbanas o con servicios accesibles, reduciría el riesgo.

Además, influyen factores importantes que señala la criminología sobre la oportunidad. Por ejemplo, el estado de salud física de la víctima, vulnerabilidades percibidas (como dificultades de la víctima para comunicarse con los demás) e incluso la potencial inmunidad de los ladrones.

Con todos estos datos, los autores generan un mapa que consideran muy útil para que las fuerzas de seguridad utilicen a la hora de destinar recursos para prevenir este tipo de delitos.

Existen limitaciones en este artículo, como que no se tiene toda la información deseada de las encuestas, como la presencia o ausencia de dispositivos de seguridad en los hogares.

Las futuras investigaciones deberán ir encaminadas a la solución o corrección de estas limitaciones y, además, los autores sugieren que se haga lo mismo para otro tipo de delitos, ya que se podría obtener información muy útil.

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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Homicide Profiles Base don Crime Scene and Victim Characteristics”, de Pecino-Latorre, M. M.; Pérez-Fuentes, M. C. y Patró-Hernández, R. M. (2019), en el cual las autoras pretenden identificar las características de los homicidas a partir de las conductas realizadas y observadas en la escena del crimen, y las características de la víctima.

La perfilación criminal es un campo de estudio muy complejo que lleva interesando a numerosos expertos muchos años, debido a su eficacia a la hora de resolver crímenes.

Y tan compleja como la perfilación criminal es el área en que es más importante y espectacular su aplicación: los casos de homicidios.

Los casos de homicidios son especialmente llamativos porque es la más violenta de las conductas criminales, pero además por el gran impacto que implica no sólo para los allegados de las víctimas, sino también para la sociedad.

El homicidio es un fenómeno difícil de tratar, ya que incluye variables con características dinámicas y procesos psicológicos específicos relacionados con el homicida, la víctima, el contexto de ambos, etcétera, que son complicadas de estudiar.

Es por ello por lo que, en las investigaciones recientes se recomienda estudiar cada caso de forma independiente, examinando los aspectos específicos, sus detalles, en lugar de realizar asociaciones generales.

Un enfoque que ha cobrado importancia en los últimos años es el que cambia la idea del perfilador criminal tradicional, en la que se le veía como una figura que predecía la personalidad desconocida del criminal. Se plantea que, en adelante, el perfilador se base en elementos del crimen que le permitan crear hipótesis de características potenciales del criminal de forma más rigurosa.

Algunos autores de otros estudios previos se han centrado en analizar las diferencias en los modus operandi en función del género del criminal. Por ejemplo, encontraron que los hombres suelen matar más a mujeres y personas que conocen, mientras que las mujeres matan con más frecuencia a miembros de su familia. Con respecto al arma del delito, los hombres tenderían más a usar armas de fuego mientras que las mujeres suelen optar por la asfixia.

Otros datos interesantes de estudios que citan las autoras, es que se ha observado que, en los casos en los que el homicida conoce a su víctima, suele haber un mayor número de heridas, los crímenes se cometen en espacios cerrados y utilizando objetos punzantes o cortantes.

Es decir, hay numerosos estudios donde se ha visto que es útil estudiar los detalles y elementos del homicidio para inferir características del criminal. Por ello, las autoras de este artículo se plantearon determinar qué datos del delito, del comportamiento observado en la escena del crimen y en las víctimas, están asociadas con las características del homicida simple en España, que es el lugar en el que se realizó el estudio.

El estudio incluyó un total de 448 casos de homicidio que se estudiaron utilizando softwares estadísticos. El 90,8% de estos crímenes fueron perpetrados por hombres; un 9,2%, por mujeres.

Los resultados obtenidos son consistentes con la idea de que, a partir de los elementos del homicidio, tales como la escena del crimen, el modus operandi o rasgos de la víctima, se pueden plantear hipótesis sobre características potenciales del perpetrador, de forma que se pueden filtrar sospechosos de forma más rigurosa.

Algunos de los datos conseguidos con el estudio fueron, en primer lugar, que, si la víctima es una persona menor de edad, es más probable que el autor del delito sea una mujer, y más aún si se utilizó la asfixia para cometer el homicidio. Además, las mujeres estarían más relacionadas con crímenes intrafamiliares, en concreto, las víctimas más comunes serían sus hijos.

Por otro lado, los hombres tenderían más a utilizar armas de fuego y la fuerza bruta contra sus víctimas.

Vemos cómo los resultados coinciden hasta ahora con los estudios previos realizados.

El estudio informa de otros aspectos, como que es más probable que el agresor sea español si la víctima también lo es –recordemos que la investigación se realizó en España–, y será más probable que sea extranjero si también es el caso de la víctima.

En lo relativo al historial delictivo previo, se obtienen datos importantes como que, si existen antecedentes de delitos contra las personas, los perpetradores optarán por tener especial cuidado a la hora de tomar precauciones para no ser descubiertos. Además, aquellas personas que previamente han cometido delitos, es más probable que si perpetran un homicidio sea al aire libre. Por último, las personas con historiales de agresiones sexuales tienden a elegir a víctimas que oscilen entre los 19 y los 35 años.

Las autoras señalan que el estudio cuenta con algunas limitaciones, por ejemplo, que las conclusiones obtenidas no pueden generalizarse a todos los homicidios, debido a que la muestra para la investigación está compuesta por únicamente casos de homicidios simples donde los perpetradores son mayores de 18 años. Otra limitación sería que la base de datos de donde se obtuvieron los casos, no incluía detalles sobre la escena del crimen, lugar de las heridas, o circunstancias específicas en las que se encontró el cuerpo, por lo que señalan la importancia de que los estudios venideros tengan en cuenta estos puntos.

Este estudio demuestra que prestar atención a la victimología es esencial en las investigaciones criminales, ya que las características de la víctima, el modus operandi, la escena del crimen, etcétera, ofrecen información muy poderosa de los perpetradores.

Las autoras concluyen con la idea de que los resultados están basados en evidencias empíricas y las investigaciones futuras deben ir en esta línea, subsanando las limitaciones del presente estudio.

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