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Amigos del Club de Ciencias Forenses, esta semana presentamos el artículo “Masochist or Murderer? A Discourse Analytic Study Exploring Social Constructions of Sexually Violent Male Perpetrators, Female Victims-Survivors and the Rough Sex Defense on Twitter”, de Sowersby, C. J.; Erskine-Shaw, M. y Willmott, D. (2022), en el que los autores realizan un análisis de publicaciones de Twitter en las que se habla sobre sexualidad, violencia, víctimas y género, teniendo en cuenta que las redes sociales, hoy en día, ayudan a modelar el pensamiento social colectivo. 

Ya hemos mencionado en varias ocasiones que la violencia sexual es uno de los grandes problemas a los que la sociedad moderna se enfrenta. Las estadísticas de delincuencia muestran la creciente prevalencia de este tipo de violencia en todo el mundo. Desde 2014, países como Canadá, Australia, Nueva Zelanda o Irlanda han experimentado aumentos año tras año en los delitos sexuales registrados por la policía, mientras que las estadísticas en Estados Unidos revelan la misma tendencia desde 2013. 

Estos datos son desconcertantes, aunque una de las explicaciones que se propone a esto es que las tasas hayan aumentado por una mayor conciencia de los casos de abuso, entre otros motivos, por el surgimiento de campañas de concienciación y sensibilización, así como de apoyo a víctimas violencia de género y sexual, como el movimiento del #MeToo. 

También puede deberse a una mejora en la preparación de la policía para enfrentarse a este tipo de casos, sumado a una mayor voluntad de investigar estas denuncias.

Por otro lado, si bien se reconoce que tanto hombres como mujeres experimentan violencia sexual, las cifras de delitos denunciados destacan por su brecha de género, ya que, a nivel mundial, los hombres son mayoritariamente los perpetradores de estos delitos y las mujeres, las víctimas. 

En Inglaterra y Gales, las cifras revelan que el 98% de los procesados por delitos sexuales graves son hombres y las mujeres suponen el 84% de las víctimas. 

Los autores mencionan que es posible que exista una cifra desconocida de víctimas masculinas que no sale a la luz por el estigma que rodea aún a la victimización sexual masculina, y por las expectativas sociales en torno al rol de género masculino. 

Es interesante mencionar que, junto a la preocupación por la prevalencia del abuso contra las mujeres, existe una reciente cobertura de los medios de comunicación a numerosos delitos sexuales de alta gravedad, que ha llevado el tema de la seguridad de las mujeres a la conciencia pública. 

Esto deriva en una cobertura mediática que llega a las redes sociales, creando debates y generando opiniones que se hacen públicas. 

Y, a pesar de la importancia del fenómeno que rodea a la violencia sexual, hay muy poca investigación dedicada a explorar las actitudes públicas hacia ella y que se relacionen, a su vez, con “el sexo duro”. 

¿Y por qué el sexo duro? La investigación hace especial hincapié entre distinguir entre el sexo duro y la violencia sexual porque la línea que separa ambos conceptos es muy delgada. 

Este tipo de sexualidad, si bien involucra un cierto grado de fuerza o agresión, tiene como punto central el consenso. El fetichismo violento, el daño corporal, la humillación, la dominación o la sumisión, son algunas de las experiencias que pueden vivir quienes practican este tipo de sexo de forma segura, debido a su peligrosidad, que puede ser más o menos extrema. 

Para distinguir entre violencia sexual y sexo violento, lo importante es, como hemos dicho, el consentimiento. Sin embargo, hay momentos donde el consentimiento es precario, sobre todo en situaciones de trauma o con un trasfondo de abuso. 

La investigación también menciona la pornografía, con un éxito creciente de las categorías más violentas, lo que contribuye a difuminar las diferencias entre el sexo duro y las violaciones o agresiones sexuales reales. 

Por otro lado, y volviendo a la influencia mediática de las redes sociales en el pensamiento colectivo, los autores mencionan el concepto de “slut-shaming”, que en muchas ocasiones se utiliza para culpabilizar a las víctimas de violencia sexual, especialmente si son mujeres. El slut-shaming, por ejemplo, utiliza como “excusa” para la agresión sexual vivida el hecho de que una mujer haya bebido alcohol o tenga una vida sexual muy activa. Esto pone de manifiesto la necesidad de investigar sobre todos los datos mencionados, con especial hincapié en los roles de género y la influencia del sexo duro en la percepción de la violencia sexual. 

Para ello, los autores realizan búsquedas en la red social Twitter, que es una de las más populares actualmente. 

Encontraron que a menudo aparece la dicotomía “virgen-puta” para hablar de las mujeres, lo cual las categoriza de forma extrema en función de sus preferencias sexuales y construye un lenguaje negativo y difamatorio. Por ejemplo, para aquellas mujeres a quienes no les gusta el sexo duro, a menudo se las califica como “santurronas” o “aburridas”, todo lo contrario para aquellas a las que sí, a las que se insulta y humilla. Esto es muy interesante, sobre todo, porque contribuye a la culpabilización de las víctimas de violencia sexual. 

Por otro lado, se legitima cada vez más el sexo duro como una sexualidad normativa, restándole importancia a su peligrosidad potencial. 

También se extreman las concepciones asociadas a los roles de género, no sólo en el caso de las mujeres, sino también en el de los hombres, haciendo ver que está en su naturaleza biológica ser seres agresivos e hipersexuales. 

En definitiva, hace falta dedicar esfuerzos, recursos e investigación a comprender mejor el fenómeno de las redes sociales y cómo moldean la opinión pública. Además, teniendo en cuenta la magnitud del problema de la violencia sexual, entenderla, prevenirla y actuar de forma adecuada con las víctimas es una absoluta prioridad

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