Amigos del Club del Lenguaje No Verbal, esta semana presentamos el artículo “Nonverbal Overload: A Theoretical Arguent for the Causes of Zoom Fatigue” de Bailenson, J. N. (2021), en el que se investiga la sobrecarga no verbal como una causa potencial de fatiga y cómo varios aspectos de la interfaz actual de Zoom probablemente conducen a consecuencias psicológicas.

En 2020, la pandemia del Covid-19 forzó un aumento drástico del número de reuniones por videoconferencia. Así, la videoconferencia fue una herramienta fundamental que permitió a los colegios y muchas empresas continuar trabajando durante los confinamientos. Zoom, en particular, ayudó a millones de personas al hacer que las videoconferencias fueran gratuitas y fáciles de usar.

Sin embargo, estar en videoconferencia tanto tiempo parece resultar agotador, surgiendo el popular término «Zoom Fatigue”, en español, cansancio o fatiga de Zoom.

Si bien hay docenas de estudios empíricos en psicología y comunicación que examinan el comportamiento durante las videoconferencias, aún no se han realizado estudios rigurosos sobre las consecuencias psicológicas de pasar horas al día en este medio particular.

En Zoom, el comportamiento reservado para las relaciones cercanas —largos períodos mirando directamente a los ojos, cercanía a los rostros de otros…— se ha convertido en la forma de interactuar con conocidos casuales, compañeros de trabajo e, incluso, desconocidos. En estos contextos hay dos componentes: el tamaño de las caras en la pantalla y la cantidad de tiempo que se está viendo frontalmente la cara de otra persona, simulando el contacto visual.

El tamaño de las caras en una pantalla, por supuesto, dependerá del tamaño del monitor del ordenador, lo lejos que nos sentamos de este, la configuración de vista que se elige en Zoom y cuántas caras hay en pantalla. En las cuadrículas de Zoom, las caras son más grandes en el campo de visión de lo que son cara a cara, cuando se tiene en cuenta cómo los grupos se espacian naturalmente en las salas de conferencias físicas.

Incluso cuando los hablantes ven rostros virtuales en lugar de reales, la investigación ha demostrado que ser mirado mientras se habla provoca excitación fisiológica. Pero el diseño de la interfaz de Zoom transmite constantemente rostros a todos, independientemente de quién esté hablando. Desde el punto de vista de la percepción, Zoom transforma eficazmente a los oyentes en hablantes, asfixiando a todos con la mirada.

Comparado con una sala de conferencias real, donde cada persona habla durante aproximadamente la misma cantidad de tiempo, es bastante raro que un oyente mire fijamente a otro. Es aún más raro que esta mirada dirigida al no hablante dure tanto tiempo como la reunión. Entonces, asumiendo que todos los oyentes siempre están mirando al orador en la sala de conferencias, la cantidad de mirada fija en Zoom es ocho veces mayor. Pero el contacto visual directo se usa con moderación.

Incluso en reuniones cara a cara, dos conversadores pasarán una parte sustancial de la interacción evitando mirarse el uno al otro. La mayoría de las personas en la sala no miran al orador y, aparte de las dos conversaciones de la barra lateral, las personas que están cerca una de la otra no se miran a los ojos. Pero con Zoom, todas las personas tienen la vista frontal de todos los demás constantemente. Esto es similar a estar entre una multitud y verse obligado a mirar fijamente a quien está muy cerca, en lugar de mirar hacia abajo o al teléfono.

En la interacción cara a cara, la comunicación no verbal fluye de forma natural, hasta el punto en que rara vez prestamos atención consciente a nuestros propios gestos y otras señales no verbales. Uno de los aspectos notables de los primeros trabajos sobre la sincronía no verbal es cómo el comportamiento no verbal es, a la vez, sencillo y complejo. En Zoom, el comportamiento no verbal sigue siendo complejo, pero los usuarios deben esforzarse más para enviar y recibir señales.

Los usuarios se ven obligados a monitorear conscientemente el comportamiento no verbal y a enviar señales a otros que se generan intencionalmente. Los ejemplos incluyen centrarse en el campo de visión de la cámara, asentir de manera exagerada durante unos segundos más para indicar que está de acuerdo o mirar directamente a la cámara, en lugar de las caras en la pantalla, para intentar hacer contacto visual directo al hablar. Este seguimiento constante de la conducta supone un esfuerzo. Incluso la forma en que vocalizamos en video requiere esfuerzo.

Otra fuente de carga se relaciona con la recepción de señales. En una conversación cara a cara, las personas obtienen un gran significado de los movimientos de la cabeza y los ojos. En Zoom, un usuario puede ver que en su cuadrícula parece que una persona mira a otra. Sin embargo, eso no es lo que realmente sucede, ya que las personas a menudo no tienen las mismas cuadrículas. Los usuarios reciben constantemente señales no verbales que tienen diferentes significados en Zoom. Además, en Zoom, los receptores reciben menos señales de las que suelen recibir en las conversaciones cara a cara.

Finalmente, es importante señalar que, a pesar de los argumentos planteados anteriormente sobre la contribución de Zoom a la carga cognitiva, quienes asisten a las conferencias telefónicas con frecuencia se dan cuenta de que las conversaciones de solo audio sufren a medida que los grupos se hacen más grandes. Futuros trabajos deberían examinar los costes y beneficios psicológicos de la videoconfenrencia en comparación con el audio en grupos más grandes.

Por otra parte, los usuarios de Zoom ven imágenes de sí mismos con una frecuencia y duración mayor de lo que antes hacían. No obstante, se carece de datos sobre los efectos de verse a uno mismo durante muchas horas al día. Es probable que un «espejo» constante en Zoom cause autoevaluación y afecto negativo. Pero cómo esto cambia longitudinalmente, es una cuestión importante en el futuro.

Asimismo, aunque Zoom no impide técnicamente usar gestos durante el discurso, verse obligado a sentarse a la vista de la cámara ciertamente altera y limita el movimiento. Una cuestión que deberíamos evaluar es por qué elegimos un video para tantas llamadas que, anteriormente, no hubieran justificado una reunión cara a cara. Las llamadas telefónicas han impulsado la productividad y la conexión social durante muchas décadas, y solo una minoría de las llamadas requieren mirar el rostro de otra persona para comunicarse con éxito.

Así, por un lado, se han enfatizado las diferencias entre las reuniones de Zoom y las presenciales. Pero si se contaran las similitudes entre los dos, superarían con creces las diferencias. Quizás un factor de la fatiga de Zoom es simplemente que estamos asistiendo a más reuniones de las que haríamos cara a cara. Incluso cuando las reuniones cara a cara vuelvan a ser seguras, es probable que la cultura haya cambiado lo suficiente como para eliminar algunos de los estigmas que se tenían anteriormente contra las reuniones virtuales.

Por otro lado, con ligeros cambios, Zoom tiene el potencial de continuar impulsando la productividad y reducir las emisiones de carbono al reemplazar los desplazamientos diarios. En consecuencia, las videoconferencias serán cada vez más habituales. Esto implicará la necesidad de construir mejores interfaces y el desarrollo de mejores prácticas de uso para los usuarios.

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