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Amigos del Club del Lenguaje No Verbal, esta semana presentamos el artículo “Pupil dilation reflects the authenticity of received nonverbal vocalizations” de Cosme, G.; Rosa, P. J.; Lima, C. F.; Tavares, V.; Scott, S.; Chen, S.; Wilcockson, T. D.; Crawford, T. y Prata, D. (2021), en el que los autores se preguntan si existe una reacción por parte del sistema nervioso autónomo cuando escuchamos vocalizaciones no verbales y juzgamos si son verdaderas o no.

La detección de la mentira es una de las áreas de estudio más controvertidas en el lenguaje no verbal.

No sólo se investigan los movimientos del cuerpo a la hora de descubrir la mentira, sino también la autenticidad de las emociones mostradas.

Y este proceso es algo que hacemos de forma voluntaria, pero también involuntaria, porque las emociones que expresamos y recibimos en las interacciones sociales son sumamente importantes para obtener información sobre el estado afectivo de las personas de las que nos rodeamos o sus intenciones.

Lo que parece un proceso sencillo, es realmente muy complejo. Decisiones como confiar o no en otro individuo son vitales para establecer vínculos. Desde un punto de vista biológico y evolutivo, marcan la diferencia entre sobrevivir o no.

Las emociones pueden expresarse con vocalizaciones no lingüísticas y aún así proporcionarnos información muy valiosa.

El llanto, por ejemplo, es una expresión emocional muy intensa de una emoción negativa. En el contexto social puede tener el propósito de buscar ayuda o, en el contexto personal, aliviar el malestar que provoca la emoción que genera el propio llanto para después tener un mejor ánimo.

En contraposición, tenemos la risa, que es una expresión de una emoción positiva y tiene un rol de mantenimiento de vínculos sociales interpersonales.

Los autores comentan que en estudios previos se ha demostrado que existen diferencias entre risas y llantos verdaderos y fingidos. Por ejemplo, los verdaderos suelen tener una mayor duración y emitir sonidos más agudos. También son menos armoniosos, con más alteraciones y estructuras poco regulares.

Por otro lado, mientras que la risa genuina se asocia con una reacción positiva a un estímulo, la risa fingida se entiende, en un contexto social, como una muestra de aprecio que puede ser falsa o con una forma educada de decir que se está de acuerdo en un ambiente formal.

El llanto genuino se asociaría a una respuesta negativa a un estímulo, mientras que el llanto fingido tiene connotaciones muy negativas, como la manipulación y la mentira.

Los autores explican que en otros trabajos se ha visto cómo interpretar la autenticidad de los estímulos recibidos es una tarea que implica un gran esfuerzo cognitivo. Es a partir de aquí cuando entra en juego la dilatación pupilar.

La dilatación pupilar se ha entendido como un medidor de la intensidad de las emociones y el esfuerzo cognitivo, y depende de la actividad del sistema nervioso autónomo.

La pupila se dilata cuando recibimos un estímulo de emociones intensas, por lo que podemos entender que las vocalizaciones no verbales, cuanto más intensas, mayor dilatación pupilar producirán. Además, la pupila se dilata con los esfuerzos cognitivos, lo que también es interesante analizar si hablamos de detectar mentiras.

Por todo lo anteriormente explicado, los autores se plantean, por primera vez, si la autenticidad de una expresión emocional induce una respuesta del sistema nervioso autónomo mientras se percibe. Esta respuesta del sistema nervioso autónomo sería la dilatación o contracción pupilar.

Para realizar su experimento, los autores parten de la hipótesis de que las vocalizaciones auténticas provocarán una mayor dilatación pupilar que las fingidas, porque son más intensas y cuanto mayor es la intensidad de la emoción, mayor es la dilatación pupilar.

Por otro lado, se preguntan si las vocalizaciones auténticas provocarían una dilatación pupilar menor porque, al entenderlas como verdaderas, se ha demostrado que, al menos con la risa, su registro supone una menor demanda cognitiva.

El estudio se realizó con un total de 28 sujetos a los que se grabó mientras escuchaban llantos y risas verdaderos y falsos.

Los resultados fueron muy interesantes, ya que por primera vez se ha demostrado que el proceso de autentificación y reconocimiento de vocalizaciones humanas, al menos en la risa y el llanto, tiene efectos en la dilatación pupilar y por tanto, el sistema nervioso automático reacciona.

Los autores observaron que las risas fingidas provocan una mayor dilatación pupilar que las auténticas. Ocurriría lo contrario con el llanto: los genuinos provocarían una dilatación mayor de la pupila que los llantos fingidos.

Estas consecuencias opuestas son explicadas por los autores de la siguiente forma.

Recordamos que trabajan con las ideas de que el esfuerzo cognitivo supone dilatación pupilar y que, es posible que ocurra lo mismo si hablamos de intensidad en las emociones escuchadas.

Los autores comentan que es posible que la razón por la que los resultados obtenidos son así, es que el proceso de discriminación de la autenticidad de la risa depende más de los esfuerzos cognitivos, mientras que en el llanto depende de la intensidad emocional que éste provocan.

Puede influir el hecho de que fingir una risa es considerado una herramienta social novedosa desde el punto de vista evolutivo, mientras que fingir el llanto tiene connotaciones muy negativas, como la manipulación. Además, el llanto genuino tiene una función biológica de alarma y provoca una intensa respuesta emocional en quien lo percibe.

Una de las limitaciones del estudio es que se puede haber perdido información acerca de la dilatación pupilar con el parpadeo. Los autores planean subsanar esto en futuras investigaciones.

Lo más importante de todo este estudio, es que efectivamente existe una respuesta pupilar y, por tanto, del sistema nervioso autónomo, cuando se trata de distinguir entre vocalizaciones humanas reales o fingidas.

Sin embargo, como es un estudio novedoso, los autores señalan la necesidad de seguir ahondando en el tema.

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Amigos del Club del Lenguaje No Verbal, esta semana presentamos el artículo “The Influence of Face Gaze by Physicians on Patient Trust: an Observational Study” de Jongerius, C.; Twisk, J. W. R.; Romijn, J. A.; Callemein, T.; Goedemé, T.; Smets, E. M. A. y Hillen, M. A. (2021), en el que los autores se preguntan si el hecho de que el médico mire a la cara al paciente influye positiva o negativamente en la confianza para con este.  

La mirada es un elemento muy importante en la comunicación no verbal. Entre otras cosas, sirve para transmitir información sobre cómo nos sentimos, si estamos prestando atención a lo que nos cuentan, e incluso la utilizamos para dirigir de forma directa una conversación.

Si la consideramos tan importante en las relaciones con los demás, tanto lo será también en la consulta del médico, que no deja de ser un encuentro social.

Por ejemplo, se sabe que los pacientes siguen la mirada de los médicos cuando éstos consultan el ordenador. Además, la mirada del médico hacia el paciente parece promover un mayor compromiso del paciente para tomar su medicación.

Por lo contrario, se ha relacionado una reducción de la confianza hacia el médico con el hecho de que este no mire directamente al paciente.

¿Por qué es importante dedicar investigaciones a este tema?

Principalmente, porque cada vez es más común la utilización de la tecnología como método para sustituir encuentros presenciales, incluso las consultas médicas. Y si los medios electrónicos reducen el contacto visual entre médico y paciente, se plantea la posibilidad de que haya efectos negativos sobre la relación de confianza entre ambos.

Pero, además, aparece otra cuestión. En los últimos años se ha observado un aumento de trastornos mentales, tales como la depresión y la ansiedad. Por ello, a los autores les interesa dar unas pinceladas sobre cómo el contacto visual entre médico y paciente afectaría a personas con ansiedad social, que ocupa el puesto de la tercera enfermedad mental más común.

Para estudiar los efectos de la mirada a la cara médico-paciente, los autores llevaron a cabo un estudio en el que 16 médicos pasaron consulta a un centenar de personas. Estos médicos llevaban unas gafas especialmente preparadas para medir los movimientos de sus ojos, así como la dirección a la que apuntan.

Después de la consulta, los pacientes realizaron una serie de cuestionaros para medir la confianza en el médico y el nivel de empatía percibido. También se les hizo un test para saber si sufrían de ansiedad social o no. Además, tanto antes como después de la consulta se les pasó un último cuestionario para medir sus niveles de angustia y comprobar si habían mejorado o empeorado tras el encuentro con el médico.

Los resultados, sorprendentemente, fueron lo opuesto de lo esperado.

En el experimento realizado, cuanta más mirada del médico a la cara del paciente hay, menor es la confianza de este último hacia él.

Además, no se encuentra una relación entre la mirada del médico a la cara del paciente y la percepción que tiene el paciente sobre la empatía del médico. Lo mismo ocurriría para la variable de la angustia sentida por el paciente antes y después de la consulta.

Parece ser que la ansiedad social no es un factor lo suficientemente relevante como para arrojar información significativa al estudio, pero los autores señalan que los pacientes no obtuvieron resultados muy altos en el cuestionario de ansiedad social, por lo que es posible que se deba investigar más a fondo en pacientes con este trastorno diagnosticado.

A los autores les resultan chocantes estos resultados, al igual que a la mayoría de nosotros. En la creencia popular, está presente la idea de que cuando un médico mira a la cara su paciente se estrecha el vínculo entre ambos y la relación es mejor.

Y así lo confirmaban investigaciones previas. Sin embargo, estos estudios medían las miradas utilizando metodologías menos objetivas, como la simple observación de grabaciones.

Una de las hipótesis que lanzan los autores para explicar estos resultados, es el llamado “efecto del contacto visual”.

Es decir, que cuando nos sentimos observados aparecen respuestas neuroconductuales y de procesamiento cognitivo. Por ejemplo, una mayor autoconciencia corporal y dificultad para realizar tareas cognitivas. Dicho de otra manera, cuando nos damos cuenta de que el médico nos mira, aparece un cierto nivel de estrés que podría reducir la confianza puesta en él si nos sentimos demasiado observados.

En el estudio existen limitaciones, como la ya mencionada sobre la ansiedad social. Otra sería la posibilidad de que los resultados estén sesgados porque los médicos eran conscientes de que estaban siendo observados. También se debe mencionar que los autores no midieron los movimientos de los ojos de los pacientes para no condicionarlos. Sin embargo, es posible que se deban medir en futuros experimentos, ya que las miradas en una conversación dependen de todas las personas que intervienen en ella.

Los resultados de este experimento van en contra de la opinión general tanto de la sociedad en general como de la comunidad científica en particular, que creía que la mirada del médico hacia el paciente era, sin duda, beneficiosa para este último y para mejorar la relación y la confianza entre ambos.

Sin embargo, los autores señalan la necesidad de ahondar en esta cuestión realizando estudios que subsanen las limitaciones mencionadas en el suyo, y así se puedan utilizar las conclusiones para mejorar la relación entre médico y paciente.

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