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Paula Atienza

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Amigos del Behavioral Economics Club, esta semana presentamos el artículo “Search for solutions, learning, simulation, and choice processes in suicidal behavior” de Dombrovski, A. y Hallquist, M. H. (2021), en el que los autores hacen una revisión sobre la toma de decisiones y las soluciones al suicidio teniendo en cuenta el punto de vista de la economía conductual.

El suicidio es una de las causas de muerte más importantes y significativas de los últimos años, especialmente entre la población joven. Cada día miles de personas deciden llevar a cabo conductas suicidas y, tristemente, terminan con sus vidas, lo que es una pérdida irreparable.

Desde el punto de vista científico de la economía conductual, éste se puede ver como un resultado desafortunado en los procesos de toma de decisiones.

Pero antes de comentar el artículo, creemos conveniente explicar qué es el suicidio. Sería el acto deliberadamente iniciado y realizado por la persona en cuestión, con pleno conocimiento de su fatal desenlace.

Existen una serie de factores de riesgo, como el sexo masculino, sufrir patologías (depresión, psicosis, trastornos de personalidad o adicciones), tener antecedentes familiares de comportamiento suicida, haber sufrido traumas infantiles, enfermedades físicas y déficits cognitivos.

Desde el punto de vista psicológico, se han dado multitud de explicaciones a este comportamiento. Por ejemplo, los marcos de la trampa y el escape, la teoría interpersonal, la teoría motivacional-volitiva o la teoría de los tres pasos. Todas comparte una visión del suicidio como una huida de estados afectivos intolerables.

Sin embargo, la mayoría de factores que intervienen en todas las teorías son constructos específicos del suicidio o la depresión y hay una falta de un marco explicativo externo. Es decir, faltan explicaciones de los mecanismos subyacentes al proceso suicida y por ello se necesitan nuevas perspectivas.

Por ello, los autores proponen en el artículo que la teoría del aprendizaje formal y la neurociencia de la decisión pueden ayudar a comprender los procesos cognitivos y de decisión que están involucrados en esta conducta.

Dentro de los mecanismos de riesgo del suicidio, aparecen dos características de la personalidad: el neuroticismo y la impulsividad. El neuroticismo sería una tendencia a experimentar emociones negativas frecuentes como ira, tristeza o ansiedad, síntomas que se denominan “de internalización”. Por otro lado, la impulsividad es un componente importante del espectro “de externalización”, que incluye síntomas como el abuso de sustancias o las agresiones.

Los estudios sobre el tema se basan casi siempre en métodos de autoinforme, como encuestas dimensionales. El desafío es que internalizar y externalizar son constructos amplios y heterogéneos que al valorarse de esta manera proporcionan información no demasiado relevante.

Sería más interesante saber sobre la personalidad del individuo de forma que nos pueda decir algo sobre cómo va a responder a circunstancias que podrían ser parte de la progresión hacia el suicidio.

Los autores están interesados en estudiar las limitaciones cognitivas porque pueden explicar la incapacidad de las personas para considerar las alternativas y consecuencias del suicidio. El control cognitivo influye en la toma de decisiones.

Por ejemplo, aquellos que intentan suicidarse muestran deficiencias en la memoria autobiográfica y a largo plazo, pero no a corto plazo. Es posible que esto perjudique la generación de soluciones alternativas y las simulaciones basadas en la memoria que las evalúan.

En resumen, las personas que se involucran en conductas suicidas podrían mostrar déficits en el rendimiento cognitivo global, la memoria y el control cognitivo más allá de lo esperado en psicopatología, pero las etapas del proceso suicida a las que estos déficits pueden contribuir siguen sin estar claras.

Por otro lado, el proceso suicida se puede ver desde la teoría de la decisión. Las personas normalmente no admiten el suicidio como opción cuando se enfrentan a los desafíos de la vida. Pero entonces, la persona experimenta una gran crisis que amenaza sus objetivos y le genera incertidumbre, una crisis que genera un sentido de urgencia por resolver los problemas inmediatos.

Pero, ¿cómo se puede seleccionar el suicidio sobre las alternativas en una crisis? Al elegir el comportamiento suicida, la mayoría de personas no puede predecir con precisión cómo evolucionará la crisis, y sus estimaciones del valor relativo del suicidio frente a las alternativas terminan siendo incompatibles con sus intereses.

Además, las teorías de escape enfatizan los estados afectivos negativos intensos, que hacen que una situación desafiante se sienta catastrófica.

La crisis suicida está marcada por una sensación de presión temporal, desencadenada por amenazas inminentes. Dado que el número de elementos seleccionados en el conjunto de consideraciones está limitado por el tiempo y los recursos cognitivos, se incluyen menos alternativas, porque la persona está bajo presión de urgencia. E incluso puede ser porque su capacidad cognitiva se esté viendo disminuida.

Además, existe el aspecto de la sobrecarga cognitiva en las crisis suicidas. Los pacientes se sienten perdidos generalmente, la crisis se intensifica cuando las demandas cognitivas exceden la capacidad de cada uno. La necesidad de evaluar muchas opciones a la vez debido a la incertidumbre, degrada la calidad de la toma de decisiones.

Por ello, los autores señalan que sería interesante que los estudios futuros examinen cómo las personas vulnerables al comportamiento suicida lidian con la sobrecarga de información y las limitaciones como la presión del tiempo.

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Amigos del Behavioral Economics Club, esta semana presentamos el artículo “Behavioral economics and coping-related drinking motives in trauma exposed drinkers: Implications for the self-medication hypothesis” de Luciano, M. T.; Acuff, S. F.; McDevitt-Murphy, M. E. y Murphy, J. G. (2021), en el que los autores aplican el punto de vista de la economía conductual para indagar en por qué las personas que han sufrido traumas tienen una mayor tendencia a utilizar el alcohol para superarlos.

En el artículo de la semana pasada vimos lo importante que es buscar explicaciones y soluciones para ayudar cuando se trata de adicciones, y también cómo la economía conductual puede aplicarse a ello.

No nos sorprende, ya que, como sabemos, la economía conductual bebe de la economía, pero también de la psicología.

Los autores del artículo son conscientes de este punto y se plantean cómo la economía conductual puede ayudar a entender las conductas complejas como las adicciones, pero, en concreto, en lo relativo al consumo de alcohol como método para superar traumas.

Investigaciones previas han demostrado que las personas que sufren un trastorno de estrés postraumático tienen niveles más altos de consumo de alcohol relacionados con el afrontamiento del trauma, que aquellas personas que también han pasado por un episodio traumático, pero no sufren del trastorno mencionado.

Esto sugiere que el consumo de alcohol puede variar en función de la angustia o la ansiedad que sientan las personas.

Los autores mencionan la llamada hipótesis de la automedicación. Esta postula que el alcohol se usa como un mecanismo de evitación para hacer frente a síntomas psicológicos de angustia.

Sin embargo, esta hipótesis no contempla multitud de factores que pueden influir también en el consumo, como serían la presencia de reforzadores de conductas alternativas en el contexto de cada individuo, los cambios en el valor económico del alcohol, o la devaluación del futuro que pueden hacer los consumidores (potenciales o no).

Desde el punto de vista de la economía conductual, el abuso de consumo de alcohol se considera una patología reforzadora, que se desarrollaría como resultado de una valoración muy alta y persistente del alcohol.

Además, se relaciona con preferir recompensas inmediatas en lugar de aquellas que tardan más, y una falta o déficit de actividades alternativas, libres de sustancias tóxicas.

La economía conductual tiene en cuenta conceptos como el valor del alcohol o el efecto de tendrá el hecho de que la recompensa por tomar una decisión tarde más o menos. Por tanto, los autores recomiendan examinar estos factores entre personas expuestas al trauma con algún tipo de psicopatología, especialmente el trastorno de estrés postraumático.

Por ejemplo, los bebedores patológicos con síntomas de estrés o depresión refieren una mayor demanda de alcohol.

Algunos estudios previos han relacionado consumir alcohol para cooperar con el trauma como un enlace entre la demanda de alcohol y los problemas de adicción para con este. Sin embargo, no se han empleado tiempo ni recursos en estudiar este aspecto desde el punto de vista de la economía conductual.

Los autores tienen dos propósitos en este estudio. Primero, explorar cómo los constructos de la economía conductual se relacionan con problemas de alcohol en personas expuestas a traumas. Segundo, evaluar si estos constructos pueden explicar si en el consumo patológico de alcohol influyen otros factores más allá de intentar afrontar un trauma vivido.

Para ello, los autores reunieron a un total de 91 participantes, a los que pasaron una serie de cuestionarios sobre eventos vividos, consumo de alcohol y gestión de emociones. Después, analizaron los resultados obtenidos.

El 43% de los participantes refirió tener niveles de depresión y ansiedad moderadas; mientras que el 52,7%, extremadamente graves.

Los autores señalan, a la vista de los resultados de los diferentes cuestionarios, que los individuos que tienen un historial de vivencias traumáticas pueden experimentar problemas con el alcohol, en parte, porque tienden a estar más enfocadas en el presente y devaluar el futuro y sus resultados.

Este estudio sugiere que beber para afrontar las situaciones complicadas es una tendencia que existe y es interesante para comprender por qué las personas expuestas al trauma a menudo desarrollan patrones de conducta dañinos, como el consumo de alcohol.

Estos patrones de comportamiento pueden reducir la disponibilidad de actividades positivas y gratificantes libres de sustancias tóxicas, y pueden cambiar el valor percibido de estas y otros entretenimientos beneficiosos.

Por tanto, estos individuos corren el riesgo de experimentar una recompensa menor por parte de las alternativas prosociales que requieren un compromiso con el entorno.

Y, por otro lado, esto los llevaría a participar en conductas impulsivas, como el consumo de alcohol, que es un reforzador inmediato y muy potente, que puede llevar un vacío y proporcionar una recompensa muy rápida.

Existen varias limitaciones en este estudio. Una de ellas es que, los resultados del estudio tendrían más fuerza si todos los participantes tuviesen algún tipo de síntoma que hiciese que buscasen refugio en el alcohol.

Los autores señalan que es muy importante seguir investigando sobre la adicción al alcohol y lo beneficioso que sería hacerlo desde la economía conductual, que ayudaría a entender mejor cómo la experiencia del trauma afecta negativamente a nuestras vidas.

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Amigos del Behavioral Economics Club, esta semana presentamos el artículo “Social Preferences and Environmental Behavior: a Comparison of Self-Reported and Observed Behaviors”, de Oliphant, Z.; Jaynes, C. M. y Moule, R. K. (2020), en el que los autores, utilizando la perspectiva de la economía conductual y juegos desarrollados por ella, estudian si existe una relación entre nuestras preferencias sociales y nuestra tendencia a reciclar o no.

 Que la Tierra tiene recursos limitados no es información nueva para nosotros. Tampoco lo es el hecho de que perseguir la sostenibilidad es una necesidad en la sociedad moderna en la que vivimos.

Pero ¿qué es la sostenibilidad? La ONU la define como el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas.

Desde que se reconoce la importancia de este término, muchas organizaciones han abogado por implementar prácticas sostenibles en un entorno económico, social y ambiental interdisciplinar. Es decir, existe un deseo de “volverse verde”.

De forma similar, ha habido un impulso creciente para que las personas, a nivel individual, desempeñen un papel a la hora de contribuir para vivir en un mundo más sostenible.

Los autores del artículo se preguntan si existe una forma de estudiar las conductas relacionadas con el medioambiente, especialmente el reciclaje, desde el punto de vista de la economía conductual.

Como es un campo con muy poca literatura al respecto, exploraron la posibilidad de relacionar las preferencias sociales, que sí se están estudiando ya ampliamente desde la economía conductual, con la tendencia de las personas a reciclar o no.

Entienden que ambos conceptos pueden relacionarse por lo siguiente. Las teorías económicas clásicas de la elección asumen que los individuos están interesados en maximizar sus beneficios y minimizar los costes esperados y actúan de forma consecuente a estas ideas.

Sin embargo, hay casos en los que las personas se desvían del interés propio de formas que parecen demostrar una preocupación sincera por el bienestar de los demás, o dicho de otra forma, tienen comportamientos prosociales. Por ejemplo, el voluntariado o las donaciones.

Son conductas altruistas que se alejan de la idea de que el ser humano es egoísta por naturaleza, ya que implican unos costes para el individuo que, para él, a priori, no son necesarios.

Teniendo en cuenta estas ideas, se plantean si también afectaría al reciclaje, teniendo en cuenta que es un comportamiento altruista.

Por otro lado, los autores investigan si el aumento de la proximidad y facilidad con la que las personas pueden participar en comportamientos proambientales, influiría y afectaría positivamente a estas conductas.

Para ello organizaron un experimento en el que participaron 282 jóvenes estudiantes de universidad.

Al principio de éste, se les pasaron unos cuestionarios de forma que hiciesen un autoinforme sobre sus conductas proambientales.

El experimento se basó en la realización de dos juegos comúnmente utilizados en los estudios de economía conductual, llamados “ultimátum” y “dictador”. En ambos intervienen dos personas.

En el juego del ultimátum, un jugador tiene una determinada cantidad de dinero y le ofrece al otro jugador parte de éste. Si el jugador 2 rechaza la oferta del jugador 1, ambos se irán sin nada.

En el juego del dictador, el jugador 1 ofrece también una cantidad de dinero al jugador 2, y éste debe aceptarla obligatoriamente.

Los resultados fueron interesantes y sorprendieron a los autores.

En el juego del ultimátum y el dictador, la mayoría de participantes (59%) ofrecieron la mitad del dinero total que imaginariamente poseían. Sólo el 3% de la muestra no ofreció nada de su dinero al segundo jugador.

Una explicación para esto puede ser el altruismo, pero también, en el caso del juego del ultimátum, puede basarse en la idea de que ofrecer demasiado poco dinero podría hacer que el jugador 2 rechazase la oferta y, por tanto, ambas personas se irían con un total de 0.

Por otro lado, la muestra reportó en los autoinformes un comportamiento proambiental alto, lo que sugirió a los autores que reciclaban si se les daba la oportunidad de hacerlo. Cuando esta oportunidad se dio, se observó que el 85% de los encuestados efectivamente reciclaban.

Con respecto a factores demográficos y los autoinformes, parece ser que los hombres eran significativamente menos proclives a afirmar que actuaban de forma respetuosa con el medioambiente.

Por otro lado, se vio que, cuando los participantes tenían cerca un contenedor donde reciclar, efectivamente lo hacían sin problemas, por lo que la facilitación del reciclaje aumentaría en principio su práctica.

El hallazgo más importante es que parece ser que las tendencias de comportamiento social no están significativamente ligadas a las conductas proambientales. Es decir, hay una falta de apoyo que puede atribuirse a las percepciones de que la eficacia de las conductas proambientales es débil y a que los encuestados se mostraban escépticos sobre la voluntad de los demás, o del a comunidad, de reciclar.

Una limitación sería que el experimento se realizó con jóvenes universitarios y, por tanto, no son reflejo del conjunto de la sociedad.

Los autores alientan a aquellos que crean políticas medioambientales a mejorar la accesibilidad al reciclaje y coordinar sus esfuerzos de sostenibilidad ambiental con la investigación realizada.

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Amigos del Behavioral Economics Club, esta semana presentamos el artículo “Regional culture: the role of the invisible hand in shaping local family firms’ top management team”, de Yu, X.; Zhang, Y.; Cheng, X.; Li, H.; Chen, Y. y Zhou, W. (2022), en el que los autores realizan un estudio para saber cómo la cultura del clan y la cultura regional afecta a las empresas familiares.

Existen multitud de estudios sobre empresas familiares y no familiares y la gran mayoría se han centrado en las diferencias entre ambas cuando se trata de elegir a candidatos para cubrir los puestos de alta dirección. 

En comparación con las empresas no familiares, las empresas familiares están más preocupadas por objetivos como mantener el control familiar, el altruismo dentro de su grupo, mejorar la reputación de la familia, entre otros. Es decir, priorizan los intereses de la familia. 

Y en virtud de ello, pueden introducir en el equipo directivo a personas con mayor facilidad que en empresas no familiares, incluso si éstas no tienen suficiente talento para la gestión de la compañía. 

Por lo anteriormente expuesto, se entiende que la operación y la gestión de las empresas familiares y el mantenimiento y coordinación de sus relaciones internas depende no sólo de las normas y reglamentos de la empresa, sino de los conceptos culturales locales en relación a la familia. 

Esta es la idea a la que los estudios sobre las diferencias entre empresas familiares y no familiares no han prestado mucha atención: ¿cuál es el impacto de la cultura regional en las empresas familiares? ¿Esta cultura afecta como una “mano invisible” que ejerce influencia sobre el comportamiento empresarial?

En concreto, este estudio se centra en el efecto de la llamada cultura del clan. En las empresas chinas, la cultura del clan encarna las características destacadas de la cultura tradicional china. Por lo tanto, explorar la influencia de los valores tradicionales puede servir para comprender la base cultural del comportamiento y motivación de las empresas familiares. 

En primer lugar, los autores hacen una revisión breve de la literatura existente en el campo de la cultura del clan y las empresas familiares. 

Los estudios previos sugieren que las empresas familiares se diferencian de las empresas no familiares en que las empresas familiares tienen dos sistemas organizativos: el empresarial y el familiar. Y por tanto, los patrones familiares también son uno de los puntos de referencia del comportamiento y la toma de decisiones.

En comparación con las empresas no familiares, las empresas familiares dependen tanto de la lógica empresarial como de la lógica familiar para tomar decisiones operativas y estratégicas. 

Todo esto no debería sorprendernos, ya que, atendiendo a la psicología del individuo, los humanos tendemos a mostrar comportamientos altruistas por los familiares con quienes compartimos genética. 

Un punto muy positivo de las empresas familiares es que las personas tienden a participar mucho más activamente para ayudar a alcanzar las metas de la familia, ya que involucrarse en la gestión de la empresa es beneficioso para la satisfacción emocional de los miembros de la familia en términos de pertenencia, seguridad e identificación. 

Para los miembros de la familia, la empresa no es sólo un lugar de trabajo sino también un símbolo de estatus y gloria familiar. Por ello, se cree que los miembros de la familia que trabajan para empresas familiares generalmente no piden altas remuneraciones económicas. 

Por otro lado, si existe un alto riesgo financiero, las empresas familiares con una cultura de clan débil pueden tratar de mejorar su situación financiera antes que enfatizar el mantenimiento del control familiar. Por el contrario, bajo la influencia de una fuerte cultura del clan, los ejecutivos familiares toleran los riesgos y las pérdidas porque creen en la cohesión y la unidad de los miembros de la familia y mantienen el entusiasmo.

Cuanto peor es la situación financiera de una empresa familiar, más prominente suele ser el concepto de la familia en la mente del individuo. 

Para analizar todas estas ideas, los autores realizaron un estudio incluyendo los datos de 625 empresas de China en pleno crecimiento. 

Los datos obtenidos nos dicen que, en áreas donde prevalece la cultura del clan, los miembros de la familia involucrados en el negocio están dispuestos a aceptar remuneraciones más bajas. La razón de este  fenómeno es que tanto la empresa como el trabajador entiende que no sólo interesan los rendimientos económicos sino también los psicológicos.

Frente a la obtención de rédito económico, el psicológico les hace sentir igualmente satisfechos: cuanto más prevalece la cultura del clan, menor es la remuneración que piden los miembros de la familia.

Además, parece que cuando las empresas familiares ya han obtenido generosos rendimientos económicos, se centran más  en obtener rendimientos psicológicos, y cuando los rendimientos económicos no son suficientes, debilitarán la búsqueda de beneficios psicológicos. 

Debido a la complejidad del tema, los autores explican que es necesario continuar estudiando el comportamiento de las empresas familiares en distintos contextos socioculturales para entender mejor su funcionamiento y sus dinámicas.

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Amigos del Behavioral Economics Blog, esta semana presentamos el artículo “Depression and financial planning horizon”, de Choung, Y.; Chatterjee, S. y Pak, T. Y. (2022), en el que los autores realizan un estudio con personas de distintas generaciones para comprender cómo padecer una depresión afecta a las decisiones que tomamos en el contexto financiero.

Las observaciones y estudios más recientes han apuntado en los últimos años a un procesamiento de las recompensas deteriorado en las personas que conviven con la depresión, teniendo en cuenta que la desesperanza forma parte del cuadro clínico de la enfermedad.

El estado de ánimo depresivo a menudo se asocia también con una falta de expectativas positivas, lo que puede afectar a la motivación de las personas para invertir en el futuro. 

Es decir, la evidencia empírica sugiere que las personas con depresión no aceptan con frecuencia las recompensas futuras en comparación con personas sin dificultades de salud mental.

De estas recompensas futuras, la mayoría son económicas. Y una forma de medir y organizar la economía personal es el llamado “horizonte de planificación financiera”. Es decir, el período prospectivo según el que las personas formulamos nuestros programas de ahorro y gastos. Un ejemplo de esto es la contratación de un plan de jubilación, que indicaría un horizonte de planificación financiera muy amplio y extenso en el tiempo.

Si bien la mayoría de personas miramos hacia el futuro con cierto optimismo, no suele ser así en el caso de las personas con depresión. Y, debido a que los estudios consideran que una gran cantidad de factores afecta al horizonte de planificación financiera, como, por ejemplo, la salud o la personalidad individual, los autores creyeron muy interesante investigar sobre el papel de la depresión en este contexto

Aproximadamente 17,3 millones de adultos en Estados Unidos han sufrido uno o más episodios depresivos mayores desde 2017. Además, el número de adultos deprimidos que reportaron necesidades insatisfechas en el tratamiento de su enfermedad ha ido aumentando progresivamente en los últimos 10 años en ese mismo territorio.  

Dada la creciente prevalencia de la depresión y sus posibles consecuencias económicas, existe una creciente necesidad de entender cómo los síntomas de esta enfermedad afectan a la toma de decisiones financieras. 

La evidencia más reciente apunta a que la sintomatología depresiva está relacionada con el descuento temporal y la aversión al riesgo. Es decir, por un lado, es posible que la depresión influya en el marco de tiempo en que las personas programan sus ahorros y sus gastos, porque quizás prefieran las recompensas inmediatas antes que aquellas para las que hay que esperar; y por otro lado, la depresión puede influir en la propensión de las personas a tomar decisiones arriesgadas porque altera los rasgos de su personalidad y su comportamiento. Es este tema el que interesa a los autores y sobre el que intentan arrojar luz. 

Algunos artículos sobre el tema demuestran que existen una serie de cambios en las preferencias temporales a la hora de recibir recompensas después de experimentar vivencias traumáticas como desastres naturales o conflictos armados. Estos sucesos se traducen en estrés, que, en general, es un importante precursor de la depresión.

Para estudiar todas estas ideas, los autores utilizaron una muestra compuesta por cinco cohortes distintas de personas que habían nacido entre 1931 y 1959. Se utilizaron una serie de escalas con validez científica y comunes en psicología para valorar los síntomas depresivos. Además, se hicieron preguntas relacionadas con el área financiera.

Los resultados de los autores sugieren que las personas con depresión tienen más probabilidades de enfocar su planificación financiera en el corto plazo. Además, parece ser que estas diferencias en relación al resto de la población, fueron impulsadas no sólo por la depresión, sino también por el pesimismo, el poco control percibido, el tabaquismo, el consumo de alcohol, la falta de ejercicio

En general, los resultados apuntan a una sólida asociación entre los síntomas depresivos y un horizonte de planificación financiera más corto. Esto puede explicarse por la perspectiva pesimista de quienes conviven con esta enfermedad, así como por la subestimación de los años que la persona enferma considera que le quedan por vivir, el  cual se reduce aún más si a la depresión le acompañan el deterioro de la salud física o pérdidas cognitivas. 

Los autores esperan que se sigan realizando estudios sobre la depresión y cómo afecta al desarrollo normal de la vida, con el objetivo de intervenir y mejorar los síntomas negativos

Por ejemplo, proponen la creación de servicios de planificación financiera asequibles, de manera que cualquiera pueda acceder a ellos y, por tanto, sea más sencillo para todo el mundo manejar su economía de forma saludable y previsora. 

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Amigos del Behavioral Economics Blog, esta semana presentamos el artículo “How to Effectively Promote Eco-Friendly Behaviors: Insights from Contextual Behavioral Science”, de Stapleton, A.; McHugh, L. y Karekla, M. (2022), en el que las autoras reflexionan sobre cómo promover conductas que favorezcan la conciencia ecológica en las personas y en las organizaciones.

El cambio climático es una de las principales preocupaciones del siglo XXI por varios motivos: está ocurriendo en el presente, su gravedad aumenta rápidamente y, además, la actividad humana está favoreciendo este aumento

Los expertos comentan que, a pesar de que existe consenso científico sobre los efectos inminentes y permanentes del cambio climático, las acciones organizadas para prevenir más daños siguen siendo mínimas.

Esto es muy interesante, ya que sugieren que el cambio climático se puede reducir y manejar de manera efectiva a través de la adaptación y la mitigación. Para que la humanidad sobreviva y prospere son necesarias  respuestas que impliquen ambas cosas: por un lado, la mitigación, para reducir los comportamientos que provocan el cambio climático; por otro lado, la adaptación, para ajustarnos a los cambios irreversibles esperados. 

En pocas palabras, el cambio climático es un problema causado por el comportamiento humano que también puede ser solucionado por el comportamiento humano. Pero para cambiar el comportamiento humano de forma significativa y perdurable en el tiempo, se necesita una comprensión científica de éste. 

La ciencia del comportamiento contextual (Contextual Behavioral Science, o CBS) es un área de la psicología que puede ayudarnos en esta misión. 

La CBS se basa en la evidencia para comprender el comportamiento humano, especialmente en el lenguaje y la cognición, ya que los humanos entienden el mundo a través de sus pensamientos, experiencias y sentidos. 

De acuerdo con la CBS, para promover prácticas que ayuden a reducir el cambio climático, es necesario que las organizaciones y empresas examinen sus prácticas y las mejoren. En otras palabras, el comportamiento de los consumidores no ocurre porque sí, sino que se da en un contexto en particular y, a menudo, está guiado por el refuerzo social. 

Desde la CBS se proponen algunas estrategias o puntos de partida para mejorar las conductas ecológicas. Por ejemplo, señalan lo importante que es establecer la credibilidad

Es más probable que los mensajes que promueven comportamientos respetuosos con el medioambiente sean efectivos cuando los presenta un orador creíble. Los oradores creíbles son aquellos que los consumidores perciben como personas lógicas, sinceras y con conocimiento de aquello que les ocupa. 

Las organizaciones y empresas pueden establecer esta credibilidad de distintas formas: o bien de forma directa (comportándose de forma que las personas perciban que son sabias y honestas) o de forma verbal (relacionándose con otras organizaciones que los consumidores consideran creíbles). 

Además, también es importante que haya un buen liderazgo y una capacidad de gestionar el conocimiento de alta calidad para tener más probabilidades de respaldar prácticas corporativas de desarrollo sostenible. 

También se señala la importancia de que el mensaje tenga sentido y aumente la autoeficacia percibida de los consumidores. Es decir, es más probable que un mensaje promueva un cambio de comportamiento si parece plausible para el consumidor. Esto significa garantizar que los elementos del mensaje no sean contradictorios con la comprensión del mundo por parte del consumidor.

La importancia de la plausibilidad del mensaje se ha abordado en la literatura conductual, especialmente, en lo relativo a la adherencia de los pacientes a sus tratamientos. Por ejemplo, si se presenta la enfermedad y el tratamiento de una forma clara y el médico se asegura de que el paciente lo comprende en su totalidad, hay más posibilidades de que el tratamiento se lleve a término con éxito. 

Por otra parte, es interesante la idea de facilitar que los comportamientos ecológicos transiten hacia comportamientos habituales y rutinarios

Establecer hábitos proambientales es el objetivo final y hay que tener en cuenta que los hábitos surgen del refuerzo continuo hasta que el comportamiento se convierte en automático y cognitivamente eficiente. Por lo tanto, las organizaciones que buscan promover comportamientos proambientales también deben esforzarse por convertirlos en hábitos y así mantener los cambios a largo plazo. 

En resumen, es vital para combatir el cambio climático establecer credibilidad, incentivar de manera efectiva, ser coherente, ayudar a las personas a darse cuenta de que pueden lograr esos cambios y también a alinear sus motivaciones con su comportamiento. 

Algunos de los gestos más significativos para ayudar a frenar el cambio climático son bastante simples y otros, por lo contrario, implicarían sacrificar una serie de comodidades a las que nos hemos acostumbrado en los últimos años. 

Sin embargo, las autoras consideran que, debido a la gravedad de la crisis medioambiental que vivimos, el cambio de conducta está más que justificado si queremos salvar nuestro planeta

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Amigos del Behavioral Economics Club, esta semana presentamos el artículo “Gender differences in competitiveness: friends matter”, de Jorgensen, L. K.; Piovesan, M. y Willadsen, H. (2022), en el que los autores analizan si los hombres y las mujeres se ven igualmente afectados cuando se rodean de personas exitosas y cómo esto repercute en su competitividad. 

Las diferencias de género en el mundo laboral se asocian, entre otros puntos, con las actitudes que tienen los hombres y las mujeres hacia elementos como, por ejemplo, la competencia. 

Según un trabajo de 2007 de Niederle y Vesterlund, los hombres tienen el doble de probabilidades de considerarse candidatos aptos para competir con otros, mientras que en el caso de las mujeres, la tendencia general sería lo contrario. 

Parece ser que las preferencias individuales en cuanto al riesgo, la autoconfianza y las creencias asociadas a los estereotipos de género pueden ser factores relevantes que ayuden a explicar por qué se dan estas diferencias en cuanto a la competitividad entre ambos sexos. 

Otro factor que cobra importancia con los estudios de los últimos años es la red de amigos y conocidos. La literatura reciente ha explorado cómo la exposición a grupos de mujeres afecta a otras mujeres en sectores laborales donde la presencia masculina es mayor. Sobre esta idea, parece ser que tener una red de mujeres es importante para éstas. 

Siguiendo esta línea de pensamiento, los autores de este artículo se preguntaron si las amistades del niño están asociadas con el desarrollo de su competitividad y, específicamente, si el sexo de estas amistades influye y cómo. 

Antes de explicar en qué consistió el experimento realizado, conviene dar unas pinceladas sobre las ideas más importantes de artículos recientes relacionados. 

Por ejemplo, en 2003 se encontró que, a medida que un entorno se vuelve competitivo, parece que los hombres aumentan su desempeño, mientras que ocurre lo contrario con las mujeres, de forma general.

En 2007, Niederle y Vesterlund llegaron a la conclusión de que los hombres compiten más, tendencia que persiste incluso cuando la aversión al riesgo está controlada. 

En 2015, Sutter y Glätzle-Rützler realizaron un estudio que arrojó conclusiones como que los niños y las niñas están igualmente dispuesto a competir. Sin embargo, el desempeño de las niñas bajo incentivos es significativamente más bajo que el de los niños. Además, este mismo estudio comenta que los niños tienen mucha más confianza en sí mismos. 

En el mercado laboral, los estereotipos de género asociados a un trabajo o una tarea pueden ayudar a explicar la poca representación de las mujeres en entornos competitivos. Si las mujeres perciben la competitividad como un rasgo masculino, pueden sentirse presionadas a actuar de forma contraria para cumplir con las expectativas. 

Y en lo relativo a las amistades que comentábamos unas líneas más arriba, según comentaron Booth y Nolen en un estudio de 2012, las niñas en escuelas femeninas de Reino Unido tienen un 42% más de probabilidad de competir en comparación con las niñas que acuden a escuelas mixtas. Argumentan que cuando las mujeres están en grupos de iguales, sufren menos ansiedad al realizar trabajos en grupo, son más participativas y desarrollan más sus aspiraciones profesionales. 

El experimento realizado por los autores de nuestro artículo se llevó a cabo con 338 niños y adolescentes de entre 7 y 16 años. Los niños recibieron una caja con 120 piezas de Lego y se les dio 3 minutos para realizar una serie de construcciones específicas. 

En la primera etapa del experimento, los niños recibieron 1 punto por cada construcción correcta. En la segunda etapa, competían con otros niños. Después, tuvieron que evaluar su trabajo y, por último, se les mostraron fotografías de un niño y una niña y se les preguntó por el desempeño de éstos.

Los resultados obtenidos fueron muy interesantes. Parece ser que los niños no estaban más dispuestos a competir en comparación con las niñas en el caso de esta muestra concreta. 

Sin embargo, algo llamó especialmente la atención de los autores. Se supone que los niños y niñas con un porcentaje de éxito mayor que la media, deberían ser más propensos a competir. En el caso de las niñas con mejores resultados, esto no sucedió así y tuvieron casi un 12% menos de probabilidad de elegir competir. 

Sobre la idea de la red de amigos, los autores encontraron que las niñas tienen más probabilidades de participar en un torneo o actividad competitiva si uno de sus amigos posee este rasgo en su personalidad.

En general, tanto para niñas como para niños, se encontró una asociación positiva entre la competitividad de sus amigos y compañeros de clase y su propia competitividad. 

Los autores consideran muy interesante continuar investigando estas ideas para ayudar a desarrollar el máximo potencial de mujeres y hombres desde edades tempranas, a través de mejorar sus entornos educativos.

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Amigos del Behavioral Economics Club, esta semana presentamos el artículo “Predictors of Counseling Participation Among Low-Income People Offered an Integrated Intervention Targeting Financial Distress and Tobacco Use”, de Tempchin, J.; Vargas, E.; Sherman, S. y Rogers, E. (2022), en el que los autores realizan un estudio en el que proponen un método especial para reducir la adicción al tabaco, en el que integran conceptos como la educación financiera, la salud y los objetivos a largo plazo. 

En Estados Unidos se identificó, por primera vez, al tabaquismo como un peligro para la salud pública hace casi 60 años. Desde ese momento, la adicción al tabaco y el número de personas que, de vez en cuando, se fuma un cigarrillo, ha disminuido casi un 30%. 

Sin embargo, las tasas de consumo de tabaco de las personas que tienen ingresos económicos bajos o muy bajos, siguen siendo elevadas. 

En la actualidad, la población mayor de 18 años que vive en el umbral de la pobreza, o por debajo de éste, tiene el doble de posibilidades de fumar que quienes tienen una situación económica mejor. 

Parte de esto puede deberse a que las personas con una situación económica rica y estable pueden permitirse el acceso a un tratamiento específico, personalizado y efectivo para superar su adicción al tabaco.

Aunque varias intervenciones han demostrado ser eficaces a corto plazo, hay muchas que fracasan a largo plazo en las personas con mayor riesgo y vulnerabilidad. 

Tener bajos ingresos es un indicador, normalmente, de problemas más complejos. Uno de ellos es una mala salud o educación financiera. Esto es un determinante social y en realidad afecta a muchos más ámbitos de la vida que el nivel económico de las personas. Es la capacidad de alguien para administrar sus gastos, cubrir sus necesidades, minimizar y recuperarse de las crisis financieras, minimizar sus deudas y generar riqueza

La mala salud o educación financiera se asocia con la mala salud física y mental, el bienestar en general, y es una de las mayores fuentes de estrés crónico entre los adultos en los Estados Unidos. 

En las personas con ingresos más bajos, el estrés en general y el estrés financiero en particular, son barreras muy significativas para dejar de fumar a largo plazo. 

Además, la investigación de la economía conductual sugiere que la privación económica induce a las personas a centrarse en sus necesidades más inmediatas de supervivencia, dejándolas sin los recursos emocionales y cognitivos necesarios para resistirse a la gratificación inmediata y priorizar objetivos aplazados y cuyos beneficios se verán en un futuro no inmediato, como dejar de fumar. 

Las intervenciones con incentivos financieros son bastante habituales en estudios del campo de la economía conductual y tienen, por norma general, un efecto positivo. Esto es, proporcionar una recompensa monetaria temporal por dejar de fumar, y es eficaz para aumentar las tasas de abstinencia a corto plazo. 

Pero ¿y a largo plazo? Las pequeñas recompensas monetarias por dejar de fumar no remedian las dificultades financieras estructurales, ni ayudan a las personas a no retomar el hábito adictivo con el paso del tiempo.

Este último año se ha llevado a cabo un ensayo que demostró que una intervención para dejar de fumar incorporó entrenamiento y formación en administración de dinero y, aunque sólo acudió a las sesiones la mitad de las personas convocadas, de éstas, el 85% completó la formación y tuvo éxito al dejar de fumar. 

Basándose en este ensayo, los autores deciden realizar ellos mismos un estudio similar, en el que cuentan con 208 adultos de Nueva York con ingresos familiares bajo el umbral federal de pobreza y que habían fumado al menos un cigarrillo en los últimos 30 días.

Se ofrecieron hasta nueve sesiones de asesoramiento individual en educación financiera, y todos los participantes recibieron también un programa que incluía entrenamiento para dejar de fumar.

Los resultados mostraron que la tasa de asistencia a las intervenciones, y el éxito de éstas, aumentó al mismo tiempo que la edad, la educación y los ingresos de los participantes. Este hallazgo es preocupante, porque, entonces, cuanto más joven sea una persona, menos educación tenga y menores sean sus ingresos, mayor será su probabilidad de tener una adicción al tabaco. Es decir, cuando aumenta la vulnerabilidad, aumenta el riesgo de tabaquismo. 

Por otro lado, parece ser que también contribuyeron a aumentar este riesgo de adicción otros factores como: ser inmigrante, tener altos niveles de angustia psicológica o trastornos de ansiedad, estar desempleado, tener niveles bajos de alfabetización, o muy poca motivación para dejar de fumar. 

Los autores señalan la necesidad de dedicar más esfuerzos y recursos en investigar el tabaquismo, ya que, como hemos señalado en las primeras líneas, es uno de los problemas de salud más serios que, actualmente, afecta a millones de personas en todo el mundo.

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Amigos del Behavioral Economics Blog, esta semana presentamos el artículo “Are strangers just enemies you have not yet met? Group homogeneity, not intergroup relations, shapes ingroup bias in three natural groups”, de Dogan, G.; Glowacki, L. y Rusch, H. (2022), en el que los autores realizan un estudio con diferentes grupos étnicos no occidentales para comprender mejor el funcionamiento del sesgo del endogrupo en las relaciones intergrupales.

En el artículo de esta semana vamos a centrarnos en un sesgo que nos afecta en muchos contextos distintos: el sesgo del endogrupo.

En muchas sociedades y entornos, las personas tienden a favorecer a los miembros de su grupo sobre los demás. Sin embargo, especialmente en entornos no competitivos, o sin identidades grupales destacadas, la mayoría de las personas es capaz de preocuparse de forma positiva y genuina por el bienestar de los demás. 

La cooperación entre grupos internos y externos está impulsada, principalmente, por expectativas de reciprocidad futura, lo que respalda la opinión de que la cooperación entre personas de un mismo grupo, da forma a la identidad grupal de éstas

La amenaza del grupo externo aumenta, a su vez, la cooperación dentro del grupo interno, afectando positivamente, como ya hemos señalado, a la identidad de grupo. 

A pesar de estos datos, se sabe poco sobre el sesgo de endogrupo en miembros de grupos naturales que experimentan conflictos entre sí y con otros. En particular, falta literatura que compare el comportamiento de grupos, distintos entre sí, con o sin enemistad entre ellos, con extraños no identificados. 

En este artículo, los autores abordan estas ideas usando evidencias empíricas obtenidas de un experimento con grupos naturales, procedentes de Etiopía, cuyas identidades grupales son su característica definitoria de la vida diaria, y afectan a sus relaciones intergrupales. 

Cómo es y cómo se construye la relación entre dos o más grupos puede dar forma también a cómo se manifiesta el sesgo del endogrupo: si hablamos de dos o más grupos que tienen una relación neutral, la preocupación por miembros ajenos a nuestro grupo puede existir, interesándonos por su bienestar; mientras que, si los grupos son rivales, esto es poco probable. 

Por ejemplo, existe una fuerte rivalidad basada en la afinidad con grupos políticos o clubs de fútbol, aumentando el favoritismo del partido o el club elegido por uno mismo. 

Además, el sesgo del endogrupo puede ser mayor en grupos que étnica y culturalmente son heterogéneos entre sí. 

Una característica importante de la mayoría de las investigaciones que hay sobre grupos sociales, es que se centran en sociedades occidentales, industrializadas, ricas y democráticas, donde las identidades y rivalidades grupales no son una característica definitoria de la vida cotidiana. 

Por este motivo, los autores deciden llevar a cabo su estudio con población perteneciente a los grupos naturales más importantes que habitan en el valle del sur de Omo, en Etiopía. Dos de estos grupos, Daasanach y Nyangatom, son enemigos desde hace mucho tiempo. Sus conflictos suelen estar motivados por el deseo de venganza, son grupos muy distintos que tienen incluso sus propias instituciones, una fuerte identidad grupal, límites rígidos, y además derecho al autogobierno a nivel local. El tercer grupo elegido, Highlanders, tiene una relación neutral con los otros dos, pero este es muy distinto a ellos: los miembros de este grupo son étnicamente heterogéneos sin una identidad cultural cohesiva. 

En la tarea asignada a las personas de estos tres grupos, dos jugadores debían decidir si expropiar la posesión de un tercer jugador pasivo, “la víctima”. La idea era observar como los grupos Daasanach y Nyangatom se comportaban con el tercer grupo, Highlanders; pero también realizar distintas combinaciones para conseguir unos hallazgos más ricos. 

Inicialmente, cada jugador tenía 10 fichas, y los dos jugadores activos debían decidir si distribuir equitativamente entre ambos la dotación del tercero, o repartir entre los tres, o dejarle su dotación intacta, entre otras muchas posibilidades. 

Los resultados respaldan las teorías que conciben el sesgo del endogrupo como una preocupación por el bienestar de los miembros del grupo propio, con poca o ninguna preocupación por los grupos ajenos, incluso cuando hablamos de grupos con una relación neutral sin conflictos. 

Parece ser que la homogeneidad del grupo aumenta el efecto del sesgo del endogrupo, exhibiendo mayores preocupaciones por aquellos con los que convives y forman parte de tu círculo. 

Al evaluar los resultados, los autores ven que guardan ciertas diferencias con los estudios realizados en contextos occidentales. En estos últimos, parece ser que los participantes tuvieron mayor consideración por las personas pertenecientes a otros grupos, en comparación con el estudio que nos ocupa. 

Los autores consideran que esto ocurre porque las identidades grupales de los grupos étnicos de este estudio son más marcadas, más fuertes, y tienen unos límites más rígidos, además de marcar su vida diaria. 

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Amigos del Behavioral Economics Club, esta semana presentamos el artículo “How does information on environmental emissions influence appliance choice? The role of values and perceived environmental impacts”, de He, S.; Blasch, J. y van Beukering, P. (2022), en el que los autores realizan un estudio para saber cómo el hecho de tener información sobre el impacto ambiental generado por nuestras acciones, afecta a nuestra elección de electrodomésticos. 

Las residencias particulares poseen el 27% del consumo total de electricidad a nivel mundial. Los principales destinos de este porcentaje de electricidad son la calefacción, los electrodomésticos, el calentamiento de agua, la refrigeración de espacios, el uso de la cocina y la iluminación. 

En el contexto de la Unión Europea, los electrodomésticos y aparatos eléctricos que se encargan de realizar estas funciones, tienen en su mayoría una etiqueta energética que sigue un marco específico creado por la UE.

Con este etiquetado, la UE tiene como objetivo proporcionar información clara y sencilla sobre los productos relacionados con la energía, para que los consumidores tomen decisiones informadas y, en consecuencia, reduzcan sus facturas energéticas contribuyendo, al mismo tiempo, a mitigar el cambio climático. 

Con este fin, las autoridades públicas y los académicos se han esforzado para proporcionar información real y en constante mejora sobre las etiquetas energéticas. 

Una de las muchas ideas tras este etiquetado, es que una de las mejores formas de fomentar la inversión en eficiencia energética es comunicar directamente el vínculo entre esta eficiencia y las emisiones de carbono. De acuerdo con el modelo de déficit de conocimiento, los individuos pueden tener una actitud reacia al comportamiento proambiental debido a la falta de conocimiento sobre un problema medioambiental específico, o sobre las formas de abordarlo. 

Proporcionar información sobre las emisiones ambientales es una forma de hacer frente al déficit de conocimiento, ya que establece un vínculo directo entre la eficiencia energética y el impacto ambiental, pudiendo facilitar las decisiones individuales de inversión en eficiencia. 

La mayoría de los estudios existentes demuestran un impacto positivo de las señales ambientales (como las etiquetas) en la adopción de dispositivos energéticamente eficientes, aunque la efectividad varía entre individuos. 

Sin embargo, en estudios previos sobre el etiquetado energético, rara vez se investigaron los factores psicológicos de los individuos que, precisamente, son los que producen esta variabilidad en la efectividad de las etiquetas. Como sugiere la investigación en psicología ambiental, la forma en que los individuos procesan la información ambiental también puede verse afectada por los valores del individuo. Estos valores reflejan el objetivo general del individuo en la vida y pueden afectar al procesamiento de la información, además de influir en si los individuos le prestan más o menos atención a la información ambiental, y en cómo la interpretan. 

Las experiencias personales, como las experiencias en condiciones climáticas extremas, pueden conducir a un alto nivel de percepción del riesgo y de preocupación, lo que, en última instancia, da como resultado comportamientos proambientales. Teóricamente, haber experimentado eventos ambientales adversos sugiere una proximidad psicológica entre el problema y el individuo, lo que puede aumentar la probabilidad de apoyar la mitigación del cambio climático y tomar acciones. Sin embargo, la evidencia empírica no es concluyente. 

Para investigar sobre la efectividad de las etiquetas energéticas, los autores realizaron un cuestionario online a casi 1.000 sujetos.

En general, los resultados no informaron sobre efectos significativos en las emisiones ambientales por parte de las etiquetas. Sin embargo, proporcionar información sobre las emisiones de carbono puede alentar potencialmente la inversión en eficiencia energética entre individuos con valores ambientales relativamente altos, que se preocupan por el cambio climático. 

Adicionalmente, los autores encontraron que, proporcionar información sobre las emisiones de carbono junto a otras emisiones contaminantes, puede aumentar la probabilidad de elegir electrodomésticos más eficientes cuando se trata de individuos con una alta concienciación medioambiental. 

Sin embargo, la información sobre las emisiones de carbono por sí misma, no muestra efectos significativos. Parece ser que serían las actitudes y hábitos de ahorro energético de los individuos lo que más contribuiría a las decisiones relacionadas con la eficiencia energética. 

Fomentar la inversión en electrodomésticos de bajo consumo y proporcionar información sobre los contaminantes del aire pueden ser estrategias útiles cuando las personas buscan, de forma intencionada, información detallada sobre qué electrodomésticos adquirir. 

Vale la pena señalar que los autores realizaron su estudio en el contexto de los Países Bajos, donde los residentes tienen relativa conciencia de los problemas que conlleva el cambio climático, pero no tienen una gran preocupación sobre la contaminación del aire, por lo que animan a otros expertos a realizar estudios en contextos distintos donde las conclusiones puedan diferir. 

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