Amigos del Behavioral Economics Club, esta semana presentamos el artículo “Social Preferences and Environmental Behavior: a Comparison of Self-Reported and Observed Behaviors”, de Oliphant, Z.; Jaynes, C. M. y Moule, R. K. (2020), en el que los autores, utilizando la perspectiva de la economía conductual y juegos desarrollados por ella, estudian si existe una relación entre nuestras preferencias sociales y nuestra tendencia a reciclar o no.

 Que la Tierra tiene recursos limitados no es información nueva para nosotros. Tampoco lo es el hecho de que perseguir la sostenibilidad es una necesidad en la sociedad moderna en la que vivimos.

Pero ¿qué es la sostenibilidad? La ONU la define como el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas.

Desde que se reconoce la importancia de este término, muchas organizaciones han abogado por implementar prácticas sostenibles en un entorno económico, social y ambiental interdisciplinar. Es decir, existe un deseo de “volverse verde”.

De forma similar, ha habido un impulso creciente para que las personas, a nivel individual, desempeñen un papel a la hora de contribuir para vivir en un mundo más sostenible.

Los autores del artículo se preguntan si existe una forma de estudiar las conductas relacionadas con el medioambiente, especialmente el reciclaje, desde el punto de vista de la economía conductual.

Como es un campo con muy poca literatura al respecto, exploraron la posibilidad de relacionar las preferencias sociales, que sí se están estudiando ya ampliamente desde la economía conductual, con la tendencia de las personas a reciclar o no.

Entienden que ambos conceptos pueden relacionarse por lo siguiente. Las teorías económicas clásicas de la elección asumen que los individuos están interesados en maximizar sus beneficios y minimizar los costes esperados y actúan de forma consecuente a estas ideas.

Sin embargo, hay casos en los que las personas se desvían del interés propio de formas que parecen demostrar una preocupación sincera por el bienestar de los demás, o dicho de otra forma, tienen comportamientos prosociales. Por ejemplo, el voluntariado o las donaciones.

Son conductas altruistas que se alejan de la idea de que el ser humano es egoísta por naturaleza, ya que implican unos costes para el individuo que, para él, a priori, no son necesarios.

Teniendo en cuenta estas ideas, se plantean si también afectaría al reciclaje, teniendo en cuenta que es un comportamiento altruista.

Por otro lado, los autores investigan si el aumento de la proximidad y facilidad con la que las personas pueden participar en comportamientos proambientales, influiría y afectaría positivamente a estas conductas.

Para ello organizaron un experimento en el que participaron 282 jóvenes estudiantes de universidad.

Al principio de éste, se les pasaron unos cuestionarios de forma que hiciesen un autoinforme sobre sus conductas proambientales.

El experimento se basó en la realización de dos juegos comúnmente utilizados en los estudios de economía conductual, llamados “ultimátum” y “dictador”. En ambos intervienen dos personas.

En el juego del ultimátum, un jugador tiene una determinada cantidad de dinero y le ofrece al otro jugador parte de éste. Si el jugador 2 rechaza la oferta del jugador 1, ambos se irán sin nada.

En el juego del dictador, el jugador 1 ofrece también una cantidad de dinero al jugador 2, y éste debe aceptarla obligatoriamente.

Los resultados fueron interesantes y sorprendieron a los autores.

En el juego del ultimátum y el dictador, la mayoría de participantes (59%) ofrecieron la mitad del dinero total que imaginariamente poseían. Sólo el 3% de la muestra no ofreció nada de su dinero al segundo jugador.

Una explicación para esto puede ser el altruismo, pero también, en el caso del juego del ultimátum, puede basarse en la idea de que ofrecer demasiado poco dinero podría hacer que el jugador 2 rechazase la oferta y, por tanto, ambas personas se irían con un total de 0.

Por otro lado, la muestra reportó en los autoinformes un comportamiento proambiental alto, lo que sugirió a los autores que reciclaban si se les daba la oportunidad de hacerlo. Cuando esta oportunidad se dio, se observó que el 85% de los encuestados efectivamente reciclaban.

Con respecto a factores demográficos y los autoinformes, parece ser que los hombres eran significativamente menos proclives a afirmar que actuaban de forma respetuosa con el medioambiente.

Por otro lado, se vio que, cuando los participantes tenían cerca un contenedor donde reciclar, efectivamente lo hacían sin problemas, por lo que la facilitación del reciclaje aumentaría en principio su práctica.

El hallazgo más importante es que parece ser que las tendencias de comportamiento social no están significativamente ligadas a las conductas proambientales. Es decir, hay una falta de apoyo que puede atribuirse a las percepciones de que la eficacia de las conductas proambientales es débil y a que los encuestados se mostraban escépticos sobre la voluntad de los demás, o del a comunidad, de reciclar.

Una limitación sería que el experimento se realizó con jóvenes universitarios y, por tanto, no son reflejo del conjunto de la sociedad.

Los autores alientan a aquellos que crean políticas medioambientales a mejorar la accesibilidad al reciclaje y coordinar sus esfuerzos de sostenibilidad ambiental con la investigación realizada.

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