Amigos del Behavioral Economics Club, esta semana presentamos el artículo “Predictors of Counseling Participation Among Low-Income People Offered an Integrated Intervention Targeting Financial Distress and Tobacco Use”, de Tempchin, J.; Vargas, E.; Sherman, S. y Rogers, E. (2022), en el que los autores realizan un estudio en el que proponen un método especial para reducir la adicción al tabaco, en el que integran conceptos como la educación financiera, la salud y los objetivos a largo plazo. 

En Estados Unidos se identificó, por primera vez, al tabaquismo como un peligro para la salud pública hace casi 60 años. Desde ese momento, la adicción al tabaco y el número de personas que, de vez en cuando, se fuma un cigarrillo, ha disminuido casi un 30%. 

Sin embargo, las tasas de consumo de tabaco de las personas que tienen ingresos económicos bajos o muy bajos, siguen siendo elevadas. 

En la actualidad, la población mayor de 18 años que vive en el umbral de la pobreza, o por debajo de éste, tiene el doble de posibilidades de fumar que quienes tienen una situación económica mejor. 

Parte de esto puede deberse a que las personas con una situación económica rica y estable pueden permitirse el acceso a un tratamiento específico, personalizado y efectivo para superar su adicción al tabaco.

Aunque varias intervenciones han demostrado ser eficaces a corto plazo, hay muchas que fracasan a largo plazo en las personas con mayor riesgo y vulnerabilidad. 

Tener bajos ingresos es un indicador, normalmente, de problemas más complejos. Uno de ellos es una mala salud o educación financiera. Esto es un determinante social y en realidad afecta a muchos más ámbitos de la vida que el nivel económico de las personas. Es la capacidad de alguien para administrar sus gastos, cubrir sus necesidades, minimizar y recuperarse de las crisis financieras, minimizar sus deudas y generar riqueza

La mala salud o educación financiera se asocia con la mala salud física y mental, el bienestar en general, y es una de las mayores fuentes de estrés crónico entre los adultos en los Estados Unidos. 

En las personas con ingresos más bajos, el estrés en general y el estrés financiero en particular, son barreras muy significativas para dejar de fumar a largo plazo. 

Además, la investigación de la economía conductual sugiere que la privación económica induce a las personas a centrarse en sus necesidades más inmediatas de supervivencia, dejándolas sin los recursos emocionales y cognitivos necesarios para resistirse a la gratificación inmediata y priorizar objetivos aplazados y cuyos beneficios se verán en un futuro no inmediato, como dejar de fumar. 

Las intervenciones con incentivos financieros son bastante habituales en estudios del campo de la economía conductual y tienen, por norma general, un efecto positivo. Esto es, proporcionar una recompensa monetaria temporal por dejar de fumar, y es eficaz para aumentar las tasas de abstinencia a corto plazo. 

Pero ¿y a largo plazo? Las pequeñas recompensas monetarias por dejar de fumar no remedian las dificultades financieras estructurales, ni ayudan a las personas a no retomar el hábito adictivo con el paso del tiempo.

Este último año se ha llevado a cabo un ensayo que demostró que una intervención para dejar de fumar incorporó entrenamiento y formación en administración de dinero y, aunque sólo acudió a las sesiones la mitad de las personas convocadas, de éstas, el 85% completó la formación y tuvo éxito al dejar de fumar. 

Basándose en este ensayo, los autores deciden realizar ellos mismos un estudio similar, en el que cuentan con 208 adultos de Nueva York con ingresos familiares bajo el umbral federal de pobreza y que habían fumado al menos un cigarrillo en los últimos 30 días.

Se ofrecieron hasta nueve sesiones de asesoramiento individual en educación financiera, y todos los participantes recibieron también un programa que incluía entrenamiento para dejar de fumar.

Los resultados mostraron que la tasa de asistencia a las intervenciones, y el éxito de éstas, aumentó al mismo tiempo que la edad, la educación y los ingresos de los participantes. Este hallazgo es preocupante, porque, entonces, cuanto más joven sea una persona, menos educación tenga y menores sean sus ingresos, mayor será su probabilidad de tener una adicción al tabaco. Es decir, cuando aumenta la vulnerabilidad, aumenta el riesgo de tabaquismo. 

Por otro lado, parece ser que también contribuyeron a aumentar este riesgo de adicción otros factores como: ser inmigrante, tener altos niveles de angustia psicológica o trastornos de ansiedad, estar desempleado, tener niveles bajos de alfabetización, o muy poca motivación para dejar de fumar. 

Los autores señalan la necesidad de dedicar más esfuerzos y recursos en investigar el tabaquismo, ya que, como hemos señalado en las primeras líneas, es uno de los problemas de salud más serios que, actualmente, afecta a millones de personas en todo el mundo.

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